Grayce pensaba que conocía el amor, pero su matrimonio con Seth se ha convertido en una prisión de desprecio y agresión. Cuando la misteriosa Dahlia, supuesta amiga de la infancia de Seth, entra en escena, las traiciones comienzan a salir a la luz, desmoronando la fachada de su vida perfecta.
En su desesperada búsqueda de libertad, Grayce se cruza con Cassius, un hombre cuya arrogancia y misterio la obligan a cuestionar todo lo que creía sobre el amor y la lealtad. ¿Puede un contrato con alguien tan egocéntrico y desafiante realmente salvarla de su pasado oscuro? ¿O solo la llevará a un nuevo abismo?
Lo que comienza como un acuerdo frío y calculado, se transforma en una pasión ardiente e inesperada, desafiando las sombras que han dominado su vida.
¿Hasta dónde llegará Grayce para reclamar su propia felicidad?
¿Podrá Cassius ser la chispa que ilumine su camino o será solo otra sombra en su vida?
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Capítulo 3
...┃ 𝐂𝐀𝐒𝐒𝐈𝐔𝐒 𝐌𝐎𝐍𝐓𝐆𝐎𝐌𝐄𝐑𝐘 ┃...
Nunca hubiera imaginado que un sencillo paseo en mi Bugatti Chiron podría desencadenar un caos tan monumental. Permíteme presentarme: mi nombre es Cassius Montgomery y soy, efectivamente, el director ejecutivo de una de las compañías más prósperas a nivel mundial. Conducir mi Bugatti Chiron no es simplemente un desplazamiento de un lugar a otro; es una experiencia extraordinaria, un privilegio reservado para aquellos que realmente saben apreciar su esplendor.
La potencia del motor, el diseño elegante y la adrenalina que recorre mis venas al tomar el volante convierten cada recorrido en una celebración de lujo y rendimiento. La sensación de estar al mando de una máquina tan impresionante es indescriptible; cada aceleración es un recordatorio del dominio ingenieril detrás del automóvil. Sin embargo, nunca anticipé que aquel día, al girar la llave de encendido y dejarme llevar por la carretera, pudiera ocurrir algo tan inesperado y tumultuoso.
A medida que el motor rugía con fuerza, sentí la emoción apoderarse de mí. La carretera se extendía ante mí, como una invitación a vivir un momento de pura libertad. Pero lo que comenzó como una travesía placentera, se tornó rápidamente en un episodio de descontrol que cambiaría por completo mi perspectiva sobre la vida y la fortuna.
Mi vida se asemeja a una sinfonía compleja y elaborada, repleta de lujos y envuelta en un aura de poder que parece atraer a quienes me rodean. Los hombres que están a mi lado sienten una profunda envidia por todo lo que poseo; ansían lo que tengo y lo que represento. Por otro lado, las mujeres que me observan, en su mayoría, parecen cautivadas por su propia imagen que se refleja en mí, como si al contemplar lo que soy o lo que tengo, se perdieran en una especie de admiración egocéntrica.
No obstante, a lo largo del tiempo he llegado a una conclusión fundamental: muchas de esas mujeres que se acercan a mí lo hacen impulsadas por intereses personales y no por un verdadero aprecio hacia mi persona. Esta revelación me genera un intenso desagrado, ya que su superficialidad en las intenciones resulta completamente repulsiva. Cada día que pasa, me doy cuenta de que la avaricia que las motiva es grotesca, y la falta de autenticidad en su comportamiento se vuelve cada vez más insoportable y difícil de tolerar para mí. He aprendido a establecer una distancia segura entre ellas y yo, protegiendo mi espacio vital de esa futilidad que, lejos de enriquecerme, simplemente ensombrece mi existencia.
Mientras conducía por las calles de la ciudad, disfrutando de la sensación de poder que emanaba del volante bajo mis manos, de repente, me topé con una escena que se me hizo completamente inusual. En plena intersección, vi a una mujer sumida en sus pensamientos, como si estuviera completamente ajena a lo que la rodeaba. ¿Acaso no se daba cuenta del peligro que se avecinaba? Sin tiempo para reaccionar de otra manera, me vi obligado a realizar una maniobra brusca, un movimiento que en condiciones normales nunca debería haber sido necesario y que, sin duda, alteró la calma con la que había estado manejando.
— ¡Estás loca! —, grité al salir del coche, mi tono claramente teñido de irritación y sorpresa. No tengo paciencia para esto. Cada segundo que pierdo me cuesta dinero, y, francamente, la posibilidad de daño a mi Chiron es una blasfemia para mí.
Reconozco que mis palabras probablemente fueron más severas de lo que realmente era necesario. Sin embargo, en mi defensa, debo decir que en ese instante estaba mucho más enfocado en el estado de mi vehículo que en la mujer que había caído al suelo. Al verla levantarse y comenzar a gritar, comprendí de inmediato que este encuentro no iba a ser fácil de manejar.
— ¡¿En medio de la calle?! —, exclamó ella, su voz llena de furia y adrenalina. — ¡El semáforo estaba en verde para los peatones! ¡Usted fue el que cometió la falta!
La franqueza y la valentía de sus palabras me dejaron realmente asombrado. No estoy acostumbrado a que la gente me responda con tal grado de intensidad y, además, con una manifiesta ira. Sin embargo, antes de tener la oportunidad de comprender y reflexionar sobre la situación que se estaba desarrollando, me di cuenta de que, de manera sorprendente, empecé a comportarme con la misma arrogancia que ella denunciaba de forma tan elocuente.
Tomé una tarjeta de mi bolso y, sin pensarlo dos veces, se la lancé. — Aquí tienes, dos millones. ¿Es suficiente para cerrar esa boca tuya? —, le respondí con un tono despectivo, una maniobra de la cual no estoy particularmente orgulloso ahora al recordarlo.
El brillo de la cantidad impresa en la tarjeta fue como una bofetada para ella. Sus palabras estaban cargadas de una dignidad que yo, en ese momento, no podía comprender. — No puedes comprar mi dignidad con tu arrogancia y egocentrismo —, dijo, devolviéndome una mirada que perforó mi compostura.
Ese intercambio quedó grabado en mi mente incluso mucho tiempo después de haber vuelto a entrar en mi coche y de haberme alejado de allí. Había en su manera de expresar sus palabras una intensidad que me inquietó profundamente, una inquietud que no era fácil de despreciar. Me preguntaba cómo era posible que esta persona, a quien no conocía, pudiera desafiarme de una forma tan contundente y audaz, algo que nadie más había logrado hacerme sentir hasta ahora. Era como si sus palabras resonaran dentro de mí, haciendo eco de una realidad que no había querido enfrentar.
Desde aquel día, me he encontrado a mí mismo sumido en pensamientos sobre ella, admirando su valentía y reflexionando sobre las palabras que expresó. Su mensaje resonó en mí como un recordatorio perturbador de que, a pesar de todo el poder y la riqueza que he acumulado a lo largo de mi vida, existen aspectos de la existencia humana que son inalcanzables, que no pueden ser comprados ni manipulados a mi antojo. Esas verdades me han hecho cuestionar mis prioridades y la verdadera naturaleza de lo que considero valioso.
Pero, no se dejen engañar: continúo siendo la persona más poderosa en cualquier lugar al que entre, y nadie tiene el poder de hacerme cuestionar mi posición en el mundo. No obstante, la vivencia que atravesé me dejó una huella profunda, una que no anticipaba. Esa mujer me proporcionó una lección valiosa acerca de la verdadera esencia del respeto y la dignidad, aunque jamás me atrevería a confesarlo a nadie.