El destino de los Ling vuelve a ponerse a prueba.
Mientras Lina y Luzbel aprenden a sostener su amor en la vida de casados, surge una nueva historia que arde con intensidad: la de Daniela Ling y Alexander Meg.
Lo que comenzó como una amistad se transforma en un amor prohibido, lleno de pasión y decisiones difíciles. Pero en medio de ese fuego, una traición inesperada amenaza con convertirlo todo en cenizas.
Entre muertes, secretos y la llegada de nuevos personajes, Daniela deberá enfrentar el dolor más profundo y descubrir si el amor puede sobrevivir incluso a la tormenta más feroz.
Fuego en la Tormenta es una novela de acción, romance y segundas oportunidades, donde cada página te llevará al límite de la emoción.
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El plan más tonto del universo (y cómo salvar a mi hermana)
**Capítulo 15: **El plan más tonto del universo (y cómo salvar a mi hermana)
Desde la perspectiva de Lina Shao.
El sonido suave de la respiración de Belian me relajaba más que cualquier playlist de meditación.
Su manita descansaba sobre mi pecho, tan pequeñita y tibia, como si me recordara que, aunque allá afuera el mundo ardiera en caos, aquí dentro todo estaba en calma.
Por primera vez en mucho tiempo, sentía que el universo se había tomado un descanso de molestarme.
Bueno… casi.
Porque, aunque mi bebé dormía como un angelito, el otro espécimen que tenía en la habitación parecía decidido a perturbar la paz mundial.
Luzbel caminaba de un lado a otro como tigre enjaulado.
Sus pasos eran pesados, marcados, casi coreografiados, y cada vuelta que daba en la alfombra me daba ganas de ponerle un cronómetro.
Lo observé con los ojos entrecerrados, en silencio al principio.
Hasta que me harté.
—¿Por qué caminas así? —pregunté sin rodeos—. Pareces criminal con pendiente.
Se detuvo de golpe y me regaló esa sonrisita suya de “no pasa nada, mi amor”.
Lo que, obviamente, para mí ya significaba: “Estoy tramando algo y si me descubres, puede que acabemos perseguidos por la Interpol”.
—¿Yo? Nada, amor. Solo… pensando. —Se cruzó de brazos, muy digno.
Ajá.
Claro.
“Pensando”.
Ese hombre nunca “pensaba”.
Él tramaba.
—¿Pensando en qué? ¿Sobre cómo Alexander se convirtió en galán de telenovela con esa tal Rita colgada del brazo? —disparé, porque no nací para darle vueltas a las cosas.
El muy descarado se encogió de hombros.
Pero lo delató la mirada.
Sus ojos chispearon con esa mezcla de picardía y travesura que en Luzbel significaba: sí, estoy metido en esto hasta el cuello.
Lo supe.
¡Lo supe desde el principio!
—¡Ajá! ¿Tú tienes algo que ver con eso? —le señalé con un dedo acusador.
—No puedo hablar —dijo, serio, mientras se cruzaba más fuerte de brazos—. Código de hermanos.
Me dio tanta risa que casi despierto a Belian.
—¿Código de qué? —me carcajeé—. Luzbel Shao, si no me dices en los próximos cinco segundos qué demonios te traes con Alexander, juro que… ¡no habrá sexo por una semana!
Listo.
Eso fue todo lo que necesité decir.
Su rostro se transformó como si le hubiera anunciado el apocalipsis.
Su espalda se encorvó, sus labios temblaron y su mirada pasó de mafioso peligroso a perrito abandonado en menos de un segundo.
—¡No puedes hacerme eso! —gimió, dramático.
—Puedo y lo haré. ¡Confiesa! —dije con la barbilla bien en alto, disfrutando mi poder absoluto.
Resopló, derrotado.
—Ok, ok… Está bien. Estoy ayudando a Alexander. Le estoy haciendo de cupido. Le dije que le diera celos a Daniela trayendo a Rita.
