Jalil Hazbun fue el príncipe más codiciado del desierto: un heredero mujeriego, arrogante y acostumbrado a obtenerlo todo sin esfuerzo. Su vida transcurría entre lujos y modelos europeas… hasta que conoció a Zahra Hawthorne, una hermosa modelo británica marcada por un linaje. Hija de una ex–princesa de Marambit que renunció al trono por amor, Zahra creció lejos de palacios, observando cómo su tía Aziza e Isra, su prima, ocupaban el lugar que podría haber sido suyo. Entre cariño y celos silenciosos, ansió siempre recuperar ese poder perdido.
Cuando descubre que Jalil es heredero de Raleigh, decide seducirlo. Lo consigue… pero también termina enamorándose. Forzado por la situación en su país, la corona presiona y el príncipe se casa con ella contra su voluntad. Jalil la desprecia, la acusa de manipularlo y, tras la pérdida de su embarazo, la abandona.
Cinco años después, degradado y exiliado en Argentina, Jalil vuelve a encontrarla. Zahra...
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Las cenizas del pasado.
Dos empleados llegaron corriendo, Jalil no supo de donde salieron, cada uno de ellos traia un extintor que parecía más grande que ellos.
—¡Pero ni se molesten! —gritó Jalil, cruzándose de brazos mientras veia las llamas se esparcirse por la vieja choza.
—¿Cómo que no? —bufó uno—. ¡Hay una garrafa ahí adentro!
El segundo señaló el campo oscuro detrás de ellos.
—Y todo alrededor está lleno de pasto seco. Si esto se prende… vuela medio valle.
Eso sí llamó la atención de Jalil. Él quería quemar una noche miserable, no la Patagonia completa.
Asintió con un gesto resignado y se apartó mientras llegaron otros empleados.
Los empleados atacaron el fuego con los extintores, avanzando entre humo, y brasas. Tardaron varios minutos, pero al fin quedaron solo cenizas humeantes… y, en medio, como una presencia burlona, la salamandra intacta, arrogante como si fuera la dueña del lugar.
Jalil soltó un resoplido.
—Supongo que dormiré en el establo —murmuró—. No creo que haya mucha diferencia entre una heladera y otra.
Uno de los empleados se secó el sudor con la manga.
—Al menos ahí tenía estufa.
Jalil lo miró fijo.
—Esa cosa solo sabía largar humo.
El hombre sonrió, tímido.
—Había que abrirle bien el tiraje, patrón. La traba estaba un poco dura, pero calienta como los dioses.
Jalil se quedó quieto, en silencio.
Ni el fuego había logrado humillarlo tanto como esa frase.
—Perfecto —dijo al fin—. Una choza menos, una lección más.
Tirado sobre una manta, sobre fardos de pasto seco, Jalil debió reconocer que Argentina estaba acabando con él.
Esa combinación de frío, incomodidad y soledad era como un recordatorio constante de que nunca había sido un hombre rústico. No le llamaban la atención la naturaleza ni los campamentos, como sí a Malek o a Mariana. Incluso Rosse había disfrutado de acampar cuando eran niños y sus padres los llevaban a la isla familiar.
La isla de los Hazbun…
En cuanto la imagen apareció en su mente, la crudeza del establo desapareció.
Podía ver de nuevo el mar cristalino extendiéndose hasta el horizonte, tan claro que desde el embarcadero se distinguían bancos de peces tropicales moviéndose. El muelle de madera oscura crujía suavemente con cada ola. Un sendero de piedra, rodeado por vegetación espesa, conducía hasta la casa escondida entre árboles y flores, con sus ventanales abiertos al turquesa infinito.
Ese lugar siempre significó descanso, familiar y momentos de romance ya que era el lugar donde pasaban su luna de miel los miembros de la familia.
Y fue allí donde ellos fueron de luna miel, sonrió al ver en su mente la imagen de Zahra.
Ella estaba de pie a orillas de la playa, el bikini turquesa abrazándole la figura como si hubiera sido creado para ella. El sol le encendía el cabello rubio, que se movía con el viento. Jalil, vestido de blanco en su oficina, la observaba desde la ventana. Dos días solos en la isla, y la calma entre ellos comenzaba a sentirse real. Sin testigos. Sin expectativas. Sin reproches.
Dejó los papeles sobre el escritorio y no lo pensó demasiado.
Bajó y fue a su encuentro.
Zahra lo vio acercarse y sonrió, una sonrisa tranquila, sin defensas. Él sintió que algo en su interior se aflojaba por primera vez en semanas.
—Pensé que estabas trabajando —dijo ella.
—Cambié de idea, ¿ quieres ir a la piscina?.
Ella rió apenas. Él se acercó, sin prisa, y la besó. Un beso cálido.
Zahra apoyó las manos en su pecho y lo miró.
Y durante unos segundos, él también .
Pero entonces un relincho fuerte, seco, llenó la oscuridad del establo.
Jalil abrió los ojos.
El frío volvió y la isla se desvaneció.
Y la Patagonia, implacable, lo absorbió otra vez.
Mientras tanto lejos de alli, Mariana sonreía cuando su hermano Malek ingreso.
— ¿ Has encerrado a Asher en un calabozo ?, pregunto Malek.
— Mi sonrisa seria aún mas grande, ya lo veras.
— Avísame y mandaré a Olivia y Rania así le hacen compañía.
Mariana se rio, su sobrina era terrible. — Muy bien dime que necesitas.
— ¿Que hablemos del campo?. Como bien sabes Jalil solicito dinero, hable con el capataz.
En el sector de Ganadería hay 1.500 cabezas.
— Hay seis potreros que requieren reparación de alambrados.
— Dos molinos deben ser arreglados para asegurar abastecimiento de agua.
