Enzo Y Lori

Ambos se despidieron con una rapidez inusual. Enzo parecía tener alas en los pies, apurado por la necesidad de llegar a casa, tal vez a su rutina o a algún compromiso desconocido, por su parte, Lori se tomó un poco más de tiempo, demorando su salida de la preparatoria, recogiendo sus cosas con una tranquilidad que ya era habitual en ella, el ajetreo del día escolar se disipaba lentamente.

​Alba, con las manos aún húmedas por el agua de los lavabos donde acababa de limpiar meticulosamente sus pinceles de arte, se acercó a Lori. Sus ojos brillaban con la promesa de libertad que traía el fin de semana.

—Mañana es sábado, ¡por fin! —dijo, secándose las manos con un pañuelo—. Deberíamos aprovechar y salir al cine, hay una comedia que tiene muy buenas críticas.

​Dafne se unió a ellas, su voz cargada de una energía más atrevida.

—El cine suena bien, es un clásico. Pero, ¿por qué quedarnos ahí? —propuso con una sonrisa pícara—. Por la noche podríamos hacer algo mucho más interesante. Algo que nos saque de esta burbuja.

​—Sí, ¡hace demasiado tiempo que no salimos de verdad! —apoyó Alba, con un gesto de exasperación cómica.

​Lori, sin embargo, puso una nota de cautela y realismo, aunque con una ligera sonrisa resignada.



—A ver, chicas, seamos honestas —dijo, cruzándose de brazos—. Nosotras somos las chicas del refresco de manzana. Ni siquiera tomamos un vaso de cerveza. ¿Cómo iremos a un lugar "más interesante"? La última vez que lo intentamos, ¿recuerdan? Ni los meseros querían acercarse a atendernos. ¡Parecíamos niñas perdidas!

​—Bueno, eso fue francamente grosero —respondió Alba, recordando el mal trago con un ceño fruncido.

​—Ese día... ¡creo que tomé todo el refresco que podía tomar en el resto de mi vida! —comentó Dafne, llevándose una mano a la frente, teatralizando el recuerdo.

​—Es un hecho: no tenemos vida social —sentenció Alba con un suspiro dramático.

​—Yo solo quería ir a bailar —dijo Dafne, el tono de su voz teñido de una palpable resignación. La idea de una noche de baile vibrante se desvanecía ante la realidad.

​—Nos vamos a perder a muchísimos chicos lindos por ser tan... ñoñas —confesó Dafne en voz baja, casi avergonzada por su inocencia autoimpuesta.

​Lori, viendo el ánimo decaer, intentó reorientar la conversación y levantar la moral.

—El cine suena muy bien, en serio —dijo con entusiasmo renovado—. Y después podemos tener una noche de chicas épica en casa, con películas, palomitas y mascarillas faciales.



​​Justo en ese instante, Ron, uno de los chicos más populares de la clase de último año, se acercó al grupo. Había pasado cerca y, sin querer, había escuchado la última parte de su conversación, especialmente las frases sobre la falta de planes.

​—Hola, chicas. Oí algo sobre planes para mañana... —preguntó con una sonrisa fácil y coqueta—. ¿Están libres mañana por la noche?

​Lori, actuando por instinto, reaccionó rápidamente.

—No, lo siento. Tenemos planes fijos —dijo con una sonrisa inquebrantable, decidida a no arriesgarse a otra noche incómoda.

​—Es una lástima —dijo Ron, con un deje de decepción juguetona en su voz—. Unos amigos y yo queríamos ir a un lugar genial, el "Deja Vu". ¿Lo conocen?

​—¡¿Al Deja Vu?! —exclamó Alba, la precaución olvidada. Sus ojos se abrieron de par en par, encendidos por la emoción. El Deja Vu era el club nocturno de moda, un sitio casi legendario al que solo iban "los mayores".

​—Lori, podemos cancelar la noche de chicas, ¿verdad?

 ¡Una noche de películas puede esperar! —intervino Dafne, tomando a Lori del brazo con una mirada de súplica.

