En un mundo devastado por un virus que desmorono la humanidad, Facundo y Nadiya sobreviven entre los paisajes desolados de un invierno eterno en la Patagonia. Mientras luchan contra los infectados, descubre que el verdadero enemigo puede ser la humanidad misma corrompida por el hambre y la desesperación. Ambos se enfrentarán a la desición de proteger lo que queda de su humanidad o dejarse consumir por el mundo brutal que los rodea
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Capitulo 11
Pasaron varios días desde que emprendimos el viaje. Cuando Nadiya estuvo en condiciones de caminar, tomamos rumbo hacia el sureste, guiándonos por el río Ñireco. Seguimos su curso hacia el sur, aprovechando las zonas boscosas para movernos con más tranquilidad, alejados de los infectados. Estos refugios naturales se convirtieron en aliados inesperados en nuestra travesía.
Nadiya me contó que esos hombres que le atacaron vivían en un pueblo cercano. Según los mapas, había pocas localidades en la región, lo que hacía más fácil deducir su ubicación. Además, al sur se encuentra el cerro Challhuaco, un destino lógico, ya que el frío extremo ralentiza a los infectados. Decidimos aprovechar la temporada y dirigirnos en esa dirección.
Tras tres días de caminata, cruzamos la famosa Ruta 40, la legendaria carretera que recorre casi todo el país. Al llegar, no pude evitar detenerme y contemplar el paisaje.
— Siempre quise recorrer la Ruta 40 de principio a fin –dije en voz baja, con un dejo de nostalgia.
Nadiya sonrió, mirando el cartel que marcaba la ruta y el kilometraje.
— Quizás algún día podamos hacerlo. –voltea a verme con esa amabilidad en sus ojos
Fue un momento breve, pero significativo. Nuestra relación había evolucionado. Hablábamos más, compartíamos recuerdos de nuestras infancias y vidas antes de todo este infierno. Me di cuenta de cuánto había extrañado una conversación normal, sin amenazas ni miedo de por medio.
Nadiya me devolvió algo que creía perdido: las ganas de vivir. Pero con eso vino una responsabilidad que no puedo ignorar. Debo protegerla, cueste lo que cueste.
Finalmente, llegamos a una pequeña localidad cerca de la ruta llamada "Acceso al Challhuaco". Era un lugar olvidado por el tiempo: casas viejas, algunas sin terminar, y no más de 20 infectados dispersos. Lo usamos como punto de descanso y para evaluar nuestros suministros.
Estábamos bien equipados, pero en este mundo, nunca es suficiente. Encontrar más recursos era imprescindible, sobre todo considerando que el camino hacia el cerro sería largo. Consultamos el mapa y localizamos dos barrios cercanos: "Barrio El Pilar" y "Pilar II". El segundo estaba más próximo, así que decidimos ir allí al amanecer.
El día siguiente
Durante el trayecto hacia el barrio Pilar II, pasamos por un restaurante llamado "La Salamandra Pulpería". El lugar estaba aislado, rodeado por naturaleza, y su interior de madera tenía un encanto rústico que por un momento me hizo olvidar dónde estábamos. Revisamos el lugar y encontramos comida enlatada y, lo más valioso, una caja completa de primeros auxilios. Fue un hallazgo que nos levantó el ánimo.
Avanzamos hasta llegar al barrio Pilar II al caer el atardecer. Algo me pareció extraño desde el principio. No había infectados. Ni uno solo. Tampoco cadáveres. La quietud del lugar era antinatural, como si algo o alguien lo hubiera limpiado.
Me mantuve alerta mientras observaba cada rincón. El aire era pesado, el frío más penetrante que de costumbre, y el silencio... el silencio era aterrador.
Nadiya señaló una pequeña farmacia al otro lado de la calle. Los cristales, salvo uno, estaban intactos, aunque cubiertos de suciedad. Nos acercamos con cautela, asegurándonos de que no hubiera infectados cerca. Parecía que no había nada.
Nadiya termino de romper con cuidado esa vidriera rota y entró. Empezó a buscar lo que pudiera ser útil: medicamentos, vendas, cualquier cosa que nos sirviera. Yo me quedé afuera vigilando, pero algo llamó mi atención.
La sensación de peligro era ineludible, como si algo nos estuviera observando desde las sombras. Seguí a Nadiya adentro y me acerqué a ella.
— Agarra las cosas y vámonos –le dije, con una urgencia que apenas pude controlar.
— ¿Qué pasa? –me respondió, frunciendo el ceño.
— Algo no está bien aquí. No sé qué, pero...
Un ruido constante se empezo a escuchar en la calle. Pisadas. Pero estas pisadas eran pesadas y densas. Nos agachamos y encondemos en la farmacia.
Nadiya termina de guardar las cosas en la mochila.
— Ya esta,tengo todo...que pasa? - ella me toca el hombro
Estoy en shock con lo que veo en la calle...