MI QUERIDO SECRETARIO

La verdad sin filtros

El viernes por la mañana, la oficina estaba cargada de tensión. Cristal Monteverde había vuelto a aparecer, impecable como siempre, con una sonrisa que parecía diseñada para atraer a Alejandro. Pero esta vez, él no estaba dispuesto a ceder ni un milímetro.

Gabriel Torres estaba a su lado, revisando informes, pero podía sentir la tensión entre ellos antes de que Cristal siquiera hablara. Sus pasos resonaban en la madera del pasillo, y cada mirada que lanzaba Alejandro hacia la puerta era un aviso silencioso: “Hoy no habrá paciencia”.

—Alejandro, hola —dijo Cristal al entrar, con la misma elegancia de siempre—. Pensé que podríamos hablar del proyecto.

Él la miró de frente, con la mandíbula apretada y los ojos grises brillando con algo que no era solo autoridad: era determinación.

—Cristal —dijo con voz firme—. Hoy no vamos a hablar de proyectos. Vamos a hablar de algo que necesitas entender de una vez por todas.

Ella arqueó una ceja, sorprendida por la seriedad en su tono.

—¿Ah, sí? ¿Y de qué se trata?

—De mí —respondió Alejandro, cruzando los brazos—. Y de la verdad.

Gabriel se tensó ligeramente a mi lado, anticipando lo que estaba a punto de suceder. Alejandro respiró hondo, sin quitarle la mirada a Cristal.

—Cristal, no hay nada entre nosotros. Nunca lo habrá. No porque no seas… encantadora o capaz. Sino porque no es contigo con quien quiero estar.

Cristal parpadeó, confundida.

—¿Qué… quieres decir?

—Lo diré claro —dijo Alejandro, su voz más grave, con cada palabra cortando como cuchillos—. Soy gay. Me gusta Gabriel Torres. Lo amo. Es mi pareja. Y no hay nada que puedas hacer para cambiar eso.

El silencio que siguió fue absoluto. Cristal quedó congelada, sus ojos abiertos de par en par, y su sonrisa se desvaneció como si alguien la hubiera borrado con un borrador. No podía creer lo que acababa de escuchar.

—¿Qué… dijiste? —balbuceó, intentando mantener la compostura—. ¿Cómo es posible?

—Es muy posible —respondió Alejandro, firme—. Y muy real. Gabriel y yo estamos juntos, y estamos enamorados. Así que, por favor, deja de intentar interferir.

Gabriel, que había permanecido en silencio, no pudo evitar acercarse un poco más a Alejandro, tomando su mano de manera discreta pero significativa.

—Cristal —dijo suavemente—. Alejandro es mi pareja. Lo amo. Y no hay vuelta atrás.

Cristal respiró hondo, tratando de procesar todo. Su mundo de certezas se había derrumbado en segundos.

—No… esto no puede ser… —murmuró, como si estuviera en shock.

—Sí, puede —respondió Alejandro, con calma—. Y es la verdad. Ahora puedes irte y dejar de intentar complicarnos la vida.

Por primera vez, Cristal no tuvo respuesta. Solo se quedó allí, inmóvil, intentando digerir la noticia. Su arrogancia habitual, su seguridad y su habilidad para manipular situaciones parecían inútiles frente a la claridad de Alejandro y la firmeza de nuestra relación.

Yo respiré hondo, sintiendo una mezcla de alivio y orgullo. Después de semanas de tensión, celos y dudas, Alejandro finalmente había dicho lo que ambos sabíamos desde hacía tiempo: no había espacio para dudas ni interferencias.

Cristal finalmente se enderezó, mirando a Alejandro con una mezcla de incredulidad y rabia contenida.

—Así que… me estás diciendo que todo lo que creí… que nuestro pasado… no significó nada para ti.

—Significó lo que tuvo que significar en su momento —respondió él, sin titubear—. Pero lo que siento ahora por Gabriel es real, profundo y auténtico. No hay comparación.

Sus manos se aflojaron, y por primera vez, su expresión perdió el control. No sabía cómo reaccionar. Alejandro la miró con firmeza, sin un ápice de duda en su voz ni en su postura.

