Elizabeth Handford vive en la casa del frente, es una mujer amable, elegante, pero sobre todo muy hermosa.
La señora Handford ha estado casada dos veces, pero sus dos esposos ahora están muertos.
Sé que oculta algo, y tengo que descubrir qué es, especialmente ahora que está a punto de casarse de nuevo.
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3: Horrores nocturnos
Henry Cowan llegó a mi casa aproximadamente a las cuatro de la tarde, y lleva un poco más de cuatro horas intentando resolver algunos ejercicios matemáticos que he sacado de mis libros del semestre pasado. Me produce cierta curiosidad que se encuentre tan confundido en cuanto a temas que, a mi parecer, son bastante sencillos. Me da la impresión de que probablemente nunca prestó atención a las clases, o que simplemente faltó a muchas de ellas. Cualquiera que sea la explicación, es evidente que este chico no sobrevivirá al semestre sin ayuda.
Mientras él se ocupa de resolver ecuaciones y dibujar gráficos, yo permanezco sentada en el sofá que se encuentra junto a la ventana de la sala principal. Olvidé moverlo de regreso a su posición inicial después de haber estado observando (husmeando) lo que sucedía en la casa del frente. Decidí dejar el mueble en aquella posición, pues la brisa que entra por la ventana es bastante refrescante y, aunque me cuesta admitirlo, puedo observar directamente la casa de la señora Handford desde un rincón donde es poco probable que ella note mi presencia. No estoy muy segura de eso último, pues la noche anterior nuestras miradas se encontraron, y estoy convencida de que logró verme.
–¿La conoces? –pregunta Henry detrás de mí, haciendo que dé un salto en mi asiento. Dirijo mi mirada molesta hacia él, notando que intenta disimular una sonrisa, probablemente provocada por el salto que casi me tira del sillón.
–¿A quién?
–A la señora Handford.
Su respuesta me produce tal desconcierto que me pongo de pie a toda prisa y me acercó a él, sobresaltada.
–¿Cómo es que tú la conoces?
–Es un pueblo pequeño. La desventaja de un pueblo pequeño es la rapidez con la que las noticias vuelan. Esa mujer está en boca de todos ahora mismo. Su segundo esposo acaba de morir, y al igual que el anterior, se dice que fue un accidente –explica con tranquilidad. De cierta manera, me alegra conocer a alguien que esté al tanto de la situación, pues no cuento con las habilidades de socialización requeridas para indagar con los vecinos sobre el tema. Mi grupo de amigos en la universidad es prácticamente inexistente; sólo hablo con mis compañeros cuando es necesario, para algún trabajo grupal o para solicitar apuntes cuando me ausento en alguna clase (que casi nunca sucede). Lo que sea que este chico sepa, será útil para saciar mi curiosidad. Cuando estoy a punto de formular otra pregunta, Henry habla de nuevo–. Además, mi padre vino a atender el caso personalmente ayer en la noche.
–¿Tu padre es paramédico?
–Es policía.
Inmediatamente recuerdo la patrulla que se estacionó en medio de la calle la noche anterior, con aquella alta mujer rubia conduciendo el vehículo junto a su enorme compañero. Él era el padre de Henry; el oficial Cowan.
–¿Saben qué le sucedió al esposo de esa mujer?
–No me interesé mucho en el tema. Sólo sé que parece haber tenido una sobredosis accidental con sus medicamentos, o algo así. Creo que tenía problemas de salud, no fue una sorpresa que falleciera –después de escucharlo, permanecí pensativa durante unos segundos. Una muerte accidental. Lo mismo dijeron con su anterior esposo, pero en ese caso, se había tratado de una caída en el baño de la casa, donde se golpeó la cabeza y la mitad de su cuerpo inconsciente quedó sumergido en una tina llena de agua–. Entonces… ¿Sí la conoces?
Veo el cuaderno que Henry sostiene en sus manos, por lo que supongo que ha completado las ecuaciones. Le arrebato el cuaderno de sus manos y comienzo a caminar hacia la sala de al lado, donde se encuentra la enorme mesa donde hemos estado hablando durante las últimas horas. Me limito a contestar su pregunta con desinterés:
–No, no la conozco.
–¿Han hablado alguna vez?
–He vivido en este vecindario por tres años. En ese tiempo no hemos cruzado palabra alguna.
–Es imposible que en tanto tiempo no hayan hablado ni una vez.
–Pensé que el policía era tu padre. ¿A qué se debe este interrogatorio?
