Ella una divorciada de 40 años...
Él un rock star de 26... una pareja que no debía formarse, pero aun así... ambos luchan por su amor y la crítica publica.
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capítulo 20
Pasaron solo unos días desde aquella noche en que Liam y Rous decidieron volver a intentarlo, pero en ese corto tiempo, todo parecía tomar otro ritmo. Él se había instalado prácticamente en su casa, aunque sin hacerlo oficial, y ella no puso objeciones. Valentina, al regresar de casa de su padre, lo había notado enseguida.
—¿Otra vez te estás quedando a dormir? —le preguntó sin rodeos, mientras comían pizza en el living.
Liam se atragantó un poco con el queso y Rous lanzó una mirada asesina a su hija.
—Valen…
—¿Qué? Solo pregunto —respondió encogiéndose de hombros—. Igual no me molesta. Me cae bien… si le baja el volumen a la guitarra por las noches.
Los tres rieron. Era un comienzo.
Uno de los pasos más importantes llegó una semana después. Rous decidió que era hora de que Liam conociera a su padre, Héctor. Acordaron almorzar un domingo en su casa.
El hombre, de rostro serio y voz firme, no se mostró especialmente cálido al principio.
—¿Así que tú eres el famoso cantante? —dijo mientras cortaba la carne.
—Intento ser más persona que famoso —bromeó Liam, con una sonrisa nerviosa.
—Veremos si lo logras —contestó Héctor, sin levantar la vista del plato.
Durante los primeros cuarenta minutos de conversación, las cosas no fluyeron mucho. Pero poco a poco, mientras observaba cómo Liam le servía agua a Rous, cómo le preguntaba si estaba cansada o si el almuerzo le caía bien, su expresión empezó a cambiar.
—Parece que de verdad te preocupas por ella… —dijo al final, mientras tomaban café.
—Me preocupo, la respeto y la amo —contestó Liam con honestidad—. Y si me deja, quiero quedarme a su lado. Con ella, con Valen y mi hijo.
Héctor asintió lentamente. No sonrió, pero sus palabras fueron claras.
—Bien. Entonces más te vale hacerlo bien.
La madre de Rous, en cambio, fue un poco más escéptica cuando lo conoció. Fue durante una visita inesperada a casa, una tarde en que Liam estaba armando la cuna del bebé.
—¿Y ese quién es? —preguntó al entrar.
—Mamá, él es Liam. El papá del bebé —dijo Rous, directa, como quien arranca una curita de golpe.
Su madre lo miró de arriba abajo. Luego cruzó los brazos.
—¿Y tú estás seguro de que quieres quedarte en esto?
Liam no paró de atornillar.
—No sería tan bueno con el taladro si no estuviera comprometido de verdad, señora.
La respuesta la descolocó. Rous se aguantó la risa. Al final del día, su madre lo invitó a cenar el próximo fin de semana.
La aceptación más dura vino de Sophie, la hermana menor de Liam. Cuando viajó a visitarlo, Rous la invitó a tomar un café a solas. Sabía que necesitaban hablar.
—No te voy a mentir —dijo Sophie después de unos minutos de silencio—. Me cuesta confiar. La última vez que lo vi mal fue por ti.
—Lo sé. No vine a justificarme —respondió Rous—. Solo quería que supieras que esta vez es diferente. Estoy aquí. Con todo lo que eso implica.
Sophie se la quedó mirando fijamente.
—Mi hermano a veces es bruto, impulsivo, habla sin pensar. Pero es un buen chico. Está loco por ti, Rous. Solo… por favor, no lo hagas sufrir otra vez. No te lo perdonaría.
—Lo cuidaré. Lo juro —fue todo lo que Rous dijo. Y eso bastó.
Mientras tanto, en Inglaterra, la madre de Liam recibió la noticia con lágrimas de felicidad.
—¿Un bebé? —exclamó al teléfono—. ¡Ay, mi amor! Sabía que esa mujer iba a cambiar tu vida. Estás feliz, ¿verdad?
—Más que nunca, mamá.
—Entonces no necesito más pruebas. Mándale un abrazo fuerte de mi parte. ¡Y exijo ver esa barriga en videollamada pronto!
No todo fue fácil, claro. La prensa, apenas supo del embarazo, no tardó en ensuciar titulares con chismes viejos y comparaciones absurdas.
—“El rockero cae otra vez en las redes del amor”—, “¿Romance relámpago o estrategia mediática?” —leyó Rous un día, fastidiada.
Liam tiró el diario a la basura.
—Que hablen. Lo importante es que nosotros sabemos lo que hay.
Incluso Valentina aprendió a responder.
—Tu mamá ahora es la novia del cantante, ¿no? —le dijo un compañero en tono burlón.
—Sí. Y tú sigues siendo un envidioso. Siguiente pregunta.
Los meses avanzaron rápido. Entre controles, antojos, peleas tontas, películas y más visitas familiares, la barriga de Rous creció, y con ella, la emoción.
Una noche, mientras veían una película abrazados en el sillón, Liam acarició su vientre.
—¿Te imaginás cómo será? ¿Niño o niña?
—No lo sé. Pero ya quiero conocerle la cara.
—Va a tener tus ojos —dijo él.
—Y tu terquedad.
Ambos rieron.
Y entonces, sin avisar, llegó el gran día.
Rous rompió bolsa a las tres de la madrugada, mientras bajaba por agua. Liam saltó de la cama como si lo hubieran electrocutado.
—¡¿Estás bien?! ¡¿Estás bien?!
—Creo que esto es. Ya viene...—dijo, respirando profundo.
—¡Voy a ser papá! ¡Dios mío, yo voy a ser papá!
—Tranquilo, Liam. No me des más nervios —dijo ella, conteniendo una risa nerviosa.
La llegada al hospital fue caótica. Liam olvidó los documentos, luego regresó corriendo por la mochila del bebé. Rous entró en trabajo de parto con una mezcla de emoción y terror.
—Te amo, Rous —le susurró él, tomándola de la mano en la sala de parto.
—Yo también te amo, Liam. Te amo —contestó ella, entre lágrimas, mientras apretaba su mano con fuerza.
Después de horas de espera, llantos, suspiros y gritos, el llanto de un bebé llenó la sala.
Liam tembló al tomarlo por primera vez en sus brazos.
—Hola, chiquito… soy tu papá —dijo con voz entrecortada—. Y te prometo que voy a estar aquí. Siempre.
Rous lo miró desde la camilla, agotada pero con una sonrisa que valía más que mil palabras.
Esa noche, en la habitación del hospital, los cuatro estuvieron juntos por primera vez. Liam con el bebé en brazos, Rous a su lado, Valentina sentada a los pies de la cama, mirando a su hermanito.
—¿Cómo se va a llamar? —preguntó.
—Eso lo decidimos entre todos —respondió Liam.
—¿Y si le ponemos “Rocky”? —sugirió Valen, divertida.
—Ni lo sueñes —contestó Rous, riendo.
Rieron los cuatro.
Y así, sin fuegos artificiales ni poses de cuento, comenzó una nueva historia. Llena de pañales, noches sin dormir y caos… pero también de amor.
Del real. Del que se elige cada día.