​Lori solo pudo sonreír ante el súbito y completo cambio de actitud de sus amigas. Parecían dos niñas pequeñas a las que acaban de ofrecer un viaje a un parque de diversiones. La ingenuidad y el entusiasmo eran contagiosos.

​Ron, observando el debate interno de Lori, insistió con una ceja levantada.

—¿Entonces, qué opinan? Sería divertido.

​—¡Sí, que sí, Lori! ¡Di que sí, por favor! —presionó Alba.

​Lori suspiró, pero una sonrisa se dibujó en sus labios. La vida social que tanto ansiaban sus amigas parecía haber llegado a su puerta, de la mano de un chico que no era un mesero reacio.

—Claro que sí —respondió Lori, asumiendo su rol de líder—. Nos encantaría.

​—¡Genial! Entonces pasaremos por ustedes a las nueve —confirmó Ron, visiblemente complacido.

​—Estaremos en casa de Dafne —dijo Alba, ofreciendo la información de inmediato, su voz todavía vibrando de euforia.

​—Perfecto. Cuídense chicas, ¡y no hagan travesuras antes de mañana! —se despidió Ron con un guiño antes de marcharse.

​—Esto es increíble —susurró Dafne, mirando al lugar por donde Ron había desaparecido.

​—No puedo creer que saldremos a un club de verdad mañana, estoy tan emocionada —secundó Alba, dando pequeños saltitos.

​Lori sonrió, sintiendo la adrenalina de sus amigas, ella había esperado una noche tranquila, una de esas donde la única aventura era decidir qué pizza ordenar. Ahora, se dirigían a un club nocturno. Definitivamente, el fin de semana había tomado un giro inesperado y electrizante.

​

​Al siguiente día, las tres chicas dedicaron la mayor parte de la tarde a una frenética búsqueda de atuendos, yendo de tienda en tienda en el centro comercial, querían lucir espectaculares, listas para la que sería su verdadera "presentación" en el mundo de la vida nocturna.



El proceso fue caótico pero divertido, lleno de pruebas de vestuario, consejos de moda y risas nerviosas.

​Finalmente, a las nueve en punto, Ron pasó por ellas. Las tres chicas lucían radiantes, Lori había optado por un vestido sencillo pero elegante, mientras que Dafne y Alba se habían atrevido con colores más llamativos. La llegada al "Deja Vu" fue un asalto a los sentidos: la música retumbaba en sus pechos, las luces estroboscópicas dibujaban patrones salvajes en la multitud y la energía era palpable.

​La atmósfera era tan intensa que Dafne y Alba se sintieron inmediatamente arrastradas por la euforia. Incluso antes de que Ron pudiera presentarlas formalmente a sus amigos, las dos ya se habían abierto paso hacia el corazón de la pista de baile, dejando a Ron sonriendo y a Lori riéndose.

​—Tienen mucha energía —comentó Ron a Lori, con una sonrisa divertida que confirmaba su impresión.

​Lori sonrió con genuina ternura, ver a sus amigas, usualmente tan tímidas en ambientes sociales, entregarse a la diversión con tal despreocupación, le alegraba el corazón.

Después de un momento, Ron presentó a Bruno y Adams, sus dos amigos, y los seis se dirigieron a su mesa reservada.

​—¿Quieres alguna bebida en particular, Lori? —preguntó Adams, un chico de ojos amables y sonrisa cautelosa.

​—En realidad, no bebo alcohol —respondió ella, sintiendo una ligera incomodidad por la confesión en un lugar como ese.

​Antes de que la situación se volviera incómoda, Ron intervino, disipando cualquier presión social.

—Ellas tres tomarán refresco de manzana, ¿verdad? El mejor para bailar toda la noche —dijo con una autoridad divertida, como si fuera la bebida más exclusiva del lugar.

​Lori agradeció profundamente el gesto de Ron, las siguientes horas fueron, en efecto, una noche mágica. La música era irresistible, la conversación fluía sin esfuerzo y la química del grupo era innegable. Las tres chicas terminaron con los pies adoloridos de tanto bailar, pero con el alma renovada por la aventura.

