Dante, el Capo de la 'Ndrangheta, es un hombre de objetivos. Se plantea uno, lo consigue y sigue por el siguiente. Todo es fácil para él hasta que se cruza con Francisca Guzmán, la líder de El Cártel de Sinaloa, quien le hará cuestionarse todo, incluso su cordura. Esa mujer es su droga personal y no sabe si vencer la adicción o dejarse llevar por ella aunque lo lleve al mismo infierno.
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Mi nona
Dante
Me incorporo tratando de hacer el menor ruido posible. Salgo de la cama y cubro el cuerpo desnudo de Fran con una de las mantas que cayeron al suelo.
Miro a mi alrededor y no puedo evitar sonreír. Hicimos un maravilloso desastre anoche.
Hay cosas tiradas en el suelo. Cosas que podré recuperar como mis libros y otras que no como mi televisor y mi trofeo de béisbol que gané cuando iba en el colegio.
Me afirmo en la puerta y admiro a la mujer que está profundamente dormida en mi cama.
Es preciosa y mía. Sobre todo, mía.
Tuve miedo, debo admitirlo. Pensé que a la luz del día ya no la desearía como antes. Pensé que me pasaría lo mismo que me pasó con la novicia que una vez que la tuve perdí el interés. Pero no es así en absoluto.
Quiero más. Quiero todo lo que una mujer le puede dar a un hombre. Quiero absolutamente todo de ella.
Quiero su amor, quiero su lealtad, quiero su pasión, quiero que cargue en su vientre mi descendencia. Quiero su juventud y su vejez.
Lo quiero todo.
Me obligo a despegar mis ojos de ella y salir de la habitación. Si no lo hago sé que la despertaré y volveré a perderme en su cuerpo de sirena. Y si hago eso no saldré más de esta habitación, y hoy tengo cosas que hacer.
La reunión con mi hermano y llevar a Inés al Central Park están primero en mi lista.
Camino a la cocina vestido solamente con mis jeans. Quiero prepararle un café a Fran y preguntarle si quiere acompañarnos a Inés y a mí.
Al doblar escucho risas provenientes de la cocina. Me apresuro y veo a mi nona y a Inés riendo.
–Ya no puedo comer más –pide Inés–. Creo que le diré a Fran que volvamos pronto. Si me quedo unos días en esta casa tendrán que sacarme con una grúa.
Mi nona ríe. –Que exagerados son los jovenes de hoy–. Se gira y me ve–. Mi Dante –dice y se acerca.
La tomo en mis brazos y le doy un abrazo de oso, levantándola del suelo.
–Te extrañé, nona –le digo cuando comienza a quejarse por mi fuerte agarre.
Golpea mi nuca. –Pues no te creo. Has estado mucho tiempo en México.
–Negocios.
–Sí, claro, negocios –devuelve cuando la dejo en el suelo–. Imagino que lo que escuché ayer en la noche eran los negocios. Botaron el cuadro de tu nono.
Le sonrío. –Lo sé, compraré uno nuevo.
Inés se ríe tanto que el café que estaba bebiendo sale por su nariz.
–Buenos día, familia –saluda Stefano entrando a la cocina.
Me acerco a mi hermano y golpeo su espalda a modo de saludo.
–¿Cómo va Texas? –pregunto, pero sus ojos están clavados en Inés que está limpiando su rostro y piernas mojadas con café mientras enrojece de vergüenza–. ¿Quién es ella? –pregunta.
–Inés Guzmán.
–Ah, la hermana –concluye mi hermano y se acerca a Inés–. Un gusto –dice y toma su mano todavía mojada con café y le da un beso en el dorso de ésta.
La boca de Inés está completamente abierta y luego niega con la cabeza.
–Pero que buenos genes –exclama haciendo reír a Nona.
–¿Y Francisca? –pregunta mi hermano mientras se sienta en unos de los taburetes al lado de Inés.
–Imagino que debe estar descansando. Tu hermano la hizo trabajar hasta tarde –dice nona chasqueando la lengua–. Es un sacrilegio y en mi propia casa –agrega persignándose.
–¿Católica? –pregunta Inés.
–Peor, italiana –responde mi hermano haciendo reír a Inés.
Los ignoro y le preparo una taza de café a Fran.
–Si eso es para mi hermana, agrégale miel. No puede beber café sin miel. Si me preguntas es asqueroso.
–¿Qué es asqueroso? –pregunta Fran, quien entra a la cocina vestida solamente con mi camisa. Tengo que usar todo mi autocontrol para no lanzarme sobre ella, se ve preciosa. –. Mierda –agrega cuando ve que tenemos compañía. Pienso que va a retroceder, pero endereza los hombros y se acerca a mi nona–. Soy Francisca Guzmán. Gracias por recibirnos en su casa.
–Gracias a ti, querida, por destrozarla –devuelve mi nona chasqueando la lengua–. Lo que hicieron es pecado.
