— ¡Suéltame, me lastimas! —gritó Zaira mientras Marck la arrastraba hacia la casa que alguna vez fue de su familia.
— ¡Ibas a foll*rtelo! —rugió con rabia descontrolada, su voz temblando de celos—. ¡Estabas a punto de acostarte con ese imbécil cuando eres mi esposa! — Su agarre en el brazo de Zaira se hizo más fuerte.
— ¿Por qué no me dejas en paz? —gritó, sus palabras cargadas de rabia y dolor—. ¡Quiero el divorcio! Ya te vengaste de mi padre por todo el daño que le hizo a tu familia. Te quedaste con todos sus bienes, lo conseguiste todo... ¡Ahora déjame en paz! No entiendes que te odio por todo lo que nos hiciste. ¡Te detesto! —Las lágrimas brotaban de sus ojos mientras su pecho se llenaba de impotencia.
Las palabras de Zaira hirieron a Marck. Su miedo más profundo se hacía realidad: ella quería dejarlo, y eso lo aterraba. Con manos temblorosas, la atrajo bruscamente y la besó con desesperación.
— Aunque me odies —murmuró, con una voz rota y peligrosa—, siempre serás mía.
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Capitulo 8: La mujer más hermosa.
...¡Hola!...
...De verdad, estoy muy agradecida por todo el apoyo que me han brindado. Cada gesto positivo me motiva a seguir desarrollando esta historia con más pasión y dedicación. Gracias por los me gusta, los votos y los regalos; no se imaginan cuánto significan para mí. Saber que mi trabajo les gusta y que lo valoran me inspira a seguir mejorando y creando. ¡Gracias por acompañarme en este viaje!...
ZAIRA
Me observé una vez más en el espejo, ajustando los rizos de mi cabello hasta que cayeron justo como quería. Estaba a punto de aplicar un poco más de perfume cuando de repente sentí unas manos despeinándome, destrozando por completo mi trabajo.
— ¡¿Pero qué demonios te pasa?! —grité, girándome enojada para ver a Nicolás parado detrás de mí, riéndose como si fuera la broma del siglo.
Su risa burlona solo aumentó mi molestia.
— ¿A dónde vas tan arreglada? —preguntó, cruzando los brazos mientras me miraba de arriba abajo con una sonrisa ladeada.
Lo fulminé con la mirada y volví mi atención al espejo, intentando arreglar mi cabello lo mejor que podía. Estaba tan concentrada en no perder la paciencia que apenas le respondí.
— ¿Y tú qué haces aquí? —le solté, tratando de mantener la calma—. ¿No se supone que deberías estar en la empresa?
En lugar de responder directamente, me ignoró como si no hubiera dicho nada y repitió la pregunta, su tono aún lleno de ese fastidioso sarcasmo.
— ¿A dónde vas tan arreglada? —insistió—. No te vistes así a menos que vayas a salir con alguien.
Sentí un calor subir por mi cuello, pero lo escondí tras una expresión neutral. Sabía que si le decía la verdad sobre Cristian, Nicolás haría una escena. Él y Alonso siempre habían sido increíblemente protectores, y últimamente, estaban empeñados en controlar cada uno de mis movimientos.
Suspiré, sin querer lidiar con su interrogatorio.
— Voy con Valentina a una exposición de fotografías nocturnas en el parque central —respondí, esperando que eso lo dejara tranquilo—. ¿Feliz?
Nicolás me observó por un momento, como si intentara leerme. Yo lo evité, siguiendo con mi plan de salir de casa cuanto antes.
— Ahora responde mi pregunta —añadí, volviéndome hacia él mientras cruzaba los brazos—. ¿Qué haces aquí?
Nicolás sonrió, como si le divirtiera que intentara cambiar de tema.
— Vine por unos papeles que se me quedaron —respondió encogiéndose de hombros, como si fuera algo insignificante.
Lo observé un segundo, sabiendo que si no me movía rápido, terminaría investigando más de la cuenta.
— Mmm, bueno —murmuré—, entonces yo me voy.
Tomé mi bolso y empecé a caminar hacia la puerta, deseando que me dejara en paz.
— ¿Ya le pediste a Tomás que te lleve? —preguntó de repente, haciéndome detener en seco.
Mi corazón dio un vuelco. Odiaba que Tomás fuera mi chófer personal, porque más que llevarme de un lugar a otro, era una forma de que mi familia me mantuviera vigilada.
— Amm... no —admití mientras lo miraba a los ojos, intentando parecer despreocupada—. Prefiero caminar.
Nicolás levantó una ceja, claramente escéptico.
— ¿Con esos tacones? —preguntó, señalando mis zapatos con una mezcla de incredulidad y burla.
