Bajo Las Luces De Navidad

El día después de Navidad amaneció con un aire fresco y renovador. Jasón se despertó temprano, sabiendo que la jornada sería ajetreada, pero al recordar que Abby aún estaba en la casa, una sensación de gratitud lo envolvió. Desde que ella había llegado a su vida, todo parecía más claro, más esperanzador.

La muchacha despertó al sentir la luz de la mañana filtrándose a través de las cortinas. Se levantó de la cama en la habitación de invitados y sonrió, recordó el momento en el que Jasón la había cargado en brazos y la había dejado allí. Luego con mucha decisión salió rumbo a la cocina, al entrar allí la imagen de aquel hombre tan guapo preparando el desayuno la dejó sin habla, no era que no lo hubiera visto antes en la cocina, era el simple hecho de pensar que él y sus sentimientos eran solo para ella.

Él se dio vuelta cuando notó su presencia y cuando sus ojos se encontraron con los de Abby, ella le sonrió con suavidad.

—Buenos días, Jasón.

—Buenos días, Abby— La voz de Jasón sonaba diferente, llena de una calidez que solo ella le traía.

Emma, ya vestida y lista para la escuela, irrumpió en la habitación con una energía inagotable.

—¡Papá, Abby! Hoy quiero que mi clase vea la foto de nuestro muñeco de nieve. —Dijo con los ojos brillantes.

Jasón se rió, abrazándola antes de que se fuera. —Claro, princesa. Vamos a hacer que tu día sea tan especial como tú.

Abby miró a Jasón y asintió, sabiendo que su presencia había cambiado algo en él. Era como si ella hubiera traído una nueva luz a su vida, y ahora él se mostraba más abierto, más sonriente. La había visto ayudar a Emma con los deberes, hablar con ella de cosas sencillas pero importantes, y en esos momentos, Abby se sentía parte de algo mucho mayor que ella misma.

Luego de dejar a Emma en la escuela con su mochila llena de cuentos, lápices y un dibujo del muñeco de nieve, Abby y Jasón regresaron a la casa y se quedaron en la cocina, compartiendo un café y una charla tranquila.

—¿Sabes? —dijo él, mirándola con expresión seria. —Esta Navidad me hizo darme cuenta de que hay cosas que siempre damos por sentadas, como la familia. Pero ahora me doy cuenta de lo afortunado que soy de haberte conocido, de tenerte.

Abby sintió que el corazón le latía con fuerza. A veces, el amor se construía a base de pequeños momentos y, en este, ella no necesitaba nada más.

—Y yo me siento afortunada de estar aquí contigo y Emma. —La voz de la muchacha era suave, casi un susurro. —Nunca pensé que podría tener esto.

Jasón extendió la mano y acarició su mejilla, la suavidad de su piel bajo sus dedos le recordó lo vulnerable y hermosa que era esa conexión entre ellos. 

La tarde avanzó rápido. Jasón tuvo que asistir a un par de reuniones de trabajo urgentes y llamadas que requerían su atención. Mientras que la muchacha regresó a su departamento y allí se dio cuenta de que estando en compañía de Jasón y Emma las horas parecían más ligeras, menos pesadas.

Por su parte, una vez que terminó su trabajo e iba a buscar a Emma al colegio, recordó el paseo por el parque, donde Abby ayudaba a la niña a hacer angelitos en la nieve, una tarde de juegos de mesa, donde Emma ganaba una y otra vez y su risa llenaba la casa. La calidez de esos momentos pequeños fue como un bálsamo para el hombre que no había imaginado que llegaría a vivir de nuevo algo así. Recordaba las Navidades pasadas, cuando la soledad había sido su única compañía. Ahora, la risa de su hija y la cercanía de Abby llenaban los vacíos de su corazón.

De pronto tuvo una idea, se le ocurrió demostrarle a Abby lo mucho que le importaba, pero de otra manera... Una cena especial.

Jasón pasó toda la tarde planeando cada detalle. Desde el momento en que decidió sorprender a Abby con una cena especial, supo que necesitaría ayuda para asegurarse de que Emma estuviera en buenas manos. Con cierto nerviosismo, tomó el teléfono y llamó a su madre.

