¿Morir por amor? Miranda quiere salvar la vida de Emilio, su mejor amigo. Pero un enemigo del pasado reaparece para hacerla sufrir por completo. ¿Cómo debe ser la vida cuando estás a punto de perderlo todo? ¿Por qué a veces las cosas no son como uno desea? ¿Puede haber amor en tiempos de angustia? Miranda deberá elegir entre salvar a Emilio o salvarse a ella. INEFABLE es el libro tres de la historia titulada ¡Pídeme que te olvide!
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SIENTO QUE
—¡No te enojes! Solo estaba bromeando.
—Esas bromitas tuyas, casi haces que me largue de aquí. ¡Chamaco canijo!
Sus dedos sujetaron mi mano, la suavidad de su piel me hizo estremecer y no pude esconder mi sonrisa. ¡Me gustaba estar con él!
—¿Te piensas desvelar conmigo?
—¿Tú no piensas dormir?
—Estuve durmiendo toda la tarde, ahora mismo lo que me sobra es energía. Si no fuera por este estúpido yeso ya andaría lejos de aquí. ¡Hoy viernes era la fiesta de la facultad de arte! ¿No te gustaría ir de parranda a beber y bailar toda la noche? ¡Ya tienes edad para divertirte!
—No digas tonterías. ¿Acaso no te gusta que esté contigo? Nomás quieres deshacerte de mí, ya te atrapé canijo.
—No, bueno, yo solo decía, que si tú quieres...
—La neta es que ni siquiera podemos ir a esa mentada fiesta que dices. ¡Andas rengo! —Dije.
—No te lo tomes así, yo solo quiero que no te aburras conmigo. Me gustaría que te divirtieras por mí.
—¡Quiero aburrirme contigo! No seas bobo y mejor ya deja de persuadirme para que me vaya. Además, yo no conozco a nadie en la facultad de arte, no puedo llegar, nomas así de repente. ¡No soy universitaria!
Se rascó la mejilla.
—Es verdad. Mejor no te vayas. ¡Quédate conmigo!
—Eso es lo que planeo.
Movió sus cejas de forma coqueta, había mucha euforia en su interior.
—O mejor, escapemos de este hospital y me llevas de parranda por la ciudad.
Asentí, estaba de acuerdo con él. Emilio había desarrollado perfectamente bien su lado fiestero ahora que su primer año en universidad había transcurrido. ¡Qué lástima que este accidente no le permitiera salir a divertirse!
—Pero como estás enyesado, creo que no tenemos otra opción que quedarnos aquí, por eso me desvelaré contigo. ¿Quieres ver algo en Netflix? Traje mi laptop.
Sus ojos se posaron sobre mis ojos por varios segundos silenciosos y pude notar como sus pupilas se excitaban al ver mi sonrisa.
—Mmmmm.
—¿Mmmmm?
—¿Al menos cenaste algo?
—Unas galletas de chocolate. ¿Tú tienes hambre?
—Tengo antojo de algo dulce —pronunció.
—¿Dulces a las once de la noche?
—¡Sí! ¿Está mal que tenga ese antojo? Dijiste que nos íbamos a desvelar.
Ahora él estaba jugando a querer chantajearme. Le regalé una mirada pensativa.
—No, para nada está mal. Déjame ir a traerte algo de la máquina que está en la recepción de abajo. Si vamos a desvelarnos, hay que hacerlo bien. ¡Tendremos una pijamada en un hospital!
—Vale, está bien. Hace años que no hacíamos algo así. ¡Ya era hora de volver a lo de antaño!
Asentí.
Y no es que hubieran pasado realmente muchos años; fue solo un año el que había transcurrido y quizá, para ambos, se sentía como milenios estar lejos el uno del otro. Vivir en San Francisco si me obligó a extrañar demasiado a mi amigo y estoy segura de que la universidad le hacía sentir lo mismo a mi querido.
—Aparte de tus dulces, ¿quieres otra cosa?
Su gesto me hizo enarcar las cejas, de pronto parecía un poco angustiado.
—Este... —no terminó la frase.
Se puso pensativo.
—¿Este...? —Quise averiguar qué es lo que él quería.
—¡Quiero hacer pipí!
El rubor pintó sus mejillas. ¿Hacer pipí? Eso no estaba en los planes de la noche y aún, en toda mi amistad con Emilio, nunca imagine que algún día yo tendría que ayudarlo para que pudiera orinar. Sentí una sensación muy curiosa, algo así como un cosquilleo fuerte y una pena bonita.
—Te ayudo, solo...
—Pero Miranda, es que...
—¿Puedes levantarte o prefieres que te traiga el pato?
—Mmmmm...
—¿Mmmmm qué?
En sus ojos se podía ver la angustia de contenerse.
—Podrías traer el pato, pero no es muy cómodo realmente.
Entrecerré un poco mis ojos para aclarar mir pensamientos.
—¿Entonces quieres que te acompañe hasta el sanitario?
Sus labios sonrieron de forma apenada.
—Sí, si no te incomoda.
¿Incomodarme? Pues ni que yo fuera una desconocida para él.
—Tú, tranquilo, hemos dormido juntos y estoy acostumbrada a ver parte de tu cuerpo semidesnudo.
¡Era verdad! Había visto el pecho de mi amigo y sus piernas velludas, pero, nunca había visto "de más" refiriéndome a su entrepierna o el área de su pelvis, esa zona si era desconocida para mí. Era común que Emilio estuviera en mi habitación, sin playera, en short o incluso hasta en ropa interior. ¡Pero nunca había visto más allá de su bóxer!
—¡Bueno! Pues vamos, ayúdame que ya no aguanto.