Pongo los ojos en blanco mientras Stefano e Inés ríen.
–¿Perdón? –pregunta Fran.
–Ignórala –le pido y le entrego su taza de café–. Mi nona es…
–Difícil –termina mi hermano por mí, ganándose un golpe de nuestra amada nona. Se levanta y saluda a Fran–. Un gusto por fin conocer a la mujer que ha mantenido a mi hermano ocupado. Soy Stefano Messina.
–Un gusto –saluda Fran.
Mi nona deja sobre la isla, con más fuerza de la necesaria, un bol con frutas picadas.
–¿Sabes cocinar? –le pregunta a Fran.
Niego con la cabeza, ofuscado.
–La trajiste a casa –molesta mi hermano–, debes soportar.
–Algunas cosas. El chili con carne me queda realmente bien.
–A mi Dantecito le gusta la pasta fresca.
–¿Dantecito? –pregunta Fran, sonriendo en mi dirección.
–Imagino que sabrás cocinar pasta –insiste mi nona.
–Lo siento, pero no –responde Fran mientras bebe café y va comiendo fruta.
–Debes aprender –ordena–. Yo te enseñaré. Dante come mucho. Su apetito es insaciable.
–Lo sé –responde Fran guiñándome un ojo, haciendo reír a todos, menos a mi nona–. Imagino que Dante podrá cocinarse su propia pasta.
Mi nona chasquea la lengua. –Mi Dantecito es un desastre en la cocina, tendrás que aprender. Una mujer debe servirle a su marido.
Fran ríe. –No es mi esposo.
–Eso lo veremos –dice antes de picar pan y entregarle un pedazo a Fran–. Iré a buscar naranjas frescas –agrega antes de salir.
–Sí que te gustan las mujeres difíciles –me molesta Fran en cuanto nona desaparece.
–Escuché eso –grita nona, haciéndonos reír a todos.
–La amo –dice Inés–. Cuando tenga nietos seré como ella.
Stefano golpea el mentón de Inés con su dedo índice. –Por favor, no. Otra mujer como mi nona será mi final, mi niña.
Inés enrojece de inmediato.
Me acerco a ellos y me coloco en medio. No quiero a mi hermano cerca de la impresionable Inés. Conozco los peculiares gustos de Stefano respecto a las mujeres. No permitiré que Inés se encapriche con él.
–¿Lista para ir al Central Park? –le pregunto.
Me sonríe y luego salta del taburete. –Estaré lista en veinte minutos –dice con entusiasmo antes de salir.
–Aléjate de ella –le susurro al oído.
–Hermano, por favor, es una niña, no soy un depravado –devuelve guiñándome un ojo.
–¿Qué pasa? –pregunta Fran.
–Nada. Solo estaba dejando claro algo –respondo antes de volver mi rostro hacia mi hermano–. No te quiero cerca de ella –susurro para que Fran no escuche.
Stefano pone los ojos en blanco.
–La reunión la tendremos después de almuerzo –agrego.
–Por mí bien. Engatusaré a nona para que nos prepare pasta y Cannoli.
Gruño ya pensando en comer eso. –Y Tiramisú.
–Realmente estás obsesionado con la comida –me acusa Fran.
Me acerco a ella y le doy un beso rápido. –Y contigo –susurro antes de acariciar su cuello con mi nariz.
–Iré a ayudar a nona con las naranjas –se apresura en decir Stefano antes de salir.
–¿Cómo estás? –le pregunto.
Me sonríe. –Cansada, pero muy feliz –dice acariciando mi mejilla–. Y antes que me preguntes, no me arrepiento de nada.
Mi rostro se parte con una enorme sonrisa. –Eso es lo que quería escuchar, mi preciosa lobezna –susurro antes de enredar mis dedos en su cabello y besarla.
Maldita sea, amo su sabor. Podría estar toda la mañana besándola y se que no me saciaría.
–¿Quieres ir con Inés y conmigo al Central Park? –pregunto sobre sus labios inflamados.
Asiente. –¿Quieres darte una ducha conmigo? –pregunta con una sonrisa preciosa–. No sé si has escuchado, pero hay un gran problema de sequía.
Me río. –Me encantaría ducharme contigo. Me conoces, el cambio climático es una de las cosas que me quitan el sueño.
Fran vuelve a besarme sin dejar de sonreír. Mi sangre se calienta rápidamente, deseándola de nuevo como si nunca la hubiese tenido.
–Oh, por Dios –se lamenta nona, bajando mi libido de inmediato.
Me quejo y Fran se ríe de mi sufrimiento.
Tomo su mano. –Tenemos que prepararnos –digo y pasamos al lado de mi nona, quien chasquea su lengua y se persigna.
Una vez que estamos en mi habitación quito mi camisa de su cuerpo y la empujo hacia el baño.
Tenemos poco tiempo, pero pienso sacarle el mayor provecho.