LA FAMILIA OLVIDADA DEL CEO

Isaías, el fiel asistente del CEO, caminaba apresurado por el pasillo con un montón de documentos apilados en sus brazos, necesitaba con urgencia la firma de Julio.

Apenas giró hacia la oficina, la puerta se abrió de golpe y el sobresalto le hizo soltar todos los papeles, que se desparramaron por el suelo como una lluvia de hojas blancas.

"¡Fíjate por dónde caminas, Isaías!" exclamó Julio con tono severo, mientras protegía con firmeza al niño que llevaba en brazos "Por poco lastimas a mi hijo"

El CEO pasó a su lado sin detenerse, dejando a Isaías paralizado en mitad del pasillo.

Aron, aferrado al cuello de su padre, sintió un calor reconfortante. Estaba seguro de que lograría recuperar a su padre, y que algún día su mamá y él podrían ser felices juntos como una verdadera familia.

Isaías, en shock, abrió y cerró los ojos varias veces, como si necesitara asegurarse de lo que había oído "¿Dijo… hijo?" murmuró incrédulo.

Los documentos desparramados a su alrededor perdieron toda importancia. Giró la cabeza buscando a su jefe, pero Julio ya se había marchado.

"¡Dios mío! ¿Ahora qué pasó?" se repitió, devorado por la incertidumbre mientras recogía los papeles con torpeza.

Ana llego de la cafetería, cuando vio a Isaías recogiendo los documentos "¿Qué ha pasado?" pregunto con curiosidad.

Isaías se levanto y la tomo de los hombros "¿Sabes que el jefe tiene un hijo?" respondió con otra pregunta.

"¿De qué hijo me hablas?" dijo Ana "El jefe llego con una oficial del ejército y un niño" hablo tomándose la barbilla preocupada.

"¿Una oficial dices?" preguntó Isaías Rosas, arqueando una ceja al escuchar la confirmación.

"Sé que el jefe es un mujeriego, pero… ¿meterse con una mujer del ejército? Dios mío, ¿qué me perdí esta vez?" él pensó para sí, con una mezcla de ironía, mientras en su interior reía, nada le divertía más que ver a su jefe en apuros con mujeres.

Isaías parpadeó, dándose cuenta debía indagar más. Se alejo de la secretaria Ana con los documentos en mano y fue a chismear con la recepcionista.

Mientras que, en ese momento, el ascensor se detuvo en el último piso. Las puertas se abrieron y Julio emergió con Aron en brazos, el murmullo no tardó en recorrer como un eco imposible de detener.

"¿Quién es ese niño que lleva el presidente?"

"Quizás un sobrino…"

"O un primo… tal vez un ahijado…"

Las conjeturas se multiplicaban entre los empleados, que lo miraban con asombro. Pero Julio, acostumbrado a no dar explicaciones, avanzó ignorando los comentarios y las miradas curiosas, su porte imponente y decidido intacto.

Padre e hijo llegaron lujoso Restaurante Imperial, uno de los más exclusivos de la ciudad, se estremeció con las miradas curiosas de los comensales cuando Julio Mars entró en compañía de un pequeño de ojos brillantes y cabello rebelde.

No era habitual verlo con niños, mucho menos cargándolo en brazos como si se tratara de su mayor tesoro.

El maître, nervioso por la inesperada visita, se apresuró a escoltarlos a una mesa reservada en un rincón privado.

Sin embargo, la discreción era imposible: cada mirada se dirigía a ellos, y los murmullos crecían como un coro indomable.

"¿Ese no es Julio Mars?"

"¡Sí, claro que sí! Pero… ¿y el niño?"

"Míralo bien… ¡es igualito a él!"

Julio fingía indiferencia, pero en su interior sentía un torbellino, Aron, en cambio, disfrutaba la atención.

Se sentó erguido, como si fuera un pequeño príncipe, observando con fascinación las lámparas de cristal y los meseros impecables en sus trajes negros.

Un mesero colocó el menú frente a ellos con manos temblorosas. Julio hojeó las páginas distraído, mientras Aron lo miraba con picardía.

"Señor Mars… digo, papá" corrigió con una sonrisa traviesa "¿puedo pedir lo que quiera?"

Julio se sorprendió ante aquella palabra que tanto había deseado escuchar. Su corazón se agitó, aunque trató de disimularlo con un gesto serio "Claro, hijo. Lo que quieras"

El mesero que los atendía apenas pudo contener su asombro. Mientras anotaba el pedido, no dejaba de observar los rasgos del niño: la misma mandíbula, la misma mirada desafiante, hasta la misma forma de sonreír que el CEO.

En las demás mesas, los cuchicheos eran cada vez más audibles:

"¡Es su hijo! No hay duda…"

"Y pensar que decían que Julio Mars jamás se casaría…"

"La sangre Mars es innegable"

Los murmullos en el restaurante se fueron apagando poco a poco, hasta que todo quedó reducido a un murmullo lejano.

En la mesa, Julio y Aron se miraban frente a frente, como dos desconocidos obligados a encontrarse… y al mismo tiempo, como dos espejos que compartían la misma esencia.

El mesero trajo los platos: un filete jugoso para Julio y muslos de pollo con papas fritas para Aron.

El niño abrió los ojos como platos, fascinado por la presentación "¡Wow! Mamá no dejaría que como esto…" pensó muy a gusto, tenía que aprovechar que su padre no sabía que su madre le prohibía la comida chatarra.

Julio sonrió de lado, ver la emoción de su hijo al comer. Inmediatamente se le vino a la mente que este pillín de su hijo se estaba aprovechando él, sabia que no era comida saludable.