Mariana asintió mientras Malek continuaba.
—Los caballos de polo para ser que son el mayor interes de Jalil
El estado general es regular.
— Se necesita refacción de boxes y del picadero.
— Jalil quiere desarrollar un programa de entrenamiento para volver a competir y también le interesa hacer algunas ventas. Para eso será necesario contratar un profesional y adquirir sementales.
Luego estan los viñedos
— Las plantas requieren atención
— El sistema de riego debe modernizarse.
Jalil quiere se construya una bodega y la contratación de un especialista.
También requiere un presupuesto para la digitalización del sistema de control de cada área.
Mariana asintió, sonaba razonable y le gustaba que Jalil comenzara a interesarse.
— También solicitó la restauración de la casa principal, y la compra de una camioneta.
Ella comenzó a reirse.— Puedo imaginarlo, exclamó Mariana mostrándole las imágenes a su hermano.
— Por Ala, por lo visto aun no ha aprendido a cultivar la paciencia exclamó Malek riéndose mientras veía a su hermano patear la camioneta qué debería estar en un museo,no en medio de una ruta.
— Esa nunca fue una virtud que lo caracterize.
— Como solía decir la abuela Mariana, aprenderá a amar a Dios en tierra de indios— exclamó riéndose.— Supongo que hay custodios. Eso es algo bueno impediran que se mate solo.
Mariana comenzó a reírse otra vez junto a Malek.
— Supongo que quedó claro que cada gasto debe ser debidamente registrado y justificado.
— Por supuesto ya se lo aclare.
— Está bien dale lo que pide, creo que sería lindo ver el antiguo equipo de polo brillar. Voy a ser generosa, puede comprar la camioneta, por supuesto sera algo acorde al lugar y su nueva situación económica, y adelántale un mes de sueldo.
— Cuanta generosidad, ¿me dirás lo que está pasando?.
— Nada en particular, pero me interesa que pueda moverse libremente por la ciudad sin romperse el cuello y que pueda tomar un rico café o comer algo decente tal vez eso le enseñe a cultivar la paciencia.
—Lo dudo seriamente. Muy bien entonces quedamos así autorizaré los pagos.
Por su parte Zahra terminaba de servirle el desayuno a su hijo, la fonda ya estaba abierta los manteles colocados y Laura se encontraba atendiendo.
Zahra no había podido dormir en toda la noche, le había costado conciliar el sueño.
Zahra ingresó a la cocina estaba observando la cafetera cuando escuchó a Laura.
— Pedido para la mesa cinco,
Café negro, huevos revueltos, pan de centeno, queso fresco y mermelada de frutos rojos.
Zahra negó con la cabeza y dejó la cocina miro desde un rincón y ahí estaba con cara de tener mal día Jalil Hazbun.
Jalil había tenido una mala noche un pésimo despertar, así que después de ordenar qué una empleada limpiara una habitación de la casa principal había tomado un caballo y había decidido ir a desayunar.
Mientras preparaba los huevos Zahra tuvo un déjà vu, Jalil preparando los huevos revueltos para el desayuno durante su luna de miel.
— Me sorprende que sepas cocinar.
— Es lo unico que se hacer.
—¿ Lo único?, vivirás a huevos toda tu vida.
— No te burles, dijo jalil —¿ tú cocinas?, pregunto él
— Poco y nada, algo de comida brasileña, mamá solía cocinar aunque teníamos empleada, a papá le gusta la comida inglesa, por mi abuela mama conoce varias recetas.
— ¿Quieres probar mis huevos?, pregunto él ofreciéndole el tenedor. Zahra abrió la boca y probó lo que él le ofrecía.
— Me encantan tus huevos, muy cremosos.
Jalil sonrió inclinó la cabeza y la besó.
— Jalil el desayuno.
— Luego, no puedo esperar más exclamó Jalil dirigiéndose hacia la habitación...
Unas horas más tarde una joven sonriente les sirvió un delicioso café y una cestita con tartas. Minutos despues se marchó para abordar la lancha.
— No pienso pasarme los dias comiendo huevos exclamó Jalil.
Zahra se inclinó sobre la cesta con su hermoso rostro embelesado en gesto de concentración y la punta de la lengua asomando entre los labios.
Jalil recordó la cantidad de veces que le había visto hacer aquel gesto cuando compartian alguna cena, ella suspiraba por lo que la haría engordar.
Estaba observando la deliciosa tarta de chocolate y crema.
Jalil escogió una y se la puso en los labios.
—Demasiadas calorías —murmuró con ojos ávidos.
—Pruébala, habiba —le dijo él con suavidad—. Abre los labios para mí.
A Zahra se le sonrojaron las mejillas, pero obedeció. Dio un pequeño mordisco y se pasó la lengua por el labio superior ante aquella súbita explosión de chocolate y crema.
—Delicioso —dijo, observando cómo los ojos de su esposo se oscurecían.
—Déjame comprobarlo —le pidió Jalil cubriéndole la boca con la suya, saboreando los ricos sabores de chocolate y crema de Zahra.
La besó hasta que ella tembló entre sus brazos, y cuando Jalil sintió el deseo creciendo dentro de él, la levantó de la mesa, la colocó sobre una tumbona y deslizó la mano entre sus muslos.
Zahra contuvo el aliento.
—Alguien podría vernos —susurró, aunque se arqueó hacia él.
—Mírame, habiba —le pidió Jalil con firmeza—. Mírame. Entonces él subió un poco más la mano, la encontró, descubrió que estaba húmeda y caliente y se olvidó de todo lo que no fuera su amante y la magia de su pasión. Después, se adormiló entre sus brazos...
—¡ Zahra los huevos se han quemado!.— los gritos de Laura despertaron a Zahra, alguna vez había creído que podrían ser felices...