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Cuando Era Joven, Me Convertí En Millonario

Cuando Era Joven, Me Convertí En Millonario

Status: En proceso
Genre:Romance / Comedia / CEO
Popularitas:2.7k
Nilai: 5
nombre de autor: Cristián perez

Me hice millonario antes de graduarme, cuando todos aún se reían del Bitcoin. Antes de los veinte ya tenía más dinero del que podía gastar... y más tiempo libre del que sabía usar. ¿Mi plan? Dormir hasta tarde, comer bien, comprar autos caros, viajar un poco y no pensar demasiado..... Pero claro, la vida no soporta ver a alguien tan tranquilo.

NovelToon tiene autorización de Cristián perez para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.

Capítulo 5: Los engranajes del destino

—Un Aston Martin… más de dos millones —respondió Adrián Foster con tranquilidad.

—¿Dos millones? ¿De dólares? —repitió Sophia Lancaster, con los ojos abiertos de par en par.

—Más de dos millones y medio —dijo él con una leve sonrisa—. No recuerdo la cifra exacta.

—¡Dios mío! —exclamó Sophia, llevándose una mano a la frente—. ¿Y tú te atreves a decir que no tienes coche, ni casa, ni ahorros? ¡Actuaste tan bien que casi me lo creo!

Sophia no era una cazafortunas, ni mucho menos. No buscaba un millonario, solo alguien estable y sincero. Pero entendía perfectamente lo que significaba esa cantidad: más de dos millones de dólares no era cualquier cifra.

En la mayoría de los pequeños suburbios del país, esa suma bastaba para comprar una mansión, un par de autos, y aún así tener suficiente para vivir sin preocupaciones por años. Pero él… lo había gastado en un coche de lujo, un bien que se deprecia cada año.

Nunca habría imaginado que una cita a ciegas en un café de Manhattan la pondría frente a un hombre que conducía un Aston Martin DB11, uno de los autos más exclusivos del mundo.

Sophia conocía la historia familiar de Adrián. Sabía que no provenía de una familia adinerada; si poseía algo así, debía haberlo conseguido con su propio esfuerzo. Esa idea la dejó sin palabras.

Respiró hondo, intentando calmar el torbellino en su pecho.

—Lamento haber hablado sin pensar… y por no darte margen de maniobra. ¿Qué tal si fingimos que nada de esto pasó y seguimos con nuestra cita?

Adrián sonrió con amabilidad.

—¿Te llevó a dar una vuelta? —preguntó, sin insistir demasiado.

Pero ella negó suavemente con la cabeza.

—No, gracias. Estoy un poco… abrumada. Iré a trabajar, necesito distraerme. Si no trabajo duro, ¿cómo podré algún día comprarles a ustedes, los capitalistas, sus coches de lujo y sus mansiones? —bromeó, alzando una mano para despedirse con una sonrisa forzada.

Luego se alejó, caminando con paso firme hacia la entrada del edificio. Adrián la observó marcharse, suspirando. Subió a su Aston Martin y encendió el motor. Ese coche era su refugio, su último remanso de libertad.

Desde la esquina, Sophia lo observó alejarse hasta que el auto desapareció al final de la avenida. Sus labios temblaron un poco antes de curvarse en una sonrisa triste.

Finalmente se había enamorado de alguien… pero ese alguien parecía vivir en un mundo completamente distinto al suyo.

“Roma no se construyó en un día”, se dijo a sí misma, palmoteándose las mejillas para sacudirse la tristeza. “Primero amigos… luego veremos.”

Sabía que la distancia entre ellos era inmensa, pero también sabía que rendirse nunca había sido su estilo.

—Vamos, Sophia, anímate —murmuró mientras caminaba hacia el metro—. Hay millones de hombres allá afuera. Si uno no te elige, otro lo hará. Un Aston Martin no es inalcanzable. Solo necesitas tiempo, esfuerzo y creer en ti.

De regreso en el coche, Adrián llamó a su madre, Lydia Foster, para contarle que la cita no había salido bien.

Ella no se sorprendió.

—Ya me lo imaginaba —dijo con voz calmada—. Pero no te rindas, cariño. No puedes pasarte la vida solo porque ninguna te convence a la primera.

Adrián sonrió con resignación.

—Lo intentaré, mamá.

Media hora después, llegó al estacionamiento subterráneo del edificio donde se encontraba su empresa. Subió por el ascensor hasta el piso 12 y caminó hasta una puerta de vidrio con letras plateadas que decían:

Lark Media Inc.

Era una agencia mediana de entretenimiento digital y marketing de influencers. Había nacido en pleno auge de las redes sociales, buscando hacerse un hueco entre los gigantes de la industria.

