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Cuando Era Joven, Me Convertí En Millonario

Cuando Era Joven, Me Convertí En Millonario

Status: En proceso
Genre:Romance / Comedia / CEO
Popularitas:355
Nilai: 5
nombre de autor: Cristián perez

Me hice millonario invirtiendo en Bitcoin mientras aún estudiaba, y ahora solo quiero una cosa: una vida tranquila... pero la vida rara vez sale como la planeo.

NovelToon tiene autorización de Cristián perez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 21. Nunca te emborraches

Olivia Parker estaba absorta en el mundo de la comida, incapaz de detenerse. Había probado cada plato con un entusiasmo casi infantil, como si todo lo demás dejara de existir.

—¡Basta ya! —Adrián Foster la interrumpió con una sonrisa divertida, pero con un tono que sonaba a orden.

Si no la hubiera detenido, Olivia seguiría sin parar.

—Quiero que hagas un resumen de todo lo que probaste y me escribas un informe con tu análisis —añadió él—. Me lo mandas por WhatsApp al final del día.

Olivia se quedó en silencio, pestañeó varias veces y protestó:

—Pero… es lunes, y tengo muchísimo trabajo pendiente.

—Que lo haga otro compañero —replicó Adrián con calma—. Tú concéntrate en ese informe.

Los demás empleados que estaban alrededor se miraron de reojo. El jefe en persona le estaba dando una tarea especial y ella se atrevía a quejarse. Era una imprudencia, casi un suicidio laboral.

Pero Olivia no lo tomó así. En lugar de sentirse presionada, se le iluminó el rostro con una sonrisa radiante.

—Está bien, lo haré —aceptó con entusiasmo.

Al fin y al cabo, para alguien que amaba la gastronomía, escribir un informe detallado sobre sabores, texturas y experiencias era más un placer que un castigo. Sería divertido y, de paso, le daría un respiro de la rutina.

En ese momento, la atención de Adrián se desvió hacia la puerta. Emily Hart apareció y, de inmediato, todo a su alrededor pareció volverse más ligero.

Llevaba un vestido vintage negro con lunares blancos que realzaba su figura de manera natural y elegante. Unos zapatos planos blancos completaban el conjunto, dándole un aire sofisticado sin ser pretencioso. Su cabello caía con suavidad sobre sus hombros, meciéndose con cada paso, y en su rostro había una frescura que contrastaba con el sofocante calor de verano en Manhattan.

Detrás de ella iba Chloe Bennett, su mejor amiga y asistente. Vestía shorts color café con una blusa ligera que resaltaba sus piernas largas y tonificadas. Los tacones que llevaba parecían innecesarios para un día tan caluroso, pero ella lograba que funcionaran, irradiando seguridad y coquetería en cada movimiento.

—Buenos días, señor Foster —saludó Emily, con una sonrisa discreta y voz suave.

Adrián le devolvió el saludo, algo más serio de lo que pretendía.

—¿Adónde se dirigen?

Emily dudó un segundo antes de responder:

—Vamos a grabar un video promocional para redes. Una colaboración con nuestra influencer estrella.

Detrás de ellas, un par de empleados cargaban con cámaras y equipos de iluminación, transpirando bajo el peso.

—¿Puedo ir? —preguntó Adrián, con los ojos encendidos por una mezcla de curiosidad y el simple deseo de acompañarla.

Emily parpadeó, sorprendida por la pregunta.

—Bueno, usted es el jefe… claro que puede —respondió con cortesía, aunque en su tono había una leve duda—. Pero, siendo honesta, hoy hace calor, y el espacio de grabación es limitado. Puede que sea incómodo para usted.

El ambiente se volvió tenso. Todos los empleados dejaron de moverse y lo miraron, esperando la reacción de Adrián.

Él sonrió con naturalidad.

—No pasa nada, trátame como a un empleado más. Como jefe, me interesa entender cómo funciona todo el proceso: el contenido, la logística, el esfuerzo detrás de cada video. Hace tiempo quería acompañarlos, pero nunca había encontrado la ocasión. Hoy es el momento perfecto.

Emily bajó la mirada, apenas disimulando una pequeña sonrisa. La seguridad con la que hablaba Adrián tenía ese magnetismo que le resultaba difícil ignorar.

El grupo se organizó en silencio y bajaron juntos en el ascensor hasta el estacionamiento subterráneo. Allí se toparon con el primer problema: habían calculado mal el espacio. Todo el equipo no cabía en un solo coche.