— Sí, a ti qué te importa —respondí, algo desafiante—. Cuando salga de los terrenos, tomaré un taxi. No te preocupes tanto.
Él soltó una pequeña risa, pero su expresión no mostraba ninguna intención de dejarme salir así de fácil. Sabía que, si podía evitarlo, Nicolás no permitiría que me fuera sola.
— Mejor vamos —dijo, con una mezcla de autoridad y preocupación—, por lo menos te dejo en unas cuadras del parque central, te dejaría allí pero ya me estaría desbíando mucho .
Solté un suspiro, sabiendo que no me dejaría ir sola de ninguna manera.
— Ok, entonces vamos —dije finalmente, resignada.
Tomé mi bolso y lo seguí fuera de la habitación. Su mirada era esa mezcla de preocupación y control que siempre me había fastidiado.
El sol aún brillaba fuerte cuando salimos de casa y subimos al coche. Nicolás conducía en silencio, mientras yo miraba por la ventana, pensando en cómo distraerlo. Sabía que, si quería tener una tarde tranquila, tendría que ser cuidadosa con cada palabra que dijera.
Así fue, pasaron unos cuantos minutos de silencio incómodo hasta que Nicolás detuvo el auto a unas cuadras del parque central.
— Gracias... —murmuré, inclinándome hacia él y dándole un beso rápido en la mejilla antes de quitarme el cinturón.
— Tomás va a recogerte en dos horas —dijo, su tono era más una orden que una sugerencia.
Rodé los ojos con frustración, pero simplemente asentí, sin querer discutir. Bajé del coche, cerrando la puerta suavemente detrás de mí, y lo observé mientras daba la vuelta y se alejaba por la calle. Respiré hondo, disfrutando por fin de un poco de libertad, aunque sabía que era temporal. Caminé por las aceras adoquinadas, dejando que el bullicio de la ciudad y el calor me envolvieran. El parque central estaba lleno de gente y a lo lejos, vi los puestos de la exposición de fotografía.
Al llegar al lugar del evento, me detuve un momento para observar. Las luces cálidas iluminaban las estructuras metálicas que sostenían las fotografías. Grandes marcos negros contenían imágenes capturadas en la penumbra, desde paisajes urbanos hasta retratos llenos de sombras. La suave música ambiental creaba un ambiente casi mágico, envolviendo el parque en una atmósfera tranquila, casi íntima, a pesar de la cantidad de personas que deambulaban de un lado a otro.
Cristian ya estaba ahí, esperándome cerca de la entrada. Llevaba una camisa azul celeste y jeans, su postura un poco tensa. Cuando me vio, su rostro se iluminó con una sonrisa, pero al acercarse, noté el nerviosismo en sus ojos.
— Hola, Zaira —dijo, su voz un poco más aguda de lo habitual—. Te ves... increíble.
— Gracias, tú también te ves bien —respondí, intentando sonar relajada mientras me acercaba a él.
Caminamos juntos por la exposición, deteniéndonos de vez en cuando para mirar alguna fotografía que nos llamaba la atención. Las imágenes eran impresionantes: luces que se filtraban a través de ventanas antiguas, calles vacías bajo la luna llena, retratos de personas con miradas profundas y enigmáticas. Sin embargo, mi mente estaba distraída. Aunque apreciaba el arte, no podía evitar sentir la tensión que se acumulaba entre nosotros.
Cristian intentaba hacer pequeños comentarios sobre las fotos, pero cada vez que me miraba, parecía que luchaba por encontrar las palabras adecuadas. Su nerviosismo era palpable, y me hacía sentir una mezcla de incomodidad y culpa.
En un momento, mientras estábamos frente a una fotografía de una ciudad iluminada por las estrellas, lo noté tomando una bocanada de aire, como si se estuviera preparando para decir algo importante.
— Zaira... —comenzó, su voz titubeante.
Me volví hacia él, ya anticipando lo que venía, y mi estómago se tensó. No quería oírlo, no quería que me lo dijera porque sabía que no podía corresponderle de la manera en que él quería.
— Quiero que sepas que... —continuó, sus ojos encontrándose con los míos, llenos de una mezcla de esperanza y temor—, lo he estado pensando mucho y... realmente me importas. Eres especial para mí.
El aire a mi alrededor se volvió denso. Sentía cada palabra suya como una pequeña presión en el pecho. Bajé la mirada, incapaz de sostenerle la mirada por más tiempo.
— Cristian, yo... —empecé, buscando la manera más delicada de rechazarlo.
Pero antes de que pudiera continuar, él levantó una mano, como si quisiera detenerme.
— No tienes que decir nada ahora —dijo, su voz suave pero firme—. Solo quería que lo supieras. No espero que sientas lo mismo, solo... quería ser honesto.
