«Si Tú No Existieras»

Dayhan y Perla parecían dos cavernícolas sin reloj, ni presupuesto. Solos ellos dos, y el amor que a cada instante se expresaban con feroces caricias.

Era un viernes por la mañana. Las principales autoridades de la isla Gran Caimán, estaban reunidas, conversando sobre el caso de los chicos desaparecidos. Uno de los miembros de la guardia costera expresó su opinión, pero no fue tomada en cuenta, ya que era una mujer, y además, muy joven. Ella, en medio de la reunión y sin temor a perder su trabajo, alzó su voz dejando a todos boquiabiertos.

Se dirigió a la máxima autoridad, con voz firme, sin titubear, y expresando su parecer, dijo frente a todos:— Mi opinión no es tomada en cuenta porque soy mujer, eso me parece injusto. Pocas veces ponen atención a mi punto de vista. Estamos en el siglo XXI, todos tenemos el mismo derecho, hombre y mujer.

—Señorita Santana, no veo el motivo de su comentario.— dijo el hombre con el cargo de mayor autoridad.

—Perfecto, señor. Verlos buscando alternativas para el rescate de los chicos, me parece inútil. Hemos recorrido toda la zona. Hemos peinado todas las orillas sin ningún resultado. En la única parte que no hemos buscado, es detrás de la luces arcoiris. No limitan a entrar en esa área, porque es 'turística'.

—Esa área está restringida, nadie puede pasar. No podemos arriesgarnos a desinstalar un fusil de la plantación. Es la atracción turística más grande de la isla.—explicó el señor.

—¡Entiendo! Pero claro, dañar esa estructura es más valioso que perder las vidas de los adolescentes. Ellos llevan veintidós días perdidos. Si usted no me da la orden para pasar detrás de las luces, yo voy a buscar ayuda de otra ciudad.—afirmó con valentía.

Empezaron a murmurar. El señor estaba admirando las agallas y el coraje de esa joven, tanto así que dio la orden, y puso todos los equipos a su disposición.

Esa joven, a la que nadie quería escuchar por cuestión de machismo, estaba en lo cierto. Los chicos se encontraban detrás de las luces arcoíris.

Dayhan y Perla se despertaron abrazados. Fueron al lago, se dieron un rico baño y, cosa rara, no tuvieron sexo, ya que lo tenían de costumbre. Buscaron frutas para desayunar y volvieron a la choza. Perla estaba muy extraña, pensativa. Dayhan la abrazó por detrás con ternura.

— ¿Qué tienes, amor? —preguntó el chico.

— Estaba pensando en el día que llegamos aquí. Parece que fue ayer y ya llevamos veintidós días... No hay dudas de que de las dificultades nacen milagros.

— Nunca me dijiste por qué estaba en ese bote. — él se sentó en la silla.

— Bien, no te pongas celoso.

— No soy celoso. —frunció el ceño.

— Eres bastante celoso. Esa noche me iba a entregar a Andhy. Gracias a Dios que no lo hice. Nunca he estado enamorada de él.

— Pero soñaba con él. —argumentó Dayhan.

— Nunca soñé con él. ¡O bueno sí! Pero no teniendo sexo. Ese sueño erótico era contigo. Lo mencioné a él porque llegó y nos encontró en pleno acto sexual.

— ¿En serio? Y yo que moría de celos. —Perla se acercó a él, empezó a bajarle el bóxer mientras le decía.— Estás admitiendo que eres celoso. Ya no debes sentir celos. Soy completamente tuya. —Se quitó el poloche.

— ¿Ya no sientes vergüenza cuando te desnudas frente a mí?

— ¡No! Lo he hecho tantas veces que ya no siento nada, solo ganas de que me hagas el amor.

— La primera vez que te vi completamente desnuda, fue cuando te llevé el shampoo al lago, aquel día. ¿Lo recuerdas?

— ¡Oye! Dijiste que no viste nada.

— ¡Mentí! No quería que te sintieras incómoda. Y después te vi varias veces más sin querer.

— Eres un enfermo.— ambos rieron.

— Tú me tienes así.

Empezaron a hacer el amor. Llegaron al orgasmo juntos, abrazados, besándose tiernamente, con la respiración agitada, con sudor. Y aun con esa sensación recorriendo sus cuerpos. Perla lo miró con nostalgia.

— No quiero que nos separemos nunca. —expresó ella.

— Nunca te voy a dejar. Siempre voy a estar ahí para ti, para hacerte feliz, o, para convertir tu vida en un infierno. — volvieron a reír.

—Estás loco. —seguían ahí, ella sentada sobre él.

—Sí, un poco, pero por ti.

—Júrame que pase lo que pase me vas a seguir queriendo, jura. — pidió la chica.

—Te lo juro, te lo juro mi amor, y tú, júrame que será mía por siempre.

—Te juro que siempre seré tuya, siempre seré tuya en cuerpo y alma, por toda la eternidad —afirmó Perla.

Como si fuera una despedida, se hicieron juramentos. Fue un momento muy especial para ellos. El destino los llevó a ese lugar y ese mismo destino les devuelve sus vidas, aunque ya nada será igual.

Estaban aún en la misma posición, escucharon el sonar de un barco, se miraron fijamente a los ojos, y se abrazaron fuerte. Volvió a sonar el barco, ambos estaban atónitos, Perla no pudo evitar llorar, las lágrimas corrían por sus mejillas.

—Tranquila, amor. —Dayhan sabía que nada iba a seguir siendo igual.

Querían seguir ahí, disfrutando de todo, sin tener nada, amándose libremente. Teniendo sexo en todas partes, gemir a todo pulmón sin miedo a ser escuchados. Riendo por las pequeñas tonterías, corriendo totalmente desnudos, disfrutando del agua juntos. Pero eso era imposible, tenían que salir porque de todos modos los iban a encontrar.

Se abrazaron y se besaron apasionadamente. —Te amo, Perla, ¿estás feliz?

—No, no quiero estar lejos de ti. —dijo con tristeza.

—Nos esperan muchos desafíos, pero vamos a poder con eso, ahora tenemos que salir.

— Dayhan, voy a citar las palabras que me dijiste hace unos días. Si tú no existieras, yo no podría existir. Te amo.

Se pusieron ropa, salieron afuera gritando y alzando las manos. Los rescatistas los vieron y se acercaron a ellos. Los revisaron por si tenían alguna herida y les hicieron preguntas. Ellos estaban en perfecto estado, pese a los días transcurridos. Llamaron a la base de rescate para informar que habían encontrado a los adolescentes. La información sobre los chicos llegó a todas partes. Los familiares, amigos y todos los que oraban día a día para que aparecieran, los iban a esperar en la orilla de la playa.

Perla y Dayhan subieron a la embarcación en silencio, se sentaron juntos abrazados, era evidente que entre ellos pasaron muchas cosas.

Conforme avanzaban, sus corazones latían acelerados. Por las mejillas de Perla corrían lágrimas, mientras que Dayhan solo miraba el infinito mar.