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Capítulo 6: Una inesperada "conocida".
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22/05/2025
Los rayos del sol se colaron a través de la fina cortina blanca directo a su rostro. Alfred se removió en la cama y se cubrió la cabeza con la manta, para después asomarse un poco por debajo de esta.
Aún se sentía cansado, pero sabía que tenía que levantarse y dirigirse al muelle. Su plan de hoy era preguntar por alguna embarcación que se dirigiera hacia Moet; si tenían suerte, irían directo al Puerto Menguante; si no, acabarían en otro. Lo peor que podía pasarles ahora era recorrer un poco más de Moet mientras buscaban la posada de Kerba.
Con un suspiro, se levantó y fue directo a ducharse. El agua tibia se deslizó por su piel y cabello, llevándose consigo el cansancio de su cuerpo.
Se sentía mejor después de un buen baño. Observó su reflejo y se acomodó el cabello; este tenía pequeñas gotas como cuentas y los rulos comenzaban a formarse. Luego de no habérselo cortado, le llegaba casi hasta los hombros. Era un poco incómodo, así que se lo ató. Algunos cabellos rebeldes no pudieron ser sujetados por la liga, por lo cual descansaban desordenadamente a los lados y en su frente.
Cuando fue hasta la cocina, se llevó una grata sorpresa: Hugo ya estaba despierto y había preparado un sencillo desayuno que consistía en unas galletas de arroz con mermelada. Sobre la mesa humeaban dos tazas de café.
—Buen día.
—Buen día —Alfred se sentó con una pequeña sonrisa. Después procedió a contarle a Hugo lo que había averiguado ayer. Su hermano no lo miró, pero Alfred sabía que lo estaba escuchando. Al final de su relato, ya ambos habían terminado de desayunar.
—¿Estás seguro? Sabes que Ara no está en sus cinco sentidos.
—Ella no está loca —la defendió—. Le creo, aunque...
—Aunque no crees lo de la primavera en la montaña.
—Es algo difícil de creer. Las estaciones del año son pasajeras. ¿Cómo puede ser posible que siempre sea primavera en una montaña? No tiene sentido.
Hugo solo se alzó de hombros y se levantó para recoger las cosas de la mesa.
—¿Entonces iremos al muelle?
Alfred asintió.
—Cuanto antes, mejor.
...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...
El aire salado impactó de lleno contra sus rostros, haciéndoles fruncir levemente el ceño. El camino al muelle les tomó una media hora en carreta; la tarifa por su transporte fue de cincuenta monedas de plata.
—Nos robaron con el transporte.
—El hombre solo tomó un desvío por nosotros, está bien —a Alfred le parecía un precio justo. Después de todo, el viejo señor los había acercado hasta el muelle cuando originalmente su ruta no pasaba por allí—. Además, solo nos dio un aventón.
Miró a su alrededor. Las embarcaciones estaban por todas partes, algunas ya en la distancia del vasto mar, bajo el brillante sol; otras apenas habían llegado o simplemente les estaban dando mantenimiento o cargando con pesadas cajas de madera.
—Hugo, separémonos y... —Mientras hablaba, volteó a ver a su hermano. Este tenía el rostro levemente girado hacia la dirección opuesta a la que Alfred había estado mirando hace poco. Una pequeña sonrisa se dibujaba en sus labios.
—Es Mairy.
—¿Quién? —estaba desconcertado.
—Mairy, una amiga. Espérame, iré a hablar con ella —y sin más, se fue dejándolo solo. Alf vio cómo su hermano prácticamente corría para ir a ver a esa tal Mairy. Un sentimiento de leve irritación se apoderó de él.
¡Bien, buscaré yo solo!
Refunfuñando, se dio la vuelta y comenzó a caminar hacia la embarcación más cercana. Había un hombre de mediana edad limpiando el brillante casco blanco del barco. Al notar cómo Alfred se acercaba, dejó lo que estaba haciendo y se acomodó el sombrero.
—¿En qué puedo ayudarlo? —su aliento era tan salado como el mar.
—Quería saber cuándo zarparía y cuál sería su parada.
—Hace unos días llegué de Eura, no planeo ir a ningún lugar por el momento. ¿A dónde necesitabas ir?
El hombre parecía sincero mientras decía eso, así que Alfred naturalmente se relajó un poco y se sintió más cómodo.
—Moet, el Puerto Menguante.
