Valentino nunca imaginó que entregarle su corazón a Joel sería el inicio de una historia de silencios, ausencias y heridas disfrazadas de afecto.
Lo dio todo: tiempo, cariño, fidelidad. A cambio, recibió migajas, miradas esquivas y un lugar invisible en la vida de quien más quería.
Entre amigas que no eran amigas, trampas, secretos mal guardados y un amor no correspondido, Valentino descubre que a veces el dolor no viene solo de lo que nos hacen, sino de lo que nos negamos a soltar.
Esta es su historia. No contada, sino vivida.
Una novela que te romperá el alma… para luego ayudarte a reconstruirla.
NovelToon tiene autorización de Peng Woojin para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Capítulo 6: Las cosas que nunca dije
Guardé esa carta durante semanas. La releí tantas veces que las palabras empezaron a perder sentido. La había escrito con el corazón en la garganta, con las manos temblando, como quien se vacía por dentro y deja todo sobre el papel. Pero nunca se la di.
No porque no quisiera. Sino porque sabía que, si la leía, ya no habría vuelta atrás. Y tenía miedo… Miedo de que no le importara. Miedo de que me mirara con esa mezcla de burla y lástima que usaba cuando no sabía cómo responder. Miedo de perder incluso lo poco que teníamos.
Así que la guardé.
En su lugar, seguí fingiendo. Fingí que todo estaba bien. Que sus cambios de humor no me afectaban, que sus silencios no me herían, que su indiferencia no me desmoronaba. Sonreía cuando él sonreía. Hablaba solo cuando él hablaba. Me convertí en un reflejo de lo que él quería, o al menos de lo que yo creía que quería.
Pero por dentro… por dentro me dolía. Porque lo único que quería era que me eligiera sin tener que pedírselo. Que me hablara como hablaba con ella. Que me mirara como miraba a los demás cuando reía. Que, al menos una vez, no me hiciera sentir como un peso.
Hubo un día, en particular, que me marcó. Estábamos en un grupo, preparando una actividad para clase. Él bromeaba con todos, repartía abrazos, hacía reír hasta al más serio. Cuando se acercó a mí, solo fue para preguntarme si ya había terminado mi parte. No hubo sonrisa, ni una palabra de más. Solo eso.
—Sí —respondí, bajando la mirada—. Ya está hecho.
Asintió y se fue con ella, con su "hermana", con quien siempre tenía una risa lista, una mirada cómplice, un gesto tierno.
Yo me quedé ahí. Sintiéndome invisible. Fingiendo que no me importaba. Pero me importaba. Me importaba más de lo que debería.
Después de clases, me escribió.
"¿Todo bien?"
Y claro, respondí que sí. Porque siempre respondía que sí, aunque por dentro estuviera al borde de romperme.
"Te vi raro hoy."
"Estoy cansado, nada más."
"Ah, ok. Descansa entonces."
Esa fue toda la conversación.
A veces me preguntaba si él sabía cuánto me afectaba. Si notaba la forma en que mis ojos lo buscaban entre la gente. Si entendía que cada detalle suyo era importante para mí. Y si lo sabía… ¿por qué no hacía nada? ¿Por qué seguía tratándome como si yo fuera fácil de ignorar?
Yo solo quería una señal. Una pequeña prueba de que no estaba imaginando todo. Que algo de lo que habíamos compartido era real.
Pero nunca llegó.
Y empecé a guardar dentro de mí todas esas palabras que no me atrevía a decir. Porque entendí que no podía forzar a alguien a sentir lo mismo. Que, aunque yo le diera mi parte más sincera, eso no garantizaba nada.
Aun así, me dolía. Porque yo no quería que me quisiera por lástima, ni por costumbre. Quería que lo hiciera con ganas, con intención. Quería que me mirara como si tuviera algo que perder si me iba.
Pero cada día era más evidente que no era así.
Y mientras más intentaba olvidarlo, más presente estaba. En mis pensamientos, en mis dudas, en mis ganas de rendirme y mis ganas de seguir esperando.
Porque aunque me doliera… todavía no sabía cómo dejar de quererlo.