Alana se siente atrapada en una relación sin pasión con Javier. Todo cambia cuando conoce a Darían , el carismático hermano de su novio, cuya mirada intensa despierta en ella un amor inesperado. A medida que Alana se adentra en el torbellino de sus sentimientos, deberá enfrentarse a la lealtad, la traición y el dilema de seguir su corazón o proteger a aquellos que ama.
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Una noticia inesperada
Necesitaba una ocupación que me permitiera ahorrar algo de dinero y ganar experiencia. Tras enviar varias solicitudes, finalmente conseguí un empleo como cajera en Burger King. Hoy era mi primer día y estaba nerviosa pero emocionada.
Llegué temprano al local, donde me recibió mi nuevo compañero, Miguel. Era un chico simpático y con experiencia, dispuesto a enseñarme todo lo necesario. Me mostró cómo funcionaba la caja registradora, cómo atender a los clientes y cómo manejar los pedidos. A medida que avanzaba la mañana, me sentía más cómoda y segura en mi nueva posición.
El turno fue largo y agotador, pero al final me sentí satisfecha con mi desempeño. Me despedí de Miguel y salí del local, lista para ir a casa y descansar. Pero al salir, me encontré con una sorpresa inesperada: Darian estaba apoyado en su carro, esperándome. Me acerqué a él con una mezcla de sorpresa y curiosidad.
—¿Qué haces aquí? —le pregunté, tratando de ocultar mi sonrisa.
—Le pregunté a tu madre dónde trabajabas, ya que tu nunca quisiste decirme —respondió él con una sonrisa traviesa—. Tenía que entregarte algo.
Sabía que estaba mintiendo, pero decidí seguirle el juego.
—¿Qué tienes para mí? —le pregunté, levantando una ceja.
En lugar de responder, Darian se acercó y me tomó de la cintura, acercándome a él. Su toque era familiar y reconfortante, y aunque quería mantenerme firme, no pude evitar sentirme un poco emocionada.
—Me hacías falta —susurró, mirándome directamente a los ojos.
—Me viste hace dos días —repliqué, tratando de sonar indiferente.
—Eso no es suficiente —respondió él, sin dejar de sonreír—. Quiero llevarte a un lugar especial.
Lo miré con desconfianza. Estaba vestida con mi uniforme de trabajo y no me sentía preparada para ir a ningún lugar especial.
—Así vestida no iré a ninguna parte —dije, cruzándome de brazos.
—No te preocupes por eso —respondió Darian—. Nadie más estará allí, solo nosotros dos.
Su insistencia y la promesa de un lugar especial despertaron mi curiosidad. Finalmente, cedí y acepté su invitación.
—Está bien, pero solo porque insistes tanto —dije, tratando de sonar desinteresada.
Subimos al carro y Darian me llevó a un lugar que no reconocí. Conducía con seguridad, y aunque no me dijo a dónde íbamos, ya estaba sometida a la aventura. Después de unos veinte minutos, llegamos a un pequeño claro en medio de un bosque. Había un pequeño lago y una cabaña rústica que parecía sacada de un cuento de hadas.
—¿Dónde estamos? —pregunté, maravillada por la belleza del lugar.
—Es un lugar al que vine hace tiempo —respondió él, aparcando el carro—. Cuando mis padres Vivian juntos.
Bajamos del carro y Darian me tomó de la mano, guiándome hacia la cabaña. Al entrar, me sorprendí al ver que el interior era acogedor y cálido, con una chimenea y muebles de madera.
—¿Te gusta? —preguntó, observando mi reacción.
—Es hermoso —respondí, todavía asombrada.
Nos sentamos junto a la chimenea y Darian encendió el fuego. El calor y el ambiente acogedor me hicieron sentir relajada y a gusto. Empezamos a hablar de todo y de nada, compartiendo historias y riendo juntos. Era fácil olvidar el mundo exterior cuando estaba con él.
Después de un rato, Darian se acercó más a mí y nuestras miradas se encontraron. Había algo en su mirada que me hacía sentir nerviosa y emocionada al mismo tiempo.
—¿Por qué me trajiste aquí, Darian? —le pregunté en voz baja.
—Porque quería estar a solas contigo —respondió él, acercándose aún más—. Quería compartir este lugar contigo.
Sentí su mano en mi mejilla y un escalofrío recorrió mi cuerpo. No sabía qué decir ni qué hacer, pero no quería que el momento terminara. Finalmente, Darian rompió el silencio.
—Te he estado pensando mucho —dijo, susurrando—. No puedo sacarte de mi mente.
Antes de que pudiera responder, se inclinó y me besó. Fue un beso profundo y apasionado, que me tomó por sorpresa. Por un momento, intenté resistirme, pero luego me rendí al momento y respondí a su beso con igual fervor.
El beso se prolongó, cada vez más intenso y lleno de emociones. Finalmente, nos separamos, ambos respirando con dificultad.
—¿Por qué haces esto, Darian? —pregunté, todavía recuperándome del beso.
