Violeta, La Nueva Esposa Del CEO

Capítulo Dieciocho

Una vez que la enfermera salió de mi cuarto levanté las piernas, esta era la última vez este mes, y deberíamos esperar unos días. Si no me venía quería decir que estaba embarazada y podría darle cierta tranquilidad a Ignacio. El contrato viejo decía que yo debía estar un año junto a él a partir de la concepción del niño, por lo que, entre más tardara, más tiempo faltaría para que pudiera volver a mi vida normal. Aun así, no había leído los cambios del nuevo contrato aún. Miré en dirección a mi mesa de luz y me di cuenta de que tenía que cambiar de posición para alcanzarlo, por lo que desistí. Otro día lo miraría. Esto estaba lejos de terminar.

—¿Cómo van esas piernas? —preguntó Ignacio al entrar en mi cuarto con su pijama puesto.

—¿Qué hace en mi dormitorio?, señor De la Torre —pregunté sonriendo, aun me dolían las mejillas después de reírnos tanto en el coche de regreso.

—Es muy sensual que me llames así, deberías hacerlo más seguido —se recostó a mi lado y tomó mi mano como la noche anterior—. Hoy te toca preguntar a ti primero.

Me sorprendió saber que quería que siguiéramos jugando. Aun así, tenía mil preguntas por hacerle. ¿Qué debía preguntar primero? Estaba claro que no era gay si se había enamorado de su exesposa como ella lo afirmaba; pero cómo preguntar sobre ese tema tan delicado sin caer en eso.

—¿Vas a estar toda la noche pensando? A mí se me ocurren muchas cosas para preguntarte —dijo él imitando mi cara del Grinch, era un tramposo.

—Supongo que tienes razón. Me parece que si vamos a seguir siendo socios lo mejor es ir al grano. ¿Qué pasó con tu exesposa? —mis palabras sorprendieron un poco a Ignacio. Aun así, no se negó a responder.

—La conocí cuando era joven, ella me defendía de los que me molestaban en el colegio. Siempre tuvo una personalidad fuerte y creo que es en parte lo que me gustaba de ella. Yo era muy feo cuando era chico, las chicas no se me acercaban y los chicos se burlaban de mí, supongo que te lo conté. Paola era diferente, me defendía por lo que poco a poco nos hicimos amigos. Después de un tiempo me empecé a interesar en ella de otra manera, pero temía que se enojara conmigo si se lo decía. Así que decidí cambiar mi actitud, empecé a hacer ejercicio, cuidar mi salud, hacerme cargo de la empresa familiar y un día ella sola vino a mí. Fue rápido, nos casamos a escondidas y estuvimos juntos hasta que un día se fue; y ya no supe más de ella —dijo Ignacio como si fuera una historia más.

—Pero, ¿Por qué se fue? —le pregunté confundida.

—Estuvimos mucho tiempo tratando de que quedara embarazada y perdía a cada uno de nuestros hijos. Incluso hablamos de alquilar un vientre. Un día, me llegaron unas fotos de ella con otro hombre, me había engañado. Pese a eso elegí seguir a su lado, si ella no me lo había contado era porque no tenía importancia y solo había sido un desliz. No me molestaba saber que necesitaba estar con otro hombre de vez en cuando mientras volviera a casa. Tal vez la presión fue mucha y no lo soportó. Lo irónico es que lo que sea que me hubiera dicho yo lo habría perdonado si decidía quedarse conmigo. Sin embargo, nunca me llamó ni me escribió —dijo Ignacio sonriendo molesto para luego mirarme con picardía—. Ahora es mi turno de preguntar y quiero todos los detalles.

—Me hablas así de ella y, aun así, dices que ya no la quieres ¿Estás seguro de eso? —pregunté como una tonta. Eso no era de mi incumbencia.

—Mi madre me contó que se había casado y tendría un hijo. Supongo que trató de advertirme porque esperaba que me la encontrara. No digo que sea fácil, pero desde que supe que eras virgen y que no podíamos seguir con los planes originales me di cuenta de que había más cosas por cambiar en mi de las que esperaba para asumir esta nueva responsabilidad de ser padre. Yo quería que ese hijo fuera mío y de ella porque no podía dejarla ir. Ahora ya lo hice, y si hay algún defecto que tengo es que una vez que decido algo, si en verdad creo en algo, ya no hay vuelta atrás. Aunque ella hubiera regresado sola no la podría ver con los mismos ojos —dijo y me miró esperando que yo hablara.

—Supongo que quieres saber sobre Juan Manuel. Fue mi único amigo, tengo problemas para relacionarme con las personas; y sin darnos cuenta, de un momento a otro se volvió más que eso. Nadie sabía que salíamos por lo que era muy estresante. Decía que si su familia se enteraba se opondrían, supongo que ahora lo entiendo. Cuando el año escolar terminó dijo que debía viajar al extranjero para estudiar otra cosa y ya no podríamos vernos. Me sugirió seguir saliendo a distancia o que lo esperara y me pareció poco práctico. Limitaba sus posibilidades de conocer mujeres, por eso preferí no saber más de él —dije de manera clara y concisa.

—¿Eres de piedra? —me preguntó como si eso le preocupara, le gustaba tomarme el pelo—. ¿Y por qué no lo hiciste con él?

—No lo sé —dije sin entender por qué me preguntaba eso.

—¿Él no quiso? ¿Tú no quisiste? —me preguntó más insistente.

—No lo sé —dije de nuevo y me aseguró que pensaba que yo era la mujer y él el hombre, pero se había dado cuenta de que era al revés—. Son solo estereotipos, los hombres pueden sentirse frágiles y las mujeres podemos no hablar de ciertos temas.

—Supongo que aun te duele y por eso es difícil —dijo él y no pude evitar ponerme a llorar—. Lo siento Violeta, no quise decir algo que te hiciera poner mal. Solo esperaba que pudiéramos ser más cercanos.

—Basta —dije y me miró sorprendido—. Solo soy tu empleada. El recipiente para llevar a tu bebé. No necesitas ser así conmigo. No quiero amigos, no los necesito.

—¿Y quién dijo que me interesas como amiga? —me preguntó y la sorprendida terminé siendo yo.

Autora: Osaku