Una cirujana brillante. Un jefe mafioso herido. Una mansión que es jaula y campo de batalla.
Cuando Alejandra Rivas es secuestrada para salvar la vida del temido líder de la mafia inglesa, su mundo se transforma en una peligrosa prisión de lujo, secretos letales y deseo prohibido. Entre amenazas y besos que arden más que las balas, deberá elegir entre escapar… o quedarse con el único hombre que puede destruirla o protegerla del mundo entero.
¿Y si el verdadero peligro no es él… sino lo que ella empieza a sentir?
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Capítulo 19
ALEJANDRA
El silencio puede ser muchas cosas, un castigo, un susurro o una carga, pero esa noche… el silencio era una tregua.
Estábamos acurrucados en el sofá frente a la chimenea de mi habitación.
Las llamas titilaban contra las paredes, proyectando sombras suaves que danzaban con el crujir de la leña. Damián tenía su brazo rodeándome por la espalda y su otra mano descansaba sobre mi muslo, sin apretar, solo… estando ahí.
Mi cabeza estaba apoyada cuidadosamente en su pecho, justo donde podía sentir los latidos de su corazón. Ese mismo que había estado tan cerca de detenerse y que ahora latia por mi al parecer.
Él bajó el rostro y me dejó un beso lento sobre el cabello y luego otro y otro más, justo en la coronilla.
—Si hubiera sabido que el secuestro incluía esto —murmuró—, te habría secuestrado yo mismo hace mucho tiempo.
Le solté una risa sin ganas y sin miedo.
Una de esas risas que vienen del pecho pero no llegan del todo a la boca, porque el alma todavía está a medio cicatrizar.
—Muy romántico todo, sí. Ideal para una primera cita.
—Oh, claro. Lujosa finca en las colinas de Gales, chimenea privada, un mafioso herido que parece modelo de revista... ¿a quién no le parecería romántico?
—A cualquier persona cuerda —dije, sin moverme—. Pero nosotros ya pasamos esa frontera, ¿no?
—Nosotros quemamos el mapa.
Reí un poco más fuerte.
Lo sentí sonreír contra mi cabello.
—¿Sabés qué es lo peor de todo esto? —le dije después de un rato.
—¿Que estás empezando a disfrutarlo?
—Que me siento segura acá —susurré—. En tus brazos. Y no sé si eso es hermoso… o aterrador.
Él tardó en responder.
—Puede ser las dos cosas —dijo finalmente—. Como el fuego. Es hermoso pero aterrador.
Levanté la vista para mirarlo.
—¿Y tu qué eres, Damián? ¿Fuego o sombra?
—Yo soy todo lo que ha puesto tu mundo de cabeza y también lo que te va a mantener en pie.
—Eres un ególatra —le dije, empujándolo con suavidad—. No lo olvides.
—¿Y tu? —me respondió, subiendo su mano por mi brazo con lentitud—. ¿Eres la doctora valiente… o la mujer que no puede dejar de mirarme la boca cuando hablo?
Puse los ojos en blanco.
—Me está costando decidir cuál de tus heridas debería volver a abrir ahora mismo.
—Las de mi ego, sin duda. Son las que más te divierten.
Asentí con una sonrisa torpe.
Él me devolvió la mirada con un brillo en los ojos que no era burla ni arrogancia. Era calidez.
El Damián que tenía a mi lado no era el mismo que me habian descrito, aquel que amenazaba desde su silla de poder y que tenía a todos a sus pies.
Era un hombre herido que se aferraba a algo tan simple como el calor de una piel que no lo temía.
—¿Tienes miedo de que esto termine? —le pregunté en voz baja.
—Si eso significa que no estaràs, si.
Me quedé callada.
Mi pecho se apretó. No de angustia, sino de ese extraño y profundo dolor que da el amor cuando empieza a colarse donde no debe, cuando ya no se lo puede frenar.
—Yo no prometo quedarme, Damián —le dije con honestidad—. Pero sí prometo no salir corriendo todavía.
Él me miró como si eso bastara. Como si no necesitara más y me abrazó un poco más fuerte.