—Cristal —dijo él, pausando para enfatizar cada palabra—. Respeta nuestra relación. Gabriel es mi pareja. Lo amo. Y nada de lo que hagas podrá cambiar eso.

Por un momento, la sala quedó en silencio, solo roto por el suave roce de mis dedos sobre los suyos. Alejandro me miró, y su expresión decía lo que no necesitaba palabras: “Estoy contigo, y nadie nos separará”.

Cristal finalmente respiró, enarcando una ceja.

—No puedo creerlo… —murmuró, como si tratara de convencerse a sí misma—. ¿De verdad es así?

—Sí, de verdad —dijo Alejandro, con una leve sonrisa, aunque su mirada seguía intensa—. No estoy jugando. Y no hay espacio para dudas.

Su voz era firme, segura, y no había forma de ignorarla. Yo me sentí invadido por una sensación de alivio y felicidad que no podía describir: Alejandro había dicho la verdad frente a todos, mostrando al mundo lo que solo yo había conocido en privado durante meses.

Cristal se dio la vuelta finalmente, resignada, y salió de la oficina sin decir una palabra más. Sus tacones resonaron en el pasillo mientras se alejaba, y cada golpe parecía un recordatorio de que nuestra relación era más fuerte que cualquier obstáculo.

Cuando la puerta se cerró, Alejandro se giró hacia mí, tomando mi rostro entre sus manos y acercándome a él.

—Gabriel —susurró, sus labios rozando los míos—. Lo que sentimos es más fuerte que cualquier ex, cualquier problema o cualquier oficina.

Yo lo abracé con fuerza, sintiendo que cada tensión de los últimos días se desvanecía.

—Lo sé, Alejandro —respondí, apoyando mi frente contra la suya—. Y no hay nada que pueda cambiarnos.

Nos besamos lentamente, disfrutando de la sensación de libertad y seguridad que solo Alejandro podía darme. La frialdad de la oficina y los intentos de Cristal por interponerse ya no tenían poder sobre nosotros.

—Torres —dijo Alejandro con voz ronca, después de separarse un poco para mirarme—. Gracias por estar conmigo, por apoyarme y… por ser tú mismo.

—Siempre —respondí, con una sonrisa—. No voy a dejarte solo frente a nada ni nadie.

Esa tarde, la oficina parecía diferente. La tensión había desaparecido, reemplazada por una sensación de claridad y tranquilidad. Alejandro recuperó su compostura habitual frente a los demás, pero conmigo, en privado, volvió a ser el hombre cariñoso y protector que siempre había sido.

Valeria y Samuel, quienes habían estado siguiendo la situación de cerca, celebraron en secreto nuestra victoria. Mensajes discretos de felicitación llegaron a nuestros teléfonos, recordándonos que teníamos aliados que apoyaban nuestro amor y celebraban nuestra felicidad.

Esa noche, mientras nos recostábamos en el sofá del departamento de Alejandro, él me abrazó con fuerza, como si el mundo exterior no pudiera alcanzarnos.

—Gabriel —susurró—. Hoy todo cambió. Nadie más podrá interponerse. Nadie.

—Lo sé —respondí, apoyando mi cabeza en su pecho—. Y estoy feliz. Porque tenemos lo que siempre quise: nosotros.

Nos besamos otra vez, esta vez sin prisa, sin miedo, con la certeza de que nuestra relación era fuerte, sincera y auténtica. La llegada de Cristal había sido solo un obstáculo temporal; nuestro amor había resistido la prueba y salido más sólido que nunca.

Y mientras nos abrazábamos, Alejandro murmuró al oído:

—Te amo, Gabriel. Nada ni nadie podrá cambiar eso.

—Yo también te amo —respondí, con el corazón latiendo a mil por hora—. Y siempre lo haré.

En ese momento, supe que, por primera vez en mucho tiempo, Alejandro y yo éramos libres: libres de secretos, libres de interferencias y libres para amarnos sin restricciones. La oficina podía ser fría y distante, la competencia y los celos podían existir, pero nuestro amor era más fuerte que cualquier desafío.

Juntos, éramos invencibles.

CONTINUARA