Mi Arrogante Secretaria

El silencio en la mesa era asfixiante tras la partida de Abril. Nadie se atrevía a pronunciar palabra; la única que osaba moverse era la abuela María, que bebía su copa con calma, pero en sus ojos se veía la tormenta contenida.

Alfonso, con el rostro endurecido, se levantó sin decir nada y caminó hacia el pasillo.

—¡Mamá, Lorena! —su voz retumbó como un trueno—. Vengan conmigo. Ahora.

Aurora y su hija se miraron nerviosas. Lorena, aún con la mejilla ardiendo por la bofetada de su abuela, bufó con fastidio, pero obedeció. Aurora, con su porte altivo, lo siguió, convencida de que aún podía justificar lo ocurrido.

Entraron en el despacho de la mansión, y Alfonso cerró la puerta con fuerza, el golpe resonó como un martillazo de sentencia.

Se giró hacia ellas, su mirada azul helada y furiosa.

—¿En qué estaban pensando? —escupió con rabia contenida—. ¿En qué cabeza cabe insultar a la mujer que presenté como mi novia delante de toda la familia?

—Hijo, entiéndelo —respondió Aurora, intentando suavizar su voz—. Esa chica no es para ti, se nota a leguas que es interesada. Yo solo…

—¡Basta! —rugió Alfonso, golpeando el escritorio con tal fuerza que ambas se sobresaltaron—. ¡No te atrevas a llamarla interesada delante de mí otra vez!

Lorena, cruzándose de brazos, intervino con desprecio:

—¿Y qué esperabas? ¿Que aplaudiera a esa trepadora? Mira cómo viste, como si quisiera presumirnos que gasta de tu bolsillo. No seas ingenuo, Alfonso, esa mujer te está usando.

Alfonso dio un paso hacia ella, tan cerca que Lorena retrocedió instintivamente.

—La única ingenua eres tú, hermana. Abril no necesita fingir nada para brillar, y mucho menos para tenerme a su lado. Y si vuelve a salir una palabra de tu boca faltándole el respeto, te juro que no volverás a tener cabida en mi vida.

—¿Me estás amenazando? —soltó Lorena con voz temblorosa.

—No, te estoy advirtiendo —contestó Alfonso, frío como el acero.

Luego se volvió hacia su madre.

—Y tú, madre… —su voz bajó, cargada de decepción—. Me duele más que hayas permitido esta humillación. Sabes lo que Abril significa para mí, y aun así avalaste este circo.

Aurora intentó replicar, pero Alfonso la interrumpió con un gesto de la mano.

—Si realmente me respetas como hijo, entonces respeta a la mujer que elegí. Porque si me obligan a escoger entre ustedes y ella, les juro que no dudaré un segundo.

Aurora bajó la mirada por primera vez en la conversación, derrotada, aunque en su interior bullía un odio silencioso hacia Abril. Sabía que si quería destruir a esa muchacha, tendría que hacerlo con más cuidado… sin que su hijo pudiera interponerse.

Alfonso respiró hondo, enderezó la chaqueta y se dirigió a la puerta. Antes de salir, la miró con desprecio.

—No vuelvas a subestimar a Abril. Porque si la pierdo por tu culpa, también me perderás a mí.

Y salió, dejando a Aurora con el corazón encogido entre el orgullo herido y la furia de una madre que no estaba dispuesta a rendirse.

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Abril llegó finalmente a su departamento después de la caótica y dolorosa velada en la mansión Brescia. El silencio del lugar contrastaba con el bullicio de la fiesta familiar que acababa de dejar atrás.

Bajó del coche con pasos lentos y se despidió del chofer con una sonrisa forzada, aunque en su interior lo único que deseaba era encerrarse y llorar hasta quedarse dormida.

Apenas cerró la puerta de su hogar, sintió un nudo en la garganta. El eco de las palabras hirientes que había recibido de la madre y la hermana de Alfonso seguía repitiéndose en su mente como una cruel melodía.

Había intentado mostrarse fuerte, orgullosa, incluso desafiante frente a todos, pero ahora, sola entre las cuatro paredes de su departamento, la coraza de altivez se desmoronaba poco a poco.

Con manos temblorosas sacó su celular y llamó a Alfonso para avisarle que había llegado bien. No quería preocuparlo más de lo necesario, sabía que él debía quedarse al lado de su padre en un día tan especial.

La voz de Alfonso, aunque firme, sonó cargada de ternura al otro lado de la línea.

—Descansa, pequeña. Mañana hablaremos con calma.

Abril contuvo las lágrimas y respondió con un suave “Te quiero” antes de cortar. No podía dejar que él la escuchara quebrarse.

Enseguida buscó otro número en su agenda: el de su hermano Dereck. Su voz salió temblorosa cuando contestó:

—Hermano… necesito verte. Quiero ir con papá y mamá.

Aquella confesión le sorprendió incluso a ella misma. Si bien mantenía resentimiento hacia sus progenitores por la forma en que la habían obligado a madurar de golpe, esa noche comprendía que los necesitaba más que nunca.

