Ariadna Callis, una joven de 16 años con una personalidad vibrante y un cuerpo que desafía los estereotipos, vive entre las constantes travesuras de sus hermanos mayores, Nikos y Theo, y el caos del último año de preparatoria. Aunque es fuerte y segura, Ariadna no está preparada para la entrada de Eryx Soterios, un joven de 18 años recién llegado al pueblo.
Eryx, reservado y enigmático, carga con un pasado oscuro que lo ha dejado lleno de resentimientos. Su aparente frialdad se convierte en un desafío para Ariadna, quien no teme a sus respuestas cortantes ni a su actitud distante. Sin embargo, cada encuentro entre ellos desata emociones contradictorias que ninguno puede ignorar.
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Capítulo 17: Rompiendo cadenas
El silencio que siguió al enfrentamiento era tan tenso que Ariadna sintió que podía cortarlo con un cuchillo. La figura del padre de Eryx, elegante pero amenazante, no parecía en absoluto intimidada por sus palabras. Sin embargo, Eryx, de pie frente a ella, irradiaba una mezcla de furia y determinación que Ariadna nunca había visto antes.
—Te lo advertí, padre. No voy a seguir tus órdenes, y menos cuando involucras a Ariadna.
—¿Crees que puedes desafiarme y salir ileso, hijo? —El hombre sonrió, pero sus ojos estaban llenos de peligro—. Esta niña no entiende la gravedad de la situación, pero tú sí.
Ariadna, sintiendo que debía intervenir, dio un paso al frente.
—Eryx no está solo. Y no importa cuán poderoso creas que eres, no vas a manipularlo como lo has hecho hasta ahora.
El hombre soltó una risa breve.
—Valiente, pero ingenua. No sabes cómo funciona este mundo.
—Entonces enséñame —replicó Ariadna, con la cabeza en alto—. Porque no me iré de aquí sin Eryx.
La sonrisa de su oponente desapareció, reemplazada por una expresión de hastío.
—Muy bien. Si quieres jugar, niña, adelante. Pero prepárate para perder.
Antes de que pudiera dar otro paso, Eryx se movió rápidamente, interponiéndose entre su padre y Ariadna.
—No te atrevas a tocarla.
El hombre lo observó con una mezcla de desprecio y lástima.
—Siempre pensé que tenías potencial, Eryx, pero parece que me equivoqué. Eres débil.
Eryx apretó los puños, sus palabras llenas de ira contenida.
—La fuerza no viene de controlar a los demás. Viene de proteger lo que amas.
Por un instante, Ariadna vio algo extraño en los ojos del padre de Eryx: una chispa de reconocimiento, quizás incluso remordimiento. Pero desapareció tan rápido como había llegado.
—Lástima —dijo finalmente—. Parece que tendré que enseñarte la lección de la manera difícil.
Ariadna no estaba preparada para lo que sucedió después. Con un gesto, el padre de Eryx llamó a dos hombres más que habían estado esperando fuera del almacén. Eran altos y corpulentos, con miradas frías que hicieron que el estómago de Ariadna se encogiera.
—Llévenselos —ordenó, su voz carente de emoción.
Eryx reaccionó de inmediato, empujando a Ariadna hacia la salida.
—¡Corre!
—¡No! —gritó ella, pero él no le dio opción.
—Ariadna, por favor. No puedo protegerte si te quedas.
Ariadna dudó por un instante, pero la desesperación en los ojos de Eryx fue suficiente para convencerla. Corrió hacia la puerta, aunque cada paso se sentía como una traición.
Uno de los hombres intentó detenerla, pero Eryx lo interceptó, lanzándose contra él con una fuerza que Ariadna no sabía que tenía.
Cuando llegó a la salida, miró hacia atrás y vio a Eryx enfrentándose a los dos hombres mientras su padre observaba desde las sombras. Ariadna supo que no podía dejarlo allí.
Sin pensarlo dos veces, sacó su teléfono y llamó a Nikos.
—¡Nikos! Estoy en el almacén viejo en las afueras. Eryx está en peligro, y necesito ayuda.
—¿Qué estás haciendo ahí? —preguntó Nikos, su voz llena de preocupación.
—No hay tiempo para explicaciones. Por favor, solo ven.
Nikos colgó sin más preguntas, y Ariadna se dio cuenta de que tendría que ganar tiempo hasta que él llegara.
Regresó al interior del almacén, donde encontró a Eryx en el suelo, luchando por levantarse mientras uno de los hombres lo sujetaba.
—¡Déjenlo en paz! —gritó Ariadna, agarrando una barra de metal que encontró en el suelo.
Los hombres se detuvieron por un momento, sorprendidos, lo que le dio a Eryx la oportunidad de liberarse.
—¡Te dije que te fueras! —le gritó, pero Ariadna ignoró su reproche.
—No voy a dejarte solo en esto.
Antes de que pudieran responder, el sonido de un auto frenando bruscamente llenó el aire. La puerta del almacén se abrió de golpe, y Nikos y Theo entraron, seguidos de dos policías.
—¡Bajen las manos! —ordenó uno de los oficiales, apuntando su arma hacia los hombres.
El padre de Eryx levantó las manos lentamente, su sonrisa burlona intacta.
—Esto no termina aquí —le susurró a su hijo antes de ser esposado.
Mientras los hombres eran llevados por los policías, Nikos se giró hacia Ariadna, su expresión una mezcla de alivio y furia.
—¿En qué estabas pensando?
—No podía dejar a Eryx solo —respondió ella, su voz temblando.
Nikos suspiró, pasando una mano por su cabello.
—Esto no puede volver a pasar, Ariadna.
Theo, por otro lado, se acercó a Eryx, ofreciéndole una mano para levantarse.
—Parece que tienes más agallas de lo que pensé.
Eryx lo miró con sorpresa, pero aceptó la ayuda.
—Gracias.
Esa noche, mientras todos regresaban a casa, Eryx y Ariadna compartieron un momento a solas en el jardín. La luna iluminaba sus rostros, y el silencio entre ellos era cómodo, aunque cargado de emociones.
—No tenías que hacer eso —dijo Eryx finalmente.
—Sí tenía que hacerlo —respondió Ariadna, mirándolo a los ojos—. Porque me importas.
Él suspiró, inclinándose hacia adelante con los codos apoyados en las rodillas.
—No quiero que te pase nada por mi culpa.
—Eryx, estar contigo no es una obligación. Es una elección. Y siempre elegiré estar a tu lado.
Él levantó la vista, su expresión vulnerable.
—No sé qué hice para merecerte.
—Tal vez no se trata de merecer. Tal vez solo se trata de aceptar lo que la vida te da.
Eryx sonrió levemente, y en ese momento, todo el peso que había estado cargando pareció desvanecerse un poco.
—Gracias, Ariadna.
Ella sonrió, inclinándose hacia él.
—Siempre.
Y bajo la luz de la luna, compartieron un abrazo que parecía cerrar un capítulo doloroso de sus vidas, mientras abrían las puertas a uno nuevo lleno de esperanza y fortaleza.