Levanté la mirada nuevamente y vi la sinceridad en su rostro. Me dolía no poder corresponderle, pero al mismo tiempo, sentía un alivio extraño al saber que no me estaba presionando.
— Gracias por decirme esto —murmuré, dándole una pequeña sonrisa—. Y por entenderme.
Seguimos caminando, esta vez en silencio. Aunque las palabras que él había soltado colgaban pesadas entre nosotros, tratamos de volver a concentrarnos en las fotografías. Pero la incomodidad seguía ahí, latente, como una sombra que nos seguía a cada paso. Yo sabía que Cristian era un buen chico, alguien con quien cualquier otra persona habría querido estar, pero simplemente... no sentía lo mismo.
Mientras nos alejábamos del último puesto de fotos, él intentó relajarse, haciendo algunas bromas para aligerar el ambiente, pero su risa no alcanzaba sus ojos. Yo, por mi parte, solo deseaba que todo terminara antes de tener que enfrentar otra conversación incómoda.
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NARRADORA
Clara llegó a la casa de su padre con Liliana, su enfermera, a su lado. La imponente puerta de madera la recibió, y al cruzar el umbral, sintió una mezcla de nostalgia y ansiedad. La casa, aunque hermosa, siempre había estado marcada por la distancia y el rencor.
Una sirvienta se acercó con una expresión cordial, pero con la distancia habitual de años de tensiones familiares.
— Buenas tardes, señora Clara. Su padre le pide que espere en la sala —dijo la sirvienta, indicándole el camino.
Clara asintió y se dirigió a la sala, donde el mobiliario clásico y las fotografías familiares decoraban el ambiente. Se acomodó en un sillón, intentando calmar los nervios que le invadían. Unos momentos después, su padre apareció, apoyándose en un bastón, sus pasos lentos y deliberados.
— Clara, hija mía, qué alegría verte —dijo su padre, acercándose lentamente y sonriendo.
— Hola, papá —respondió Clara, levantándose con esfuerzo para abrazarlo. Sintió su fragilidad, pero también la fuerza de su presencia.
— ¿Cómo está tu salud? —preguntó él, sentándose con dificultad en un sillón frente a ella.
— Estoy bien, gracias. Liliana me cuida bien.
Su padre asintió, preocupado. Clara sabía que había un profundo amor y una tristeza en él por todo lo que había pasado.
— Y Marck, ¿cómo está? —preguntó su padre, entrelazando los dedos con la mirada fija en Clara.
— Está bien, pero... —su voz se quebró un poco—. No sé... Me preocupa porque su corazón está lleno de odio y resentimiento. Él fue a Italia en parte para vengarse de lo que nos hizo ese desgraciado, y no quiero que termine cometiendo un error que le cueste muy caro. ¿Por qué no hablas con él? Te respeta mucho y sé que si lo aconsejas, entenderá.
— Lo haré, hija. No te preocupes, lo haré —respondió su padre con un tono decidido.
— Gracias, papá —sonrió, sintiéndose un poco más aliviada.
De repente, la sirvienta, entró con una bandeja que llevaba tres tazas de café humeante y unas galletas recién horneadas. El aroma del café llenó la habitación, creando una atmósfera cálida y acogedora.
— Gracias, Almira. Ya puedes retirarte —dijo el padre de Clara, mientras ella hacía una ligera reverencia antes de alejarse.
— Señorita, siéntese y tome café con galletas —le dijo el padre de Clara, con una sonrisa amable.
— De verdad, muchas gracias —respondió Liliana, sentándose en el sillón, tomando una taza de café. El calor de la cerámica le reconfortó las manos mientras disfrutaba de la fragancia.
— Mi nieto es uno de mis mayores orgullos, y sé que también lo es para Abel. Me contó que quiere que Marck continúe su legado, teniendo en cuenta que nunca se ha casado. —comentó, mirando a Clara.
— Sí, él también me lo dijo... —respondió ella, tomando un sorbo de su café y sintiendo el calor recorrer su cuerpo.
— ¿Y Tatiana? ¿Al final sí se piensan casar? —preguntó, levantando una ceja con curiosidad.
— No, papá. Al parecer, terminaron —dijo, sintiendo una punzada de tristeza al recordar la relación de Marck y Tatiana.
— ¿Por qué? Si yo los veía bien, se notaba que ella amaba mucho a mi nieto —reflexionó, rascándose la cabeza con incredulidad.
— Yo también estoy confundida, papá. No sé qué habrá pasado entre ellos. Estaba segura de que terminarían casados y formarían una linda familia.
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MARCK
Estaba en mi habitación, rodeado de documentos y planes para la nueva sucursal de Textil Bonelli. Me senté en la cama y tomé mi teléfono, marcando el número de mi tío Abel. Desde que llegué aquí a Italia lo tenía al tanto de lo que estaba sucediendo.
