Entre El Placer Y El Poder

—Vamos, haz lo mismo que hizo Julian. Te prometo que te recompensaré de muy buena manera —exigió Eleanor.

—Eleanor, por favor... —el tono de Gill era de humillación y súplica.

—Shh. Obedece, sé un buen chico —exigió, lanzando una mirada fugaz hacia Julian. Sus miradas conectaron al instante. Ella sonrió muy complacida al saber que había descubierto su pequeño balcón expiatorio. Le arrojó un beso con la punta de los dedos antes de estremecerse, al sentir la lengua de Gill bajo su vestido, en un acto que era tanto sumisión forzada como exhibición.

Dorian, quien estaba muy al pendiente de cada movimiento de Eleanor, también había descubierto el balcón secreto y la observaba con un rastro de celos salvajes en el rostro. Pero más rabia sentía al saber que el coqueteo no era para él, sino para el desinteresado Julian, quien ya estaba harto de la sesión de apuestas.

—Oye. Deja de hacerte el imbécil. Ella intenta llamar tu atención —le habló Dorian desde su mesa de apuestas.

Julian le observó con cara de pocos amigos y se giró para ver lo que consideraba las "ridiculeces" de la mujer. Estando ella ahora frente a las barandas, saludaba coquetamente al policía, mientras se mordía el dedo índice con seducción y elegancia, mostrando cuán alto era su nivel de disfrute y satisfacción. Todo sin perder la etiqueta.

—Por Dios. Está loca —se quejó Julian, soltando un pesado suspiro—. Mejor ocúpate de tu mesa. No vale la pena prestarle atención.

—Mucho cuidado cómo te refieres a ella.

—Si tanto te preocupa entonces mantenla alejada de mí. Ella es la que me busca, yo no. Y ya te lo dije una vez, puedes quedarte con ella, no me interesa.

Dorian arrastró su silla con fuerza hacia atrás, para levantarse y abandonar el juego.

—Se acabó el tiempo. Nos veremos la próxima vez —dijo a modo de despedida a los demás, pasando por un lado de Julian. Fue un contacto visual lento, un escaneo que funcionó como una declaración de guerra. Julian estudió sus facciones: la frente marcada por el resentimiento, los ojos verdes fríos. No había dudas. Él había sido el médico que había visto en la sala de emergencias.

Finalmente, Dorian siguió de largo. Julian se levantó muy tranquilamente. Recogió su dinero con poco orgullo y lo guardó en un maletín. Con la intención clara de descubrir lo que realmente había ocurrido con su hermano, se dispuso a seguir a Dorian, esperando obtener revelaciones o pistas importantes que lo ayudasen en el caso.

Fue así como el agente encubierto supo que detrás de una de las tantas cortinas que adornaban el lugar, había unas escaleras ocultas que conducían precisamente al pequeño balcón donde espiaba Eleanor. Un pasaje que muy pocos en el club conocían.

Sin pisar el último eslabón, se ocultó detrás de la pared, tensando el oído para escuchar.

—¿Se puede saber qué haces aquí, Dorian? —preguntó Eleanor con evidente fastidio, mientras se servía de un vino puesto en una mesa cercana. Gill, en cambio, se mantenía inmóvil, con el rostro sonrojado y avergonzado.

—Así que para esto es que utilizas a Gill —espetó Dorian, ignorando la pregunta—. ¿No tienes una pizca de pudor?

—Gill, en teoría, es mi prometido. Así que no veo el problema.

—¡Que es un maldito mocoso! Ni siquiera llega a los dieciséis años.

—¿Y lo malo? Gill ya es un hombre. Es fiel, confiable y competente. No hay mucho de lo que quejarme. Un rasgo que tú, por cierto, no posees.

—Sigo sin entender por qué preferiste escogerlo a él antes que a mí. Yo bien podría complacerte los malditos caprichos y hacerte sentir como una verdadera mujer. Él solo te cumple por compromiso, no por amor ni mucho menos por placer. Yo soy mucho mejor que él. Soy un hombre de verdad, un adulto, que puede darte todo lo que desees. Vamos, Eleanor. Acepta mi propuesta. Sé mi mujer, mi amante, y te daré el mundo entero.

