En un mundo donde las historias de terror narran la posesión demoníaca, pocos han considerado los horrores que acechan en la noche. Esa noche oscura y silenciosa, capaz de infundir terror en cualquier ser viviente, es el escenario de un misterio profundo. Nadie se imagina que existen ojos capaces de percibir lo que el resto no puede: ojos que pertenecen a aquellos considerados completamente dementes. Sin embargo, lo que ignoraban es que estos "dementes" poseen una lucidez que muchos anhelarían.
Los demonios son reales. Las voces susurrantes, las sombras que se deslizan y los toques helados sobre la piel son manifestaciones auténticas de un inframundo oscuro y siniestro donde las almas deben expiar sus pecados. Estas criaturas acechan a la humanidad, desatando el caos. Pero no todo está perdido. Un grupo de seres, no todos humanos, se ha comprometido a cazar a estos demonios y a proteger las almas inocentes.
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CAPÍTULO DIECISÉIS: LA DECEPCIÓN DE LITH
La manipulación era, sin duda, uno de los poderes más temibles que podían existir. Morgana, dueña de este oscuro don, rara vez lo utilizaba para el bien común. Por el contrario, encontraba un placer retorcido en sembrar el terror, adentrándose en las mentes de los humanos, jugando con sus pensamientos y deseos a su antojo. Ese poder, esa capacidad de dominar a otros, era una fuente de satisfacción para ella.
La obstinada resistencia de Victoria a entregar la caja sagrada irritaba a Morgana profundamente. Sus ojos negros brillaban con una intensidad sombría y amenazante, mientras una neblina oscura comenzaba a surgir de su ser, serpenteando hacia Victoria como un espectro maligno. Confundida, Victoria lanzó una mirada al joven que estaba a unos pasos detrás de ella, buscando algún indicio de apoyo.
No podía entregar la caja. Nunca, bajo ninguna circunstancia, debía permitir que cayera en manos de demonios como Morgana, cuyos planes oscuros amenazaban el delicado equilibrio entre el bien y el mal. La caja, sujeta a su destino, nunca la dejaría a menos que fuera tomada por otros. Victoria lo sabía, pero en ese momento no estaba segura de su ubicación exacta. Sentía que estaba cerca, demasiado cerca para su propia tranquilidad, pero algo en su interior esperaba que aún permaneciera oculta y fuera del alcance de Morgana.
—Vamos, querida, Lith—dijo, un tono meloso y burlón—. Esto no tiene que ser tan difícil. Solo debes poner de tu parte. Vamos, hermosa; entrégame la caja y todo este caos se detendrá, ¿O prefieres que estás inocentes personas sufran una muerte trágica ante el dragón? Eso sería muy descortés de tú parte.
Victoria sintió una oleada de oscuridad invadir su mente, como si estuviera siendo arrastrada hacia un abismo profundo y sin retorno. Las palabras de Morgana resonaban como un eco ensordecedor, cada sílaba un intento de quebrar su voluntad y sumergirla en el caos. A pesar de sus esfuerzos por resistir, la influencia de Morgana era abrumadora, y su visión empezó a nublarse, el mundo a su alrededor parecía desvanecerse.
Sin embargo, había algo que Morgana desconocía. Algo que ni siquiera los demonios podían prever. El velo que cubría el rostro de Victoria, legado de su linaje, no era simplemente un símbolo. Ese velo la protegía de cualquier manipulación oscura, bloqueando el acceso a su mente y su alma. Mientras la neblina maligna de Morgana intentaba abrirse paso, el velo actuaba como un escudo impenetrable, absorbiendo la maldad y devolviéndola al vacío, pero aquel velo no era lo suficientemente fuerte ya que, aunque haya sido bendecida por la familia Lith, faltaba algo más en el…
—Piensa en la paz, en la tranquilidad —susurraba Morgana—. Solo tienes que entregarme la caja, y todo volverá a la normalidad… Lo tengo. Gracias, pequeña Lith.
Antes de que Victoria pudiera reaccionar, Morgana desapareció, dejando tras de sí solo una densa niebla negra que lentamente se desvanecía. La confusión reinaba en la mente de Victoria mientras su mirada se posaba en Azael, quien tenía un rostro serio y enigmático. No podía comprender cómo él había sido capaz de traicionar a su propia familia de esa manera. Justo cuando iba a confrontarlo, las antorchas que iluminaban el lugar comenzaron a parpadear erráticamente, lo que auguraba peligro inminente. Azael reaccionó rápidamente y, en un abrir y cerrar de ojos, desapareció antes de que una multitud de estudiantes empezará a rodearlos.
