Arata, un omega italiano, es el hijo menor de uno de los mafiosos más poderosos de Italia. Su familia lo ha protegido toda su vida, manteniéndolo al margen de los peligros del mundo criminal, pero cuando su padre cae en desgracia y su imperio se tambalea, Arata es utilizado como moneda de cambio en una negociación desesperada. Es vendido al mafioso ruso más temido, un alfa dominante, conocido por su crueldad, inteligencia implacable y dominio absoluto sobre su territorio.
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Capítulo 5: Sin salida
Esa noche, Arata no pudo dormir. Se sentó en el borde de la cama, mirando el techo mientras Mikhail dormía tranquilamente a su lado. Los sonidos de la ciudad, el eco de sus pensamientos, y la sensación de su nueva marca ardían en su mente. Era un recordatorio constante de que ya no era libre, de que había sido entregado a un hombre que apenas conocía.
¿Cómo terminó todo así? Se preguntó en silencio, sus pensamientos vagando hacia su familia. Alessandro siempre había sido el fuerte, el alfa que tomaba las riendas cuando las cosas se complicaban. Tiziano, aunque beta, mantenía la calma en los momentos de crisis. Pero ahora, él, el más joven, había sido sacrificado por el bien de una paz que no había pedido.
Arata tocó suavemente la marca en su cuello, una punzada de dolor lo recorrió, pero no apartó la mano. Esto es lo que soy ahora. Una pieza en un juego de poder. El peso de esa verdad era abrumador, pero, aun así, algo dentro de él se negaba a quebrarse. No le daría a Mikhail la satisfacción de verlo rendido.
A la mañana siguiente, Arata se despertó temprano, aunque no había dormido mucho. Se levantó en silencio, no queriendo despertar a Mikhail, y se dirigió al baño para ducharse. El agua caliente alivió la tensión en sus músculos, pero no el peso en su corazón.
Cuando salió del baño, encontró a Mikhail ya despierto, sentado en la cama con su teléfono en mano, revisando algo que parecía urgente. Su mirada se levantó cuando vio a Arata, y durante un breve segundo, sus ojos se suavizaron, aunque fue algo tan fugaz que Arata no estaba seguro si lo había imaginado.
—Hoy tenemos una reunión con tus padres —anunció Mikhail, poniéndose de pie y guardando su teléfono en el bolsillo. —Quieren asegurarse de que todo está en orden.
Arata no respondió, solo asintió mientras se vestía. Sabía que esa reunión sería tensa, pero también era consciente de que no había vuelta atrás. Había aceptado este destino, aunque fuera a la fuerza.
Horas más tarde, estaban en la mansión de los Bianchi, la familia de Arata. Los grandes ventanales dejaban entrar la luz del sol, pero el ambiente dentro era frío y tenso. Los padres de Arata lo miraban con preocupación desde el otro lado de la mesa, mientras Alessandro y Tiziano se mantenían en silencio, sus expresiones indescifrables.
—Espero que todo esté bien entre ustedes —dijo el padre de Arata, su tono formal pero con un aire de advertencia dirigido hacia Mikhail.
Mikhail, sentado al lado de Arata, no se inmutó. Su postura era relajada, pero su presencia dominante llenaba la habitación. —Todo está bajo control —respondió con una voz firme, su mirada fija en el Señor Bianchi. —Su hijo es ahora parte de mi familia, y no hay nada de qué preocuparse.
Arata sintió una punzada en el pecho al escuchar esas palabras. Parte de su familia... Sabía que Mikhail estaba hablando desde una posición de poder, dejando claro que Arata le pertenecía ahora.
Alessandro, quien había estado en silencio todo este tiempo, finalmente habló, dirigiéndose a Mikhail con una mirada afilada. —Espero que entiendas lo que significa tener a un Bianchi en tu vida, Mikhail. No es solo un acuerdo de negocios.
Mikhail no se inmutó ante el tono desafiante de Alessandro. —Se cuidar lo que es mío. Así como se que ya no es un Bianchi si no un Volkov.
Esas palabras hicieron que Arata se tensara, sintiendo cómo la atención de la sala recaía sobre él. Alessandro apretó los puños, pero antes de que pudiera decir algo más, Tiziano intervino, tratando de calmar la situación.
—Lo importante es que la paz se mantenga —dijo Tiziano, su voz serena pero firme. —Esto no solo afecta a nuestras familias, sino a muchas más.
Arata miró a sus hermanos, sus corazones compartían una tristeza silenciosa, pero también sabían que no podían hacer nada para cambiar lo que ya estaba hecho.
Más tarde, cuando finalmente se marcharon de la mansión, Arata permaneció en silencio durante todo el trayecto de regreso a la casa de Mikhail. El día había sido agotador, emocionalmente más que físicamente. Se sentía atrapado entre dos mundos que ahora se le antojaban extraños. La familia que lo había vendido, y el hombre que lo había comprado.
Mikhail, por su parte, no dijo nada durante el viaje, su mirada fija en la carretera, su mente claramente en otros asuntos. Arata no sabía si eso lo aliviaba o lo incomodaba más. El alfa había sido frío todo el tiempo, mostrando solo la mínima atención hacia él, pero esa indiferencia también lo hacía sentir más solo de lo que ya estaba.
Al llegar a casa, Mikhail salió del auto y fue directo a su despacho, dejando a Arata solo en la sala. El joven omega se dejó caer en el sofá, sintiendo cómo la presión del día lo aplastaba. Cerró los ojos, intentando bloquear el mundo por un momento.
—¿Te arrepientes de todo esto?
La voz de Mikhail resonó desde la puerta del despacho. Arata abrió los ojos y lo miró, sorprendido de que estuviera hablando con él.
—¿Qué? —respondió Arata, algo desconcertado.
Mikhail caminó hacia él, sus pasos tranquilos pero llenos de autoridad. —Si tuvieras la opción, ¿te habrías negado a este matrimonio?
Arata lo miró durante un largo segundo. La respuesta era obvia, pero había algo en la manera en que Mikhail lo miraba, como si realmente quisiera saberlo, que hizo que Arata se detuviera antes de contestar.
—No tuve opción —dijo finalmente, su voz baja pero firme.
Mikhail no dijo nada por un momento, solo lo observó, su expresión impenetrable. Luego, se acercó más y se inclinó hacia él, lo suficientemente cerca como para que Arata pudiera sentir su aliento en su piel.
—Ahora eres un Volkov Arata, te acostumbrarás a esta vida. Y cuando lo hagas, te darás cuenta de que no es tan mala como crees.
Arata sintió un escalofrío recorrer su espalda. Las palabras de Mikhail eran una promesa, pero también una advertencia. Y en el fondo, Arata sabía que no tendría otra opción más que adaptarse a esa realidad... por ahora.