Las palabras que recibió en casa de los Brescia la habían hecho sentirse pequeña, extranjera, como alguien que no encajaba en ese mundo de lujos y apariencias. Y aunque nunca lo admitiría en voz alta, en el fondo lo que más deseaba era sentir el calor y la aceptación de su verdadera familia.

Se dejó caer en el sofá y abrazó un cojín contra su pecho. La lucha interna la desgarraba: una parte de ella quería regresar a la mansión Ganoza y refugiarse en los brazos de sus padres, otra se rebelaba recordando el orgullo herido, recordando la distancia que ella misma había marcado con ellos.

Pero esa noche no quería pelear ni aparentar ser la mujer fuerte que todos creían. Esa noche solo quería ser Abril, la hija, la hermana, la niña que necesitaba escuchar de nuevo que era amada.

Dereck llegó a recogerla, como lo prometió. El trayecto fue silencioso, apenas interrumpido por las preguntas cariñosas de Dereck. Cada metro que avanzaban, Abril sentía que el corazón se le encogía.

El recuerdo de aquella última discusión con su padre, las palabras duras, las lágrimas de su madre… todo volvía como un peso sobre sus hombros.

Cuando el auto se detuvo frente a las imponentes rejas de la residencia, Abril respiró hondo.

—Hermano, ¿y si no me reciben? —preguntó con un hilo de voz.

—Son papá y mamá, Abril. Siempre te van a recibir —respondió Dereck, apretándole la mano con ternura.

El mayordomo, sorprendido al verla, apenas logró pronunciar un saludo antes de abrirles el portón. Cruzaron el jardín y la puerta principal se abrió con lentitud.

En la amplia y lujosa sala de la villa Ganoza, la pasión se había apoderado de Arturo y Cori, quienes, entre risas y besos, parecían adolescentes redescubriendo el amor.

La escena fue interrumpida de golpe por un carraspeo cargado de ironía.

—¿En serio? ¿No tienen una habitación para eso? —preguntó Dereck con los brazos cruzados y una mirada acusadora.

—Aquí sabe más delicioso —replicó Arturo con descaro, lo que le valió un codazo en las costillas por parte de su esposa.

Dereck estalló en carcajadas, tanto que las lágrimas corrieron por su rostro. Recuperando el aire, anunció entre risas:

—Ya basta de tanta miel… ¡les tengo una sorpresa!

Giró hacia la puerta y dijo con voz emocionada:

—Pasa, princesa.

Abril apareció con pasos tímidos, como temiendo ser rechazada. Pero lo único que recibió fue el cálido abrazo de su padre, quien la levantó del suelo y comenzó a girar con ella en brazos como si aún fuese una niña.

—¡Mi princesa, mi niña bonita! —exclamaba Arturo, con la voz quebrada por la emoción.

Cori se levantó enseguida del sofá, con lágrimas rodándole por el rostro.

—Dame a mi bebé, también la extrañé tanto —pidió con ternura.

Arturo bajó a Abril con suavidad, y ella corrió a refugiarse en los brazos de su madre, que la apretó con fuerza contra su pecho. En ese instante, Abril comprendió lo tonta que había sido por guardar resentimiento hacia quienes más la amaban.

Entre besos, lágrimas y sonrisas, los cuatro se sentaron después a conversar de cosas triviales, disfrutando de esa paz que tanto habían extrañado.

El timbre interrumpió la calma, y fue Dereck quien fue a abrir la puerta. Aunque tenían servicio doméstico, en la familia Ganoza era costumbre no molestar al personal cuando podían hacerlo ellos mismos.

Al abrir, apareció Olga, la novia de Dereck, una pelinegra de ojos tan profundos como la noche, que entró del brazo de su amado.

Saludó cordialmente y pronto se unió a la tertulia, con una sonrisa sincera al ver lo unida que estaba la familia en ese momento.

Abril, mientras disfrutaba de ese calor familiar, pensaba en cómo presentarles oficialmente a Alfonso, convencida de que ese paso era inevitable. Lo que no sabía es que, al mismo tiempo, se estaban gestando planes en su contra.

En la cocina, Aurora se encontraba con su hija Lorena y Catalina, las tres conspirando en voz baja.

—Mamá, ahora sí estoy de acuerdo contigo. Esa mujer, por más hermosa que sea, se nota que es interesada —dijo Lorena con desprecio.

—Así es, señora Aurora —añadió Catalina, fingiendo preocupación—. No entiendo cómo Alfonso se fija siempre en ese tipo de mujeres.

Aurora, con gesto severo y una taza de té humeante entre sus manos, soltó un suspiro cargado de resentimiento.

—Niñas, en esta familia jamás hemos aceptado arribistas. Desde generaciones hemos cuidado el apellido y el honor de los Brescia. Esa muchacha no será la excepción. No voy a permitir que una trepadora se quede con mi hijo.