Ariadna Callis, una joven de 16 años con una personalidad vibrante y un cuerpo que desafía los estereotipos, vive entre las constantes travesuras de sus hermanos mayores, Nikos y Theo, y el caos del último año de preparatoria. Aunque es fuerte y segura, Ariadna no está preparada para la entrada de Eryx Soterios, un joven de 18 años recién llegado al pueblo.
Eryx, reservado y enigmático, carga con un pasado oscuro que lo ha dejado lleno de resentimientos. Su aparente frialdad se convierte en un desafío para Ariadna, quien no teme a sus respuestas cortantes ni a su actitud distante. Sin embargo, cada encuentro entre ellos desata emociones contradictorias que ninguno puede ignorar.
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Capítulo 1: La llegada de Eryx
El sol brillaba alto en el cielo, y Ariadna Callis sentía que su vida no podía ser más ordinaria. Sentada en el banco de la plaza principal, esperaba a sus hermanos, Nikos y Theo, quienes habían prometido recogerla después de hacer unas compras. Como siempre, ambos parecían haber olvidado que existía. Suspirando, revisó su reflejo en la pantalla del celular: sus rizos castaños estaban algo alborotados, y su camiseta favorita ya mostraba señales de desgaste. “Perfecto”, pensó sarcástica.
La plaza estaba llena de estudiantes, ya que era viernes por la tarde. Entre risas y charlas animadas, Ariadna se sintió un poco desplazada. No porque no tuviera amigos, sino porque no se adaptaba al molde de las chicas populares. Era curvy y orgullosa de ello, pero había días, como este, en los que deseaba pasar desapercibida.
—¿Ariadna? —La voz de Daphne, su mejor amiga, la sacó de sus pensamientos.
—¡Daphne! Pensé que estabas con tu novio.
—Lo dejé en el café con sus amigos. Prefiero mil veces estar aquí contigo —respondió Daphne mientras se sentaba junto a ella.
Antes de que pudieran iniciar una conversación profunda, un auto negro, elegante y claramente caro, se estacionó cerca de ellas. Ambos observaron con curiosidad.
—¿Quién será? No creo que sea alguien del pueblo —murmuró Daphne.
La puerta del conductor se abrió lentamente, y un joven salió del vehículo. Tenía el cabello oscuro y un porte tan elegante que parecía salido de un drama de televisión. Ariadna no pudo evitar fijarse en su expresión seria, casi intimidante, mientras observaba a su alrededor como si evaluara el lugar.
—¿Nuevo en el pueblo? —preguntó Daphne con una sonrisa maliciosa.
Ariadna no respondió. Había algo en los ojos del desconocido, una mezcla de cansancio y frialdad, que la dejó intrigada.
El chico, sin prestar atención a nadie, comenzó a caminar hacia la dirección opuesta, pero no sin antes lanzar una mirada rápida en su dirección. Fue un vistazo tan breve como intenso, como si la evaluara. Ariadna sintió un escalofrío, pero no estaba segura de si era por nervios o por algo más.
—Definitivamente interesante —comentó Daphne mientras se ponía de pie—. Bueno, tengo que irme. Nos vemos el lunes, ¿sí?
Ariadna asintió distraída. Algo le decía que aquel encuentro, aunque fugaz, no sería el último.
Más tarde, esa misma tarde, Nikos y Theo finalmente se dignaron a aparecer, con bolsas de compras y caras de satisfacción.
—¿Cuánto tardaron? —se quejó Ariadna, cruzándose de brazos—. Llevo más de una hora esperando.
—Tranquila, pequeñaja —bromeó Theo mientras dejaba las bolsas en el asiento trasero de la camioneta—. No te vas a derretir.
Nikos, el mayor, rodó los ojos y se sentó al volante. —Sube ya, Ari. Tenemos hambre, y mamá no va a cocinar sola.
—¡Siempre pensando en comida! —respondió ella mientras se subía.
De camino a casa, los hermanos discutían sobre tonterías como de costumbre, pero Ariadna no podía dejar de pensar en el chico del auto negro. Algo en su mirada la había descolocado, como si él supiera algo que los demás ignoraban.
El lunes por la mañana, Ariadna llegó al instituto más temprano de lo habitual. Por lo general, evitaba los pasillos llenos de estudiantes, pero hoy algo la impulsó a llegar antes. No sabía si era pura intuición o simple curiosidad, pero quería ver si el misterioso chico había venido al instituto.
Y ahí estaba, de pie junto a la puerta de la dirección. Con una mochila de cuero y una expresión de desinterés absoluto, Eryx Soterios destacaba como un faro en medio del bullicio adolescente. Los murmullos y las miradas curiosas no parecían afectarle en lo más mínimo.
Ariadna se detuvo en seco. Quería pasar desapercibida, pero parecía que el destino tenía otros planes, porque justo cuando intentaba retroceder, Eryx giró la cabeza y la miró directamente.
Fue como si el tiempo se detuviera. Sus ojos oscuros eran tan profundos que parecían leer cada uno de sus pensamientos. Ariadna tragó saliva, insegura de cómo reaccionar.
Finalmente, él desvió la mirada y entró en la oficina de la directora. Ariadna exhaló aliviada.
—¿Lo viste? —preguntó Daphne, apareciendo de la nada.
—¿Podrías no hacer eso? Casi me matas del susto.
—Es inevitable. ¿Pero lo viste? Está en nuestra escuela. Esto se pone interesante.
Ariadna no respondió. Sabía que este lunes, que había comenzado como cualquier otro, sería recordado como el día en que todo cambió.
Durante las clases, Ariadna trató de concentrarse, pero su mente volvía constantemente a Eryx. ¿Quién era? ¿Por qué se veía tan… atormentado? No quería ser una de esas chicas que se obsesionan con el chico nuevo, pero algo en él la intrigaba profundamente.
Al final del día, cuando estaba guardando sus libros en el casillero, una voz profunda interrumpió sus pensamientos.
—¿Ariadna, cierto?
Se giró rápidamente y lo vio allí, de pie, con una expresión seria pero calmada.
—Eh… sí. ¿Y tú eres…?
—Eryx. Solo quería agradecerte por no mirarme como si fuera un fenómeno en la mañana.
Ariadna se sintió desconcertada. ¿Era un intento de broma? ¿Un comentario sarcástico? No podía descifrarlo.
—No suelo juzgar a las personas por su aspecto.
Él asintió, aunque sus labios apenas formaron una leve curva que podría considerarse una sonrisa.
—Eso es… refrescante. Nos veremos, Ariadna.
Antes de que pudiera responder, Eryx se dio la vuelta y desapareció entre la multitud. Ariadna se quedó allí, preguntándose cómo un simple "gracias" había logrado acelerar tanto su corazón.