Monserrat Hernández es una respetada abogada defensora⚖️. Una tarde como cualquiera otra recibe una carta amenazante📃, las palabras la aterraron; opción 1: observar como muere las personas a su alrededor☠️, opción 2: suicidate.☠️
¿Que tipo de persona quiere dañar a Monserrat con esta clara amenaza mortal?✉️.
Descubre el misterio en este emocionante thriller de suspense😨😈
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(CAPITULO 4) EL DESCENSO AL INFIERNO
Monserrat abrió los ojos lentamente, sintiendo el peso de la fatiga en sus párpados. Había pasado la noche sentada en su escritorio, rodeada de papeles y carpetas, investigando sobre los casos que había ganado en los últimos 10 años. La conversación con Rafael aún resonaba en su mente, y la imagen de su hija, inocente y vulnerable, la había perseguido en sueños.
La pesadilla había sido vívida y aterradora. En ella, Monserrat veía a la hija de Rafael, sola y asustada, recibiendo las imágenes pornográficas en su locker. El mensaje, escrito en letras rojas y sangrientas, decía: "Esto es lo que te voy a hacer cuando te encuentre sola". Monserrat había sentido una sensación de impotencia y desesperación mientras veía a la niña llorar y gritar, sin poder hacer nada para ayudarla.
Al despertar, Monserrat se sintió angustiada y confundida. La habitación estaba en silencio, y la luz del sol se filtraba a través de las cortinas, iluminando el polvo que flotaba en el aire. Se levantó de su silla, estirando sus brazos y piernas entumecidos.
Monserrat se dirigió al baño, necesitando un momento para recoger sus pensamientos y calmarse. Mientras se lavaba la cara, se miró en el espejo y vio reflejada una mujer cansada y preocupada. Sus ojos estaban hinchados, y sus mejillas parecían haber perdido su color.
"¿Qué estoy haciendo?", se preguntó Monserrat, sintiendo una sensación de desesperanza. "¿Cómo puedo ayudar a Rafael y su familia si no sé quién está detrás de esto?"
Se secó la cara y salió del baño, decidida a encontrar respuestas. La carpeta con los casos que había ganado en los últimos 10 años estaba cerrada en su escritorio. Monserrat la abrió, y comenzó a revisar los documentos y notas que había recopilado.
"La carta menciona algo sobre mi pasado", pensó Monserrat. "Algo que ocurrió en mis inicios, cuando empecé mi carrera laboral después de graduarme de la universidad".
Comenzó a revisar los casos que había trabajado en sus primeros años como abogada, buscando cualquier conexión con la carta y la situación de Rafael y su familia. Los nombres, los lugares y los detalles comenzaron a fluir en su mente, y Monserrat se sumergió en el pasado, buscando pistas y respuestas.
"¿Qué pasó en aquel entonces?", se preguntó Monserrat. "¿Qué podría haber desencadenado esto?"
La investigación había comenzado. Monserrat estaba decidida a encontrar la verdad, y a hacer justicia para Rafael y su familia.
Después de razonar un poco más y calmarse, Monserrat entendió algo crucial: la carta había sido escrita a mano. Eso podría ser una pista valiosa, pero sin sospechosos, no podía iniciar la investigación aún.
Decidió seguir revisando los casos en los que había ganado, buscando cualquier conexión con la carta y la situación de Rafael y su familia. Comenzó a hacer una lista aparte de los nombres de sus clientes que habían sido acusados de diversos crímenes, pero que ella había logrado defenderlos y ganar el juicio.
La habitación estaba en silencio, solo interrumpido por el tic-tac del reloj en la pared. Monserrat se sentó en su escritorio, rodeada de papeles y carpetas, con la lista de clientes defendidos frente a ella. La luz del sol se filtraba a través de las cortinas, iluminando su rostro cansado.
Mientras revisaba la lista, los nombres comenzaron a evocar recuerdos y momentos fugaces de cada caso. Ryan Jenkins, el hombre acusado de asesinato, con su mirada fría y calculadora. Recordaba el día que lo defendió en la corte, cómo su voz firme y segura había convencido al jurado de su inocencia.