Henry sonríe y después se queda en silencio. Yo sujeto uno de los bolígrafos que se encuentran sobre la mesa y comienzo a corregir los errores que noto en la hoja. Mientras escribo sobre el papel, escucho el celular de Henry sonar por una nueva notificación. Él mira la pantalla y después escucho un quejido por su parte.
–Mierda –murmura con molestia.
–¿Problemas?
–Mi padre no puede venir a recogerme. Tendré que tomar el autobús.
–Vaya, qué tortura –comento con sarcasmo–. Yo tomo el autobús todos los días. Sobrevivirás.
–Sí, pero me tomará más tiempo llegar a casa. No vivo muy cerca. Tendré que irme ahora.
Henry comienza a empacar los cuadernos y libros en su mochila, evidentemente estresado. Me había dicho un par de horas antes que quería estudiar muchos de los temas para comprenderlos esa misma noche, y hasta el momento no ha logrado acertar con ninguno de los problemas matemáticos que he diseñado para él. Creo que si estudia durante algunas horas más podría tener algunos temas completamente dominados, pero tampoco quiero ser la culpable de que pierda el autobús, pues no estoy segura de cuál es la hora límite para tomarlo en la noche.
–Puedes dormir aquí, si quieres –sugerí sin estar muy convencida de mis propias palabras. Henry me mira con sorpresa. Incluso yo me sorprendo con mi propia oferta, pues es la primera vez, desde que me mudé a esta casa, que invito a alguien a pasar la noche aquí.
–¿De verdad?
–Tranquilo, no voy a cobrarte extra.
–No quiero ser una molestia. Tampoco es necesario que te quedes despierta, sólo puedes darme los ejercicios y yo los resolveré hasta que mis ojos aguanten –comienza a sacar nuevamente sus cuadernos con entusiasmo, dejándolos sobre la mesa. De repente, se detiene y me mira fijamente–. Aunque… ¿Tus padres no…?
–Vivo sola –respondo al instante, sabiendo qué es lo que preguntará.
–¿Tienes trabajo?
–Mis padres murieron hace unos años. Papá trabajaba para una empresa que, después de su muerte, me da una buena cantidad de dinero mensual. De eso vivo.
–Lamento tu pérdida… ¿Cómo es que pagas la universidad?
–Obtuve una beca, por suerte.
–¿Esta casa es tuya? –luego de formular aquella pregunta, sacude la cabeza y noto su rostro enrojecerse–. Perdón, soy muy entrometido. Me he ganado muchos insultos por preguntar más de lo que debería.
–Digamos que no soy la persona más adecuada para juzgarte por eso –Henry ríe, avergonzado, al tiempo que una sonrisa también escapa de mis labios–. Y no, no es mi casa. Después de la muerte de mis padres una tía lejana se puso en contacto conmigo, me ofreció quedarme aquí durante el tiempo que fuera necesario. Me mudé a este pueblo hace tres años, me inscribí entre los aspirantes a una beca, y… Aquí estoy. Ésa es mi historia.
Henry asintió, y después se sentó sobre la silla de madera que se encontraba detrás de él. Comenzó a corregir los errores que yo había marcado en su hoja minutos atrás, intentando hallarle un orden al enorme grupo de números que se encontraban en el papel. No pude evitar reír cada vez que hacía una mueca de confusión.
–¿Ya hay suficiente confianza para que me digas tu nombre? –pregunta con timidez, sin apartar la mirada del cuaderno. Yo dejo salir un suspiro y después respondo a su pregunta.
–Me llamo Grace Hudson.
***
La brisa que entra por la ventana logra brindarme un poco de calma. En mi mano derecha sostengo mi celular encendido, buscando entre la playlist de música alguna canción que logre hacerme conciliar el sueño. Es la una de la mañana, y aunque he intentado dormir, ese simple acto se ha convertido en una misión imposible. No puedo evitar pensar en la señora Handford y sus dos esposos fallecidos. Uno murió ahogado en la bañera, y otro a causa de una sobredosis de medicamentos. Quiero convencerme a mí misma de que es una situación mucho más común de lo que parece, y además, no tiene ningún tipo de relación conmigo.