La mujer rió a carcajadas, como si le hubiesen contado el mejor chiste de la historia.

—Ay, Dorian. No me digas que... ¿Estás celosito de tu hermano? —Eleanor se acercó, obligándolo a enfrentar la realidad—. Déjame explicarte las cosas, ¿vale? Creo que nunca he tenido la oportunidad de hacerlo correctamente. Nuestra relación es única y exclusivamente de negocios. Eso te lo dejé muy en claro en nuestro último encuentro. Si yo estoy con Gill es para mantener los negocios en su sitio y para conservar la alianza entre las familias. ¿Captas hasta esa parte? Ahora bien. Dices que puedes darme todo lo que desee si estoy contigo, pero se te olvida un detalle muy importante —mencionó, acercándose hasta él. Acarició suavemente su hombro hasta bajar a su mano, tomándola—. Yo ya lo tengo todo —añadió con un tono fingido y burlesco—. ¿Qué más puedes ofrecerme que yo no tenga?

La voz de Eleanor se volvió un látigo:

—¿Amor? Todo el mundo sabe que eres un maldito narcisista. No amas ni a tu propia madre. ¿Sexo? ¿Para qué recibirlo de uno solo cuando puedo tenerlo de quien sea? ¿Negocios? Es tu padre quien aún lleva la batuta, el verdadero poder. Y sabes que es imposible para ti en estos momentos intentar una jugada sucia en su contra. Hierba mala no muere, y tu padre es de esos huesos duros de roer. Así que la idea de asesinarlo está descartada para ti. Y ya para finalizar —dijo, jalándolo de la corbata con fuerza, lo suficiente como para dificultarle la respiración—: Yo, no soy mujer de nadie. No vine a este mundo para complacer a otros. Estoy aquí para ser la reina. La que manda. Así que vete ubicando de una buena vez. Tú y yo jamás seremos nada. Somos como el agua y el aceite. Me gustan los hombres sumisos, no los machistas insolentes como tú. ¿Quedó claro? Gill. Ven aquí. Trae esa soga que está detrás de la puerta —pidió Eleanor con voz seria.

Los nervios de Julian se alteraron al pensar que la cercanía de Gill hacia la puerta pudiese develar su escondite. Sin embargo, logró reaccionar a tiempo, bajando un poco más las escaleras, conteniendo la respiración. Cuando sintió que su posición no corría peligro, regresó a su sitio de escucha.

—Gracias. Ahora trae esa silla y átalo con esto —ordenó.

—¿Qué piensas hacer? —preguntó Dorian, poniéndose a la defensiva.

—Voy a demostrarte lo que es ser un buen hombre —respondió Eleanor con una sonrisa gélida.

Gill, con la resignación de un esclavo, empezó a atarlo. Claramente no fue una tarea fácil. Dorian se resistió con la fuerza de un animal herido, y Eleanor tuvo que intervenir. Le propinó unas buenas patadas en la entrepierna para que se quedara quieto, inmovilizándolo con un dolor agudo.

Cuando él quedó completamente inmovilizado en la silla, la mujer le ordenó a su prometido acercarse a ella.

—Oh, Gill. Te agradezco que me hayas complacido hace un rato, fue tan maravilloso que te aseguro que te compensaré muy bien. Y vamos a darles un buen espectáculo.

—¿Darles? —arrugó el rostro Gill, confundido.

—Así es. ¿O me dirás que no te diste cuenta de que Julian nos está observando desde las escaleras?

El corazón de Julian dio un vuelco. Se había expuesto.

—Ven, Julian, es tu turno de verme complacer a un hombre.

El agente se quedó inmóvil en la oscuridad, su plan hecho pedazos. Había sido descubierto no solo como un espía, sino como un voyerista, invitado de honor a la nueva demostración de poder de Eleanor Sterling.