Oliver es un joven aventurero que quiere recuperar el alma de su hermana mayor, pero el mundo le recarcará lo difícil que será su deseo para alguien como él. ¿Podrá cumplir con su cometido? Acompáñalo junto a su grupo de compañeros: Evelyn, Richard, Ginna y Victoria, quienes a pesar de tener distintos motivos, comparten un mismo destino, el continente oscuro. Para ello, deberán unirse a la Unión de Asalto antes de su excursión hacia el continente oscuro.
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Ecos Del Ayer
La luz de la mañana iluminaba el césped y las rocas, donde el destello del sol danzaba sobre las aguas cristalinas del río. Una niña pequeña, con una expresión de determinación en su rostro, sacaba agua con un balde de aquel río angosto pero sin fin. Sus mejillas sonrosadas del esfuerzo parecían brillar bajo el sol matutino.
Elevó el balde con sus manos diminutas, y, aunque el peso era considerable, su habilidad mágica ya avanzada para su edad le permitió utilizar una suave corriente de viento para aligerar la carga. Sintiendo una pequeña chispa de orgullo en su interior, se dirigió de regreso por el camino de piedras lisas que brillaban a la luz del día.
Apresurándose, la niña llegó finalmente a una aldea acogedora y ancestral, cuyo aliento de hospitalidad se podía sentir en el aire. Al cruzar el umbral del pueblo, fue saludada con calidez por uno de los ancianos residentes, cuya voz temblorosa pero amable resonó en el ambiente.
—Bienvenida, Evelyn, comentó el anciano, sus ojos arrugados centelleando con un cariño vetusto.
Evelyn, con una sonrisa en su rostro y una energía vibrante a su alrededor, saludó a cada uno de los habitantes. Estos eran principalmente ancianos, quienes la recibían como parte de su familia extendida, mientras que sus padres, siendo los más jóvenes del lugar, eran los guardianes encomendados con la caza y protección de todos. La sensación de pertenencia que sentía en su corazón cada vez que entraba en el pueblo le daba una calidez única, como si abrazara a cada uno de ellos con cada mirada.
De regreso en casa, Evelyn tocó suavemente la puerta. Esta se abrió revelando del otro lado a una mujer alta de cabello oscuro y largo, con ojos verdes resplandecientes y unas pestañas que enmarcaban una cálida sonrisa de bienvenida.
—Hola, hija, ¿cómo te fue? ¿Volviste bien?, preguntó con voz dulce mientras cerraba delicadamente la puerta tras de ellas—. El desayuno está listo, entra.
Evelyn se sentó en la mesa, percibiendo el aroma del pan recién horneado. Con movimientos pausados, tomó un poco de sopa caliente y un vaso de leche fresca para acompañar. Al finalizar, salió al jardín, donde el sol bañaba las diversas flores que ella misma había recogido y plantado con amor. Después de regar las flores, regresó al interior de la casa, donde su madre la esperaba para el entrenamiento matutino de magia.
—Ven, siéntate aquí, Evelyn, dijo su madre con un tono gentil mientras acomodaba una de las sillas junto a la mesa.
Evelyn siguió las instrucciones de su madre con atención, ejecutando casi todo a la primera. Su rostro reflejaba concentración y un cierto brillo de satisfacción.
—Con esto hemos finalizado. Puedes salir ya si quieres, comentó la madre con orgullo, ayudando a Evelyn a levantarse.
—Bueno, madre, iré afuera a buscar más flores, respondió Evelyn entusiasmada, arreglándose el vestido con cuidado.
—Cuídate mucho, ¿sí?, respondió la madre, observando con ternura la pequeña figura de Evelyn que se alejaba hacia el jardín.
La madre de Evelyn estaba profundamente orgullosa. Soñaba con el día en que Evelyn fuera mayor y pudiera enviarla a una escuela mágica para obtener el título de maga imperial, convencida de que su hija era una prodigio en potencia.
No solo sus padres, sino todos en la aldea, depositaban su confianza en las habilidades de Evelyn. Estaban seguros de que ella se convertiría en una gran heroína y salvaría a muchas personas.
Evelyn, ya en las afueras, caminaba con la mirada fija en el suelo, examinando cada flor con cuidado para determinar si ya tenía esa especie en su colección. Perdió la noción del tiempo y del espacio, alejándose bastante de la aldea mientras el día transcurría y el anochecer comenzaba a desplegar su manto oscuro.
Una fría brisa envolvía su cuerpo, haciendo que varias hojas danzaran al son del viento. Esto la llevó a voltear su mirada hacia la misma dirección. Su asombro fue mayúsculo al descubrir a una niña pequeña, casi de su misma edad, sentada a la sombra de un árbol. La niña vestía ropas desgastadas y viejas, un reflejo de la intemperie.
