Me Divorcié Del Protagonista Masculino

Violett se sentó en la mesa del comedor, jugueteando con los cubiertos mientras su mente daba vueltas alrededor de una idea que no podía sacudirse. El regreso del príncipe Silver había causado un alboroto en la capital, y aunque el escándalo entre Lavender y Maxon aún resonaba, Violett sabía que era el momento perfecto para dar un paso más en su plan.

—Deberíamos aprovechar este momento de alboroto por el regreso del príncipe y anunciar el compromiso... —pensó, mientras sus ojos violetas brillaban con una mezcla de ambición y determinación.

Durante el almuerzo, Violett decidió plantearle la idea a Maxon. Sin embargo, él parecía distraído, sus ojos perdidos en algún punto lejano, como si su mente estuviera en otro lugar. Violett, notando su falta de atención, tuvo que repetirle sus palabras con un tono más firme.

—Max, deberíamos anunciar nuestro compromiso —dijo, con una voz que sonaba más a demanda que a sugerencia.

Maxon, al escuchar aquello, suspiró con pesadez. Sus manos se detuvieron sobre la mesa, y su mirada se posó en Violett, aunque parecía que no la veía del todo.

—El divorcio es oficial, y todos en el reino ya lo saben — Pensó Maxon—. Además, todos creen que Lavender es la culpable del divorcio... Entonces, ¿por qué? —se preguntó en voz baja, frunciendo el ceño.

Violett observó su expresión, notando la duda y la incomodidad que lo invadían. Su ceño se frunció aún más, delatando su molestia, pero rápidamente cambió su expresión a una de preocupación, con los ojos llenos de lágrimas que no tardaron en brotar.

—¿No te importa el bebé, Max? —sollozó, llevándose una mano al vientre con un gesto dramático.

Maxon, al oír aquello, pareció despertar de su lejanía. Sus ojos se posaron en Violett, y luego en su vientre, como si recordara de repente la responsabilidad que tenía sobre sus hombros.

—El bebé... —murmuró, con un tono más suave—. Claro, por él debo hacerlo.

Violett contuvo una sonrisa de triunfo al ver que sus palabras habían surtido efecto. Maxon respiró hondo, como si estuviera resignándose a una decisión que no terminaba de convencerlo del todo.

—En una semana... —dijo finalmente, con un tono firme pero cansado—. En la ceremonia religiosa anual... Ahí lo haremos oficial.

Violett no pudo contener una amplia sonrisa que iluminó su rostro. Sus ojos brillaron con satisfacción, y sus labios se curvaron en una expresión de victoria.

—Gracias, Max —dijo, con una voz dulce pero llena de intención—. Sabía que harías lo correcto por nosotros.

Maxon asintió, aunque su expresión seguía siendo seria, casi sombría. Violett, sin embargo, no parecía notarlo. Su mente ya estaba ocupada planeando cada detalle de la ceremonia, imaginando cómo sería el momento en que todos supieran que ella, Violett Wagner, sería la próxima Duquesa de Lehman.

Mientras tanto, Maxon se quedó en silencio, mirando su plato sin realmente verlo. Sabía que había tomado una decisión, pero no podía evitar sentir que algo dentro de él se resistía. Aunque no lo admitiera, la sombra de Lavender aún lo perseguía, y la idea de oficializar su relación con Violett lo llenaba de una inquietud que no podía explicar. Sin embargo, por el bien del bebé, estaba dispuesto a seguir adelante, incluso si eso significaba enterrar sus propias dudas en lo más profundo de su corazón.

—¡Oh, quién está ahí! —exclamó la princesa Anastasia, levantándose de su asiento con una mezcla de sorpresa y reproche—. Has causado tanto revuelo con tu regreso, pero hasta ahora te dignas a mostrar tu rostro, hermano.

Silver entró en el salón con paso firme, su presencia imponente llenando el espacio. Miró a Anastasia en silencio por un momento, como si la estuviera evaluando, antes de hablar.

—Has crecido... —dijo, con un tono neutro pero ligeramente sorprendido.

Anastasia ladeó la cabeza, observándolo con una sonrisa leve que no llegaba a sus ojos.

—Y tú... te ves igual que siempre —respondió, con un dejo de ironía en su voz—. Sigues dando miedo.

Silver no respondió a su comentario. En su lugar, se sentó en uno de los sillones con una elegancia natural, cruzando las piernas y apoyando los codos en los reposabrazos. Sus ojos, de un rojo intenso, se clavaron en Anastasia con una mirada penetrante.

—Y bien, ¿qué es lo que quieres a cambio de los favores que me has hecho? —preguntó directamente, sin rodeos.

Anastasia se levantó de su asiento y caminó hacia una mesa cercana, donde un ramo de rosas frescas descansaba en un jarrón. Comenzó a cortar algunas de las flores con unas tijeras de plata, colocándolas cuidadosamente en un nuevo arreglo.

—Hermano, pareciera que no te interesa saber nada sobre mí... —comentó, con un tono que pretendía ser casual, pero que escondía una pizca de reproche.

Silver no se inmutó. Sus ojos seguían fijos en ella, esperando una respuesta clara.

—Félix... estará de regreso pronto —dijo Anastasia, sin mirarlo, mientras continuaba con su tarea.

—Oh... entiendo —respondió Silver, con una sonrisa fría—. Cuando tenga lo que deseo, entonces te ayudaré con eso.

Anastasia dejó las tijeras sobre la mesa y se volvió hacia él, con una expresión de satisfacción.

—Creo que lo has entendido perfectamente, hermano —dijo, mientras observaba con atención el arreglo de flores que acababa de hacer.

En ese momento, una dama de compañía entró apresuradamente en el salón, sosteniendo un sobre en sus manos. Se acercó a Anastasia y se lo entregó con una reverencia. La princesa tomó el sobre y lo examinó con curiosidad antes de abrirlo.

—Hablando de lo que quieres... —comentó Anastasia, mientras deslizaba su dedo bajo el sello para abrir la carta.

Silver levantó una ceja, mostrando un interés genuino por primera vez desde que había entrado en la habitación. Anastasia leyó rápidamente el contenido de la carta y luego la extendió hacia Silver.

—Bueno, esta carta originalmente debería haber sido dirigida a ti...

Silver tomó la carta y la leyó atentamente. Era la carta que Lavender le había escrito a la princesa, explicando su situación y reafirmando su compromiso con el proyecto de Terracen, a pesar de ya no ser la Duquesa de Lehman. Mientras leía, su expresión se mantuvo impasible, pero sus ojos revelaban una intensidad que no pasó desapercibida para Anastasia.

—Sabes... —comenzó a decir Anastasia, mientras observaba a su hermano con atención—, todo lo que se dice en torno a su divorcio... no creo que sea verdad. No creo que ella sea alguien así.

Silver levantó la mirada de la carta, clavando sus ojos en Anastasia con una expresión fría y determinada.

—Ni siquiera deberías dudarlo —afirmó, con un tono que no dejaba lugar a discusión.

Antes de que Anastasia pudiera decir algo más, Silver se levantó de su asiento con un movimiento fluido.

—Ahora me iré —dijo, mientras se dirigía hacia la puerta sin esperar una respuesta.

Anastasia lo observó en silencio mientras desaparecía de su salón. Cuando la puerta se cerró tras él, murmuró para sí misma:

—Así eres... parece ser que solo te interesa ella.