Ashley Larson, una joven estadounidense que, sin saberlo, se convierte en el peón de un cruel juego de venganza orquestado por Andreas Kostas Papadopoulos, un empresario griego consumido por la obsesión y el rencor. Después de la trágica muerte de Anabel, la hermana mayor de Ashley y el amor perdido de Andreas, él trama un plan diabólico para hacerle pagar, seduciendo y casándose con Ashley, quien guarda un asombroso parecido con Anabel.
Después de medio año de matrimonio Ashley sufre un "accidente", que la hace perder su embarazo y su pierna. Lo que sumerge a Ashley en una depresión y un descenso terrible, pero después de tocar fondo solo puede subir y ella lo lograra a lo grande. Y va a vengarse del hombre que la arruino la vida.
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Capítulo 17
Mientras Ashley y Elena se dirigían al teatro, Constantinos estaba en casa, sumido en sus pensamientos y jugueteando distraídamente con su celular. No había querido acompañar a su padre a la oficina, aún perturbado por su encuentro con Ashley Larson. Las palabras de ella seguían resonando en su mente, provocando un torbellino de preguntas sobre su verdadera identidad y sus intenciones.
¿Quién era realmente Ashley Larson? Se preguntó, pero más importante aún ¿Qué e lo que quería de él y su familia, y por qué su papá se había puesto tan nerviosos al verla?
Dejando el celular a un lado, se recostó en el sofá, sumido en sus cavilaciones. Miró a su hermano Dimitris, que estaba tumbado en otro sillón, absorto en su tablet. Con un gesto de hermano mayor, Constantinos decidió romper el silencio.
—¿No deberías estar practicando para tu recital de piano? —preguntó, intentando desviar su mente de sus propias preocupaciones.
Dimitris, sin levantar la vista de la pantalla, respondió con un tono juguetón pero firme.
—Δεν είναι όλη η ζωή πιάνο, αδελφέ (La vida no es solo piano, hermano) —dijo, su voz revelando una mezcla de seriedad y diversión.
Constantinos rodó los ojos ante la respuesta de su hermano menor, respondiendo en griego en un tono ligero pero afectuoso.
—Εσύ δεν είσαι Έλληνας, μικρέ μου αδελφέ (Tú no eres griego, mi pequeño hermano) —bromeó, refiriéndose al hecho de que aunque vivían en Londres, los lazos con su herencia griega permanecían fuertes.
La interacción entre los hermanos era cómoda y familiar, un breve interludio en la vida de Constantinos que estaba cada vez más consumida por las intrigas empresariales y familiares.
La tranquilidad del momento en casa contrastaba con la tormenta de emociones y estrategias que bullían en la mente de Constantinos. Aunque exteriormente parecía un simple momento de ocio entre hermanos, internamente, Constantinos estaba en la cúspide de decisiones y revelaciones que podrían cambiar el curso de su vida y la dinámica de su familia.
Después de la broma de Constantinos, Dimitris voteo a ver a su hermano mayor, cabidbajo, rodó los ojos, soltó la tablet y se giró para enfrentarlo.
—Soy tan griego como tú —declaró con una mezcla de orgullo y desafío.
Constantinos sonrió, negando con la cabeza.
—No exactamente, hermano. Tu más bien vendrías siendo ¿Qué? ¿Francés? —explico Constantinos.
Y era verdad. Dimitris al igual que sus hermanos Sophia y Nikos habían nacido en París Francia, pero a las semanas habían sido llevados a Londres. Constantinos por su parte era griego. Pero enrealidad apenas recordaba Grecia. Hacía años no iban, pero su papá seguía insistiendo en la importancia de sus raíces y todo eso.
Luego, con un tono juguetón, Constantinos añadió en francés:
—Tu ne trouves pas, mon petit frère mignon? (¿No lo encuentras, mi hermanito encantador?)
Dimitris, no dispuesto a ceder, replicó con una sonrisa burlona.
—Tú eres un mestizo corriente —dijo, antes de que ambos estallaran en risas y comenzaran a lanzarse cojines del sofá, sumidos en una guerra de almohadas fraternal.
La batalla de cojines continuó hasta que su madre, Elena, entró en la sala con una expresión de ligero cansancio pero afecto.
—Chicos, ya basta —dijo, separándolos con una mano mientras reprimía una sonrisa—. Vuestro padre volverá en unos momentos. Traerá a alguien muy importante de la empresa para cenar.
Los hermanos se detuvieron, ajustando sus ropas y peinados, conscientes de que el ambiente familiar pronto se transformaría en algo más formal y profesional.
—¿Quién es, mamá? ¿Alguien que conocemos? —preguntó Constantinos, intrigado por la perspectiva de conocer a la figura misteriosa que acompañaría a su padre.
Elena, con una mirada pensativa, simplemente respondió:
—Veréis cuando llegue. Es mejor que nos preparemos para una noche interesante.
Con esa enigmática respuesta, la atmósfera en la sala cambió, pasando de la ligereza de la diversión fraterna a la anticipación de un encuentro que podría tener implicaciones significativas para la familia y la empresa. Los hermanos intercambiaron miradas, preguntándose quién podría ser el invitado de su padre que alteraría la rutina de su noche familiar.