Victoria, agobiada por la presión de todas esas miradas inquisitivas, bajó la vista. No lo hizo por miedo ni vergüenza, sino por la abrumadora sensación de responsabilidad que pesaba sobre sus hombros. Sin decir una palabra, giró sobre sus talones y se apresuró hacia su habitación, con su mente dando vueltas y su corazón latiendo con fuerza. Una vez dentro, cerró la puerta con un fuerte golpe y se dejó caer al suelo, abrazándose a sí misma en un intento desesperado de contener el pánico.
Miró hacia la cama, esperando ver la caja del demonio en su lugar habitual. Pero algo no estaba bien. El lugar donde siempre reposaba estaba vacío. Con una creciente sensación de desesperación, se levantó de golpe y comenzó a buscarla frenéticamente. Revolvió las sábanas, registró cada rincón de la habitación, pero la caja no estaba. La realidad la golpeó con fuerza: había desaparecido.
— No, no, no puede ser posiblemente —la desesperación invadió su mente por completo—. ¡Maldición!
Era un desastre total. La caja del demonio, el artefacto que durante siglos había permanecido sellado para proteger a la humanidad, había desaparecido bajo su cuidado. Su mente se aceleraba, tratando de encontrar una explicación. ¿Cómo habían tenido tiempo de llevársela? El sudor frío recorría su espalda mientras su corazón palpitaba con una fuerza que apenas podía controlar. Por primera vez en su vida, Victoria estaba completamente asustada y nerviosa.
El peso de la responsabilidad la aplastaba, y su mente se llenaba de imágenes de caos y destrucción. Si la caja caía en las manos equivocadas, todo lo que conocía podría desmoronarse. Pero ahora, justo en ese momento de debilidad, se sentía más vulnerable que nunca.
Salió rápidamente de su habitación, esperando encontrar la caja en algún otro lugar, pero no había rastro de ella en ningún rincón del extenso pasillo lleno de puertas que albergaba las habitaciones de las estudiantes. El pasillo, generalmente silencioso y solemne, ahora resonaba con los pasos apresurados de Victoria mientras buscaba desesperadamente. ¿Qué haría ahora? Aquella amenaza era seria.
— Por favor…
Victoria corría por los pasillos, su respiración agitada y su mente invadida por pensamientos de desesperación. ¿Cómo podría haber fallado en su deber? La caja había sido su responsabilidad, y ahora estaba en peligro. Cada sombra en la academia parecía susurrar su nombre, burlándose de su incapacidad para proteger el legado de su familia.
¿Cómo sucedió?
En el corazón del bosque, Astaroth sostenía la caja en sus manos con una expresión de triunfo. Su sonrisa maliciosa reflejaba la satisfacción de haber logrado lo imposible. La caja emanaba una energía oscura, vibrante, y los árboles a su alrededor parecían inclinarse ante su poder. Astaroth pasó los dedos lentamente por la superficie del artefacto, disfrutando de la sensación de control absoluto que sentía en ese momento.
—Finalmente, el poder de la caja está en mis manos —murmuró, su voz profunda resonando como un eco entre los árboles—. El mundo conocerá el verdadero significado del miedo.
El aire a su alrededor se espesaba, como si la oscuridad misma lo envolviera, y con cada segundo que pasaba, Astaroth sentía cómo el poder de la caja respondía a sus deseos, ansiando ser liberado.
— Ustedes dos lo han hecho espléndido… Espero que su trabajo siga siendo así.
— ¿Puedo hacerle una pregunta, mi señor?
— ¿Qué quieres, Morgana?
— ¿Tiene usted los cuernos del diablo?
— Estoy esperando el momento perfecto para actuar.
Mientras tanto, en la academia, Victoria comenzaba a hiperventilar por el miedo la envolvía. ¿Cómo había permitido que esto sucediera? Sabía que debía encontrar una manera de recuperar la caja antes de que fuera demasiado tarde. Pero, en ese momento, se sentía impotente y aterrorizada.
—Carajo—fue lo único que pudo pronunciar. Se recostó contra la pared, sintiéndose desvanecer.
—¿Estás bien, Lith? —Una voz desconocida la sacó de su aturdimiento.
—¿Quién eres? —preguntó, tratando de enfocar la figura borrosa frente a ella.