Evelyn, con preocupación en su rostro, se acercó a ella y le preguntó con empatía si se encontraba bien. La niña, en un tono desafiante y herido, le contestó que no se preocupara, que no era asunto suyo.
Evelyn, sin desanimarse y con una sonrisa cálida iluminando su rostro, le respondió: —Claro que sí, no puedo simplemente ignorarte después de verte aquí sola. ¿De dónde vienes? ¿Tienes a dónde regresar? ¿Qué haces aquí?, preguntó mientras, con gestos suaves, se sentaba a su lado, dispuesta a escuchar y ayudar.
La pequeña chica se quedó inmóvil antes de responder, con una voz baja y temblorosa, que no tenía a dónde ir ni dónde quedarse.
—Ah, entiendo, respondió Evelyn, mientras se levantaba lentamente—. En ese caso, dijo suavemente, tomando la mano de la niña con una expresión tranquila—, ven conmigo, sé dónde podemos ir.
Evelyn llevó a la niña a su aldea. Al entrar, Amelia sintió que todos los ojos estaban sobre ella, lo que la hizo sentirse incómoda. Notando su inquietud, Evelyn sonrió y le dijo de manera tranquilizadora:
—No te preocupes. Aunque todos aquí son ancianos, son personas muy amables.
Cuando llegaron a la casa de Evelyn, su madre las recibió con un semblante algo preocupado.
—¿De dónde vienes con esta niña, Evelyn?, preguntó con curiosidad.
Evelyn le explicó dónde la había encontrado y le pidió si podía quedarse con ellos. Los padres de Evelyn, aunque inicialmente dudaron en recibir a una extraña, no pudieron resistirse ante la insistencia de su hija.
—Realmente me gustaría tener a alguien de mi edad para jugar, dijo Evelyn con entusiasmo.
Finalmente, con una sonrisa amable, preguntaron:
—Y bien, ¿cómo te llamas?
Amelia, todavía un poco tímida y vacilante, respondió con una pequeña sonrisa:
—Mi nombre es Amelia.
—Un gusto conocerte, Amelia. dijo la madre de Evelyn cálidamente—. Te damos la bienvenida a nuestra pequeña aldea, siéntete como en casa.
Con el paso de los días, Amelia se fue sintiendo más cómoda y segura en la aldea, tanto que comenzó a aventurarse por su cuenta. Un día, mientras estaba sentada bajo la sombra de una de las casas, Evelyn se le acercó con curiosidad:
—Por cierto, me he dado cuenta de que nunca te he visto bajo el sol. Siempre estás en la sombra. ¿Hay alguna razón para eso?
Amelia le respondió con voz suave que su piel era extremadamente sensible y que tanto el calor intenso como el frío gélido le causaban molestias severas. Por eso, evitaba el sol ardiente y las noches heladas. Evelyn, al comprender la situación de Amelia, le dijo con empatía que esperara un momento. Rápidamente, salió corriendo hacia su casa y regresó casi de inmediato con un gran sombrero que había pertenecido a su padre.
—¿Qué te parece?, preguntó Evelyn, sus ojos brillando con una chispa de alegría—. Creo que con esto podrás caminar bajo el sol con tranquilidad. Y en las noches frías, puedes dormir conmigo; juntas no dejaremos que el frío nos venza, añadió con una sonrisa que iluminaba su rostro de oreja a oreja.
Amelia, conmovida por la amabilidad de Evelyn, tomó el sombrero y se aventuró bajo el sol. Con una emoción indescriptible, se dio cuenta de que ya no sentía agobio. Emocionada, comenzó a girar sobre sí misma, sintiendo una libertad que nunca antes había experimentado. Sin embargo, un pequeño tropiezo casi la dejó expuesta al sol abrasador. Evelyn, atenta, la sujetó del brazo con firmeza y le dijo suavemente que tuviera cuidado.
A medida que pasaban los días, la relación entre Evelyn y Amelia florecía y se fortalecía. La confianza crecía de forma natural entre ambas; compartían risas y aventuras, pescaban juntas y disfrutaban de cada momento en compañía, convirtiéndose en una rutina inseparable.
Una tarde, como cualquier otra, Evelyn decidió descansar en un campo de flores junto al amplio río. La brisa cálida acariciaba su piel, creando un momento de serena contemplación mientras el día se desvanecía. Cuando la luna llena ascendió al cielo, derramando su luz sobre el paisaje, Evelyn emprendió su camino de regreso. La luna, resplandeciente, parecía acompañarla en su trayecto. Sin embargo, al llegar al umbral de la aldea, una visión espantosa la detuvo, haciendo que su estómago se revolviera y su corazón palpitara con fuerza.