Después de intercambiar algunas palabras, colgué la llamada. Me quedé mirando el teléfono, un minutos. Solte suspiro y decidí que necesitaba aire fresco. Salí de mi habitación y comencé a caminar por las calles de Florencia. Las luces de la ciudad empezaban a encenderse, iluminando las viejas edificaciones con un brillo cálido.
Mientras caminaba, observaba a la gente que pasaba, inmersa en sus propias vidas, ajena a mis planes de venganza. La belleza de la ciudad me rodeaba, pero en mi mente solo había un objetivo. asegurarme de que Fabián Ocampo pagara por lo que había hecho.
La ansiedad se mezclaba con una extraña emoción de determinación. En el fondo, sabía que no podía dar marcha atrás. Mi familia había sufrido demasiado, y yo estaba decidido a hacer justicia.
Seguía caminando, atrapado en mis pensamientos sobre la expansión de Textil Bonelli, cuando de repente, choqué con alguien.
—Disculpa, estaba distraído —respondí en italiano, tratando de recuperar el equilibrio.
—No se preocupe, yo también me disculpo —dijo una voz suave.
Al levantar la vista, me encontré con la mujer más hermosa que había visto en mi vida. Su piel clara parecía casi luminosa bajo las luces de la calle, y su cabello rubio caía en suaves ondas que enmarcaban su rostro delicado. Tenía unos ojos verdes, brillantes y profundos, que me atraparon al instante. Eran como dos esmeraldas, llenos de vida y misterio, y me hicieron sentir como si estuviera viendo algo mágico. Medía alrededor de 1.60, con una figura esbelta que se movía con una gracia natural, casi como si estuviera flotando.
Cuando nuestros ojos se encontraron, el ruido del bullicio a nuestro alrededor se desvaneció. Pude notar que sus mejillas estaban ligeramente sonrojadas, no solo por el frío de la noche, sino también por la incomodidad de ser mirada por un extraño. Esa mezcla de vulnerabilidad y fortaleza me hizo sentir un tirón en el corazón. Había estado con varias mujeres, pero esta chica era diferente; había algo en ella que resonaba en mí de una manera que nunca había experimentado.
—Bueno... Emm... Hasta luego, que tenga buena noche.
Iba a irse, pero algo en mi interior me hizo detenerla. La tomé del brazo suavemente, incapaz de apartar la mirada de su rostro.
—Espera... —comencé, pero las palabras se me atragantaron, como si un nudo se hubiera formado en mi garganta. ¿Qué era lo que me pasaba? La ansiedad y la emoción se entrelazaban en mi pecho, haciendo que mi corazón latiera con fuerza.
Ella me miró, primero con sorpresa, luego con un destello de miedo. En un instante, su expresión cambió de temor a enojo.
—¡¿Qué le pasa, imbécil?! —gritó, su voz resonando entre la multitud.
Me quedé paralizado, buscando palabras que no llegaban. Nunca había tenido problemas para hablar con mujeres, pero esta situación era diferente. Sentí cómo el rubor me subía por el cuello, incapaz de entender por qué esa chica me afectaba tanto. Era como si un hechizo me hubiera atrapado, y todo lo que podía pensar era en la intensidad de su mirada.
—Emm... yo... amm... —balbuceé, sintiéndome como un niño atrapado en un lío del que no sabía salir.
Su ceño fruncido, que mostraba claramente su frustración, me hizo sentir vulnerable. Era evidente que había cruzado una línea, y en un acto de brusquedad, se soltó de mi agarre. La frustración y el deseo se mezclaban en mí, como un cóctel explosivo. La quería retener, aunque solo fuera un momento más, pero también me sentía fuera de lugar.
Ella me miró por última vez, con el ceño aún fruncido, y comenzó a desaparecer entre la gente. Me quedé ahí, en medio de la calle, con la cabeza llena de confusión. La atracción que sentía era intensa y desconcertante, como si hubiera encontrado algo en ella que resonaba en mi interior, algo que no podía identificar ni explicar.
Sacudí la cabeza, tratando de despejarme. Necesitaba concentrarme en mi plan, en mi venganza, pero la imagen de aquellos ojos verdes y su actitud desafiante se quedó grabada en mi mente. Era una distracción que no podía permitirme, pero al mismo tiempo, había algo en ella que despertó en mí una curiosidad irrefrenable.
Finalmente, di la vuelta y decidí continuar mi camino. Pero mientras caminaba, la sensación extraña persistía, como si una chispa de interés hubiera encendido un fuego que no podía ignorar. ¿Quién era esa chica? ¿Por qué me había impactado tanto?