Imagina tener la oportunidad de reiniciar tu vida, de borrar el pasado y empezar de cero. ¿Qué harías? ¿Cómo te reinventarías?
Me encuentro en ese punto, con la posibilidad de comenzar de nuevo. Me pregunto qué camino tomaría, qué decisiones cambiaría y qué oportunidades aprovecharía.
¿Me esforzaría por reconstruir mis relaciones, o me enfocaría en construir nuevas? ¿Seguiría los mismos pasos o tomaría un nuevo rumbo?
La posibilidad de empezar de nuevo es emocionante y aterradora al mismo tiempo. Pero estoy listo para enfrentar el desafío y ver hacia dónde me lleva este nuevo comienzo.
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El inicio de clases
El momento mágico que habíamos vivido en la colina, lleno de promesas y sueños, tenía que llegar a su fin. La noche ya se había instalado por completo, y era hora de regresar a casa.
Nos despedimos con un beso lleno de cariño y pasión, un beso que resumía todo lo que habíamos vivido en esa tarde.
Con un corazón lleno de alegría, cada uno se dirigió a su hogar, llevando consigo el eco de nuestra promesa, la certeza de que juntos, podíamos conquistar el mundo.
La puerta de casa se abrió, y allí estaba mi padre, con una sonrisa de orgullo en su rostro. Me recibió con un abrazo cálido y fuerte, lleno de felicidad por mi logro. "¡Felicidades, hijo! ¡Estoy muy orgulloso de ti!", exclamó, su voz llena de emoción.
"Vamos, ya es hora de cenar", dijo mi madre, con una sonrisa maternal. Nos instalamos en la mesa, unidos por el amor y la alegría de ese momento familiar.
La cena se convirtió en una celebración de mi ingreso, un espacio para compartir anécdotas, sueños y proyectos a futuro. La comida, preparada con amor, sabía aún mejor en ese ambiente de felicidad.
La cena terminó con risas y conversaciones amenas. Como era costumbre, ayudé a mi madre con la limpieza, un gesto que siempre le alegraba el día.
Una vez terminada la tarea, me dirigí a mi habitación, cansado pero feliz. Antes de cambiarme y acostarme, tomé mi celular y le escribí un mensaje a Rin: "Buenas noches, amor. Espero que hayas tenido un día maravilloso".
Al instante, recibí su respuesta: "Buenas noches, mi amor. También fue un día genial. Te quiero mucho". Su mensaje me llenó de alegría, y con una sonrisa en los labios, me cambié para dormir. La imagen de Rin, su sonrisa y nuestra promesa, me acompañaron hasta que el sueño me envolvió.
La noche transcurrió como un sueño placentero, acompañado por la imagen de Rin y la emoción de nuestro encuentro.
El sol, como un despertador natural, se filtró por la ventana, iluminando mi rostro y anunciando un nuevo día. "Por qué no sales más tarde", me repliqué, riendo de mi propio comentario.
La verdad es que estaba un poco cansado, pero la emoción de este nuevo comienzo me llenaba de energía. Me levanté de la cama, con un entusiasmo renovado, y me dirigí al baño a asearme. El primer día como estudiante me esperaba, y estaba ansioso por empezar esta nueva etapa de mi vida.
Terminé de alistarme, con la mente llena de expectativas por el día que comenzaba. Justo cuando estaba a punto de bajar a disfrutar del desayuno, mi mirada se posó en una nota que descansaba sobre mi mesa. Con curiosidad, la tomé y la leí.
..."Felicidades. Aprovecha esta nueva aventura para cumplir tus sueños y metas"....
Una sonrisa se dibujó en mi rostro. Sabía de quién era, pero no pude evitar sentir una calidez especial al leer esas palabras de aliento. "Gracias", murmuré, conmovido por ese gesto tan cariñoso.
Y con el corazón lleno de alegría, bajé las escaleras, listo para disfrutar del desayuno que seguro mi madre había preparado con tanto amor.
El desayuno, un manjar preparado con el cariño de mi madre, desapareció en un abrir y cerrar de ojos. Con el estómago lleno y el corazón aún más, me despedí de mis padres.
"Que tengas un maravilloso día, hijo", me deseó mi madre, con una sonrisa de orgullo. "¡Éxitos en tu primer día!", añadió mi padre, con un apretón de manos.
Salí de casa, con la mente llena de emociones encontradas. Y allí estaba Rin, esperándome con una sonrisa radiante. "Hola, amor. Madrugaste", le dije, riendo.
"Sí, la verdad es que no pude dormir por pensar en ti", confesó, con un tono de voz que me hizo sonrojar.
Ella, al notar mi reacción, empezó a reírse. "Vamos, es hora de ir al instituto", dijo, tomándome de la mano. Y juntos, con la energía del amor y la ilusión de un nuevo comienzo, nos dirigimos hacia el instituto.
El camino hacia el instituto se convirtió en un paseo lleno de risas y conversaciones. Imaginábamos cómo serían nuestras clases, los profesores, los compañeros.
Cada uno compartía sus expectativas, sus sueños y sus miedos. Al llegar, nos encontramos con un mar de caras nuevas. Algunos alumnos, con la energía del primer día, se mostraban entusiasmados y ansiosos por empezar.
Otros, con cara de sueño, parecían aún no haber despertado del todo. Pero Rin y yo, con el corazón lleno de ilusión, estábamos más que emocionados por empezar esta nueva etapa.
La energía del primer día, la emoción de compartir este camino juntos, nos llenaba de alegría y esperanza.
Con el corazón latiendo a mil por hora, decidimos entrar al instituto. Faltaban quince minutos para que comenzaran las clases, pero la emoción nos tenía inquietos.
Nos sentamos en una banca, disfrutando de esos momentos previos a la aventura que nos esperaba. "Amor, estoy algo nerviosa", me confesó Rin, con un tono de voz suave. "No te preocupes, yo también", le respondí, tratando de disimular mis propios nervios.
Sabíamos que una vez que comenzaran las clases, los nervios se disiparían, reemplazados por la curiosidad y la emoción de aprender. Los minutos pasaron rápidamente, como si el tiempo se hubiera acelerado. "Amor, solo quedan cinco minutos. Ya deberíamos ir a nuestras aulas", me comentó Rin, con una mirada llena de entusiasmo.
"Sí, es verdad. Vamos", le dije, poniéndome de pie. Rin me pidió que la acompañara hasta su salón, y luego yo iría al mío.
Al llegar al lugar donde se encontraba su aula, me di cuenta de que no estaba tan lejos del mío, algo que me alegró.
"Bueno, amor, aquí es. Ya debes ir a tu salón. No quiero que llegues tarde", me dijo, con una sonrisa. "Está bien, descuida. Llegaré a tiempo", le aseguré, con un último beso.
Y así me dirigí hacia mi salón. Pero en ese momento, una mano en mi hombro me detuvo. Al voltear, allí estaba Rina, con una sonrisa pícara en su rostro.