Lyra Blackwood es ultrajada por el hombre que creía amar que además es su mate, Pero este que no quiere nada con aquella niñita, la rechaza, Pero no contento con eso también la humilla y maltrata, por lo que lyra vuelve a casa y piensa en vengarse de todos.
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Dolor
Lyra apenas podía mantenerse en pie. Los guardias la arrastraban a través del pueblo, su cuerpo siendo forzado a avanzar mientras sentía cada piedra y cada mirada fría y burlona de los espectadores que se aglomeraban a su alrededor. La humillación era un fuego ardiente en su pecho, más doloroso aún que las manos ásperas de los guardias, que no dudaban en empujarla y sujetarla con fuerza cuando ella tropezaba.
Lucian caminaba unos pasos delante, sin mirarla, con una postura imponente y cruel que parecía disfrutar de la escena. Su voz cortante rompió el silencio en algún momento del trayecto.
—Este es el destino de los desobedientes —dijo en voz alta, sin volverse hacia ella—. Aquellos que no saben su lugar no merecen nada menos que un castigo ejemplar.
Lyra tembló al escuchar sus palabras. Sabía que él era despiadado, pero hasta ahora no había entendido realmente el alcance de su crueldad. “Una simple omega”, le había llamado, como si sus sentimientos y su devoción hacia él no significaban nada. La fuerza en sus piernas se desmoronó, pero los guardias tiraron de ella, obligándola a levantarse con un tirón doloroso en los brazos.
Al llegar a la celda, Lucian hizo un gesto hacia los guardias, indicándoles que la lanzaran al suelo de piedra fría y sucia. Lyra cayó de rodillas, su aliento quedó atrapado en su garganta cuando la puerta de la celda se cerró detrás de ella. Sus ojos comenzaron a arder de impotencia y rabia, pero antes de que pudiera reaccionar, Lucian se colocó frente a la celda, observándola con una sonrisa cruel.
—¿Sabes, Sofía? —dijo con veneno en su voz—. Debería sentirme ofendido por tus palabras, pero en realidad, me resultan divertidas. ¿Pensaste que podías rechazarme? ¿A mí? —Se echó a reír, una carcajada llena de desprecio.
Lyra intentó alzarse, pero sus piernas flaquearon. Le temblaban los labios y la rabia brotaba de su corazón como un río desbordado.
—No eres más que un cobarde —susurró, apenas con fuerza.
La sonrisa de Lucian desapareció en un instante, transformándose en una expresión de hielo y acero. Con un gesto a sus guardias, señaló hacia un látigo que reposaba en la pared de la celda. Estaba impregnado en acónito, una planta venenosa para los licántropos. Lyra contuvo el aliento; Conocía bien los efectos del acónito, y sabía que cada golpe sería un sufrimiento insoportable.
—Si deseas abrir esa boca para decir estúpidos comentarios, Sofía, será mejor que también la abras para gritar —murmuró Lucian, con una sonrisa perversa en los labios—. Porque te aseguro que lo harás.
Lyra intentó replegarse, pero los guardias la sujetaron con fuerza, presionándola contra la pared de la celda. No le dieron espacio para moverse ni para resistir. Ella apenas podía respirar, el miedo se enroscaba en su estómago mientras uno de los guardias alzaba el látigo. Entonces, el primer golpe resonó en la pequeña celda.
El dolor fue fulminante, como si fuego líquido atravesara su espalda. Lyra contuvo el grito, sus dientes apretados con tanta fuerza que sintió cómo la mandíbula le dolía. Pero el segundo golpe no tardó en llegar, y luego el tercero. Pronto, la piel de su espalda estaba desgarrada, y la sangre manchaba su camisa, empapando el suelo. La agonía de cada latigazo la dejaba jadeante, y con cada golpe, sintió que una parte de su alma se rompía y se perdía en la oscuridad de esa celda.
Lucian observaba la escena sin pestañear, sus ojos oscuros reflejando la malicia de un alfa sin misericordia.
—Una omega debe saber cuál es su lugar —sentencia con desdén—. Quizás este sea un buen recordatorio para ti, Sofía.
Terminada la tortura, los guardias se retiraron, dejando a Lyra retorciéndose en el suelo, incapaz de moverse sin sentir un dolor insoportable. La celda se sumió en un silencio espeso, mientras Lyra cerraba los ojos y trataba de calmar su respiración. Cada aliento era un tormento, cada movimiento una agonía.
A la mañana siguiente, no le dieron ni agua ni comida. Lyra apenas se mantenía consciente, los efectos del acónito aún desgarrando su sistema. Estaba débil y hambrienta, sus fuerzas desapareciendo poco a poco. Las horas pasaban sin que nadie se acercara a la celda, y cuando finalmente escuchó un ruido, fue la voz de Lucian dando instrucciones a los guardias.
—Asegúrense de azotarla diariamente. No quiero que sufra menos de lo que merece —ordenó con fría indiferencia.
Fue entonces cuando Lyra supo que no podía resistir mucho más. Necesitaba escapar o perecería en esa celda. Justo al caer la noche, una sombra se deslizó hacia ella. Era Nessa, su amiga de la manada, que había logrado escabullirse de los guardias para ayudarla.
—Sofia… —Nessa susurró al ver las heridas en su espalda y la gravedad de su estado. Las lágrimas inundaron sus ojos—. Esto es inhumano. No puedo dejarte aquí.
Nessa la ayudó a levantarse con cuidado, y cada movimiento hacía que Lyra reprimiera un grito de dolor. Con sigilo, ambos lograron salir de la celda y atravesar la el espeso bosque sin ser vistas, aunque cada paso que daba era un tormento para Lyra. Apenas había fuerzas en su cuerpo para sostenerse en pie, y la fiebre del acónito comenzaba a apoderarse de ella.
—Debemos llegar a la manada Garra Plateada —susurró Nessa mientras la ayudaba a avanzar—. Ellos nos ayudarán.
Lyra se estaba debilitando, sabiendo que esa era su única esperanza. Mientras se alejaba de la mansión, Lucian descubría la fuga y, en un acceso de furia, ordenaba la ejecución de los guardias que habían dejado escapar a su “omega”. Sin embargo, Lyra ya no miró hacia atrás. Lo único que le importaba era alejarse de él y sobrevivir para demostrar que la fuerza que Lucian había despreciado aún ardía en su corazón.