—¿Quieres que te lleve a la enfermería?
—Aléjate de mí —replicó Victoria, intentando mantener la compostura.
—No te haré nada, soy Annabelle, del coro de las monjas —repitió la voz con un tono sereno—. Puedo ayudarte si así lo deseas.
—Aléjate de mí —insistió Victoria, su voz temblorosa mientras intentaba mantener la guardia en alto, aunque el miedo se filtraba en cada palabra.
—No sería justo de mi parte dejarte en ese estado… tan vulnerable. Por favor, permíteme ayudarte —la voz de Annabelle era suave, casi reconfortante, pero algo en su tono provocaba un escalofrío en Victoria.
—¿Qué parte de "aléjate de mí" no entiendes o es que acaso quieres que te lo deletree, maldita monjita estúpida? —espetó Victoria, su paciencia agotada, levantando la voz en un intento de enmascarar su creciente miedo.
Annabelle no se inmutó ante la reacción de Victoria. Un silencio inquietante llenó el aire, mientras una pequeña sonrisa se formaba en los labios de la monja.
—Qué lengua tan afilada —murmuró Annabelle con una calma escalofriante—. Pero te entiendo, el miedo puede hacernos decir cosas que no sentimos.
—No necesito tu ayuda —dijo, su voz ahora más controlada, pero fría.
—Eso es lo que crees ahora —replicó Annabelle, dando un paso más cerca—. Pero es decisión tuya. Hasta luego, Lith.
Simultáneamente, un mensajero llegó al umbral de la mansión Lith, su presencia era como una sombra ominosa bajo la luz del crepúsculo. Con manos temblorosas, el joven entregó un pergamino sellado con cera roja al demonio que custodiaba la puerta, quien con su figura imponente y mirada penetrante, leyó el título del pergamino de reojo, luego dirigió una última mirada al mensajero antes de desaparecer y reaparecer en el comedor, donde toda la familia se encontraba reunida.
El patriarca de los Lith, quien se encontraba como siempre, con su semblante usualmente imperturbable, rompió el sello y desenrolló el pergamino. Sus ojos se endurecieron mientras leía cada palabra. Las letras doradas en el pergamino resaltaban contra el fondo oscuro, transmitiendo un mensaje claro y contundente: "La misión ha fallado. El castigo es inminente." Un silencio sepulcral se apoderó de la habitación, el peso de la noticia cayendo sobre la familia como una losa de piedra. Sabían que las consecuencias serían severas, y el honor de su linaje estaba ahora en juego. El padre de Victoria bajó la cabeza, consciente de lo que estaba por venir.
—¡Tu hija ha fallado en la misión! —exclamó el patriarca con vehemencia, su voz resonando en el comedor como un trueno—. Es una deshonra para esta familia. ¿Cómo fue posible que esa niña tonta perdiera la caja cuando debía estar siempre a su lado? ¿Sabes lo que esto significa? Si la caja cae en manos equivocadas, no solo ella será castigada, sino que pondrá en riesgo no solo nuestra familia, sino al mundo entero.
Los ojos del patriarca, llenos de furia y decepción, escudriñaron a los presentes con una intensidad que hacía temblar a los más valientes. El ambiente en la mansión Lith se tornó tenso y sombrío, como si una sombra más oscura que la noche misma hubiera descendido sobre ellos.
—¿Quién ha sido capaz de robar la caja? —continuó, su voz resonando con un tono que no admitía réplica—. Esta es una afrenta que no quedará impune. Victoria ha traído desgracia a nuestro linaje y ahora debemos asegurarnos de remediar este desastre antes de que sea demasiado tarde.
El patriarca se levantó con autoridad mientras los miembros de la familia Lith miraban en silencio, conscientes de la gravedad de la situación y de las repercusiones que se avecinaban. Dándole una última mirada a su hijo, salió apresurado del comedor.
—Hablaré con nuestro padre —intervino con decisión—. Buscaré una manera de que Victoria sea perdonada, pero hermano, no puedo prometer nada. Victoria está en serios problemas y su vida depende de un hilo.
Su mirada se posó en su hermano menor, quien la escuchaba con los ojos llenos de preocupación y una pizca de esperanza.
—No podemos permitir que nuestras emociones nublen nuestro juicio —añadió—. Prepararemos a nuestros mejores investigadores y cazadores —dijo con firmeza—. Sin embargo, Victoria debe poner de su parte también. Debemos asegurarnos de que ella sepa qué hacer a continuación. Envíale una nota detallando sus responsabilidades y los pasos que debe seguir para enmendar este grave error.
