Abril Ganoza Arias, un torbellino de arrogancia y dulzura. Heredera que siempre vivió rodeada de lujos, nunca imaginó que la vida la pondría frente a su mayor desafío: Alfonso Brescia, el CEO más temido y respetado de la ciudad. Entre miradas que hieren y palabras que arden, descubrirán que el amor no entiende de orgullo ni de barreras sociales… porque cuando dos corazones se encuentran, ni el destino puede detenerlos.
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CAPITULO 03: El Karma de Alfonso Brescia
Boris había estado escuchando todo detrás de la puerta. Al principio creyó que Abril era solo otra de las conquistas de su jefe, disfrazada con el título de “secretaria”. Pero lo que escuchó lo dejó estupefacto.
“¡¡Esto es maravilloso!!” gritaba en su interior. Al fin había llegado alguien capaz de plantarle cara a ese hombre arrogante al que todos temían.
No sabía si reír incrédulo o celebrar. Lo cierto es que aquella joven lo había enfrentado sin titubeos, lo había gritado como nadie se atrevía.
Abril se había convertido, sin quererlo, en su caballo ganador en ese choque de orgullos. Por fin Alfonso Brescia recibiría un poco de su propia medicina: palabras frías, arrogancia, insolencia, lo mismo que él repartía a todos sin piedad.
Disimuladamente, Boris se alejó de la puerta y aguardó. Cuando Abril salió, sus miradas se cruzaron y, por un instante, compartieron una sonrisa cómplice.
Después, él la acompañó hasta recursos humanos para firmar el contrato y le mostró algunas áreas de la empresa, explicándole sus nuevas funciones.
Abril comenzó su primer día con una sonrisa desafiante. Si el CEO creía que iba a dejarse pisotear, estaba muy equivocado. Ella no era como esas personas que bajaban la cabeza ante los poderosos. Era Abril Ganoza Arias, heredera de la segunda familia más influyente de la ciudad y del país.
Solo tendría que soportar unos meses de “entrenamiento extremo”. Lo tomaría como un reto de vida, luego volvería a su vida de princesa y, lo más importante, demostraría a su padre que no era la cabeza hueca que todos pensaban.
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Tras la firma, Boris la capacitó en sus labores: contestar llamadas, agendar citas, llevar el café con todas las excentricidades del jefe, y cumplir con una lista interminable de encargos.
Después, él se marchó a ocuparse de asuntos que solo él podía resolver.
Mientras tanto, Alfonso seguía en su oficina, frustrado. No podía aceptar que una simple muchacha lo hubiese insultado y levantado la voz.
—Abril Arias… —murmuró su nombre, como saboreándolo con rabia.
Sacudió la cabeza y llamó a su asistente:
—Quiero toda la información de esa mujer. Ahora.
Ni siquiera dejó que Boris respondiera con un “ok”, cortó la llamada de inmediato.
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La mañana transcurrió entre choques. Alfonso intentaba que Abril lo tratara con la obediencia servil de todos sus empleados, que bajaban la mirada y temblaban con su sola presencia. Pero ella hacía las cosas a su manera. Su objetivo era claro: que la despidiera.
Más tarde, tras quejarse del “café más asqueroso que había probado en su vida”, Alfonso le ordenó pedir el almuerzo de su restaurante favorito, pues comería con su amigo Carlo.
—¿Y por qué no la despides de una vez? —preguntó Carlo, incrédulo, mientras destapaba su whisky.
Alfonso soltó un suspiro y respondió:
—Porque es un favor que le estoy haciendo a mi abuela. No sé qué demonios hizo esa mocosa malcriada para que me pidiera que le diera trabajo.
En ese momento, Abril irrumpió en la oficina sin tocar.
—¡¡¿No te han enseñado a golpear la puerta antes de entrar?!! —gritó Alfonso, rojo de furia.
Ella dio un salto, mostrando miedo por un segundo, pero enseguida cambió a molestia.
—No me vuelva a gritar. La gente entiende hablando. Estamos en tiempos modernos, no en la época de las cavernas. Aquí está su comida —dijo dejando las bolsas sobre los papeles importantes, sin importarle si los arruinaba, y salió cerrando de golpe la puerta.
Carlo soltó una carcajada.
—¡Amigo, tu karma tiene nombre y apellido: Abril Arias!
—Aún no ha nacido el karma de Alfonso Brescia —replicó su amigo, apretando los dientes—. Déjate de tonterías. Almorcemos.
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Al caer la tarde, Abril guardó sus cosas con fastidio. Sus pies dolían por las idas a la cafetería y las vueltas repartiendo documentos. Para alguien con experiencia de secretaria era lo normal, pero para ella era un suplicio. Y encima con el peor jefe del mundo, pensó.
Subió al ascensor exclusivo del CEO sin importarle los murmullos. Desde pequeña había vivido rodeada de lujos y servidumbre, y ahora aquel departamento —bonito para cualquiera— le parecía una prisión.
Sin tarjetas de crédito, sin restaurantes costosos, con una despensa llena de comida que no sabía preparar. Era un infierno.
En la salida, chocó con una despampanante rubia.
—¡Muerta de hambre! —vociferó la mujer—. ¡Fíjate por dónde andas! Si arruinas lo que llevo puesto, ni en toda tu miserable vida podrías pagarlo.
Era Paula, una modelo en ascenso que se creía reina del mundo por ser “la mujer” del CEO.
Abril intentó ignorarla y seguir su camino, pero Paula la sujetó con fuerza de la muñeca, enterrando las uñas en su piel.
—Discúlpate si no quieres que tu vida sea un infierno.
Los empleados que salían a esa hora comenzaron a rodearlas, cuchicheando.
Abril, con los ojos entrecerrados, recordó las palabras de su padre, el desprecio de su jefe y la rabia acumulada. Con furia contenida, alzó la mano y abofeteó a Paula con tal fuerza que la hizo soltarla.
—En tu vida me vuelvas a tocar, vieja hueca. Y no, no pagaría por esos trapos horribles, no porque no pueda, sino porque tengo mejor gusto. Tu ropa es réplica barata y tu cuerpo, puro plástico. —Dicho esto, empujó a los curiosos y se abrió paso, saliendo con la frente en alto.
Paula quedó muda, con la boca abierta y los ojos desorbitados. Todos la respetaban como “la futura señora Brescia”, pero ahora había sido humillada frente a decenas de testigos.
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Esa noche, Abril llegó destrozada a su departamento. Abrió la puerta y fue recibida por el aroma de comida recién hecha. Al ver bajar a su hermano por las escaleras, corrió a abrazarlo.
—¡Dereck!
—Mi pequeña luz, mi angelito —la rodeó con sus brazos fuertes—. ¿Cómo te fue hoy?
Ella rompió en llanto. Dereck le besó la cabeza con ternura.
—Ya, no llores. Te compré tu pizza favorita.
Pasaron la noche juntos, comiendo y viendo una película. Dereck sufría en silencio al ver el dolor de su hermana, pero estaba decidido a apoyarla.
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Mientras tanto, Alfonso lidiaba con Paula, que exageraba la historia del incidente.