Primer libro de la saga colores
Eleana Roster es hija de un fallecido conde, su hermano queda a cargo de su tutela y la de su hermana. La única preocupación es conseguirle esposos adecuados, pero la vida de Eleana no a sido del todo plena, debido un accidente que sufrió de pequeña a tenido que sobrellevar sus veinte años con una discapacidad, soportando muchos desprecios y cuando su hermano decide presentarla en sociedad recibe un desplante que le cambiará la vida por completo.
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LA TORMENTA DENTRO DE TÍ
...DORIAN:...
Me aferré a esa abrazo, tratando de calmar mi respiración y casi me derrumbo allí, contra su pequeño y delicado cuerpo. Tragué lo que me estaba atormentando y que amenazaba con destrozar todo a su paso. Encajé mis dedos en la tela de su abrigo, como si soltarla me hiciera recaer de nuevo. Me sentí tan sucio y salí huyendo para sumergirme en las aguas heladas, todo el camino fue una pesadilla, solo pensaba en arrancarme la piel.
Mi único alivio era aventarme al mar y no salir de allí jamás.
A pesar de que al contacto que mi piel me quemó, nada se comparaba con lo que había pasado y nada podría hacerme sentir tal dolor, ni siquiera el invierno.
La Señorita Eleana había aparecido, como un ángel de la guarda y volver a su sonrojado por el frío me hizo sentir un poco mejor. El abrazo fue mi punto de quiebre y de no ser por mi enorme voluntad me hubiese desplomado.
— Señor... — Jadeó ella, casi sin aire y me aparté un poco.
Sus ojos parecían escudriñar mi alma, de alguna forma pudo notarlo, así de roto estaba que ella se percató.
— Volvamos a casa, hace frío — Pidió, llamando casa a ese palacio tan manchado como yo.
Tomé su mano y caminé con ella hacia el camino.
Tenía tantas capas de ropa que apenas se notaba su delicado rostro. Innumerables noches sin ver esos ojos llenos de inocencia, una que yo había perdido desde que tenía conciencia, no por voluntad, sino por crueldad. Me daba la sensación de que había pasado cien años sin volver al palacio, sin años sufriendo en ese horrible cuarto, sin años en manos de esa maldita bruja, encadenado todas las noches, de diferentes formas inimaginables para una señorita como Eleana. Deseaba poder tener una vida como la que ella había tenido, con tanto amor y cariño que jamás podría tener.
A mitad de camino se agotó y tuve que cargarla en mis brazos para poder continuar. La tomé por sorpresa y ella no pudo negarse cuando me puse en marcha, se aferró a mi cuello y me observó detenidamente mientras yo mantenía la vista en el camino, un mal paso y caeríamos por el borde.
Ninguno de los dos habló hasta que llegamos al palacio.
Al abrir la puerta afirmé mi pensamiento de que habían pasado cien años. Me encontré con un lugar diferente y acogedor, tan cálido que el frío del exterior no penetró en él. La chimenea estaba funcionando perfectamente y había sillones finos frente a ella. Las paredes tenían un color brillante y cortinas de color crema, también había lámparas de araña colgando del techo y floreros sobre una mesita cerca de la entrada.
— ¿Le gusta como quedó? — Preguntó Eleana, con expectativa en su expresión — No coloqué papel tapiz de flores como me pidió, solo en mi habitación.
— Parece otro lugar — Dije, detallando todo — Hizo un buen trabajo.
— No fui yo, únicamente, fue un trabajo en equipo... Espere a ver como quedó el comedor — Dijo con un brillo de emoción, se quedó silenciosa por un tiempo — ¿Por qué tardó tanto? Pensé que no volvería.
Oculté mi expresión bajo una máscara de neutralidad.
— Las cosas se complicaron un poco.
— Entiendo — Susurró y sonreí.
— ¿Me extraño no es así?
El sonrojo que me mostró no era por el frío, pero arqueó las cejas.
— En lo absoluto.
Me reí, disipando un poco su preocupación hacia las marcas en mis muñecas.
Lira apareció.
— Bienvenido, Su Gracia — Dijo, haciendo una pequeña reverencia — ¿Cómo se encuentra?
— Tengo el trasero congelado — Bromeé y Eleana puso los ojos en blanco.
— El invierno es implacable — Musitó Lira.
— No fuera tan implacable con él si no hubiese nadado en la playa — Eleana me delató y Lira chasqueó la lengua.