Salazar se acercó al escritorio. Tomó un pergamino en blanco y una pluma, y empezó a escribir con rapidez, detallando minuciosamente las instrucciones para Victoria. Cada palabra estaba cuidadosamente pensada para ser clara y concisa, con el objetivo de guiar a Victoria en su difícil misión. Su caligrafía era firme, reflejando la gravedad de la situación. Una vez que la nota estuvo completa, Salazar la enrolló con cuidado y la selló con el emblema familiar. Con un gesto mágico, la nota se evaporó en una nube de polvo dorado, apareciendo instantáneamente en las manos de Victoria, quien ya se encontraba en su habitación cuando sintió el frío repentino del pedazo de papel en su manos.
—¿Padre…?
Desenrolló el pergamino con manos temblorosas, sus ojos recorriendo las palabras con urgencia. Victoria sabía que la caja era de vital importancia. Si caía en manos equivocadas, el caos y la destrucción serían inevitables. Aunque comprendía que los demonios habían robado la caja, no estaba segura de sus intenciones exactas. ¿Querían liberar a los seres que estaban dentro? ¿O había un propósito más siniestro detrás de su acción?
Sentía que había fallado como una Lith.—¿Cómo fue que se enteraron tan rápido?
Sin tiempo que perder, Victoria se apresuró por los pasillos de la academia, su mente en caos mientras buscaba una salida. Sabía que no podía utilizar la puerta principal, ya que estaba prohibido salir sin permiso. Su única esperanza era encontrar el acceso secreto al jardín, que la llevaría fuera de la academia sin levantar sospechas.
Mientras avanzaba con rapidez, algunos estudiantes y profesores la miraban con curiosidad, notando su andar apresurado y su expresión tensa.
Victoria llegó al jardín, su corazón latiendo con fuerza mientras se acercaba a la puerta secreta. Con manos temblorosas, la abrió y se adentró en el camino oculto que la llevaría fuera de la academia. Sabía que cada segundo contaba y que debía actuar con rapidez para evitar un desastre inminente, ¿pero después de salir que haría? No conocía el lugar como para poder llegar a salvo.
— Oye, Victoria… —ella giró rápidamente—. ¿Estás bien? ¿A dónde vas?
—¿Qué haces aquí?
—Te vi caminar muy rápido por el pasillo y creía que algo te sucedía…
— Vete de aquí, Thaddeus—respondió con una voz tensa, tratando de esconder la desesperación que sentía.
— No puedo. Pareces ansiosa. Déjame ayudarte…
— No necesito tu ayuda, de acuerdo.
Sabía que Thaddeus estaba tratando de ser amable, pero en ese momento, cualquier distracción podría ser peligrosa. Su urgencia la impulsaba a seguir adelante sin detenerse. No podía simplemente quedarse ahí a hablar con él.
— Victoria…
— Thaddeus, no lo entiendes. Tengo que irme. No importa si parezco ansiosa o no. Eso es lo de menos. Mi familia necesita de mi… la caja… la caja que tenía que cuidar ya no está, y no sé qué hacer. Tengo miedo. Mi familia se enteró de lo que pasó y… dicen que me van a castigar. El único castigo es la muerte. Y yo… yo debo irme. Necesito encontrar la caja.
—Victoria, espera —Thaddeus avanzó rápidamente hacia ella, deteniéndola con un suave pero firme agarre en su brazo—. No tienes que hacer esto sola.
Victoria lo miró con desesperación, sus ojos reflejando el caos que sentía por dentro. A pesar de su fortaleza, había un miedo palpable que emanaba de ella, algo que Thaddeus no podía ignorar.
—No lo entiendes, Thaddeus —repitió, su voz quebrándose—. He fallado, y mi familia nunca perdona los errores. Mi vida está en peligro. Si no encuentro esa caja, será el fin, no solo para mí… para todos.
Thaddeus la miró fijamente, viendo el peso que llevaba sobre sus hombros.
—No tienes que cargar esto sola, Victoria. No importa lo que hayas perdido o cuán aterradores sean esos demonios. Estoy contigo. No voy a dejar que te enfrentes a esto sin ayuda. Yo puedo ayudarte a encontrar la caja, solo permiteme hacerlo.