Pero ahora, al recordar su caso, Monserrat sintió un escalofrío. ¿Y si Ryan no había sido inocente? ¿Y si había sido un error dejarlo libre?
La siguiente en la lista era Ethan Walker, el joven acusado de secuestro. Monserrat recordó la angustia en los ojos de Ethan durante el juicio, cómo había llorado al describir su supuesta inocencia. Pero también recordó la mirada de desdén que Ethan le había lanzado después de ser absuelta.
Monserrat se estremeció. ¿Qué había pasado con Ethan después de su absolución? ¿Había cambiado de verdad o seguía siendo la misma persona que había sido acusada de secuestro?
Michael Davis, el hombre acusado de tráfico de drogas, hizo que Monserrat recordara la noche que pasó en la cárcel, hablando con él sobre su caso. Su voz suave y convincente había hecho que Monserrat creyera en su inocencia.
Pero ahora, al recordar esa noche, Monserrat se preguntó si había sido engañada. ¿Michael había sido sincero con ella o solo había estado jugando con sus emociones?
La lista seguía, cada nombre evocando recuerdos y dudas. Samantha Brown, la mujer acusada de fraude, con su sonrisa encantadora y su mirada astuta. Lucas Brooks, el hombre acusado de agresión, con su furia contenida y su mirada amenazante.
Monserrat se sentía cada vez más confundida y asustada. ¿Qué había pasado con todos esos clientes después de ser absueltos? ¿Habían cambiado de verdad o seguían siendo una amenaza para la sociedad?
La carta en su escritorio parecía quemarla, recordándole que alguien había estado observándola, esperando el momento perfecto para atacar. Monserrat sabía que debía encontrar al responsable antes de que fuera demasiado tarde.
Pero ¿dónde empezar? La lista de clientes defendidos parecía interminable, y cada nombre era un misterio esperando ser resuelto.
La investigación había comenzado, y Monserrat estaba decidida a encontrar la verdad. Pero ¿estaba preparada para lo que podría descubrir?
Monserrat se sentía atrapada entre su vida rutinaria y la investigación que había comenzado apenas unas horas antes. La carta en su escritorio parecía quemarla, recordándole que solo tenía 7 días para descubrir la verdad. Y ahora, su asistente Emily la llamaba para recordarle la cita con el señor Alessandro.
"Monserrat, ¿estás bien? No te encontré en la oficina hoy", dijo Emily con una voz ligeramente curiosa.
Monserrat se sintió invadida por la ansiedad. ¿Cómo podría conciliar su investigación con su trabajo? ¿Y qué pasaría si alguien descubría lo que estaba haciendo?
"Ah, sí... estoy bien, Emily. Solo estoy un poco ocupada", respondió Monserrat, intentando sonar tranquila, pero su voz temblaba ligeramente.
"Pero deberías venir al bufete, Monserrat. Recuerda que tienes la cita con el señor Alessandro", insistió Emily. "Ayer hablaste con él sobre el asunto de la empresa Creando Narrativa. Es importante que estés allí para discutir los detalles del contrato."
Monserrat se sintió como si estuviera siendo arrastrada hacia una trampa. La cita con Alessandro era importante, pero su investigación era más urgente. Tenía que encontrar al responsable de la carta antes de que fuera demasiado tarde.
"¿Qué hora es la cita?", preguntó Monserrat, intentando ganar tiempo, mientras su mente corría con pensamientos de pánico.
"Es dentro de una hora, Monserrat. Sería prudente que vengas lo antes posible", respondió Emily.
Monserrat se levantó de su silla, sintiendo el peso de la responsabilidad y la angustia. No podía permitirse perder esta cita, pero tampoco podía dejar de lado su investigación. Tomó los documentos que había estado estudiando y los metió en su bolso, decidida a seguir investigando en cada momento libre que tuviera.
"Está bien, Emily. Iré enseguida", dijo Monserrat, intentando sonar segura, pero su corazón latía con ansiedad.
Mientras salía de su habitación, Monserrat se sentía como si estuviera caminando hacia un abismo. La carta en su escritorio parecía seguirle, recordándole que el tiempo se estaba acabando. ¿Qué pasaría si no encontraba al responsable antes de que los 7 días se acabaran?
