Cruel Esposo Déjame Ir

—¿Está todo bien, Luisa? —preguntó el médico, notando la expresión turbada de su paciente.

—Sí, sí, todo está bien —respondió Luisa, esforzándose por sonar tranquila—. Es solo que... bueno, no sé cómo sentirme al respecto —El doctor asintió con comprensión.

—Es normal que te sientas así. El embarazo trae consigo una montaña rusa de emociones. Pero te aseguro que todo va a estar bien. Ahora lo más importante es que cuides de ti y de tu bebé.

Luisa asintió, tratando de encontrar la fortaleza necesaria para enfrentar lo que se avecinaba. Cuando salió del consultorio, Francesco la esperaba nerviosamente en el pasillo. Al verlo, Luisa sintió que el corazón se le aceleraba.

—¿Qué dijo el médico? —preguntó Francesco, con un tono de voz que intentaba sonar casual, pero que delataba su ansiedad.

—Estoy embarazada —respondió Luisa, sin mirarlo a los ojos.

Francesco no pudo ocultar su sorpresa y emoción. Una sonrisa se dibujó en su rostro, y por un momento tuvo el impulso de abrazarla y felicitarla. Pero la expresión seria de Luisa lo detuvo.

—Eso es... maravilloso —dijo Francesco, en un tono más contenido—. Aunque... sé que esto debe ser complicado para ti.

Luisa asintió, sin saber muy bien qué decir. La tensión entre ellos era palpable, y ambos sabían que tarde o temprano tendrían que enfrentar lo que había sucedido. Pero por el momento, Luisa no estaba preparada para hacerlo.

—Creo que será mejor que nos vayamos —dijo Luisa, comenzando a caminar hacia la salida.

Francesco no la siguió, abrió la puerta y le hizo una consulta al médico— ¿Hay algún problema si intimido con mi esposa? —Para él doctor fue sorpresa ya que, habían realizado una inseminación y se suponía que, la hicieron porque no intimaban. Entonces ¿A que venía esa pregunta?

—No hay ningún problema, el feto ya está dentro y, una vida empieza a crecer.

—Gracias doctor —dijo y cerró la puerta. Seguido corrió hacia la salida para llegar junto a Luisa al coche.

Llegaron al auto, subieron a este y, Francesco centró la mirada en la ventana. Al momento que el coche se detuvo, observó una tienda y solicitó a su chofer se detenga más delante para entrar a esa tienda de bebés y, comprarle ropa a su hijo.

—Ya compré ropa, con Eliane —dijo Luisa.

—Bueno, pero no lo has hecho conmigo, así que vamos a comprar —salió del coche, le abrió la puerta a ella y fueron a la tienda.

Luisa y Francesco entraron a la amplia tienda de artículos para bebés, el sonido de sus pasos resonando sobre el suave piso de madera. Sus miradas recorrieron las estanterías repletas de coloridos atuendos, ropa de cama y juguetes, cada uno de ellos deslumbrados por la infinidad de opciones.

—¿Por dónde comenzamos? —preguntó Francesco, pasando la mano por su corto cabello castaño —ya que ella se alzó de hombros, él dijo—. Deberíamos buscar primero la ropa. Necesitan prendas para todas las edades, desde recién nacidos hasta los doce años.

—¿Doce años? ¡Pero! —se quedó hablando sola porque Francesco se fue por el primer pasillo que vio. Luisa ladeó la cabeza, caminando lentamente entre las filas de diminutas camisetas, pantaloncillos y vestiditos, se detuvo por un momento para acariciar suavemente la tela y admirar los intrincados diseños bordados.

—¡Mira esto! —exclamó Francesco, sosteniendo en alto un pequeño overol con un gracioso estampado de ositos—. ¿No crees que sería perfecto para el nene? —ni siquiera esperó su respuesta y lo lanzó al canasto.

—Es precioso. Y la tela se ve muy suave —dijo en un susurro Luisa.

Continuaron explorando la tienda, deteniéndose de vez en cuando para debatir entre diferentes opciones, discutiendo si los colores y los patrones serían del agrado de sus hijos. Pero a Francesco poco le importaba la opinión de Luisa o la del bebé, lo que él quería era arrasar con todo.

—¿Crees que a Mateo le gustarán estos pantalones con rayas? —preguntó de nuevo sosteniendo un par de pantaloncillos de tela vaquera. ¿Mateo? Se cuestionó Luisa, no podía creer que Francesco ya tenía nombre para el pequeño ¿Y si era niña?

—No sé para qué me preguntas, si de todos modos todos van a la canasta.

—Vale, lo siento, no me había fijado en tus opiniones —lanzó la prenda dentro y fue por el área de juguetes.

Francesco ingresó con varias bolsas, no fue a la sala sino directo a la habitación, Luisa solo lo miró desde el pie de las gradas.

Cuando ya entró a la habitación, Francesco lanzó las cosas sobre la cama, empezó a observar cada prenda con un brillo en los ojos y una sensación jamás antes sentida en su pecho. Ya su mente podía imaginar a su hijo vestido con esas pequeñas ropitas.

Luisa subió, se dirigió a la habitación de Francesco, desde la puerta lo contempló, cuando él la miró, su corazón se aceleró, le fue imposible no apartar la mirada de sus ojos y, al posarla en la cama, los recuerdos aparecieron. Se perdió en ello que ni cuenta se dio cuando Francesco se acercó.

Intentó irse, pero Francesco le rodeó la cintura y la apegó a él. El cuerpo de Luisa se hizo blandito, como una gelatina—. Deja que te lleve al infierno, arde conmigo en las llamas —susurró con voz ronca. Seguido la besó y, Luisa perdió el control de su cuerpo. Este fue guiado por Francesco hacia la cama.