— ¿Se ha vuelto loco? No es para menos que se le esté congelando el trasero — Gruñó Lira, dándome una palmada en el hombro, estreché mis ojos hacia Eleana y ella se rió descaradamente.
Me sorprendió, al parecer la confianza entre ambas había crecido en mi ausencia.
— No me reprendan, solo quiero un baño caliente, una cena abundante y descansar — Ordené mientras caminaba hacia el pasillo de mi habitación.
— Iré por agua caliente, pero no respondo si se queda tieso — Bromeó Lira y Eleana soltó otra carcajada.
Seguí admirando los cambios que había hecho y me sentí un poco aliviado, agradecido en silencio con ella. De haber encontrado el mismo palacio que dejé hubiese empezado a destruir las paredes de la furia.
Al abrir la puerta de la habitación el frío volvió a golpearme. Recordé de inmediato mi petición a Eleana de que no tocara ni cambiara nada de mi habitación, pero al ver lo demás tan cálido y lleno de luz. Mi habitación se veía más oscura y las sombras parecían devorar todo.
Me deshice de la ropa y entré en el baño.
Lira llegó con el agua caliente y la vertió en la bañera, luego abrió la llave, mientras que yo esperaba sentado en un pequeño banco, con una toalla en mi cintura.
Ella notó mis muñecas marcadas y también mis tobillos.
— ¿Qué hizo esa infeliz ésta vez? Te tardaste más de lo acostumbrado — Gruñó Lira, a ella no podía esconderle nada, sabía casi todo sobre mí e intuía que algo había sucedido.
Tragué con fuerza.
— La reina no me citó para ningún trabajo sucio — Dije y abrió sus ojos de par en par — Lo hizo para castigarme por no informarle sobre mi casamiento — Se me secó la voz.
— Maldita mujer, ese no es su problema, tu vida privada no debe interesarte... Te dije claramente que aceptar trabajar para ella sería como firmar un contrato con el diablo, pero no me escuchaste — Me reprochó.
— No tenía opción, estábamos pasando por un mal momento cuando el desgraciado de Dominit murió, así que no vengas a sacarme en cara lo que hice — Enterré las manos en mi cabello — Se que hice mal.
— Está bien, pero te lo advertí... Maldición... ¿Qué te hizo esa infeliz? — Palideció cuando empecé a temblar de la furia.
— Abusó de mí todas las noches — Confesé y el balde vacío cayó al suelo, se cubrió la boca — Me encadenó para que no pudiera moverme y me dejó encerrado en ese lugar hasta que se cansó de jugar conmigo.
— Dorian... Oh, por Dios...
— No menciones nada de esto a la Señorita Eleana — Gruñí y noté como se le salían lágrimas.
— Está bien, no te preocupes, no lo haré, pero tienes que pensar en una forma de acabar con esto, ya no puedes seguir trabajando para esa bruja.
— Es la Reina de Floris, la persona más poderosa y peligrosa del reino, si hago algo en su contra estaré poniendo en peligro a Eleana y a su familia, no quiero que nadie muera por mi causa.
— Es injusto... Si no haces algo lo siguiente que te hará será peor... Piensa en una forma de cortar todo contacto con esa mujer...
— Aunque yo sea la persona más temida, ella está por encima de mí y me tiene atado al cuello — Observé las marcas en mis muñecas.
— Piensa en un plan, así como acabaste con tu padre, podrás con ella
— Mi padre no era el Rey de Floris, no tenía miles de malditos títeres cuidando su espalda, pero lo intentaré, pensaré una forma de zafarme de esa maldita infeliz, quisiera arrancarle la garganta, me siento tan impotente de no poder hacer nada, me hace recordar cuando era un niño asustado, indefenso — Me ardieron los ojos, encajé las uñas en mis palmas.
Lira me observó con tristeza.
— Acércate más a Eleana, ella podría...
— No quiero que sienta lástima, ya es suficiente con que me odie.
— Ella estaba preocupada por ti — Confesó y no supe qué hacer con esa declaración.
— No es momento de pensar en eso.
— Otra cosa, tu madrastra estuvo aquí y empezó a provocar a Eleana — Informó y apreté mi mandíbula, maldición, otro parásito — ¿Quién sabe qué rayos pretendía al venir aquí?
— ¿Qué le dijo esa zorra?
— No lo sé, pero ella la echó, aunque estuvo molesta por un tiempo, tal vez le dijo alguna artimaña, tendrás que aclarar el asunto.
— Sea lo que sea, seguro aumentó su odio.
— Estoy segura de que lo que siente por ti no es odio.
Salió del baño, dejándome un hilo de pensamientos.
