Emma, una chica carismática con una voz de ensueño que quiere ser la mejor terapeuta para niños con discapacidad tiene una gran particularidad, es sorda.
Michael un sexi profesor de psicología e ingeniero físico es el encargado de una nueva tecnología que ayudara a un amigo de toda la vida. poder adaptar su estudio de grabación para su hija sorda que termina siendo su alumna universitaria.
La atracción surge de manera inmediata y estas dos personas no podrán hacer nada contra ella.
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capitulo 8.3
Al día siguiente amanecí como lo vengo haciendo hace un tiempo. Con la ayuda de la enfermera, visita de médicos y luego la tortuosa fisioterapia. Mi pierna ya está mucho mejor, solo espero que me adelanten el alta.
Por la tarde mi amiga Zoe me hizo compañía y nos pusimos al día con los chismes de la universidad. También me trajo todo para ponerme al día todo lo visto hasta ahora en clases. Sé que necesitaré tutoría para las materias, es mucho el tiempo que llevo perdido.
Zoe se quedó haciéndome compañía hasta después de la cena y cuando ya no daba más, llegó su novio para llevarla de nuevo al campus.
Sin nada más que hacer, tomé el control para buscar algo en la tele. Pasar de canal en canal solo me hace resoplar. Cerca de las once de la noche, cuando mis ojos ya estaban entre San Juan y Mendoza, la puerta de mi habitación es abierta y esa cara que no esperaba ver se asoma para mi corazón.
—Estás loco —digo a modo se saludó.
—Si, por ti —afirma terminando de ingresar y poniendo seguro a mi puerta.
—¿Qué haces? —pregunto al ver su osadía.
—Le pregunté a la enfermera que riesgo había si te agitabas un poquito más de lo normal y me dijo que si hacías un poco de cardio no le haría nada a tu recuperación —dice tan serio que me quedo estática.
—¿Le preguntaste a la enfermera si podíamos tener sexo? —no puedo creer su osadía.
—No con esas palabras, pero si —responde con picardía sacando su chaquea para dejarla a un lado.
Siento que mi cuerpo se agita cuando sus brazos fuertes quedan al descubierto y por un momento me olvido de donde estamos y suelto un gemido.
—Somos unos pecadores —digo corriendo la sábana que cubre mi cuerpo para mostrar mi desnudez.
—¡Dios! ¡Gatita! ¿Planeabas matarme? —dice y prácticamente se arranca la remera de su cuerpo perfecto.
—No, planeaba fantasear con tu llegada —admito, no sabía que vendría y si lo hacía quería sorprenderlo—. ¿Te sorprendí? —espero sonar sexi.
—Oh, cariño, no tienes ni idea —dice y levanta mi cabeza para acercarme a sus labios.
Me besa como siempre que nos vemos, robándome todo el aire. Al dejar mis labios no pierde tiempo y sigue con mi cuello. Baja y lame el balle de mis pechos para luego concéntrense en uno de mis pezones que lo reciben con ansias.
Mis manos se apoderan de sus cabellos disfrutando de la calidez de su lengua juguetear con mi pecho, lo deja por demás de sensible para luego pasar al otro. Estoy inquieta, necesito sentir más de su piel. Lo empujo para sentarme en la cama quedando el metido entre mis piernas, sus manos surcan mis piernas mientras me mira a los ojos.
Suelto su mirada para dirigir mis manos a su pantalón, demasiada ropa entre nosotros. Desprendo su cinturón y él se encarga de quitarse sus zapatos para luego deshacerse de sus vaqueros junto con su bóxer. Mi boca se vuelve agua cuando su mástil firme se planta frente a mí, apuntando hacia mí, anticipando el placer que surcara dentro de mi cuerpo.
Alargo mi mano para acariciarlo, él se sacude cuando lo rozo y levanto la mirada para ver sus ojos cerrados, su boca abierta. Rodeo su falo con mi pequeña mano, no alcanzo a tomarlo completo y acerco mi cara para lamer sus labios. Su gesto me dice que está gimiendo, por lo que clavo mis dientes en su labio inferior para tirar de él, al igual que jalo esa masa dura entre mis manos.
Mi osadía me lleva a mover mi mano con más energía, pero su mano me detiene, abre sus ojos y veo a la bestia surcar su mirada profunda. El verde de sus iris ya no se aprecia, es como si de pronto sus ojos fueran negros. No me asusta, me calienta. Cumpliendo con mi papel de gatita, alargo mi lengua para pasarla por su mejilla, veo como su gesto se frunce. Adivino que se trata de un gruñido y suelta mi mano, toma mis piernas y sin perder el contacto visual se posiciona en mi entrada. Me relamo los labios ansiosa de que empuje y me llene de una vez.
—Lo siento Gatita —murmura y se empuja de una sola estocada, me deja sin aire.
Todo mi centro late por la invasión, mis manos se dirigen a su cara para tirar de sus cabellos y acallar los ruñidos que salen de mi boca y que no escucho. Sus manos suben a mi cadera y se mueve lentamente buscando la fricción de mi punto sensible. El dolor se calma con cada movimiento y pronto el deseo se hace insostenible y me uno al vaivén de caderas.
No pasa mucho tiempo y los dos llegamos al clímax, pero no todo termina ahí. No, él se mueve sin salirse de mi interior, sorprendida porque sigue tan duro como hace un momento y se acomoda en la misma silla de todos los días. Quedo a horcajadas de él, abrazada a su cálido cuerpo mientras recupero la respiración.
Besa mi cuello, tira de mi cabello para descubrir mi pecho y morder mis pezones para luego aliviar el dolor con su lengua. Una de sus manos se cuela entre los dos para masajear mi punto de placer y más pronto que tarde estoy rebotando entre sus piernas buscando de nuevo ese exquisito éxtasis que se vuelve una droga para nosotros.
—¡Te amo! —gimo, mientras me desarmo en miles de fragmentos, sintiendo como él me aprieta a su cuerpo como si quisiera fundirse en mí.
Caigo agitada, tratando de encontrar aire. Él toma mi cara algo adormecida entre sus manos para que lo vea.
—Yo te amo más —me besa rápido, pero no me suelta—. ¿Te arrepientes?
—Jamás —respondo sintiendo que mis ojos se cierran.
Siento como se levanta de la silla, sorprendida porque sigamos conectados. Camina por la habitación y entramos al baño. Aun sin salir de mi interior nos metemos a la ducha para refrescarnos. No me suelta en ningún momento y me causa gracia.
—¿Planeas dejarme libre? —pregunto mirando el punto de unión de nuestros cuerpos.
—Aún no —dice luego de levantar mi mentón—, no estoy listo para dejarte ir aún.
Con esas últimas palabras me lleva una vez más al cielo y como si no le quedara de otra, al fin, sale de mi interior. Volvemos a la habitación, estoy tan cansada que no puedo moverme. Él se encarga de secarme y vestirme para meterme a la cama, hace lo propio con su ropa y luego se acomoda a un lado mío. Antes de acostarse destraba la puerta. Al regresar a mi lado en la cama, besa mi frente y junto nos quedamos dormidos.