Victoria bajó la mirada, sus labios temblando por el torrente de emociones que intentaba contener. La idea de tener a alguien a su lado, alguien que no la juzgara ni la abandonara, era algo que nunca había permitido en su vida.
—No puedo dejarte involucrarte en esto —susurró—. Es demasiado peligroso.
—Tampoco puedo dejarte enfrentarlo sola —Thaddeus replicó con convicción—. No cuando sé que puedes perder más de lo que ya has perdido. Te ayudaré a encontrar la caja, cueste lo que cueste.
Mientras Thaddeus y Victoria se preparaban para su búsqueda, en el oscuro bosque, Astaroth estaba inmerso en un frustrante esfuerzo por abrir la caja robada. Sus garras se movían con agitación mientras examinaba el artefacto con desesperación. Cada intento que hacía para desbloquear la caja parecía ser en vano. Las inscripciones en la superficie del cofre eran ininteligibles para él; los símbolos antiguos y los encantamientos que lo adornaban se mostraban inquebrantables frente a su poder.
Astaroth intentó usar su magia para forzar la apertura, pero el cofre resistió cada intento con una firmeza inquebrantable. La energía oscura que emanaba de la caja parecía protegerla de cualquier intrusión. Sus maldiciones y conjuros fracasaban una y otra vez, haciendo que su frustración creciera.
— ¿Por qué no se abre? —murmuró Astaroth, su voz cargada de rabia. — ¿Qué clase de encantamiento es este?
Observaba la caja desde diferentes ángulos, intentando descifrar el enigma que contenía. La caja, que debería haber sido su herramienta de poder, se estaba convirtiendo en una barrera impenetrable. Cada símbolo y cada línea parecía desafiar su comprensión y habilidades. Mientras tanto, la noche se volvía más oscura, reflejando el creciente desespero de Astaroth por desatar el poder que anhelaba. Astaroth levantó la mirada, sorprendido por la inesperada voz que rompió su frustración. Se giró hacia el origen del sonido y vio a uno de sus seguidores, una figura encapuchada que se había acercado sigilosamente mientras él luchaba con el cofre.
— ¿Qué dijiste? —preguntó Astaroth con desdén, sin ocultar su impaciencia—. ¿Arrojarla contra el suelo?
— Sí, mi señor. Se dice que el cofre está protegido por un encantamiento de absorción de impacto. Solo al ser arrojado con fuerza se desactivará temporalmente el hechizo de protección, permitiendo que se abra.
Astaroth frunció el ceño, pero el destello de esperanza en sus ojos indicaba que estaba dispuesto a probar cualquier cosa en este momento. Sin perder tiempo, tomó la caja con ambas manos y se acercó a una área despejada del bosque.
— ¿Estás seguro de que esto funcionará? —gruñó, mientras sostenía el cofre.
— Absolutamente, mi señor —respondió el seguidor, su voz llena de convicción—. Tengo a varios demonios dentro de Lith. Ellos me han comunicado todo.
Con un gesto decidido, Astaroth arrojó la caja al suelo con toda su fuerza. El impacto resonó en la oscuridad del bosque, seguido por un destello de energía oscura que emanó del cofre. Los símbolos en la superficie comenzaron a brillar con una luz pulsante antes de apagarse, revelando una pequeña hendidura en uno de los costados. Astaroth se arrodilló rápidamente y examinó la abertura. La caja, ahora desbloqueada, comenzó a soltar gritos, llantos desgarradores y risas maquiavélicas que se entremezclaban en una cacofonía aterradora.
En la academia, un temblor sacudió los cimientos del edificio, haciendo que los estudiantes y profesores tambalearan. Las luces parpadearon y se apagaron, sumiendo el lugar en una penumbra inquietante. La festividad del solsticio, que había comenzado con tanta alegría, se convirtió en un caos absoluto. Gritos de pánico llenaron los pasillos y las aulas, mientras los estudiantes corrían en todas direcciones buscando refugio. Los profesores, desconcertados, intentaron restaurar el orden, pero la energía oscura que se filtraba desde el exterior lo hacía casi imposible.
— Pero qué ha sucedido— preguntó alguien, sin entender nada, pero con los pelos de punta.
— Debemos irnos.
Afuera, en el pueblo, las sombras se alargaron y el viento comenzó a soplar con una intensidad inusitada, arrastrando consigo un miasma negro que envolvía las calles. Los habitantes, aterrorizados, se refugiaron en sus casas, mientras figuras sombrías cruzaban el cielo y gritos distantes resonaban en el aire. La calma habitual del pueblo fue reemplazada por una sensación de desesperación y pánico generalizado.
