Mi nombre es Isabel del Castillo y, a la edad de dieciocho años, mi vida experimentó un cambio radical. Me vi obligada a contraer matrimonio con Alejandro Williams , un hombre enigmático y de gran poder, lo que me llevó a quedar atrapada en una relación desprovista de amor, llena de secretos y sombras. Alejandro, quien quedó paralítico debido a un accidente automovilístico, es reconocido por su frialdad y su aguda inteligencia. Sin embargo, tras esa fachada aparentemente impenetrable, descubrí a un hombre que lucha con sus propios demonios.
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El accidente
༺ Narra : Alejandro ༻
—Lo siento mucho, mamá. Te prometo que no volverá a suceder —aseguré, hablando con total sinceridad.
—Más te vale que así sea. Ahora ven aquí y dame un abrazo —respondió ella, extendiendo los brazos en un gesto de necesidad.
Con un poco de reticencia, me acerqué y la abracé. A pesar de la situación, el abrazo me brindaba una sensación de calidez.
—Te quiero, mamá —le dije, esbozando una sonrisa. De verdad necesitaba ese momento cercano con ella.
—Y yo a ti, hijo. Ahora es el momento de ponernos manos a la obra para prepararlo todo para la boda. Hay mucho que hacer —replicó con entusiasmo, como si la alegría de los preparativos le llenara el corazón. —Además, tengo que conocer a mi futura nuera.
— Por cierto, ¿puedes decirme dónde está tu hermano? No he tenido la oportunidad de verlo desde que llegué —preguntó mamá, mientras examinaba detenidamente el alrededor, buscando alguna señal que indicara la presencia de Frederick.
—Salió de fiesta con sus amigos, por lo que no creo que regrese hasta más tarde—comenté.
—Bueno, dejemos de lado la conversación por un momento y vámonos a comer —sugirió mi papá con un tono amigable—. ¿Serían tan amables de llevar las maletas de mi esposa a la habitación? —pidió de manera cortés mientras comenzábamos a salir de la sala.
༺ Narra : Frederick ༻
Salí del club, tambaleándome visiblemente debido a la euforia del alcohol que aún corría por mis venas. Apenas conseguía mantenerme en pie, cuando uno de los empleados del establecimiento se acercó a mí, manifestando evidente preocupación en su rostro.
—Señor Frederick, creo que lo más prudente sería que llamara a un taxi. En su estado actual, no debería intentar manejar —me sugirió, su voz temblando ligeramente por la ansiedad.
—No te metas en mis asuntos, estoy en condiciones de manejar —le respondí, arrastrando un poco las palabras, como si mi lengua estuviera tan entumecida como mi cabeza.
—Por favor, señor, esto es realmente peligroso. Permítame que le llame un taxi —insistió, poniendo una mano en mi brazo con la intención de detenerme y evitar así que me pusiera al volante en ese estado tan lamentable.
—¡Te he dicho que no! —exclamé con rabia mientras lo empujaba y me metía en el auto rápidamente.
Apreté el botón del encendido y el motor rugió con fuerza. Salí del estacionamiento disparado, con el corazón latiendo desbocado. La noche estaba impenetrablemente oscura y las luces de la ciudad se veían difusas, como si estuvieran sumergidas en un velo de niebla, a través de mi visión borrosa y confusa. Con cada kilómetro que recorría, mi manera de conducir se tornaba más y más errática, como si la frustración y el miedo me llevaran a perder el control por completo.
Las calles presentaban un aspecto relativamente desierto, pero yo apenas podía mantener el control del automóvil. Mis reflejos se sentían lentos, como si estuvieran atrapados en una especie de neblina, y mi juicio estaba completamente nublado por los efectos del alcohol. De repente, un auto apareció de la nada, frente a mí, pero no logré reaccionar a tiempo.
—¡Mierda! —grité, mientras pisaba el freno con todas mis fuerzas, intentando frenar la inminente colisión.
El auto comenzó a derrapar, girando de forma brusca hacia la derecha. Hice lo posible por enderezarlo, pero el vehículo se había salido de mi control. En un momento de desesperación, giré el volante con decisión, intentando evitar un choque, pero mi esfuerzo fue inútil.
El vehículo colisionó contra un árbol situado al costado de la carretera. El estruendo del metal deformado y el cristal quebrándose reverberaron en el ambiente. Experimenté un intenso dolor en el pecho mientras el airbag se activaba.
—¡Ah! —exclamé, sintiendo el malestar irradiar a lo largo de todo mi cuerpo.
༺ Narra : Alejandro ༻
Eran las 10:15 de la noche y nos encontrábamos en el comedor, disfrutando de una deliciosa cena. La atmósfera estaba impregnada de risas y relatos sobre el viaje que había realizado mamá. Mientras compartíamos anécdotas y recordábamos momentos divertidos, de repente, sonó el teléfono, interrumpiendo la calidez de nuestra conversación. Una de las empleadas, que se encontraba en la habitación contigua, atendió la llamada de manera rápida y eficiente.
—¿Diga? —respondió con tono profesional, sin poder anticipar la urgencia del mensaje que recibiría.
Mientras tanto, nosotros continuábamos con nuestra cena, inmersos en la charla y ajenos a la inquietud que se estaba gestando al otro lado de la línea. Sin embargo, poco después, la empleada se acercó a nuestra mesa con paso apresurado, su rostro denotando preocupación.
—Señor, están llamando del hospital —anunció, su voz temblando ligeramente.
Las palabras flotaron en el aire, y el ambiente se tornó tenso de inmediato. Mamá, visiblemente confundida por la inesperada noticia, miró a la empleada con ojos abiertos de asombro.
—¿Del hospital? —preguntó, tratando de procesar lo que acababa de escuchar.
—Sí, acaban de informar que el señor Frederick ha tenido un accidente de automóvil —respondió la empleada con tono serio.
Al escuchar la noticia, papá se levantó de su silla de un salto, su rostro reflejaba una profunda preocupación que no se podía ocultar.
—¿Cómo puede ser posible? —exclamó, mientras daba pasos apresurados hacia el teléfono.
Tomó el aparato de manos de la empleada y rápidamente marcó el número del doctor, visiblemente inquieto.
—¿En qué hospital se encuentran? —preguntó, su voz tensa y cargada de ansiedad.
—Voy en camino —anunció papá, justo antes de colgar el teléfono con un gesto decidido.
Mamá, al notar la reacción de papá, se puso de pie de inmediato, mostrando una firme determinación.
—Voy contigo —dijo, con voz segura y resuelta.
—Permitan que Oliver los lleve. Me sentiré más tranquilo si él los acompaña —comenté, sintiendo una profunda preocupación por su bienestar.
—De acuerdo —asintió papá, mostrando comprensión—. Te mantendré al tanto de lo que suceda.
Sin perder tiempo, se dirigieron rápidamente hacia la puerta. Oliver, que había estado esperando cerca, se aproximó a ellos.
—Oliver, por favor, llévanos al Hospital Central —ordenó papá con firmeza.
—Sí, señor. Vamos de inmediato —respondió Oliver, con un tono serio y decidido.
Salieron de la casa apresuradamente y se metieron en el automóvil. Oliver encendió el motor y, con una expresión de urgencia en el rostro, pisó el acelerador, llevándolos hacia el hospital a una velocidad vertiginosa. Mientras tanto, yo permanecí en casa, sintiéndome un tanto desubicado por la repentina acción.
La cena que estaba planeada había cambiado de rumbo de manera imprevista.