...****************...
Me mantuve sumergido en mis pensamientos que no tuve cabida para nada más cuando cené con Eleana. Ella estaba un poco preocupada, comiendo y observándome. El apetito se me iba en ocasiones cuando me venían imágenes de la reina tocando mi cuerpo como si tuviera todo el derecho sobre mí, pero los aparté.
— ¿Sucede algo? — Preguntó, seguramente había hecho un gesto que me dejó en evidencia.
— No sucede nada, disculpe mi silencio, el viaje a caballo es agotador.
Ojalá fuese solo agotamiento.
— No se preocupe, puedo imaginarlo, la capital está muy lejos — Dijo después de tragar — Nunca he ido, pero lo sé por los mapas... Casi queda al otro extremo del reino.
— Señorita Eleana, es mejor aquí que la capital, solo hay edificios grises y calles sucias — Dije, mostrando desprecio en toda la frase, la reina era lo que más ensuciaba esa ciudad.
Se quedó parpadeando, deteniendo sus tenedores.
— No podría a acostumbrarme a la ciudad, tanta gente y edificios, me sentiría muy torpe con mi bastón.
— Jamás la llevaré a la ciudad — Fui muy contundente, me observó más desconcertada, me levanté, ya había terminado de comer — Señorita Eleana, lamento retirarme ahora, pero necesito descansar.
— Entiendo, descanse, buenas noches Señor Dorian — Murmuró, con una expresión decepcionada.
...ELEANA:...
Algo estaba pasando con el duque, estaba tan diferente, ya no había sonrisas arrogantes ni burlonas, tampoco provocaciones. Solo seriedad y mucho silencio, como si le hubiesen robado una parte de él. Su mirada estaba perdida, en otro lugar y ese abrazo tan fuerte aumentaba mis sospechas.
Tal vez era solo mi imaginación y solo era cansancio. Tal vez siempre volvía así de sus viajes y solo bastaba con descansar para que volviera a ser el mismo.
Me retiré a mi habitación después de que se marchó.
Observé hacia la puerta que conectaba hacia su habitación después de que me vestí para dormir. Estaba muy preocupada por el duque, había algo en mí que me decía que algo no andaba bien.
Me acosté con eso en mi mente.
Tuve un sueño tan inquieto, con grilletes y gritos.
Los gritos se volvieron reales, sacándome del sueño y haciéndome pegar un brinco en la cama. Me alarmé, creyendo que alguien estaba siendo atacado en alguna parte de la casa, pero los gritos se escuchaban tan cerca que supe de donde provenían.
Tomé mi bastón y me levanté apresuradamente, colocándome las pantuflas.
Los gritos eran desesperantes, así que me preparé para atacar al que le estaba causando tal sufrimiento.
Abrí la puerta, entrando en una habitación tan oscura que me sentí perdida, había una lámpara cerca de la cama, pero la oscuridad la devoraba como a esos gritos desgarradores.
Corrí hacia la cama.
Hallando al duque sacudiéndose de un lado a otro bajo las sábanas. Azotando los brazos y apretando las manos. Estaba sudando y su rostro se contorsionaba en dolor y furia.
Le toqué el hombro y abrió sus ojos como platos, jadeando y sentándose bruscamente.
Observó a todas partes desorientado.
— Señor...
Giró sus ojos hacia mí, aún asustado, logré divisar las lágrimas que caían por sus mejillas.
— ¿Señorita Eleana? — Su voz estaba ronca por los gritos, se frotó el rostro y me evaluó nuevamente — ¿Qué hace aquí?
— Me despertaron sus gritos.
— ¿Gritos? — Jadeó, su garganta se agitó.
— Si, al parecer tenía una pesadilla — Me senté al borde de la cama.
— No es nada... Vuelva a su habitación — Murmuró, acostándose y cubriendo su pecho con las mantas.
— ¿Si sucede otra vez? — Pregunté.
— Dudo mucho que pueda conciliar el sueño después de eso — Confesó y extendí mi mano hacia la suya, la toqué.
— Solo fue un mal sueño.
Sus ojos brillantes se agitaron ante mi toque.
— Duerma conmigo — Pidió y me tensé — Descuide solo será dormir — Tomó mi mano.
Una petición que escondía miedo, como un niño. Me trepé y dejé mi bastón apoyado en la mesita. Me acosté boca arriba y me cubrió con las mantas, estaba cálidas y olían a él.
Mi corazón se aceleró cuando me abrazó y apoyó su cabeza de mi hombro.