El caos comenzó a reinar en las calles del pueblo. Las personas corrían y gritaban, desesperadas por encontrar un lugar seguro mientras la oscuridad seguía abarcando la ciudad. En las casas, los padres abrazaban a sus hijos, tratando de mantenerlos seguros en los brazos, mientras que los viejos mayores rezaban para pedir protección divina.
A nivel global, el mundo se sintió afectado por una inquietante presión en el aire. Los cielos se oscurecieron brevemente y un aura de desesperanza se extendió por varias regiones. Las redes sociales y medios de comunicación se inundaron con informes de fenómenos inexplicables: luces que parpadeaban, cambios abruptos en el clima y fenómenos naturales inusuales. La comunidad internacional observó con creciente alarma, intentando comprender la causa de estos eventos y el origen del mal que parecía desatarse.
Mientras tanto, Victoria y Thaddeus, desde su posición en la academia, miraron al cielo, abrumados por lo que veían. La gran torre de sombras con rostros distorsionados parecía emerger como un presagio de caos y destrucción. Los gritos y risas provenientes del cofre se mezclaban con la energía oscura que se filtraba en el mundo.
—No puede ser... ¿Cómo lograrían abrirla?
—Victoria, ¿qué es eso?
—Demonios. No tengo tiempo. Necesitamos ir a ese lugar —dijo Victoria con urgencia—. No tienes que hacerlo si no quieres. Al final, yo fui quien provocó todo este desastre.
—Iré contigo. No tengo nada que perder. En el mundo “normal” todos me consideran un demente. Si muero, bien; y si no, también. La verdad es que no me importa mi vida. Solo quiero sentir que sirve para algo. Durante mucho tiempo me trataron mal, me hirieron de muchas maneras solo porque veía cosas que ellos no. En cierta medida, me gustaría liberar todo el enojo reprimido que siento hacia esas cosas.
— ¿Alguna vez te han dicho que eres muy testarudo?
—Mis padres solían decírmelo, antes de… bueno, ya sabes.
—Entiendo. Pero, por ahora, necesitamos concentrarnos. Camina.
—Espera, ¿no deberíamos tener armas? No podemos salir así, desprotegidos.
— ¿Y dónde se supone que consigues armas en este momento? —ella lo miró con incredulidad, como si la idea fuera absurda.
—En el salón de Demología. Allí hay elementos que podríamos usar. Tal vez alguno de ellos nos ayude.
—No entiendo por qué estás dispuesto a arriesgarte así. ¿Qué esperas lograr?
—Lo hago porque somos amigos. Y eso significa algo para mí.
—¿Amigos? Claro, eso es lo que dices.
—¿Por qué no me crees? —preguntó él, frunciendo el ceño con frustración.
—Porque eres un…
—¿Un humano? ¿Eso me convierte en alguien en quien no puedes confiar? —interrumpió, la defensiva surgiendo en su voz.
—Lo dijiste tú.
—Solo vamos.
Ambos corrieron por los pasillos de la academia, girando en cada esquina en busca de la sala de Demonología. El desconcierto y la desesperación llenaban el aire, pero la determinación de Victoria se mantenía firme. Finalmente, llegaron a la puerta de la sala de Demonología. Victoria la empujó y entraron en una habitación repleta de amuletos, escritos antiguos y artefactos mágicos. Victoria se acercó a un estante y tomó un pedazo de papel y escribió rápidamente unas instrucciones, luego lo encendió en llamas, el cual se desintegró en un destello de luz, y así apareció en las manos de Draxar el cual estaba en el comedor. El chico miró el pergamino por unos momentos, leyendo el mensaje en voz alta para que sus dos hermanos pudieran escucharlo, sin embargo que no pasará de oído en oído.
"Lo siento por no haber protegido la caja. Ahora ha sido abierta, y el peligro es inminente. Necesito su ayuda para arreglar esta situación... Por favor, no me abandonen."
Draxar arrugó el pergamino, su rostro reflejando una intensa preocupación ,pero al mismo tiempo, un enojo que nunca antes había sentido, ni siquiera cuando su hermano hizo que su relación con Serena se fuera a carajo.
— Ella sabe que está en problemas —dijo Draxar finalmente, su voz cargada de resolución.
— ¿La ayudaremos? —preguntó Eldrin.
— Siempre ayudamos a nuestra familia.