Sofía y Erick se conocieron cuando ella tenía seis años y él veinte. Ese mismo día la niña declaró que sería la novia de Erick en el futuro.
La confesión de la niña fue algo inocente, pero nadie imaginó que con el paso de los años aquella inocente declaración de la pequeña se volvería una realidad.
¿Podrá Erick aceptar los sentimientos de Sofia? ¿O se verá atrapado en el dilema de sus propios sentimientos?
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Nuevos comienzos
La mañana siguiente llegó con un cielo nublado, como si la ciudad reflejara el estado de ánimo de Erick. Se había levantado temprano, evitando prolongar el momento de partir. Su maleta estaba lista desde la noche anterior, y mientras esperaba el taxi que lo llevaría al aeropuerto, intentaba convencerse de que su decisión de regresar a Suiza y dejar las cosas así era la correcta.
Miró por última vez su departamento. El lugar le parecía más vacío que nunca, pero lo atribuyó a la despedida inminente. “El trabajo será mi refugio,” pensó, aferrándose a la idea como un salvavidas.
En el avión, Erick cerró los ojos, buscando refugio en el cansancio. Sin embargo, cada vez que lo intentaba, los recuerdos de Sofia volvían a asaltarlo. Recordó su sonrisa traviesa, la determinación en sus ojos cuando defendía algo que le importaba, y ese último momento en la fiesta, cuando su rostro se iluminó brevemente al verlo, antes de desmoronarse con la presencia de Helena.
“Está bien, Erick. Sofi estará bien,” se repetía a sí mismo como un mantra. Pero por más que lo intentara, no podía ignorar el vacío que sentía.
Horas después, llegó a su departamento en Suiza, un lugar funcional y perfectamente ordenado, pero sin la calidez que alguna vez había sentido en casa de Leonardo. Dejó su maleta en un rincón y se dirigió directamente a su escritorio. Allí estaban los documentos y proyectos pendientes que había dejado a medias antes de su viaje.
Se sumergió en el trabajo, intentando llenar cada minuto con tareas que lo distrajeran. Sin embargo, entre llamadas y correos electrónicos, su mente volvía una y otra vez a la misma pregunta: ¿Por qué le dolía tanto que Sofi se hubiera ido sin decirle nada? ¿Acaso la decisión de Sofia había tenido que ver con lo que él había hecho para alejarla?
Esa noche, mientras revisaba un contrato, su teléfono sonó. Era Diego, quien siempre estaba al pendiente de todos en la familia, y Erick era parte de su familia.
—Hola, viejo —saludó Diego con su característico tono relajado—. Solo llamo para saber si llegaste bien.
—Sí, todo bien. Gracias por preguntar.
Hubo un momento de silencio incómodo antes de que Diego, con su habitual franqueza, soltara la pregunta que Erick temía.
—¿Te enteraste de que Sofi se fue a Europa?
Erick cerró los ojos, apoyando la cabeza contra el respaldo de su silla.
—Sí, Leo me lo dijo.
—¿Y cómo te sientes con eso?— preguntó, y no hizo falta que Erick preguntara nada más. De inmediato se dio cuenta que Diego sabía sobre los sentimientos de Sofia y obviamente estaba al tanto de todo lo demás.
La pregunta lo desarmó. No estaba acostumbrado a que alguien le preguntara cómo se sentía, y mucho menos que fuera Diego.
—No sé, Diego. Supongo que es lo mejor para ella.
Diego rió, aunque no había burla en su tono.
—Tú y yo sabemos que no es tan simple. Pero bueno, Erick, mi princesa es fuerte. Siempre lo ha sido. Y tiene a Ian con ella.
Las palabras de Diego no lo tranquilizaron. Al contrario, le recordaron que ella estaba lejos y lo estaría por mucho tiempo, además de que tenía a alguien que la acompañaba en su aventura mientras él se quedaba atrás.
—Gracias por llamar, Diego. Hablamos pronto.
Cuando la llamada terminó, Erick dejó el teléfono sobre la mesa y miró por la ventana. Afuera, la ciudad brillaba con las luces de la noche, pero él solo veía la sombra de lo que ¿había perdido?