Las luces de mi casa están apagadas, Henry se encuentra durmiendo en uno de los cuartos del piso de arriba, y yo estoy aquí, sentada en el sofá observando fijamente la casa de la señora Handford, esperando algún movimiento inusual. Quiero verla. Quiero ver cómo se encuentra la señora Handford después de haber perdido a su segundo esposo. ¿Estará triste? ¿Será por eso que no ha salido de su casa? Son suposiciones tontas, pues ni siquiera puedo estar segura de que ella se encuentre allí. Las luces han estado apagadas desde temprano, por lo que quizá ha decidido pasar la noche en otro sitio, o quizá ha estado ocupada con todo el tema del funeral.
De repente, un grito ahogado me saca de mis pensamientos.
El sonido llega desde afuera, y estoy convencida de que se trata de una mujer. Me levanto de golpe del sofá y me acerco a las cortinas, haciéndolas a un lado mientras me refugio en la oscuridad. Miro la hora en el reloj de la pantalla de mi celular; 1:20 a.m. Regreso mi mirada hacia el frente, encontrándome con aquella casa que ha provocado mi insomnio de esta noche. A un costado del lugar, entre algunas plantas del jardín, logro ver una silueta que poco a poco se aproxima a la acera. Es la sombra de una mujer que corre entre la oscuridad, aparentemente huyendo de algo. Cuando está a punto de llegar a la carretera, veo otra silueta aproximarse por detrás, sujetando a la mujer y haciendo que caiga con fuerza sobre la tierra.
Ambas mujeres comienzan a forcejear en el suelo, entre la oscuridad. Puedo ver cómo una de ellas se posiciona sobre la otra, sentándose en su abdomen y comenzando a golpear con brutalidad su cabeza, usando sus propias manos. La mujer que se encuentra debajo poco a poco comienza a perder fuerza, y pasados unos segundos deja de moverse. Mi celular se desprende de mi mano, y cuando me pongo de cuclillas para sujetarlo noto que mis propias manos están temblando. No sé qué debería hacer. La señora Handford está luchando con alguien en su propio hogar, y no sé si debería llamar a la policía o simplemente fingir que no he visto nada. Sujeto el celular con firmeza y después me pongo de pie, observando de nuevo la casa del frente.
La mujer en el suelo ya ha dejado de moverse, y la otra está deslizando sus manos por el césped con desesperación, como si estuviera buscando algo. Finalmente, la silueta encuentra aquello que buscaba con tanto esmero, y lo empuña con fuerza en su mano derecha. Extiende su mano hacia arriba, permitiendo que la luz de uno de los postes eléctricos en las calles ilumine el objeto que sostiene con ella. La luz se refleja en el metal, permitiendo que observe su filo relucir entre la oscuridad de la noche. Es un cuchillo. Un afilado cuchillo que la mujer deja caer furiosamente sobre el cuello de la silueta inconsciente en el suelo.
Dejo salir una exclamación que desaparece en la palma de mi mano cuando me cubro la boca por el asombro. Retrocedo varios pasos, observando cómo la mujer apuñala una y otra vez el cuello de la desconocida. Las cortinas de mi ventana se siguen moviendo con el viento, hasta que finalmente terminan cubriendo todo el cristal, obstruyendo mi visión de la casa del frente. Antes de perder a la mujer completamente de vista, noto cómo levanta la cabeza y mira fijamente hacia mi ventana. Aterrorizada, doy media vuelta y comienzo a correr hacia las escaleras para dirigirme al piso de arriba. Mis piernas flaquean en cuanto intento subir los primeros escalones, provocando que tropiece una y otra vez. Mis manos temblorosas se aferran con fuerza a la barandilla, temiendo perder el equilibrio y caer hacia atrás. En cuanto mis pies sienten que los escalones por fin han terminado, comienzo a correr por el pasillo hasta llegar al cuarto donde Henry duerme plácidamente.
Abro la puerta de golpe, provocando que el chico despierte de un salto y dirija su mirada hacia mí con preocupación. Camino hacia él y entonces mis piernas pierden la batalla contra el peso de mi propio cuerpo, y caigo hacia el frente. En un movimiento ágil, Henry se quita las cobijas de encima y extiende sus brazos hacia mí, provocando que caiga sobre ellos.
–¿Qué te pasa? ¿Estás bien?
Intento formular las palabras, pero mi garganta parece haberse cerrado de repente. Ni siquiera puedo ver bien debido a las lágrimas que se han acumulado en mis ojos.
–La señora… La señora Handford… –intento controlar mi tono de voz, y tomo una larga bocanada de aire–. Acabo de ver cómo asesinan a alguien en la casa de la señora Handford.