Adrián presionó el llavero de su Tesla negro, y las luces del vehículo se encendieron.

—Bien —dijo, mirando al equipo—. ¿Quién viene conmigo?

Nadie respondió. Los cuatro empleados intercambiaron miradas nerviosas. Nadie quería estar solo en el coche con el jefe. La tensión era palpable.

Adrián suspiró y rompió el silencio.

—Emily, ¿quieres venir conmigo?

Ella se detuvo unos segundos, sorprendida. Luego asintió.

—Claro.

El resto del equipo organizó los vehículos secundarios mientras Adrián y Emily subían a su coche. El aire acondicionado los envolvió con un alivio inmediato después del golpe de calor sofocante del exterior.

Durante los primeros minutos de trayecto, reinó un silencio incómodo. Emily miraba por la ventana, disfrutando del paisaje urbano, mientras Adrián conducía con la vista fija en la carretera.

Finalmente, él rompió el hielo, extendiéndole una botella de agua fría.

—¿Quieres un poco?

Emily la tomó con una ligera sonrisa.

—Gracias.

Adrián arqueó una ceja.

—La otra noche hablaste sin parar en WhatsApp, incluso me mandaste emoticonos que… bueno, no eran nada discretos. Y ahora estás callada.

Emily se sonrojó al instante.

—Lo siento… esa noche bebí un poco. No estaba pensando con claridad y dije cosas que quizá no debía. Si te incomodé, lo lamento.

—No me incomodaste —respondió Adrián con tranquilidad—. Lo que pasa entre nosotros fuera del trabajo no tiene por qué ser rígido. Espero que podamos ser amigos, además de jefe y empleada.

Ella asintió, relajándose poco a poco.

—Normalmente no bebo —dijo con sinceridad—. Solo lo hago cuando la ocasión lo amerita.

—¿Qué tipo de ocasión?

—Cuando celebro el cumpleaños de alguien muy cercano, o en momentos en los que todos están felices y no quieres arruinar la energía del ambiente.

Adrián sonrió con un toque de ironía.

—Y déjame adivinar… ¿con un par de copas ya estás mareada?

Emily lo miró con una chispa desafiante en los ojos.

—Te equivocas. Tengo buena resistencia. Podría beber mucho más que tú.

Él arqueó una ceja.

—Eso suena a reto.

La conversación ligera borró por completo la incomodidad inicial. Emily reía más libremente y Adrián se sorprendió a sí mismo disfrutando de aquella espontaneidad.

Minutos después, estacionaron frente a una frutería de barrio. El calor golpeó de nuevo al salir del coche, una ola densa que hacía vibrar el aire. Adrián estaba por ofrecerse a ir solo, pero Emily se adelantó.

—No te preocupes, puedo soportar un poco de sol. He trabajado bajo climas peores.

Dentro de la tienda, el aire acondicionado era débil, pero al menos más fresco. Emily caminó entre los pasillos con entusiasmo, como si estuviera en un parque de diversiones.

—Mira estas sandías —dijo, señalando unas enormes piezas apiladas—. ¿Cuánto cuestan?

—Diez dólares cada una —respondió el dependiente.

—¡Es carísimo!

—Son de California, fruta premium, recién llegada. El transporte cuesta lo suyo —explicó el hombre con gesto cansado.

Emily tomó una de las sandías, la golpeó suavemente con los nudillos, la acercó a su oído y luego sonrió satisfecha.

—¿Podemos probar un pedazo? —preguntó con naturalidad.

El dependiente accedió y le ofreció una rebanada. Emily, sin dudar, se la tendió a Adrián.

—Pruébala tú primero.

Él la aceptó y mordió la fruta. Era jugosa, fresca y con un dulzor que se quedaba en la lengua.

—Está excelente —admitió.

Emily lo miró con los ojos brillantes, como si la confirmación de Adrián fuera más valiosa que cualquier análisis técnico.

—Entonces nos la llevamos —dijo, y añadió con picardía—. Pero intenta que me hagan un descuento, jefe.

Adrián soltó una risa corta, la primera del día.

—Ya veremos qué tan convincente eres —respondió.

Mientras discutían el precio con el dependiente, Adrián no pudo evitar pensar que aquella simple salida, bajo un calor insoportable y con algo tan común como comprar fruta, era la experiencia más refrescante que había tenido en semanas.

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