Elysia renace en un mundo mágico, su misión personal es salvar a su hermano...
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Feria 2
Los murmullos empezaron a crecer entre la multitud, algunos incrédulos, otros emocionados por el escándalo. Ernesto, unos pasos atrás, se quedó helado, sin saber si debía gritar, desenvainar una espada o fingir que aquello no estaba ocurriendo…. Elysia, en cambio, sintió que la furia inicial se mezclaba con algo imposible de esconder: satisfacción. Hans la había provocado, sí, pero también la había reclamado frente a todos, dejando a Clariet humillada.
Con los labios apenas separados, Elysia lo miró fijamente y murmuró lo bastante bajo para que solo él la oyera:
—Eres un desgraciado… pero mío.
Hans rió suavemente, con ese brillo insolente en los ojos. —Eso nunca lo dudes.
Clariet, roja de ira y con la humillación todavía ardiéndole en el rostro, no soportó más. Dio un paso hacia adelante y, con voz cargada de veneno, miró a Hans y luego a Elysia.
—¡Esto es absurdo! —exclamó, atrayendo la atención de los curiosos—. ¿Cómo puede compararme con ella? ¡Yo soy mucho más bonita que Elysia! Todos lo saben.
Un murmullo se levantó entre la gente, mientras Clariet, desesperada, buscó un aliado. Su mirada se clavó en Ernesto.
—¡Dilo tú! —le exigió, señalando con el dedo—. Tú mismo me lo has dicho antes… que me prefieres a mí, ¿verdad? ¿Qué soy la mujer mas hermosa de todo el imperio? ¡Di que soy la mejor de este maldito mundo!
El silencio fue total. Ernesto palideció al sentirse expuesto frente a su hermana, a Hans y a toda la feria. Tragó saliva, pero esta vez no bajó la cabeza.
Hans soltó una carcajada grave y sarcástica, que resonó en el aire como un látigo. —¿En serio, Clariet? ¿Te reduces a competir como una baratija en un mercado? —dio un paso hacia ella, con el brillo peligroso en los ojos—. No eres más que una muñeca vacía. Bonita, no tanto, pero sin alma, sin honor… y sin dignidad. ¿Eso es lo que llamas superioridad?
Clariet abrió la boca, pero las palabras se le ahogaron en la garganta.
Ernesto apretó los puños, sus ojos clavados en ella. Por primera vez, la máscara de deseo ciego cayó de su rostro. —Basta, Clariet. —Su voz retumbó, firme, sorprendiendo a todos—. Nunca más me uses para tus caprichos.
Clariet lo miró con incredulidad, como si no reconociera al hombre que la había seguido como un perro fiel durante meses.
—¡E-Ernesto…! —tartamudeó.
Pero él ya no la veía con amor ni con admiración. Solo con desprecio y vergüenza. —Me equivoqué contigo —dijo con dureza—. Y lo peor es que tardé demasiado en abrir los ojos.
Clariet no soportó verlo: la sonrisa triunfante de Elysia, esa seguridad que nunca antes había mostrado. El orgullo herido y la humillación pública le nublaron la razón.
Con un grito de furia, dio un paso adelante y le agarró el cabello con violencia. —¡Maldita…! ¡Tú no eres nada!
Pero para su sorpresa, Elysia no retrocedió ni lloró como lo hubiera hecho en el pasado. Con una fuerza inesperada, se giró bruscamente y le propinó un golpe directo en el rostro. Clariet tambaleó hacia atrás, sujetándose la mejilla enrojecida.
—Ya no soy la niña callada que te dejaba pisotearme —escupió Elysia, los ojos encendidos de furia—. Tócame otra vez y no dudaré en devolvértelo con más fuerza.
Clariet, atónita, apenas tuvo tiempo de reaccionar antes de que Elysia la empujara y le lanzara un segundo golpe, aún más fuerte. Los espectadores soltaron exclamaciones de sorpresa y algunos hasta aplaudieron, incapaces de ocultar su satisfacción al ver a la altiva Clariet recibiendo lo que tantos pensaban que merecía.
Hans intervino entonces, tomándola por la cintura y separándola con facilidad. Su risa grave resonó, mezclada con la algarabía del pueblo. —¡Basta, brujita! —dijo divertido, sujetándola mientras ella aún respiraba agitada—. Si la sigues golpeando así, me provocas.
Elysia aún con el cabello un poco revuelto y los labios temblando de rabia, intentó soltarse, pero Hans la sostuvo con firmeza, disfrutando de la escena.
—¿La viste, Clariet? —se burló él, con esa sonrisa ladeada—. Esta es la mujer que elegí. No una muñeca frágil, sino una leona que sabe defenderse.
Hans bajó la cabeza hacia Elysia, susurrándole con picardía: —Debí traerte a la feria antes… eres mucho más feroz de lo que pensaba.
Elysia, todavía con el corazón latiendo con fuerza, no pudo evitar esbozar una sonrisa desafiante. —Y eso que apenas empecé.
Pero con la distracción, Elysia se soltó de los brazos de Hans, y fue de nuevo a golpear y a arañar a Clariet, quien ahora gritaba por ayuda
Los murmullos crecían, la multitud se cerró alrededor de la pelea… o golpiza como decían algunos que aún saboreaban el escándalo cuando una voz fuerte interrumpió el alboroto:
—¡Elysia!
Era Ernesto, que empujaba entre la gente para acercarse. Clariet, al verlo, sintió un destello de alivio y estiró la mano hacia él, convencida de que vendría a defenderla, como siempre había hecho.
—¡Ernesto! —exclamó con dramatismo, fingiendo dolor mientras mostraba la mejilla enrojecida—. ¡Tu hermana me ha golpeado! ¡Dile algo, haz que me respete!
Pero, para sorpresa de todos, Ernesto ni siquiera la miró. Su atención estaba fija únicamente en Elysia, que aún respiraba agitada en los brazos de Hans.
—¿Estás bien? —le preguntó con urgencia, tomándola suavemente del hombro, como si necesitara comprobar por sí mismo que no tenía heridas.
Elysia lo miró sorprendida, acostumbrada a que su hermano se nublara por Clariet. Esta vez, sin embargo, sus ojos reflejaban solo preocupación sincera.
—Estoy bien, Ernesto —respondió ella, con un dejo de orgullo en la voz—. Mejor de lo que piensas.
Hans, divertido, lo observaba todo con esa sonrisa ladeada que no se borraba de su rostro.
Clariet, en cambio, estaba petrificada. —¿Qué… qué haces? —balbuceó incrédula—. ¡Soy yo la que necesita ayuda! ¡Ella me atacó!
Ernesto finalmente la miró, pero no con ternura, sino con un desprecio helado. —Tú lo provocaste todo, Clariet. No vengas a pedirme que te defienda de las consecuencias de tus propios actos.
El murmullo del público se volvió un rugido de asombro. Clariet, por primera vez, no tenía un refugio, ni un aliado. Ernesto había dejado en claro, frente a todos, a quién protegería de ahora en adelante.
Elysia apretó la mano de su hermano brevemente, un gesto de reconciliación silenciosa. Hans, observando la escena, dejó escapar una carcajada baja. —Vaya, barón… parece que por fin despertaste.
Ernesto lo fulminó con la mirada, pero no replicó. Había demasiada gente observando, y lo único que importaba ahora era que su hermana estuviera a salvo.
Hans desde que le declaró sus sentimientos lo hizo con hechos y no con palabras, pero también entiendo un poco a Elysia, ella necesita que él le confirme su amor de viva voz🤔