Esa noche, Erick tomó una decisión. Podía pasar los días lamentándose por lo que había sucedido o podía aceptar que Sofi había seguido adelante y que su lugar en su vida ya no era el mismo.
Se prometió a sí mismo que enfocaría toda su energía en el trabajo y que respetaría la distancia que Sofía había elegido. “Ella estará bien,” se dijo una vez más, aunque esta vez, las palabras sonaron un poco más verdaderas.
Sin embargo, en el fondo, sabía que no importaba cuántos kilómetros los separaran; Sofia siempre sería su princesa, y ocuparía un rincón especial en su corazón, aunque ese rincón quedara ahora en la penumbra del desencuentro.
Tal como había prometido, Erick se entregó al trabajo con una intensidad casi obsesiva. Los días pasaban entre reuniones, estrategias, y noches largas frente a la computadora en su departamento de Suiza. Desde afuera, cualquiera diría que había encontrado la manera de superar los eventos recientes. Sin embargo, las noches eran diferentes.
En la soledad de su hogar, cuando los correos y las llamadas cesaban, una sensación incómoda de vacío lo invadía. Por más que intentaba ignorarlo, su mente volvía una y otra vez a Sofia.
Para aliviar un poco esa sensación, Erick comenzó a llamar con frecuencia a casa de Leonardo. Siempre encontraba una excusa: preguntar por los gemelos, por Marco o simplemente saber cómo iban las cosas en general.
Mónica o Leonardo siempre respondían con entusiasmo, actualizándolo sobre las novedades de la familia.
—Los gemelos están imparables en el colegio —decía Mónica con una risa cálida—. Diego dice que deberían considerarlos un deporte extremo.
—Marco está rindiendo muy bien en el fútbol —añadía Leonardo orgulloso—. Es probable que lo elijan para jugar en el equipo principal.
Pero era cuando mencionaban a Sofia que el corazón de Erick latía con más fuerza.
—Sofi está feliz en Europa —comentaba Leonardo con tono tranquilo—. Se ha adaptado muy bien. Ian siempre está con ella, y entre los dos parecen tener todo bajo control.
Mónica intervenía con entusiasmo:
—La universidad es exactamente lo que ella necesitaba. Habla con tanta emoción de sus proyectos y sus clases que a veces ni entendemos todo lo que dice, pero es hermoso escucharla tan animada.
Erick sonreía mientras escuchaba, imaginándola inmersa en ese mundo que tanto había deseado. Saber que estaba bien lo tranquilizaba, pero al mismo tiempo, sentía una punzada de tristeza.
—¿Y volverá para su cumpleaños? —se atrevió a preguntar una noche, esperando con ansias una respuesta afirmativa.
La voz de Mónica llegó con suavidad, pero con la contundencia de una noticia que no esperaba.
—No, prefiere festejarlo allá, con sus nuevos amigos. Dice que está organizando algo sencillo con Ian y sus compañeros de clase.
La llamada terminó poco después, y aunque Erick se esforzó por mostrarse indiferente, al colgar el teléfono una nostalgia extraña lo invadió.
“Es lo mejor para ella,” pensó, pero las palabras no eran tan reconfortantes como pretendían ser.
Esa noche, al quedarse solo nuevamente, los pensamientos lo asaltaron con más fuerza que nunca. Erick miró por la ventana hacia la ciudad iluminada y se dio cuenta de lo mucho que echaba de menos el caos y el bullicio de la familia de Leonardo.
Pensó en su princesa, en cómo había crecido y cómo ahora parecía estar tan lejos, no solo en distancia, sino en la conexión que alguna vez compartieron. Le dolía pensar que ya no era parte de su mundo de la misma manera.
Se pasó las manos por el cabello, suspirando con frustración.
“Esto es lo que querías, Erick. Que ella fuera feliz, que siguiera su camino.”— pensó. Pero la nostalgia no entendía de lógicas ni razones.
Sabía que el tiempo no se detenía y que, por más que tratara de ignorarlo, había una parte de él que siempre estaría pendiente de ella.
“Sigue adelante, Erick,”— se dijo a sí mismo mientras apagaba las luces. Pero en la oscuridad, el vacío seguía siendo un huésped silencioso.