LA AMANTE DEL EMBAJADOR

Finalmente, el médico llegó y comenzó a evaluar las heridas de Penélope con seriedad. Alexander observaba con ansiedad cada movimiento del médico, esperando escuchar noticias de que ella se recuperaría. Después de un examen exhaustivo, el médico suspiró y se volvió hacia Alexander.

—Las heridas son graves, pero creo que con tratamiento adecuado y descanso, Penélope se recuperará —dijo el médico con optimismo—sin embargo, necesitará cuidados constantes y paciencia durante su recuperación.

Alexander asintió con determinación. Haría todo lo posible para asegurarse de que Penélope recibiera el cuidado que necesitaba.

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A la par, en la otra habitación, Alicia contemplaba su reflejo en el espejo con una sonrisa maliciosa. Aunque su cuerpo temblaba ante la humillación que sentía y la ira provocada por la actitud de Alexander, no dejaría que sus planes se empañaran.

Tomando un poco de los frascos que la bruja le había dado, ordenó a sus criadas arreglarla para ir pronto al palacio real. Debía no solo ganarse el aprecio de su primo, si quería ser la esposa del príncipe heredero, sino también el favor de su tía.

Mientras se preparaba para su encuentro en el palacio real, como una invitada más en la fiesta de té de su tía, Alicia repasaba mentalmente los detalles de su plan. Sabía que cada paso que daba la acercaba más a su objetivo final: obtener el poder y el reconocimiento que creía merecer.

Cuando al fin llegó las dos de la tarde, decidió irse sin probar tan siquiera bocado de comida alguna. Con paso decidido, salió de la habitación y se dirigió hacia el carruaje que la esperaba afuera. El brillo malévolo en sus ojos reflejaba su determinación de no detenerse ante nada hasta lograr su ambición.

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Mientras tanto, en la habitación contigua, Alexander se mantuvo a la cabecera de Penélope, observándola con preocupación mientras el médico aplicaba los primeros cuidados a sus heridas.

Sabía que el camino hacia su recuperación sería largo y difícil, pero una sensación de alivio lo invadió al escuchar las palabras del médico sobre la posibilidad de recuperación de Penélope.

Con un suspiro, se volvió hacia ella y le tomó la mano con ternura, prometiéndole en silencio que no la dejaría sola hasta que pudiera dormir.

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A medida que el carruaje avanzaba, Alicia comenzó a respirar con emoción, dentro de poco su primo la vería y según la poción que le había hecho la bruja, este debería comenzar a caer enamorado y rendido ante sus pies.

Mientras el carruaje avanzaba, Alicia ensayaba mentalmente las palabras y gestos que usaría para cautivar a su primo. Sabía que debía actuar con encanto y sutileza para asegurarse de que la poción hiciera efecto sin levantar sospechas.

Con cada pensamiento, su sonrisa se ampliaba, alimentada por la certeza de que pronto tendría todo lo que deseaba. El poder, la riqueza y el reconocimiento serían suyos, y nadie podría detenerla en su ascenso hacia la cima del poder.

Alicia estaba dispuesta a hacer lo que fuera necesario para alcanzar sus ambiciones, incluso si eso significaba manipular los sentimientos de aquellos que la rodeaban. Aun si tuviera que vender el alma de su hijo al Maligno, haría todo lo que hiciera falta para obtener lo que quería.

Así, descendió con gracia del carruaje una vez llegó al palacio real. Moviéndose con elegancia, su belleza cautivaba al hombre de la más baja cuna. Podía ver como su cuerpo era anhelado hasta por los propios guardias: estaba segura de que era una mujer digna de ser la futura reina.

Cuál fue su decepción que, al ser llamada a los aposentos privados de la madre de su primo, pensando que sería para algo bueno, terminó por llevarse de golpe una cruda verdad. Su tía, colérica, comenzó a cachetearla con guantes hechos de diamantes.

La mujer estaba enojada, no podía entender cómo su hermana había tenido una hija tan libertina y desvergonzada como Alicia. Le había costado mucho mantener los rumores de su adulterio por lo bajo en la sociedad, pero era cuestión de tiempo, si no es que ya lo había hecho, de que llegaran a la iglesia.

—¿Por qué?—preguntó Alicia escupiendo sangre.

La tía de su primo, una vez se desahogó la ira que tenía por su idiotez, pidió a sus doncellas curar sus heridas con una poción mágica. Aunque detestaba a su sobrina, deseaba "ayudarla" debido al dinero que le habían podido robar a Alexander.

Si quería tener la suficiente fuerza, no solo en influencia, sino económica, debía hacerse de todo lo que fuera un apoyo posible. Para eso, aunque le costara, intentaría meterla como concubina de su hijo para tenerla contenta; sin embargo, jamás apoyaría el deseo de Alicia de ser su esposa.

—Espero que no haya más escándalos, Alicia—respondió sentándose en un sofá—mi hijo necesita buenas mujeres a su lado cuando esté en el trono, ¿lo entiendes, no?

—Sí—respondió asintiendo—Prometo no causar más problemas.

—Dime, ¿La bastarda de Penélope sigue contigo?—preguntó mirando por la ventana.

—Tuve que darle una lección, se está metiendo en la cama de Alexander—aclaró.

Las doncellas, en vez de ayudarla a sentarse, la mantuvieron en el piso, obligándola a tener la cabeza gacha mientras le respondía a su tía. Se sentía impotente, pero siendo su tía alguien cruel, aquello era recibir la mayor piedad posible.

Aunque no la podía ver, su tía sonreía con malicia. Podían usar a Penélope a su favor para hacer que Alexander quedara mal y que su hijo, al salvarla, generara la compasión del pueblo. Si hacía que la opinión pública estuviera a su favor, ni la iglesia podría ir en contra de ellos.

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Alicia, quien tenía la fe de que las pócimas que le dio la bruja aun sirvieran, se fue insatisfecha a la fiesta de té.

No quería de esa forma la ayuda de su tía, sin embargo, mientras pudiera llegar a su objetivo, la aceptaría sin importar cuánta humillación tuviera que soportar.

Finalmente, en el jardín del príncipe heredero, observó finalmente al amor de su vida. No solo un hombre más joven, guapo y rico que su esposo, sino el futuro rey.