La historia sigue a un militar sin nombre, en medio de una guerra, al que todos se refieren como Ergo.
El mundo del futuro está en crisis debido a una guerra que ha asolado cada región desde hace años y de la cual parece ser que ningún compañero o militar cercano a Ergo sabe algo.
Un día cualquiera, durante una batalla campal, Ergo es herido y se ve orillado a reparar su extremidad tras acabar la batalla. Luego de su reparación, Ergo descubre a sus altos mandos hablando acerca de él, de su ineficiencia y de como lo eliminarán para traer a otro soldado en su lugar. No obstante y sin poder negarse, es enviado de nuevo en una última misión en los límites del mapa sabiendo que las batallas libradas allí son sinónimo de muerte.
Poco a poco, Ergo irá descubriendo la clase de mundo en el que habita y los secretos que se han ocultado ante el y cualquiera de sus compañeros.
En esta historia el lector se sumerge en un delirio y cuestionamiento filosófico y político acerca de la moralidad.
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XXI
Simons fue recibido con normalidad en el edificio, reviso su piso y el sistema, los oficiales que se habían mantenido al pendiente en el lugar le saludaron y preguntaron sobre el caso, pero ante la negativa de Simons al no informarles nada, simplemente volvieron a su trabajo. Volvió al elevador y marco el último piso en el tablero. Salió con naturalidad del elevador y camino por todo el pasillo lleno de muros extravagantes hasta topar de frente la dos grandes puertas que separaban el pasillo de su superior.
Entro empujando ambas puertas y la luz del sol que se filtraba por los enormes cristales detrás del escritorio y silla de su superior calentaron su cuerpo. Si superior noto su presencia acercándose y dejo sobre el escritorio en forma de media luna múltiples papeles e indico a los droides ayudantes que se detuvieran con un simple gesto de su mano; ellos dejaron una pila de papeles más sobre el escritorio y se colocaron al costado de éste último.
—Ah, Simons, ¿qué te trae aquí?—comenzó el hombre mientras se levantaba del asiento para saludar a Simons—. ¿Hay algún avance con la investigación sobre esa señal? Los hombres que se quedaron en tu piso me contaron algo de ello.
—Justo sobre eso quiero hablar, señor—respondió estirando su mano—. Hay una cuestión bastante importante.
Ambos hombres se dieron un fuerte apretón de manos, iluminados por la calurosa luz que entraba por los cristales. Tomaron asiento y finalmente hablaron:
—Entonces... ¿qué es?
—Es una desgracia, señor, pero, ¿recuerda la célula terrorista de hace diez años?
—¿La que se disolvió? Lo recuerdo; incluso recuerdo la ejecución de su líder...
—Pues resulta que las conclusiones del caso eran erróneas señor—interrumpió—. La célula no se desintegró, y estuvo estos diez años actuando con mayor cuidado. Apenas ayer mis hombres encontraron a un miembro de la célula; había armas, documentos y un sinfín más de dispositivos.
Su superior mantenía su rostro sereno incluso después de ser interrumpido con semejante noticia. Se despegó de su asiento y miro por fuera del cristal detrás de él.
—¿Hay más pistas?
—En absoluto, señor.
—¿De verdad? ¿Siquiera algo que indique donde puedan estar o quiénes son los demás miembros?—preguntó el superior y su tono de voz se hacía más serio.
—Nada de eso, señor. Aunque aún así mis hombres siguen buscando minuciosamente en su hogar y en los alrededores.
—¿Y el hombre? Supongo que podríamos interrogarlo...
—No creo que sea posible señor... Ejecuté al hombre, se abalanzó sobre mí y yo simplemente me defendí.
Su superior se giro y le miro con el rostro endurecido y esas enormes cejas tupidas.
—Supongo que es algo común, al final de cuentas los criminales siempre acaban siendo fusilados o ejecutados—pasó su mano derecha por el cuello—. De cualquier forma, habrá que informar a él resto de oficiales, llevábamos años sin un crímen desde que supuestamente esos idiotas dejaron de hacer sus atentados. Igual, habrá que preguntar a la máquina que opina al respecto.
Su superior camino hasta estar cerca de uno de los droides y paso su dedo por un pequeño rectángulo táctil en su pecho. La máquina emitió un sonido hueco y digital.
—¿Ya está activo él escucha?—preguntó inclinándose ante el pecho del droide.
—Afirmativo—respondió una voz femenina y mecánica.
Su superior pregunto acerca de que consideraba que era justo para la máquina en el caso, y sobre las pistas y cuestiones que Simons le había contado. Finalmente su superior dejo de hablar y el droide informó que el comunicado ya estaba en camino para ser recibido por la máquina. Ambos hombres esperaron un par de segundos y un sonido digital nuevamente resonó en el lugar indicando que la respuesta de la máquina estaba lista. Su superior preguntó al droide por la respuesta y éste último comenzó a hablar mecánicamente:
—Dice estar seguro sobre como tratarán la cuestión, y que, aún así, de ser necesaria su intervención, los sistemas siempre le mantienen al tanto de lo que ocurre—el droide calló un rato y retomo haciendo un ruido mecánico—. Permite que cualquiera que interfiera en el orden del mundo deba ser ejecutado por el bien futuro. Tampoco tiene problema alguno con Simons, dice que no hay protesta contra la acción de un hombre que buscaba defenderse a si mismo.
Ambos hombres se quedaron en silencio mientras se miraban. El droide apagó el escucha. Finalmente, y ya con el conocimiento y las palabras de la máquina, no tardaron más que un par de minutos en informar a todos los demás oficiales sobre la situación con la célula y como se implementarán estrategias para maximizar la búsqueda. Simons se libero de su culpa, esa que le venía acompañando desde que llegó a la ciudad. Se había sentido culpable, pero no por la muerte de aquel hombre, sino por la posibilidad de ser sermoneado; aunque ello no ocurrió, y caso contrario, la culpa de Simons desapareció y en su lugar quedó una euforia por su trabajo a causa del deslinde moral de ejecutar a alguien.