—¡Mamá! ¿Cómo estás?—comenzó con un tono cariñoso pero algo culpable.

—Jasón, querido. ¿A qué debo esta llamada tan inesperada?—respondía ella con una mezcla de alegría, curiosidad y un poco de reclamo.

—Necesito un favor. Quiero preparar algo especial para una persona muy importante, pero eso significa que necesitaré que cuides de Emma por una noche.

Hubo un silencio breve al otro lado de la línea, seguido de un suave pero firme regaño.

—¿Por una noche nada más? Jasón, ¿cómo es posible que apenas pienses en incluirme en la vida de mi nieta? También quiero pasar tiempo con ella, no solo cuando tú lo necesites.

El peso de esas palabras cayó sobre Jasón como una carga inesperada. Había estado tan envuelto en su propia tristeza y luego en su esfuerzo por estabilizar a Emma que había dejado de lado a su madre, quien siempre había sido una figura fundamental.

—Tienes razón, mamá. Lo siento mucho. Ha sido difícil, pero eso no justifica que me haya alejado así. Prometo que las cosas cambiarán. Gracias por recordarme lo importante que eres para Emma y para mí.

Su madre suavizó el tono y aceptó con una sonrisa en la voz.

—Te perdono, hijo. Pasaré por Emma al colegio mañana y la tendré conmigo hasta que la necesites de vuelta. ¿Está bien?

—Perfecto. Gracias, mamá. De verdad.

Con ese asunto resuelto, Jasón se enfocó en la cena. Queriéndole dar un toque íntimo y especial, decidió cocinar él mismo. Con el menú ya claro en su mente, pasó horas en la cocina preparando un filete perfectamente sazonado, acompañado de una guarnición de vegetales frescos y un postre de chocolate que sabía que a Abby le encantaría.

La mañana siguiente llevó a su hija al colegio, le contó que su abuela pasaría por ella y al ver la alegría de la pequeña se dio cuenta lo mal que había estado haciendo las cosas.

Al llegar a casa, se ocupó de cada detalle con suma precisión, dejó la mesa lista, encendió velas para darle un toque cálido al comedor y eligió una música suave que complementara el ambiente.

Cuando todo estuvo listo, Jasón tomó las llaves de su auto y se dirigió al departamento de Abby. Al llegar, respiró profundamente y tocó la puerta. Abby, con una expresión de sorpresa en el rostro, lo recibió.

—¡Jasón! ¿Qué haces aquí?—preguntó con curiosidad, aunque también algo apenada por el desorden en su sala.

—Solo vine a buscarte —respondió él, con una sonrisa enigmática. —He preparado algo especial y quiero que vengas conmigo.

Abby lo miró, desconcertada.

—Dame un minuto para alistarme… pero ¿puedes al menos decirme a dónde vamos? —preguntó con una sonrisa nerviosa.

—Es una sorpresa —dijo Jasón. —Solo ponte algo con lo que te sientas cómoda.

En su habitación, Abby abrió el armario y contempló las opciones, las cuales no eran muchas. Finalmente, eligió un vestido de corte clásico, sencillo, que resaltaba su figura sin ser demasiado llamativo. Se arregló el cabello rápidamente y optó por un maquillaje natural.

Cuando regresó a la puerta, Jasón ya la esperaba, y por la manera en que la miró, Abby supo que había tomado la decisión correcta.

—Estás hermosa —le dijo él, extendiéndole la mano para guiarla hacia el auto.

El camino estuvo lleno de cómplices sonrisas y conversaciones ligeras. Cuando llegaron a la casa, Abby quedó sin palabras al ver el comedor decorado con tanto cuidado. Las velas, el aroma de la comida y la atención a los detalles dejaban claro cuánto había pensado Jasón en esta noche.

—¿Todo esto lo hiciste tú?—preguntó Abby, con los ojos brillando de emoción.

—Quiero que sepas cuánto significas para mí —respondía Jasón. —Desde que llegaste a nuestras vidas, todo ha cambiado para mejor.

Abby sonrió, conmovida, y tomó asiento mientras Jasón servía la cena. Era una noche llena de risas, confesiones y miradas cálidas que sellaron el amor que ambos comenzaban a construir juntos.