Por hoy lo dejaría pasar, pero ya implementara más verduras en las comidas de ahora en adelante.

Mientras Aron y Julio Mars, terminaban de almorzar, Dalila Rosales teniente del ejército se disponía a partir rumbo a la misión.

Había dejado a su pequeño al cuidado de Julio, pero en su interior la inquietud crecía. Ya no solo la angustiaba el riesgo de la operación, sino también la duda punzante: ¿habría hecho lo correcto al confiarle su hijo?

Junto a su equipo, Dalila Rosales salió de la base del ejército tras despedirse de quienes permanecían allí.

El aire estaba impregnado de ese silencio solemne que acompaña a las partidas hacia lo incierto. Cada soldado ajustaba su equipo, consciente de que la misión podía cambiar sus vidas.

El rugido de los motores del convoy disipó sus pensamientos por un instante, recordándole que ahora debía ser la teniente, la estratega, la guía de su escuadrón.

Sin embargo, mientras el vehículo se alejaba, sus ojos buscaron, casi instintivamente, el horizonte que conducía a su hijo.

El convoy avanzaba dejando tras de sí una estela de polvo. Dentro del vehículo, Dalila repasaba en silencio el plan de operaciones.

Frente a ella, los mapas desplegados en una tableta mostraban los puntos críticos: zonas de emboscada, rutas de escape, posiciones de observación.

"Recuerden" dijo con voz firme, rompiendo el silencio "no habrá margen de error. Mantengan la comunicación abierta y cada movimiento bajo control"

Los soldados asintieron, ajustando sus chalecos tácticos, revisando cargadores y asegurando las armas. El ambiente estaba cargado de disciplina, pero también de esa tensión invisible que antecede al combate.

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Después de pagar la cuenta, Julio Mars cargó a su hijo en brazos y subió al auto que el chofer ya tenía listo.

Como no había preparado una silla para niños, lo acomodó en su regazo, y el pequeño, curioso, comenzó a jugar con los botones de su camisa.

El chofer aguardaba la orden para arrancar cuando el teléfono de Julio vibró. Era Luisa, una de sus conquistas, aquella a la que más tiempo dedicaba y a quien muchos consideraban su favorita.

"Julio querido, me tienes olvidada últimamente. Ya no salimos" dijo ella con una voz cargada de sensualidad.

Julio contestó con tono neutro "Lo siento, estaba un poco ocupado"

La mujer no tardó en insistir "¿Qué te parece si hoy te invito a cenar en mi apartamento?" preguntó, dejando clara la intención oculta en su propuesta.

"Ok, ahí te veo. Cuídate" respondió el CEO, con la misma calma con la que cerraba un negocio.

Pensaba que su hijo estaba absorto jugando con su corbata, pero no era así. El niño, con su inteligencia precoz, había escuchado cada palabra.

Una sombra cruzó sus ojos infantiles; mientras disimulaba una sonrisa inocente, en su mente se dibujaba un plan silencioso: no permitiría que su padre siguiera siendo un mujeriego.

Julio sintió cómo la mirada de su hijo se clavaba en él, fría, inquisitiva, como un reproche silencioso que lo descolocó por completo.

El niño no dijo una palabra, pero aquella expresión lo puso nervioso, como si lo hubiera desenmascarado.

Para disipar el momento, Julio forzó una sonrisa y dijo con voz suave "Hijo, te llevaré a la mansión. La nana te cuidará mientras yo trabajo"

El niño, formado desde su nacimiento bajo la disciplina férrea del régimen militar de su madre, había desarrollado una astucia poco común para su edad. Su mente funcionaba como un tablero de ajedrez, calculando movimientos.

A eso se sumaba la herencia de su padre: los genes de un tiburón en los negocios, un hombre acostumbrado a devorar a sus rivales sin piedad.

Aquella mezcla explosiva comenzaba a tomar forma en silencio, dentro de aquel pequeño que aparentaba inocencia.

"Señor Mars, no conozco a nadie más que a ti. Así que hoy te acompañaré… siéntete afortunado" dijo Aron en tono divertido, con una sonrisa que parecía inocente, pero escondía un filo agudo.

Si su padre quería jugar, él también sabía hacerlo. No podía permitir que lo tratara como a un niño ingenuo.

Julio frunció el ceño, incómodo "Cariño, la oficina es aburrida. Ahí no hay juguetes, puedo mandar a comprarte algunos y, en la mansión, podrás jugar tranquilo"

Pero Aron era más astuto que eso, conocía la debilidad de su padre: le encantaba que lo llamaran papá.

Entonces, aplicó la técnica con naturalidad calculada "Papá, yo quiero pasar tiempo contigo, no importa si es aburrido. Además, puedo jugar con mi iPad, el que me regaló la tía Rocío. Ella es amiga de mamá, y cada vez que viene me trae regalos"

Tal como lo había previsto, los ojos de Julio brillaron de felicidad. Su rostro, serio y frío de CEO, se desarmó en una sonrisa amplia.

Conmovido, besó una y otra vez las mejillas de su hijo "¡Mi hijo me dijo papá!" exclamó, con un aire tonto y embelesado.

Luego, vencido por la astucia del pequeño, cedió "Está bien, cariño. Vamos a la empresa, pero te portas bien, ¿sí?"

Acto seguido, levantó la mano y dio la orden al chofer "Llévanos al consorcio"

El motor rugió y el auto partió, Julio pensaba que había ganado el momento, pero no imaginaba que el verdadero jugador de aquella partida iba sentado en su regazo, planeando cada movimiento.