—No muchos barcos de aquí van allí. ¿Quieres asegurarte un viaje? Deberías haber ido al puerto del Este o al país de Eura —los ojos color miel miraron a ese hombre con aroma salado por un tiempo, sin decir nada. ¿Cómo podía permitirse viajar hasta el puerto del Este o siquiera a Eura? Sería un gasto tremendo para el dinero contado que tenían. Ni siquiera sabía si la plata que tenía le serviría para un viaje directo a Moet. El hombre quizá notó cómo las cejas de Alfred se fruncían o simplemente se inquietó por la mirada fija de este. Se acomodó nuevamente el sombrero y suspiró—. Eso no significa que ningún barco se dirija a Moet. Desconozco cuál. Sigue buscando.
—Gracias —finalmente se movió y comenzó a alejarse, solo para ser llamado nuevamente por el hombre.
—Hijo, mi amigo es un gran exportador de té. Su barco está más adelante. Pregúntale a dónde se dirige esta vez, siempre está exportando por los cuatro países para que su producto llegue a los diferentes pueblos. Lo reconocerás porque siempre usa un traje negro. Buena suerte.
Alfred nuevamente volvió a darle las gracias, pero esta vez con una sonrisa y ojos brillantes. Sin más, comenzó a prestar más atención; sus ojos vagaron por barcos de varios colores, algunos verdes, otros celestes que parecían mezclarse con el mar, y otros simplemente eran de color gris oscuro, como una nube de tormenta.
Se detuvo al ver un gran barco marrón. Nada destacaba de este, pero muchas personas estaban subiendo cajas. Lo que más llamó su atención fue ver a una persona pulcramente vestida con un traje negro sosteniendo un jarrón extraño. Al parecer, estaba custodiando el trabajo de la gente que abordaba las cajas al barco desde el muelle.
—Señor —saludó al acercarse a él. Su vista se dirigió hacia el jarrón de porcelana, que tenía una magnífica pintura de un hermoso atardecer.
—Joven —le devolvió el saludo e inmediatamente notó su mirada—. ¿Le gusta?
—Es un jarrón muy hermoso. ¿Qué contiene? —Su curiosidad fue más fuerte que él y miró directamente a los ojos oscuros del mayor mientras preguntaba.
—Las cenizas de mi difunta esposa.
—Oh... —¿Qué se suponía que tenía que decir ahora? Inmediatamente comenzó a sentirse nervioso al oír la respuesta. No se esperaba algo así. Su vista se dirigió a la pintura en la porcelana—. De seguro amaba los atardeceres.
—Ella era ciega.
—Lo siento... —murmuró, deseando que se lo tragara la tierra. ¿Por qué tuvo que abrir la boca?
—¿A qué vino? —El tono del hombre había sido bastante agradable mientras mencionaba a su esposa, pero ahora era helado. Alfred instintivamente cerró la boca. ¿Ante esta persona, ahora hostil, estaba bien preguntarle?
No sabía por qué comenzó a sentirse algo inquieto. Él era un hombre ya mayor, pero ante el comportamiento de esta persona, solo deseaba darse la vuelta y largarse. Aun así, le mostró una pequeña sonrisa.
Era como un zorro en el mar.
—Yo...
—¡Alfred!
Inmediatamente el nombrado se volteó y se encontró con los ojos algo ansiosos de Hugo.
—¡Te dije que me esperaras! —Lo sujetó del brazo y lo arrastró lejos bajo la atenta mirada del otro hombre.
—Gracias —suspiró aliviado en su corazón.
—¿Eh?
—No importa. ¿Hablaste con tu amiga?
Hugo sonrió y se pasó una mano por el cabello.
—¡Sí! Ella nos llevará hasta el Puerto Menguante en Moet.
—...
—Olvidé mencionarte que ella tiene su propia embarcación. Accedió a llevarnos, siempre y cuando le paguemos.
¿Qué era esta casualidad? ¿Al fin los cielos le mostraban clemencia?
—¿Cómo es que no sabía de la existencia de esta amiga tuya? ...Olvídalo.
Inicialmente, Alfred se estaba volviendo a irritar. ¿Su hermano no podía ser más considerado con él? ¿Si sabía que su amiga tenía una embarcación, por qué no se lo mencionó antes?
Quería decir algo, rezongarlo más bien, pero al ver esos brillantes ojos oscuros, se encontró con que no podía decir nada en absoluto y un bajo suspiro salió de sus labios entreabiertos.