Emilio se giró moviendo sus piernas de forma lenta, tuve que ayudarlo a sentarse en la cama. Me posiciono justo a su costado derecho, paso su brazo por detrás de mi cuello porque mi querido enfermo no sabía usar las muletas y no quería aprender a manejarlas. ¡Qué flojo! Pase mi brazo por su cadera y ambos nos pusimos de pie; aproximadamente tardamos más de tres minutos en llegar al sanitario.
Abrí la puerta, sus ojos se cruzaron con los míos y era el momento de hacerlo.
—Bien, ya estábamos aquí, ahora todo depende de ti —le dije.
Prácticamente, cuando estás en el hospital te hacen quitarte toda la ropa y a veces solo dejan que tu ropa interior cubra lo más íntimo de ti. En el caso de mi amigo, su bóxer era de color gris, con mucha fuerza me agarre de la tela de la espalda y así lo ayude a mantener el equilibrio.
Pierna izquierda desnuda, pierna derecha flotando a causa del yeso y yo, detrás, escuchando como el chorro de pipí cae en la porcelana del inodoro. Un segundo. Cinco segundos. Diez segundos. Quince segundos. Veinte segundos. Treinta segundos. ¡Vacío todo su depósito de agua!
—¡Listo! Ya terminé.
—Enjuágate las manos.
—Por supuesto, no creas que soy un cochino.
—Yo no dije que lo fueras, pero no descartes la posibilidad. Hueles a mucho sudor, una mezcla de cebolla y ajo. ¡Deberías tomar un baño!
—¿Tú me bañarías?
Lo fulminé con la mirada.
—¡Obvio! No seas zoquete, soy tu mejor amiga, es normal que yo hiciera algo así por ti.
Mi respuesta le hizo sonreír.
—Dale, pues entonces pospongamos nuestra cena de dulces y báñame. ¡Soy todo tuyo!
—¡Calmado canijo! Eres de tu mamá y ella te comparte conmigo.
Reímos los dos, verlo de frente tomándome de las manos causaba placer en mi interior, me gustaba ver sus ojos bien coloridos, mirarme con ternura.
—Bueno, pues ya, a ver, siéntate, iré a buscar el jabón para que huelas bien.
En la ducha había un banco de plástico color blanco, con mucha suavidad le ayudé a sentarse de forma cómoda.
—¿Podrías poner un poco de música?
Me hizo una mirada tierna.
—Déjame ir por mi celular.
—Aquí te espero. Pon Imagine Dragons.
Thunder era su canción favorita. Salí del sanitario y caminé hasta la mesita que quedaba justo al lado de la cama. Tomé mi celular y encendí la pantalla. Dos llamadas perdidas de Édgar.
Ya eran las once treinta y pensé que lo mejor sería escribirle un mensaje.
*Miranda:** No pude contestarte. ¡Estoy bien!*
Envié el mensaje y no pasaron ni veinte segundos cuando me leyó.
Édgar escribiendo...
*Édgar: **Me alegra saber que estás bien. ¿Cómo está, Emilio?*
*Miranda:** Él está bien. Ahora mismo le daré un baño.*
*Édgar:** ¡¿Darle un baño?! Pero tú eres una chica. No sería apropiado que vieras a tu amigo desnudo.*
Deje escapar una risita tonta. ¿Apropiado?
—Hasta aquí se escucha tu risa. ¿De qué te ríes?
—Chismoso. ¡Déjame ser!
—¡Oh! Pues es que me causa intriga tu risa.
—Deja la intriga y mejor ya alístate para que te bañe.
—¿Me quito el calzón?
—A menos que quieras bañarte con ropa interior, haz lo que mejor te parezca.
Miranda: ¡Tranquilo! Emilio cuenta conmigo en un momento como este, además no puede valerse del todo por sí mismo. ¡Y tú sabes que nos conocemos de toda la vida! No tengo problema alguno de verlo desnudo. Te dejo, que ya lo empezaré a bañar. Descansa bien esta noche.
Cerré la aplicación de mensajes.
—¿Hablas con Édgar?
—Sí. Me estaba preguntando por ti.
—¡Es un buen tipo!
—Eso lo sé.
Abrí Spotify y busque Imagine Dragons.
—¿Ya te desvestiste?
—Sí, pero me da un poco de pena.
—Pues te la aguantas. Intentaré no ver nada, aunque la neta es imposible.
Deje escapar una risa con sonrisa amplia. Escuche que él suspiraba
—¿Ya vas a poner la música?
—¿Thunder?
—¡Thunder!
La melodía empezó a sonar, me arremangué el pantalón y entre a la ducha. Mi querido Emilio estaba sentado y su pierna se recargaba sobre una pequeña plataforma de azulejo y concreto. En realidad, mi trabajo en la ducha solo fue pasarle el jabón, el champú, abrirle la llave a la regadera y ayudarle a sostener su pierna enyesada. ¡Sin querer vi a Emilio cómo Dios lo había traído al mundo! Y eso hizo que él se sonrojara.
—¡Más privacidad, por favor!
—Eso es imposible. Pero bueno, puedes estar tranquilo, al menos no te voy a hacer nada impropio.
Sus labios se dibujaron con una sonrisa. Me empecé a reír sin querer y él solo intentaba cantar la canción para intentar esconder su vergüenza.
—¡Gracias por ayudarme!
Su rostro estaba repleto de gotas de agua, su piel parecía estar más aclarada y la suavidad de su cabello era acogedora.
—¡No es nada canijo! Ya sabes, sé que, si yo estuviera en una situación como esta, tú harías lo mismo por mí.
Asintió.
—¡Te quiero Miranda!
—Y yo a ti canijo.
—¿Por los viejos tiempos?
Sonreí.
—¡Por los viejos tiempos!