—Porque no puedo evitarlo —respondió él, mirándome con una intensidad que me dejaba sin aliento—. Te deseo, más de lo que puedo expresar.
Nos quedamos en silencio, mirándonos fijamente. Había tantas cosas que quería decir, pero no sabía por dónde empezar. Finalmente, Darian rompió el silencio.
—No quiero presionarte —dijo—. Solo quería que supieras lo que siento.
—Lo sé —respondí, tratando de ordenar mis pensamientos—. Pero es complicado, Darian.
—Lo sé —repitió él—. Pero vale la pena intentarlo, ¿no crees?
No sabía qué responder. Mis sentimientos estaban divididos entre la lealtad que le había tenido a Javier y la atracción que sentía ahora por Darian. Era una situación complicada y dolorosa, pero en ese momento, lo único que importaba era que me sentía bien a pesar de todo.
El calor de la chimenea y la cercanía de Darian me hacían sentir segura y en paz. No quería que el momento terminara, y parecía que él tampoco. Nos miramos en silencio, sabiendo que nuestras palabras podían romper la magia del momento, pero a la vez, había tanto por decir.
—Alana —dijo finalmente Darian, su voz un susurro en la quietud de la cabaña—, hay algo que necesito contarte.
Lo miré con curiosidad, tratando de leer en sus ojos lo que estaba a punto de decirme. Su expresión era seria, casi triste, y una sensación de inquietud comenzó a crecer en mi interior.
—¿Qué pasa, Darian? —pregunté, temiendo su respuesta.
Darian suspiró, mirando el fuego por un momento antes de volver su atención a mí.
—En una semana me tengo que ir —dijo finalmente, su voz cargada de pesar.
Mi corazón se detuvo un instante. Las palabras se sentían como un golpe. ¿Irse? La pregunta se agolpaba en mi mente, pero solo una salió de mis labios.
—¿Irte?.
—Mi madre ya me ha pedido que vuelva con ella. Realmente también ya me pase varios días sabiendo que ya mis vacaciones se vencieron. —explicó Darian, su voz suave pero firme—. Necesita que la ayude con algunas cosas en su nuevo trabajo. Es algo que no puedo evitar.
El silencio se apoderó de la cabaña mientras procesaba lo que me acababa de decir. La noticia me tomó por sorpresa, y una mezcla de tristeza y confusión me envolvió. Sabía que Darian tenía una vida más allá de nuestra relación complicada, pero la idea de que se fuera tan pronto era difícil de aceptar.
—¿Cuánto vas a volver? —pregunté finalmente, tratando de mantener la calma.
—No lo sé con certeza —respondió él, mirándome con tristeza—. Podrían ser en unos seis meses, tal vez más.
El peso de sus palabras se asentó en mi pecho, haciendo que me sintiera aún más vulnerable. Habíamos pasado por tanto juntos, y ahora, justo cuando parecía que las cosas podrían mejorar, él tenía que irse.
—¿Y qué va a pasar con nosotros? —pregunté, mi voz temblando ligeramente.
Darian se acercó más, tomando mis manos entre las suyas.
—Eso depende de nosotros —dijo, mirándome a los ojos con determinación—. No quiero perderte, Alana. No quiero que esto termine aquí.
—Pero es tan complicado —respondí, sintiendo las lágrimas acumularse en mis ojos—. No sé cómo manejar todo esto.
—Lo sé —dijo él, apretando mis manos suavemente—. Pero creo que vale la pena intentarlo. Podemos encontrar la manera de mantenernos en contacto, de seguir adelante.
Nos quedamos en silencio, dejando que sus palabras se asentaran. Sabía que Darian tenía razón, pero también sabía que no sería fácil. La distancia, todo parecía un obstáculo insuperable.
—Te voy a extrañar, Darian —dije finalmente —. Pero tengo miedo.
Darian me abrazó, sus brazos fuertes y reconfortantes a mi alrededor.
—Yo también tengo miedo —admitió—. Pero estoy dispuesto a enfrentar ese miedo, siempre y cuando tú también lo estés.
Nos quedamos así, abrazados, sintiendo el calor del fuego y la presencia del otro. Había tanto que decir, tanto que discutir, pero en ese momento, todo lo que importaba era que estábamos juntos.
—Tenemos una semana —dijo Darian finalmente, su voz suave—. Hagamos que cada momento cuente.
Asentí, sabiendo que tenía razón. No podíamos predecir el futuro, pero podíamos aprovechar el tiempo que teníamos.
—¿Qué quieres hacer ahora? —pregunté, intentando mantener el tono ligero.
Darian sonrió, una chispa de travesura en sus ojos.
—Quiero aprovechar este momento —dijo, inclinándose hacia mí para un beso suave y profundo.
El beso fue una promesa, una reafirmación de nuestros sentimientos y nuestro compromiso. Nos separamos lentamente, ambos sonriendo a pesar de la tristeza que acechaba en el fondo.
—Entonces, hagamos que esta semana sea inolvidable —dije, tomando su mano.
