Jasmim y Jade son gemelas idénticas, pero separadas desde su nacimiento por un oscuro acuerdo entre sus padres: cada una crecería con uno de ellos en mundos opuestos. Mientras Jasmim fue criada con sencillez en un barrio modesto de Belo Horizonte, Jade creció rodeada de lujo en Italia, mimada por su padre, Alessandro Moretti, un hombre poderoso y temido.
A pesar de la distancia, Jasmim siempre supo quiénes eran su hermana y su padre, pero el contacto limitado a videollamadas frías y esporádicas dejó claro que nunca sería realmente aceptada. Jade, por su parte, siente vergüenza de su madre y su hermana, considerándolas bastardas ignorantes y un recordatorio de sus humildes orígenes que tanto desea borrar.
Cuando Marlene, la madre de las gemelas, muere repentinamente, Jasmim debe viajar a Italia para vivir con el padre que nunca conoció en persona. Es entonces cuando Jade ve la oportunidad perfecta para librarse de un matrimonio arreglado con Dimitri Volkov, el pakhan de la mafia rusa: obligar a Jasmim a casarse en su lugar.
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Capítulo 20
📖 Capítulo 20 – Rumbo a la Guarida del Lobo
El salón de recepción aún bullía con música y risas amortiguadas cuando la limusina blanca dejó el patio de la propiedad Moretti. Dentro del coche, el silencio era tan pesado que parecía tener forma, como una niebla densa llenando cada centímetro del espacio.
Jazmín, en su vestido aún impecable, mantenía el rostro vuelto hacia la ventana. El velo había sido retirado, pero algunos mechones del moño ya se soltaban, balanceándose suavemente mientras acompañaba las luces de Milán pasando como trazos borrosos en el cristal. Su mirada estaba distante, fija en el paisaje nocturno que se deslizaba al otro lado. Por dentro, su mente era un remolino de miedo y pensamientos: la noche estaba apenas comenzando, pero su destino ya estaba sellado.
En el asiento opuesto, Dimitri mantenía los codos apoyados en las rodillas, las manos entrelazadas, los ojos de acero clavados en ella. El silencio de ella no era el de una mujer quebrada — era el de una que resistía, y eso lo irritaba y al mismo tiempo lo atraía como una llama prohibida.
De repente, él se enderezó, sacó el celular del bolsillo del saco y marcó rápidamente. Su voz sonó fría, baja, como el gruñido de un predador:
— Preparen el jet. — El silencio del otro lado fue quebrado apenas por un “sí, señor” — Partimos hoy mismo para Moscú.
Él colgó sin decir nada más, y el sonido del chasquido del cierre del celular resonó por el coche como un disparo. Jazmín no se volteó, pero su corazón se disparó tan rápido que llegó a sentir el pulso doler en sus sienes. Rusia. Moscú. La fortaleza de él, su territorio, donde nadie osaría contestar una orden del Pakanm. Ella tragó en seco, las manos apretando el vestido sobre los muslos con tanta fuerza que sus nudillos se pusieron blancos.
La respiración de ella se hizo más rápida, pero el rostro permaneció inmóvil, aún vuelto hacia la oscuridad más allá del cristal. Las luces de la ciudad iban quedando cada vez más espaciadas a medida que el coche dejaba el centro, entrando en autopistas iluminadas apenas por postes intermitentes. El silencio entre ellos no era apenas ausencia de palabras — era un campo de batalla silencioso, donde cada segundo arañaba más hondo el alma de ambos.
Jazmín sentía el estómago retorcerse. En Rusia, no tendría a nadie. Ninguna criada para darle un recado, ningún guardia que pudiera simpatizar con su sufrimiento. Nada. Apenas él. Y la certeza de que, allí, sería la única presa en medio a lobos.
Pero, al mismo tiempo que el miedo la consumía, una centella de coraje pulsaba en su pecho. Ella tenía algo que jamás abriría mano: su fe. Las oraciones que aprendió con la madre. Las palabras que repetía toda noche, mismo cuando niña, imaginando el rostro materno sonriendo del otro lado del cielo. La fe sería su única armadura, su única compañía, su única arma. Y mismo que aquello terminase en su muerte, un pensamiento trajo un leve consuelo: si muriese, estaría libre. Y tal vez, solo tal vez, pudiese abrazar a la madre otra vez en el paraíso.
Del otro lado, Dimitri notaba cada temblor sutil de ella, cada suspiro que no conseguía contener. Una sonrisa cruel curvó sus labios mientras el odio burbujeaba en su pecho: él haría cuestión de quebrarla en Moscú. De hacerla entender quién mandaba. De arrancar aquella altivez centella por centella — y, en el fondo, el deseo de domarla lo excitaba más que cualquier cuerpo perfecto que ya tuviera en su cama.
Cuando el coche finalmente estacionó en el hangar privado, el sonido de los motores del jet ya calentando cortó el silencio. Dimitri abrió la puerta y salió primero, el viento nocturno azotando sus cabellos oscuros. Después, se volteó hacia ella, los ojos chispeando como los de un lobo hambriento.
— Ven. — Su voz salió baja, pero tan llena de comando que sonó como una sentencia.
Jazmín respiró hondo y salió de la limusina, la cola del vestido arrastrando por el suelo del asfalto iluminado por los reflectores del hangar. Cada paso resonaba en su mente como un tambor de guerra. Con el viento helado cortando sus mejillas, ella mantuvo el mentón erguido, mismo sintiendo el miedo escurrir por dentro como veneno.
Mientras subía los escalones del jet, rezó en silencio, pidiendo a Dios protección y fuerzas para sobrevivir en la guarida del lobo. Su corazón dolía, pero no se permitió flaquear.
Y así, entre la oscuridad de la noche y el rugido del motor, el jet despegó, llevando consigo dos almas presas en una guerra que apenas comenzaba — y que incendiaría los cielos hasta la última gota de sangre.
Jazmín percibió que las maletas de ella fueron puestas dentro del avión, quedó más tranquila así no tendría que usar el dinero de él para nada, y ni siquiera pasar la vergüenza por usar ropas de unas de sus putas, ella respiró hondo y cerró sus ojos para continuar su viaje al infierno, si él era el rey ella sería la reina ni que ella tuviese que tomar el jaque mate, más también no daría a él lo que tanto él quiere sumisión.