Me quedé en shock medio segundo.
Y después, exploté en risa.
Me doblé en la cama, intentando no despertar al bebé, mientras lágrimas me salían de tanto reír.
—¡¿Tú?! ¿Cupido? —jadeé—. ¡Por favor! ¡¿Y Alexander te hizo caso?! ¡Dios mío, ese hombre sí está desesperado!
Luzbel frunció el ceño, tratando de mantener la dignidad, aunque ya se le notaba la vergüenza.
—Le dije que era un plan a prueba de balas…
—¡Y le diste una bazuca en lugar de flechas! —volví a reírme, abrazándome el estómago—. ¿Sabes qué? Pobre Alexander. Si sigue tus consejos, Rita va a terminar embarazada y Daniela en otro continente.
Él fingió ofenderse, pero en el fondo sus ojos brillaban con diversión.
Me levanté despacio, cargando a Belian con cuidado.
Lo deposité en su cunita, lo arropé con una manta ligera y luego me acerqué a la ventana para dejar entrar un poco de aire fresco.
La noche estaba tranquila.
La luna colgaba enorme, iluminando el jardín con su resplandor plateado.
Todo parecía perfecto hasta que mi mirada se topó con ellos.
Abrí la boca.
—¡Mira esto!
—¿Qué? —preguntó Luzbel, corriendo a mi lado.
Allí estaban.
Daniela y Alexander.
Solos.
Bajo las luces suaves del jardín.
Tan cerca, tan peligrosamente cerca, que un simple suspiro hubiera bastado para que sus labios se encontraran.
Me llevé una mano a la cabeza.
—No puede ser… ¡Alexander va a besarla!
—¡Sí! ¡Vamos, amigo! —susurró Luzbel, apretando los puños como si estuviera viendo un gol en la final del mundial.
Lo miré horrorizada.
—¡No! ¡Ese no és el plan! ¡Tu plan estúpido lo va a arruinar todo!
En un segundo ya tenía una chancla en la mano.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó él, alarmado.
—¡Intervenir como buena hermana!
Sin pensarlo dos veces, abrí la ventana y grité con toda la potencia de mis pulmones:
—¡Daniela! ¿Dónde estás? ¡Ay, no me dejes sola con Luzbel! Está haciendo ruidos raros con Belian y creo que le habla en inglés mafioso. ¡Ayuda!
La escena fue gloriosa.
Ambos saltaron como niños sorprendidos robando galletas.
Alexander retrocedió de inmediato, y Daniela me lanzó una mirada que oscilaba entre asesinarme y agradecerme.
Cerré la ventana con satisfacción y me giré hacia Luzbel.
—Tu amigo me debe una.
Él no pudo más.
Estalló a carcajadas, tirándose sobre la cama, riendo hasta quedarse sin aire.
—¡Eso fue épico! ¡Sus caras! ¡Todo fue perfecto!
Rodé los ojos, aunque no pude evitar sonreír.
—Eso les pasa por andar jugando al amor como si fuera ajedrez. ¡Con Daniela no se juega así!
Luzbel aún se reía cuando me metí bajo las mantas junto a él.
Me acurruqué contra su pecho, sintiendo el calor de sus brazos rodeándome.
Afuera, el mundo podía estar lleno de mafias, planes ridículos y hombres que no sabían cómo declararse.
Pero aquí, con Belian durmiendo en su cunita y Luzbel riendo bajito, todo estaba bien.
—¿Sabes qué? —murmuró él, todavía con risa en la voz—. Me alegra que seas mi mujer.
—¿Aunque arruine tus planes? —le pregunté, arqueando una ceja.
—Sobre todo por eso.
Nos quedamos en silencio, disfrutando de nuestra calma imperfecta.
Y yo pensé: Alexander tiene un largo camino por delante para conquistar a Daniela.
Pero Luzbel… mi Luzbel ya había aprendido que el amor no se conquista con trucos de mafioso, sino con el corazón.