—Bien —no pudo pronunciar mucho y levantó su mano para revolver el poco cabello de Hugo. Había hecho un buen trabajo, estaba bien. Ya no se molestaría. Después de todo, su hermano no sabía que su amiga estaba por los alrededores, ¿de qué había que culparlo?—. ¿Algo más que deba saber?
—Mañana zarpa el barco a las cinco.
Alfred estaba un poco sorprendido.
—¿De la tarde?
—De la mañana.
...ΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩΩ...
Cuando ambos hermanos llegaron a casa, se dispusieron a empacar cosas. Alfred sacó de arriba de su armario una mochila negra polvorienta; no se había usado en años debido a que era ridículamente grande y espaciosa. Normalmente, en sus expediciones llevaba bolsos chicos, pero esta vez era diferente: se irían a Moet, que estaba al otro lado del mundo.
Cuando el polvo se asentó, guardó un par de mudas de ropa, tanto suyas como de su hermano. No sabía por cuánto tiempo estarían fuera de su hogar.
—¿Guardo cosas filosas? —Hugo se asomó por detrás de la cortina. Alfred giró su rostro con una ceja levantada.
—Supongo, independientemente de qué "cosas filosas" sean —enfatizó.
Como si se sintiera juzgado por la mirada de su hermano, Hugo levantó ambas manos, revelando dos cuchillos y una navaja. Alf lo miró en silencio mientras pensaba. ¿En el puerto Menguante revisarían sus cosas? ¿Qué pasaba si encontraban eso? Sería una desgracia si apenas pusieran un pie en Moet y su primera parada fuera la cárcel.
—No estoy seguro —confesó—. No sé si sea buena idea llevar objetos así.
—¿Qué pasa si nos atacan en el camino como la última vez? ¿O ya te olvidaste?
Alfred sabía que tenía una pésima memoria, pero recordaba ese incidente, que de hecho ya había sido hace un tiempo, dos años, relativamente. Mientras se instalaban en un precario campamento a las afueras de Layare, habían sido atacados por bandidos. Aunque no habían sido golpeados, los habían amenazado con armas de pólvora. Esto había sido una sombra psicológica en su mente, y ahora Hugo había avivado las llamas de ese miedo dormido.
El miedo de que a su hermano le pasara algo y él no pudiera hacer nada.
—Bien, dámelas —Alfred extendió una mano y Hugo le pasó la navaja y ambos cuchillos. Se aseguró de guardarlos muy bien en uno de los bolsillos internos de la mochila.
—¿Estamos seguros de que queremos hacer esto?
Alfred abrió y cerró la boca; casi se le escapa un "prefiero hacer esto que trabajar en Arel", pues aún no le había mencionado el pequeño detalle de que había traspasado la deuda de Hugo a sí mismo.
—Sí. ¿Sabes?, todo esto me hace sentir un poco extraño.
—¿En qué sentido? —preguntó con curiosidad mientras miraba a su hermano empacar.
—No sabría decirlo —Alfred cerró algunos bolsillos de la mochila, que ya estaban llenos de cosas. Tenía tanto ungüentos como los cuchillos que Hugo le había dado—. Es solo un sentimiento extraño, una presión en mi pecho. Más parecido a una premonición.
—¿Qué te dice esa premonición? —La expresión de Hugo había cambiado; ahora sus ojos estaban cubiertos con una leve sombra.
Alfred sacudió la cabeza.
—No lo sé.
No sabía qué clase de sentimiento era ese. Era como si esperara encontrar algo, en verdad, pero a su vez sabía que eso probablemente le causaría dolor.
—¿Sientes algo... —Alfred se enderezó y lo miró— como en la cabeza?
—¿Qué? —Estaba totalmente desconcertado por esa pregunta. Hugo se mordió el labio, como si hubiera preguntado algo fuera de lugar.
¿Hugo pensaba que se estaba volviendo loco?
—Olvídalo, supongo que no. No me hagas caso.
Alfred comenzó a sospechar que su hermano ocultaba algo, pero si no quería decirlo, que así fuera. Él no lo presionaría para saberlo, aunque se estaba muriendo de curiosidad por dentro.
Hugo finalmente salió de su habitación sin mencionar nada más.
Me encantó
O al menos cosas que quizá supo antes
Es una mala señal!!!/Skull/