​El resto del fin de semana transcurrió sin novedad en sus estudios y rutinas, pero las chicas mantuvieron un contacto constante con sus nuevos amigos, intercambiando mensajes y prometiendo repetir la salida pronto, la vida social que tanto anhelaban había florecido.

​

​15 días después:

​La brisa de la tarde soplaba suavemente, jugando con las hojas de los árboles y creando un murmullo melancólico en el parque. Lori y Enzo se encontraron allí, en el mismo banco, bajo la misma luz filtrada por las ramas, el mismo parque donde, meses atrás, sus caminos se habían cruzado por primera vez en un encuentro fortuito que marcó el inicio de su profunda amistad.

​El silencio entre ellos, que antes era un espacio cómodo, lleno de complicidad y risas compartidas, ahora estaba teñido de una nueva tensión, pesada e invisible. Lori sentía que una barrera se había levantado entre los dos, una cortina de humo emocional que le impedía ver la claridad en los ojos de Enzo.

​Fue Enzo quien finalmente rompió el tenso silencio. Con una mirada que evadía la de Lori, como si la tierra de sus zapatos fuera de pronto la cosa más fascinante del mundo, comenzó a hablar. Su postura era rígida, como si estuviera a punto de confesar un gran secreto o de pedir una disculpa.

—Lori, necesito contarte algo —dijo, su voz más baja y seria de lo habitual.

​El corazón de Lori dio un salto y se detuvo por un segundo doloroso. Ella lo supo. Sabía con una certeza fría y cruel lo que venía. No era un "te quiero" romántico, no de la manera en que ella había soñado en sus silencios y suspiros.

​—He estado saliendo con Irina —soltó Enzo, finalmente, alzando la vista hacia un punto lejano—. Es... es increíble, me gusta mucho cómo es, me hace reír. —Hizo una pausa y, al hablar de ella, su mirada se iluminó de una manera que a Lori nunca le había dedicado—. De hecho, Lori, creo que me estoy enamorando de ella.

​Lori sintió una punzada de dolor tan aguda que casi se le escapa un gemido, era como si su corazón, que ya había pasado por otros golpes, se hubiera fracturado de nuevo, solo que esta vez, la herida era profunda y se escondía tras una fachada de calma. Sin embargo, su instinto de proteger a Enzo y, más importante, de preservar su amistad a toda costa, fue más fuerte que su propio sufrimiento. En lugar de mostrar la tormenta que se desataba en su interior, le regaló a Enzo una de sus sonrisas más sinceras y amplias.

​—Enzo, eso es maravilloso —dijo ella, y sus palabras sonaron más seguras, más firmes de lo que se sentía su alma—. Me alegro muchísimo por ti, siempre supe que Irina es una chica genial.

​Él, al ver la reacción de Lori, exhaló un suspiro de alivio que liberó toda la tensión de su cuerpo.

—Pensé que... no sé, que te molestaría. Eres mi mejor amiga, y no quería que esto se interpusiera entre nosotros.

​—Claro que no, tonto, estoy feliz de que sigas tu corazón —respondió Lori, aunque por dentro sentía que el suyo se estaba haciendo trizas con cada palabra. Le dio un pequeño empujón juguetón en el brazo, una broma que había sido parte de su ritual desde siempre, y lo animó con una falsa ligereza—. Ahora ve y dile. Ve y acércate a ella. No tengas miedo de lo que sientes.

​Enzo se levantó del banco, su rostro radiante de una alegría que a Lori le parecía casi cegadora, le agradeció a Lori por el consejo y, con una última sonrisa, se fue, dejando a la chica sola, con un nudo en la garganta y una sensación de pérdida que la oprimía.

​Ver a Enzo tan feliz era un sentimiento agridulce, se alegraba por la felicidad de su mejor amigo, sí, pero a la vez, sentía que una parte irremplazable de él, aquella parte que ella había atesorado en secreto, se estaba yendo con él. Se quedó sentada en la banca de madera, con la puesta de sol tiñendo el cielo de un color naranja melancólico. Se preguntó, con una tristeza que le pesaba en el pecho, si algún día el sol volvería a brillar igual para ella.