La angustia la consumía, pero Monserrat sabía que no podía darse por vencida. Tenía que seguir adelante, no importaba cuán difícil fuera.
El sol matutino brillaba sobre la ciudad de Nueva York, iluminando los rascacielos de Manhattan y las calles bulliciosas. Monserrat se sentó en el asiento trasero del Mercedes-Benz S-Class negro brillante, mientras su chofer, Juan, manejaba con habilidad a través del tráfico denso de la mañana.
Juan era un hombre mayor, de unos 60 años, con cabello gris y una barba bien cuidada. Su rostro estaba surcado por arrugas profundas, producto de años de experiencia y sabiduría. Llevaba un traje de chaqueta negro y una corbata gris, que contrastaba con su camisa blanca impecablemente planchada. Sus ojos castaños, experimentados y amables, se reflejaban en el espejo retrovisor mientras conducía.
Monserrat se sumergió en sus pensamientos, preocupada por la carta y el misterioso asesino que la acechaba. No sabía nada sobre él, ni siquiera si era hombre o mujer. Su mente estaba llena de interrogantes y temores, pero sabía que debía mantener la calma y enfocarse en su trabajo.
El tráfico en la Quinta Avenida era intenso, con autos y taxis que se movían lentamente a través de las calles congestionadas. Juan conocía bien las calles de Nueva York y logró evitar los embotellamientos más graves, pero la prisa de Monserrat era palpable.
"Monserrat, ¿está bien?" preguntó Juan, observándola por el espejo retrovisor. "Parece preocupada."
Monserrat se sacudió de sus pensamientos y sonrió débilmente. "Estoy bien, Juan. Solo un poco estresada con el trabajo."
Juan asintió con la cabeza y se concentró en la carretera. "No se preocupe, señora. Llegaremos al bufete en unos minutos."
Mientras el auto avanzaba, Monserrat miró por la ventana, observando la ciudad que se despertaba. Los neoyorquinos se apresuraban hacia sus destinos, con tazas de café en la mano y bolsas de compras en el hombro. Los vendedores de periódicos y café ofrecían sus productos en las esquinas, mientras los autobuses y trenes se movían ruidosamente a través de las calles.
Finalmente, el auto se detuvo frente al edificio de cristal y acero del bufete de abogados "Hernández & Asociados", ubicado en el corazón de Midtown. Monserrat se bajó del auto y se estiró, preparándose para la reunión con el nuevo cliente.
"Gracias, Juan", dijo, mientras se despedía de su chofer. "Te veré más tarde."
Juan sonrió y asintió con la cabeza. "De nada, señora. Que tenga un buen día."
Monserrat entró en el edificio de cristal y acero, saludando a la asistente que la esperaba con una sonrisa y una carpeta llena de documentos.
" Buenos días, señora Hernández", dijo la asistente, mientras le entregaba la carpeta. "Tengo todo listo para la reunión con el señor Alessandro."
Monserrat asintió, mientras se dirigía hacia su despacho. Pasaron los minutos y se suponía que llegaba la hora de la reunión. De repente, sonó el timbre de la puerta y una voz suave preguntó:
"¿Puedo entrar?"
Monserrat asintió y la puerta se abrió. Una mujer elegante y joven, de unos 25 o 30 años, entró en el despacho. Su cabello oscuro y liso caía sobre sus hombros, y sus ojos verdes brillaban con una intensidad misteriosa.
"¿Quién eres?" preguntó Monserrat, intrigada.
La mujer sonrió, mientras se acercaba a la mesa de Monserrat.
"Me llamo Lilith", respondió, con una voz suave y seductora.
Monserrat titubeó, sin entender.
"¿Qué relación tienes con el señor Alessandro?" preguntó.
Lilith se rió, mientras se sentaba en la silla frente a Monserrat.
"Bueno, creo que el hombre que esperabas que llegara aquí no iba a llegar... ni en 5 minutos, ni en una hora... nunca", dijo, con una voz misteriosa y cínica.
Monserrat se sintió un escalofrío en la espalda.
"¿Qué quieres decir?" preguntó, intentando mantener la calma.
Lilith se inclinó hacia adelante, sus ojos verdes brillando con una intensidad siniestra.
"Él te manda saludos... desde el infierno."