Pasamos el resto de la noche hablando, riendo y simplemente disfrutando de la compañía del otro. El tiempo parecía detenerse en la cabaña, lejos de las complicaciones y preocupaciones del mundo exterior. En ese pequeño refugio, éramos solo Darian y yo, dos almas encontrando consuelo y alegría en el momento presente.
A medida que la noche avanzaba, nos recostamos juntos, mirando el fuego hasta que finalmente nos quedamos dormidos en los brazos del otro.
Cuando desperté al día siguiente, la luz del sol filtrándose por las ventanas me llenó de una sensación de paz y esperanza. Darian aún dormía a mi lado, su expresión tranquila y serena. Lo observé por un momento, memorizando cada detalle de su rostro, sabiendo que estos momentos eran preciosos.
Finalmente, Darian abrió los ojos y me sonrió.
—Buenos días —dijo, su voz ronca por el sueño.
—Buenos días —respondí, acariciando su mejilla suavemente.
De repente me tape la cara con la almohada, mi corazón latiendo con fuerza mientras el sol de la mañana inundaba la cabaña. Miré a mi alrededor por un momento, antes de recordar dónde estaba.
—¡Mi madre me va a matar! —exclamé, tomando mi teléfono y viendo las diez llamadas perdidas en la pantalla.
Darian se acomodo bien a mi lado, su expresión pasando de la somnolencia a la preocupación en un instante.
—¿Qué pasa? —preguntó, frotándose los ojos.
—¡Nos quedamos dormidos no ves! —dije, mi voz temblando—. Mi madre ha estado llamando. ¡Nos olvidamos completamente de volver a casa!
Darian se sentó rápidamente, su rostro reflejando la misma alarma que sentía.
—¡Rayos! —exclamó—. No pensé que esto pasaría. ¿Qué hacemos ahora?
—Primero, tenemos que salir de aquí —dije, ya levantándome de la cama—. Mi madre debe estar furiosa. No sé cómo voy a explicarle esto.
El pánico creciendo a cada segundo. Salimos de la cabaña y nos dirigimos hacia el coche de Darian. El viaje de vuelta a mi casa fue rápido, pero se sintió eterno. Mi mente estaba llena de posibles explicaciones y excusas, pero ninguna parecía suficiente.
Cuando llegamos a mi casa, mi corazón latía tan rápido que sentía que iba a explotar. Al abrir la puerta, encontré a mi madre sentada en el sofá, su rostro una máscara de enojo.
—Alana —dijo con voz fría—, ¿dónde has estado?
Tragué saliva, sintiendo cómo las palabras se me atascaban en la garganta. Darian estaba a mi lado, su presencia reconfortante aunque también parte del problema. Le había dicho que se vaya pero no me hizo caso.
—Mamá, lo siento mucho —dije, mi voz temblando—. Me quedé en casa de los Jones y me quede dormida.
Mi madre se levantó, cruzando los brazos sobre el pecho.
—¿Y por qué no me contestaste las llamadas? —preguntó, su voz subiendo de tono—. Estaba preocupada, Alana. Pensé que te había pasado algo.
Sentí las lágrimas acumularse en mis ojos. No quería decepcionarla, pero sabía que lo había hecho.
—Lo siento tanto, mamá —repetí—. Fue un error. Prometo que no volverá a pasar.
Mi madre suspiró, su rostro suavizándose un poco.
—Niño, creo que deberías irte —dijo, sin mirarlo directamente—. Necesito hablar con mi hija a solas.
Darian asintió, dándome un apretón en el hombro antes de dirigirse hacia la puerta.
—Lo siento, señora —dijo antes de salir—. Fue mi culpa también.
La puerta se cerró detrás de él y me quedé sola con mi madre. El silencio en la sala era abrumador.
Por un momento mi madre se quedo pensativa.
—Mamá... —empecé, pero ella levantó una mano para detenerme.
—Alana, quiero que me escuches bien —dijo, su voz firme pero no tan dura como antes—. Entiendo que estás creciendo y que quieres más independencia. Pero no puedes simplemente desaparecer así. Necesito saber que estás bien. ¿Y por que tu cuñado te trae a casa y no tu novio?.
Sonreí nerviosa. Tal vez aún no le contaba a mi madre mi separación con Javier y que ahora de forma inesperada me gustaba su hermano.
—Lo sé, mamá. De verdad lo siento. Y lo de traerme a casa, es que Javier aun seguía durmiendo y no quise despertarlo.
Nos quedamos en silencio por un momento antes de que mi madre se acercara y me abrazara.
—Solo quiero que estés a salvo, Alana —dijo en voz baja—. Eso es todo lo que importa.
Nos abrazamos por lo que pareció una eternidad, y poco a poco el peso de la culpa y el miedo comenzó a disiparse. Sabía que tendría que ganar nuevamente la confianza de mi madre, pero también sabía que ella estaba dispuesta a darme esa oportunidad pero para eso tenia que contarle todo.
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