La aldea ardía en llamas, el sonido crepitante del fuego consumía el aire, y el olor acre de humo lo envolvía todo. Cerca de la entrada, algunos de los residentes yacían desmembrados, dejando una escena grotesca que helaba la sangre.
Evelyn, conmocionada, con una expresión de pánico congelada en su rostro, dejó caer una roca que llevaba en sus manos trémulas y comenzó a caminar hacia la aldea, tambaleándose. Dentro, el lugar no era más que ruinas, una desolación inimaginable en comparación con lo que había sido tan solo unas horas antes.
Al recorrer las cenizas de lo que alguna vez fue su hogar, sus ojos se ampliaron por el horror. El cuerpo de su madre yacía inerte en el suelo, despojando a Evelyn de toda esperanza.
—Vete... con una voz apenas audible, su madre susurró, mientras su mirada se perdía en el vacío.
—Mamá... Evelyn logró pronunciar con una voz quebrada por el dolor, sintiendo cómo su pecho se desgarraba mientras un torrente de lágrimas corría por sus mejillas.
—Oh, parece que has vuelto, resonó una voz detrás de ella, cargada de sarcasmo y burla.
Evelyn giró lentamente, reconociendo la figura que la confrontaba: —¿Amelia?
—Así es, esa soy yo, respondió Amelia, quien estaba frente a Evelyn, con una apariencia más adulta y macabra de lo que ella conocía, mientras sus manos y boca todavía goteaban sangre.
—Aunque asesinar a gente tan bondadosa me pesa, eso lo hace aún más emocionante, ¿no te parece? Esos gritos de dolor y agonía, esas expresiones de desesperación... ahhh, ¡qué delicia!, expresó mientras se retorcía de placer.
—¿Por qué...?, preguntó Evelyn con voz quebrada, mientras miraba a su compañera con horror y confusión.
—¿Por qué no? Mira toda esta destrucción, es maravillosa. dijo nuevamente con una expresión de éxtasis, y luego añadió:— Así que, chica amable, por ofrecerme tu ayuda, te mataré rápidamente. Vamos, muéstrame qué tan noble es tu sangre.
—¿Eh...?, Evelyn dejó escapar un sonido ahogado que se esfumó casi al instante, y cerró los ojos instintivamente ante el ataque inminente.
Un resplandor brillante se interpuso entre Evelyn y Amelia.
—Tranquila, pequeña, todo estará bien. Papá está aquí, dijo una voz que provenía de enfrente. Evelyn, al abrir sus ojos casi sellados por las lágrimas, logró distinguir la figura de su padre, quien sostenía una gran espada con una sola mano como si no pesara nada.
—¿Cómo es posible que...? ¡Siguas con vida!, expresó Amelia, sorprendida, mientras miraba al padre de Evelyn frente a ella.
—¿Por qué lo preguntas? ¿Crees que un padre permitiría que le hagan daño a su pequeña? Volvería del mismo infierno si fuera necesario.
—Papá... pronunció Evelyn con emoción mientras intentaba acercarse a él.
El padre de Evelyn la recibió con un brutal golpe en el cuello, dejándola inconsciente. Uno de los ancianos de la aldea la alcanzó justo a tiempo antes de que cayera al suelo. Con voz urgente, el padre le ordenó al anciano que se escondieran en la casa del líder de la aldea, asegurándole que allí estarían protegidos. El anciano asintió con decisión y se dirigió rápidamente hacia el lugar indicado.
Amelia, observando la escena, intentó intervenir, pero el padre de Evelyn la detuvo firmemente. —No permitiré que pases de aquí, afirmó con una mirada decidida.
Llena de entusiasmo y una inquietante alegría, Amelia respondió: —Disfrutaré mucho eliminando a alguien con tanto espíritu.
La gran espada de Amelia cayó en pedazos contra el suelo, mientras el padre de Evelyn se desplomaba sobre sus rodillas, agotado. Amelia, con una sonrisa fría, declaró que sus esfuerzos serían en vano, pues ella sería la victoriosa.
—No entiendes de lo que hablo, le contestó el padre con una sonrisa enigmática.
Casi al instante, la expresión de Amelia se tornó alerta. Con un movimiento rápido, lanzó un devastador ataque hacia la casa del líder de la aldea, destruyéndola por completo. Sin embargo, lo que vio la desconcertó: el cuerpo del anciano yacía en los escombros, pero Evelyn no estaba por ningún lado.
—La victoria es mía, chica vampiro, exclamó el padre de Evelyn, dejando escapar una carcajada victoriosa.
—¡Maldito humano!, replicó Amelia, su rostro desfigurado por la ira, antes de hacer girar su espada y desmembrar al padre en miles de partes con un solo, brutal ataque.