Pero el momento había sido desafortunado. Cuando Lark Media entró en el mercado, miles de agencias similares ya competían ferozmente.

Aun así, su fundador y director ejecutivo, Quentin Hughes, un veterano de los medios digitales, había logrado mantener la empresa viva gracias a su experiencia y contactos. No era una compañía poderosa, pero había logrado consolidarse con esfuerzo.

El problema era que los recursos eran limitados. No podían contratar nuevos talentos ni ofrecer equipos de grabación modernos a sus creadores de contenido. En un mercado donde todo cambiaba cada mes, eso era un riesgo enorme.

Mientras otras agencias expandian agresivamente, Lark Media se mantenía a flote, aunque con dificultad.

—¡Dormida en el trabajo, deducción de sueldo! —bromeó Adrián al entrar en la recepción y ver a una joven recostada sobre el escritorio.

La chica levantó la cabeza y fingió indignación.

—¡Señor Foster! ¡Mire la hora! Es la una de la tarde, hora de almorzar —replicó con un puchero divertido.

Tenía unos veintiún años, el rostro redondo y unas mejillas ligeramente sonrosadas. Su nombre era Emily Carter, recepcionista de la empresa. Irradiaba energía y simpatía.

Adrián sacó de su mochila un paquete de galletas de chocolate y se lo extendió.

—Emily, ¿cómo puedes dormir con todo lo que pasa aquí? A veces pienso tanto en el futuro de esta empresa que ni siquiera puedo cerrar los ojos.

—Lo siento, jefe, fue un pestañazo involuntario —dijo ella con una sonrisa traviesa, juntando las manos como si se disculpara—. Pero… si me da otro paquete de galletas, prometo reflexionar sobre mis errores más a fondo.

—¡Eres incorregible! —rio Adrián.

—Gracias, jefe. Comeré doble esta noche para apoyar la moral de la empresa —dijo, abriendo las galletas. Mientras comía, añadió—: No es asunto mío, pero dicen que los nuevos streamers no están generando ingresos. El señor Hughes perdió mucho dinero con esa contratación.

Adrián se cruzó de brazos, pensativo. El negocio de las redes era volátil; a veces bastaba un mal mes para desbalancear todo el flujo de capital.

Emily, con los ojos entrecerrados por la gula, siguió hablando entre bocados:

—Escuché rumores de que van a vender a algunos de los creadores más grandes a otras agencias para cubrir las pérdidas. Y… puede que haya despidos. La gente está muy nerviosa.

De pronto, Emily se enderezó y saludó con entusiasmo:

—¡Hola, gerente Williams!

Adrián se dio la vuelta.

Allí estaba Claire Williams, la gerente de contenido. Llevaba una blusa blanca impecable, pantalones de vestir color marfil, tacones altos y un bolso a juego. Su elegancia era natural, sin pretensión alguna.

Su piel era clara, su figura esbelta y su rostro de facciones suaves irradiaba confianza. Los labios, delineados con un tono rosa pálido, se curvaron en una sonrisa educada.

Sus ojos se encontraron por un instante. Los de ella eran profundos, tranquilos, y reflejaban una inteligencia aguda. Adrián, sorprendido, sintió cómo su corazón se aceleraba.

¿Era eso amor a primera vista?

No lo sabía.

Pero por primera vez en mucho tiempo, su corazón latía más rápido de lo normal.

Claire asintió con una sonrisa leve.

—Buen trabajo, Emily. Señor Foster —lo saludó con cortesía, antes de caminar hacia su oficina.

Adrián la siguió con la mirada hasta que desapareció al final del pasillo.

—¿Quién era? —preguntó sin disimular su curiosidad.

—¿Cómo que quién? —dijo Emily riendo—. Es Claire Williams, nuestra gerente de contenido. Veinticinco años, brillante, guapa y con carácter. La segunda mujer más atractiva de la empresa, después de mí, por supuesto.

Adrián soltó una carcajada.

—¿Y la primera también se autoproclama emperatriz?

—¿Emperatriz? ¿Qué significa eso? —preguntó Emily, ladeando la cabeza.

—Emperatriz Viuda… y bien alimentada —respondió él, estallando en risa antes de huir del escritorio mientras Emily lo perseguía con un cojín.

Su risa resonó por los pasillos, ligera y sincera.

Quizá, pensó Adrián mientras caminaba, el amor que había esperado tanto tiempo acababa de cruzarse en su camino.

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1
Lilia Salazar
le faltó el final saber si conquistó a la que le gusta o que honda
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