NovelToon NovelToon
ABRIENDO PLACERES EN EL EDIFICIO

ABRIENDO PLACERES EN EL EDIFICIO

Status: En proceso
Genre:Acción / Comedia / Aventura / Amor prohibido / Malentendidos / Poli amor
Popularitas:1.1k
Nilai: 5
nombre de autor: Cam D. Wilder

«En este edificio, las paredes escuchan, los pasillos conectan y las puertas esconden más de lo que revelan.»

Marta pensaba que mudarse al tercer piso sería el comienzo de una vida tranquila junto a Ernesto, su esposo trabajador y tradicional. Pero lo que no esperaba era encontrarse rodeada de vecinos que combinan el humor más disparatado con una dosis de sensualidad que desafía su estabilidad emocional.

En el cuarto piso vive Don Pepe, un jubilado convertido en vigilante del edificio, cuyas intenciones son tan transparentes como sus comentarios, aunque su esposa, María Alejandrina, lo tiene bajo constante vigilancia. Elvira, Virginia y Rosario, son unas chicas que entre risas, coqueteos y complicidades, crean malentendidos, situaciones cómicas y encuentros cargados de deseo.

«Abriendo Placeres en el Edificio» es una comedia erótica que promete hacerte reír, sonrojar y reflexionar sobre los inesperados giros de la vida, el deseo y el amor en su forma más hilarante y provocadora.

NovelToon tiene autorización de Cam D. Wilder para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Regañando a Don Pepe

El tercer piso tenía una personalidad propia. Las puertas de madera noble, aunque algo desgastadas, guardaban historias tras sus mirillas de latón. El papel pintado, con su patrón de flores art nouveau, parecía cobrar vida bajo la luz que se filtraba por la claraboya del techo. Un antiguo banco de madera descansaba junto al extintor, testigo silencioso de encuentros furtivos y conversaciones susurradas.

Cuando por fin alcanzaron el tercer piso, María Alejandrina los esperaba en el rellano, sosteniendo lo que parecía ser un bizcocho con aspecto sospechosamente chamuscado y una mirada que podría haber derretido el polo norte.

—Bienvenidos al edificio —dijo con una sonrisa que ocultaba tanto veneno como azúcar—. Don Pepe, ¿no tenías que arreglar el grifo del baño? ¿O prefieres seguir "vigilando" a los nuevos vecinos?

—Estoy... prestando un servicio... comunitario... —respondió él entre jadeos, apoyándose en la pared mientras sus ojos seguían magnetizados hacia Marta.

—El único servicio que vas a prestar es el de urgencias como sigas haciendo esfuerzos —replicó su esposa, para después volverse hacia Marta con renovada amabilidad—. El bizcocho está un poco tostado, pero el sabor está intacto. Como el matrimonio: aunque se queme por fuera, lo importante es lo de dentro, ¿verdad, Pepe? Aunque algunos prefieran probar pasteles ajenos...

Ernesto miró su reloj por tercera vez en los últimos cinco minutos, ajeno a la tensión que podría cortarse con un cuchillo de mantequilla.

—Cariño, tengo que irme ya o perderé el tren —dijo, besando a Marta en la mejilla con la pasión de quien besa un sello—. El viaje a Valencia no puede esperar.

—¿Ya te vas? —Marta no pudo ocultar su decepción, aunque una parte de ella se preguntaba si no sería una bendición poder explorar este peculiar edificio por su cuenta—. Apenas hemos llegado...

—El trabajo es el trabajo —respondió él, mientras sacaba su maleta de viaje del montón—. Don Pepe, ¿podría ayudar a mi esposa con el resto de las cosas?

Los ojos del vigilante se iluminaron como los de un niño en una tienda de dulces, o más bien como los de un lobo ante un rebaño sin pastor.

—¡Por supuesto! —exclamó, recuperando milagrosamente el aliento—. Es mi deber velar por el bienestar de todos los vecinos... —enfatizó la palabra "todos" mientras sus ojos se desviaban hacia el escote de Marta, donde aún se escondía su botón prófugo.

María Alejandrina carraspeó sonoramente.

—Y el grifo sigue goteando, Pepe. Como tus babas. Aunque ya veo que prefieres "arreglar" otras cosas.

Mientras Ernesto se despedía apresuradamente y desaparecía escaleras abajo, Marta se quedó en el rellano, rodeada de maletas, un bizcocho quemado y un vigilante que intentaba disimular su sofoco mientras su esposa lo fulminaba con la mirada. El edificio parecía vibrar con una energía peculiar, como si las paredes guardaran secretos que poco a poco irían saliendo a la luz.

*Quería un cambio en mi vida*, pensó Marta mientras buscaba las llaves en su bolso, sintiendo aún el peso del botón entre sus pechos, *y parece que el cambio viene con extras incluidos*.

Mientras Marta organizaba su nuevo hogar, los sonidos del edificio comenzaron a revelarse como una orquesta urbana: el tintineo de las tuberías antiguas, el murmullo de conversaciones que se filtraba entre las paredes, el eco de pasos en la escalera, el zumbido del ascensor que, milagrosamente, había vuelto a funcionar justo después de que ella terminara de subir todas sus cosas.

