Ava Becker nunca imaginó que cumplir su sueño de ser modelo la llevaría a un mundo de luces y sombras. Dulce, hermosa y con una figura curvy que desafía los cánones de la moda, logró convertirse en la musa de Aurora Lobo, la diseñadora más influyente de Italia. Sin embargo, detrás de las pasarelas y los reflectores, Ava sigue luchando contra sus inseguridades y el eco de las voces que siempre le dijeron que no era suficiente.
Massimo Di Matteo, miembro de la mafia italiana, jamás creyó en el amor a primera vista. Rodeado de mujeres perfectamente delgadas y dispuestas a todo por tenerlo, su vida parecía marcada por el poder, el control y el deseo superficial. Hasta que la ve a ella. Una mirada basta para romper todos sus estándares y derrumbar cada una de sus certezas: Ava no es como las demás… y justamente por eso, la quiere para sí.
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La quiero
Massimo Di Matteo ❤️🔥
El fin de semana se me ha hecho eterno. Todavía siento el eco de esos ojos claros mirándome con rabia y miedo, todavía escucho su voz, aún me quema en la piel el sonido de ese apodo que me nació llamarle sin pensarlo: Stellina. Ava Becker.
He salido con mis amigos, como tantas veces. El club de siempre, copas de más, humo, música, mujeres que se ofrecen como si fueran parte del menú. Una rubia me susurra al oído, una morena me acaricia el brazo, un par más se acercan con risas fingidas. Y yo… nada.
—¿Qué mierda te pasa, Massimo? —pregunta Carlo, sorprendido de que no me lleve a ninguna a la cama.
—Nada —respondo seco, apurando el whisky.
—No jodas, siempre eres el primero en elegir —añade Giulio, riendo.
Los demás lo secundan, esperando verme actuar como el depredador de siempre. Pero esta vez no.
Porque la única boca que quiero probar es la de ella. La única piel que deseo sentir es la suya. Ni yo mismo me reconozco. Estoy maldito, obsesionado, atrapado en una mujer que no quiere tener nada que ver conmigo.
Cierro los ojos y la imagino frente a mí, ese día con el cabello suelto, el temblor en sus labios, la forma en que intentó fingir coraje mientras yo me acercaba demasiado. Y me repito que no puedo. No debo. Pero ya es tarde: Ava está metida bajo mi piel.
Un golpe en la puerta de mi oficina me arranca de mis pensamientos. Es lunes, y el whisky ya no corre por mis venas; lo que corre ahora es pura rabia.
—Adelante.
Mi secretario entra, impecable como siempre.
—Señor, tenemos al responsable del último cargamento. Está en el sótano.
Me pongo de pie de inmediato. Ajusto la chaqueta de cuero, paso una mano por mi cabello y camino con paso firme hacia el ascensor privado que lleva al nivel subterráneo. Dos de mis hombres me siguen sin que tenga que pedirlo.
El olor a humedad y metal oxidado me golpea al abrirse la puerta. Las luces parpadean, y el sonido de un gemido ahogado llena el pasillo. En la sala central, un hombre está atado a una silla, sudando, temblando como un perro acorralado.
Se queda quieto apenas me ve entrar. Reconoce quién soy, y eso le provoca más miedo que cualquier golpe.
—Massimo —su voz tiembla—. Yo… yo no sabía…
Levanto una mano y lo interrumpo.
—Cállate. Yo hago las preguntas aquí.
Camino alrededor de la silla, despacio, como un depredador midiendo a su presa. Mis botas resuenan en el suelo de cemento.
—Escúchame bien. No tengo tiempo para estupideces. Quiero tres cosas: ¿por qué? ¿para qué? ¿y quién te pagó?
El hombre intenta tragar saliva, pero no puede.
—A mí… a mí me buscó una mujer. Solo eso. Me dijo que… que debía alterar el cargamento, que lo retrasara… Me pagaron bien, y pensé que nunca se darían cuenta…
—¿Una mujer? —arqueo una ceja y me inclino hacia él, tan cerca que huele mi perfume mezclado con el humo de los cigarros que fumé hace un rato—. ¿Y pretendes que me trague esa mierda?
—Es la verdad, lo juro. No sé su nombre, no sé nada más…
Me enderezo, chasqueo los dedos, y mi asistente me pasa un maletín metálico. Lo abro frente al detenido. Dentro, una jeringa plateada brilla bajo la luz fría del sótano. El hombre se agita de inmediato.
—¡No, no, por favor! —grita, tirando de las cuerdas que lo sujetan.
Sonrío, con calma.
—¿La reconoces? Es un pequeño obsequio de mi primo Efraín. Le encanta jugar a ser químico. Esta dosis te quema las venas desde dentro. El dolor es tan lento que suplicas por la muerte.
—¡Dios, no! —llora, las lágrimas ya le corren por la cara.
Me acerco y le levanto la barbilla con un dedo.
—Mírame bien. Solo hay una manera de librarte de esto. Habla. La verdad, toda. O te vas a retorcer aquí hasta que tu cuerpo no aguante más.
El hombre grita, se sacude, y la desesperación lo vence.
—¡Está bien, está bien! ¡Me contactó alguien más! ¡Un hombre! ¡No era solo una mujer! ¡Me dio un nombre… Niklas Weiss!
El nombre me congela un segundo. Niklas, un alemán que hace años intenta meterse en mis rutas. Respiro hondo, y todo empieza a encajar.
—Ah… ya vamos entendiendo —digo con una sonrisa fría. Miro a mis hombres—. Tráiganme a ese hijo de puta.
El detenido llora más fuerte.
—Ya hablé, ¡ya dije todo!
Me inclino de nuevo, casi rozando su oído.
—Una última pregunta. ¿Quieres morir rápido… o lento?
—¡Rápido! —grita sin pensarlo.
Sonrío satisfecho y me enderezo.
—Como quieras.
Uno de mis hombres le dispara en la sien sin vacilar. Su cuerpo cae hacia adelante, y el eco del disparo resuena en las paredes.
Guardo la jeringa de nuevo en el maletín y lo cierro con un clic.
—Limpien esto. Que no quede rastro.
Camino de regreso al ascensor, y mientras subo a la superficie, la imagen de Ava vuelve a golpearme. Sus ojos, su cabello, la manera en que tiembla cuando me acerco. No sé si quiero protegerla o reconstruirla, poseerla o salvarla de mí mismo.
Lo único que sé es que la quiero. Y no tengo la costumbre de dejar ir lo que quiero.
—Stellina… —susurro para mí mismo, saboreando el sonido.
Y en el fondo, sé que tarde o temprano va a ser mía. Aunque tenga que arrancarla de su mundo y hundirla en el mío.
ésos que te enamoran y son tan románticos 🤗
Yo pienso que Bastian necesita un empujoncito, para que se decida por Aurora 🤔