A través de la ventana de su nuevo salón, podía ver el patio interior del edificio, un pozo de luz donde las cuerdas de tender formaban un entramado de historias entrelazadas: ropa interior de encaje junto a calzoncillos gastados, sábanas blancas que bailaban con la brisa como fantasmas traviesos, y una camisa hawaiana solitaria que parecía señalar acusadoramente hacia la ventana de Don Pepe.

El viejo sillón de cuero crujió bajo el peso de Don Pepe como si compartiera el mismo agotamiento de su dueño. Las manchas de sudor dibujaban mapas de geografías imposibles en su camisa, testimonio mudo de las cinco veces que había subido "casualmente" por las escaleras para ayudar a Marta, la nueva inquilina del 3ºB.

En la cocina, María Alejandrina masacraba una cebolla inocente contra la tabla de cortar. *¡Tac-tac-tac!* El cuchillo bajaba con la precisión de una guillotina revolucionaria, mientras las lágrimas —culpa de la cebolla, se repetiría después— le corrían por las mejillas.

—¿Sabes, querida? —Don Pepe se desabrochó el primer botón de la camisa, luego el segundo, como si cada uno pesara un quintal—. Creo que este edificio necesitaba algo de... aire fresco.

El *tac-tac-tac* se detuvo abruptamente. María Alejandrina emergió de la cocina blandiendo el cuchillo como un cetro real, con trozos de cebolla adheridos al delantal que rezaba "La Mejor Esposa del Mundo" (regalo de Don Pepe, que siempre tuvo un sentido del humor peculiar).

—Lo que necesita es que arregles el dichoso grifo —espetó, señalándolo con el cuchillo—. Lleva goteando desde que nuestra nieta Alejandra nació. Y no me vengas con "aire fresco", que te he visto la cara de quinceañero hormonal cada vez que subes a "revisar las tuberías".

Don Pepe se removió en el sillón, que volvió a quejarse como un anciano con artritis.

—Mujer, es una inquilina. Su esposo Ernesto, salió disparado al trabajo, me encargó que le ayudara a subir sus maletas. Es mi deber como casero asegurarme de que esté... cómoda. 

—¿Cómoda? —María Alejandrina soltó una carcajada que hubiera helado la sangre de un pingüino—. Si te he visto subir más veces hoy que en los últimos treinta años juntos. ¡Y mírate! Sudando como un pollo en el asador. ¿Cuántos años crees que tienes? ¿Veinte?

Se acercó al sillón, amenazante, con el cuchillo todavía en la mano.

—Te lo advierto, Pepe. Como te dé un infarto subiendo escaleras para ver a esa... *señora*, te remato yo misma. Aunque viendo cómo las mirabas, casi prefiero el infarto —hizo una pausa dramática—. Al menos así cobraría el seguro de vida.

Don Pepe tragó saliva. El sudor ya no era solo por las escaleras.

—Alejandrina, mi amor, exageras. Solo estaba siendo amable...

—¿Amable? —cortó ella—. ¿Y por eso viniste corriendo a echarte la colonia que te regalé en navidad? ¿La que guardabas "para ocasiones especiales"?

El silencio que siguió fue tan denso que podría haberse cortado con el mismo cuchillo que sostenía María Alejandrina.

—Bueno... —tosió Don Pepe, aflojándose aún más el cuello de la camisa—. Es que... hoy es jueves.

—¡Jueves! —exclamó ella, alzando las manos al cielo—. ¡San Jueves, patrón de los caseras nuevas!

Volvió a la cocina murmurando algo sobre la menopausia masculina y la estupidez crónica. El *tac-tac-tac* se reanudó con renovada furia.

Don Pepe se hundió más en su sillón, pensando que quizás, solo quizás, debería empezar a usar el ascensor. O mejor aún, arreglar ese maldito grifo antes de que su mujer decidiera probar si el seguro de vida cubría los "accidentes domésticos".

Luego sonrió para sus adentros, recordando el vaivén de la falda de Marta mientras subía las escaleras. Su botón perdido era un pequeño precio a pagar por semejante visión. Quizás el ascensor debería seguir "averiado" unos días más…

—¿Decías algo del grifo, mi amor? —preguntó distraídamente, mientras su mente divagaba entre escalones y encuentros casuales.

—Que como no lo arregles hoy, dormirás en el rellano —fue la tajante respuesta de María Alejandrina—. Y allí no hay ascensor que valga, ni vecinas nuevas que admirar.

El sonido de una gota cayendo rítmicamente en el baño acompañó las fantasías de Don Pepe como una peculiar banda sonora. En el 3ºB, Marta deshacía las maletas en soledad, sacando el botón travieso de su escote y guardándolo en el cajón de su mesita de noche con una sonrisa traviesa. Quizás este edificio, con sus vecinos peculiares y sus ascensores selectivos, era exactamente el cambio que necesitaba en su vida.

El edificio número 23 de la calle Velarde se preparaba para la noche como un teatro después de la función: las luces se atenuaban gradualmente, las cortinas se cerraban como telones sobre escenas inconclusas, y los sonidos se transformaban en susurros y promesas. En algún lugar, un grifo seguía goteando su particular cuenta atrás, mientras los vecinos se retiraban a sus respectivos escenarios privados, cada uno llevándose consigo un pequeño secreto de aquel primer día con su nueva vecina.

1
Alba Hurtado
se ve excitante vamos a leer que pasa con la vecina del tres b
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play