En un mundo que olvidó la era dorada de la magia, Synera, el último vestigio de la voluntad de la Suprema Aetherion, despierta tras siglos de exilio, atrapada entre la nostalgia de lo que fue y el peso de un propósito que ya no comprende. Sin alma propia pero con un fragmento de la conciencia más poderosa de Veydrath, su existencia es una promesa incumplida y una amenaza latente.
En su camino encuentra a Kenja, un joven ingenuo, reencarnación del Caos, portador inconsciente del destino de la magia. Unidos por fuerzas que trascienden el tiempo, deberán enfrentar traiciones antiguas, fuerzas demoníacas y secretos sellados en los pliegues del Nexus.
¿Podrá una sombra encontrar su humanidad y un alma errante su propósito antes de que el equilibrio se quiebre para siempre?
"No soy humana. No soy bruja. No soy demonio. Soy lo que queda cuando el mundo olvida quién eras."
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CAPÍTULO XV: Entre Sombras y Corazones
— Synera —
El cielo estaba cubierto por un velo denso, oscuro. Las nubes se acumulaban como una tormenta contenida, sin dejar caer una sola gota. La noche era pesada. La luna, apenas visible, parecía observar en silencio.
Velmora levitaba por encima de la ciudad en ruinas, sus alas extendidas como si fueran las hojas de una guillotina. Su energía corrompida teñía el aire de un púrpura enfermizo. Cada vez que batía las alas, dejaba estelas de magia oscura que caían como lanzas hacia mí.
Yo me deslizaba entre ellas con gracia mortal, sin esfuerzo. Mi cuerpo parecía anticipar cada embestida. Mis pies apenas rozaban el suelo mientras me movía, como si flotara entre el desorden danzante del combate.
—¿¡Qué clase de aberración eres tú!? —gritó Velmora, sus ojos inyectados en furia e interés—. ¡No solo tienes agilidad de combate...! ¡Tienes maná de bruja! ¡Esto es... inesperado! ¡Esto es... delicioso!
—Hablas demasiado —respondí, con voz baja, casi monótona—. No me interesa impresionarte. Solo caerás... como todos los demás.
Su rostro se torció en una sonrisa frenética.
—¡HABLAS COMO SI FUERAS UNA DIOSA...! PERO SIGUES SIENDO SOLO UNA ZORRA PRESUMIDA.
Con un chillido desquiciado, Velmora se abrazó con sus propias alas y giró en el aire a una velocidad imposible, convirtiéndose en una esfera envuelta en bruma oscura. Se lanzó hacia mí como un proyectil, destruyendo todo a su paso.
La tierra tembló cuando impactó. Rocas volaron, el suelo se partió, y una onda expansiva negra envolvió la zona.
Pero yo ya no estaba ahí.
—¿Dónde…? —murmuró, mirando a su alrededor.
—Aquí.
Mi voz la alcanzó de frente. Y en ese mismo instante, mi pierna se estrelló contra su abdomen con fuerza brutal.
¡CRACK!
Su cuerpo salió disparado, atravesando edificios, muros, y parte de la muralla de la ciudad. Su vuelo forzado dejó una línea de destrucción que ardía en tonos púrpura.
No podía permitir que el combate siguiera dentro de la ciudad.
Antes de seguirla, extendí mi mano. Dos demonios que vigilaban a los humanos se disolvieron como si fueran polvo bajo una ráfaga de energía. Sin su vigilancia, los humanos se alzaron como fieras liberadas, gritando y peleando por sus vidas.
Yo ya no miraba atrás. La escena había cambiado.
Ahora estábamos fuera de la ciudad, en la zona boscosa que la rodeaba. Aunque era un bosque común, el impacto del cuerpo de Velmora lo había transformado por completo. Donde antes había árboles y maleza, ahora quedaba un cráter humeante, el suelo resquebrajado y cubierto de escombros. La vegetación cercana yacía destruida, calcinada por la fuerza del golpe.
Velmora se arrastró fuera del cráter. Estaba ensangrentada, su ropa desgarrada, pero sus ojos… esos ojos brillaban con un deseo inhumano. Como si el dolor no la debilitara, sino que la alimentaba.
Se puso de pie, se llevó ambas manos a las mejillas y se rio.
—Jajaja… JAJAJAJA… ¡¡MÁS!! —gritó como poseída—. ¡Eso fue perfecto! ¡Me dolió! ¡ME ENCANTÓ! ¡VAMOS, HAZLO DE NUEVO! ¡QUIERO MÁS!
La observaba en silencio, sin expresión. Mi energía se elevaba lentamente, en espirales de luz blanca con tonos oscuros.
Era magia antigua.
Precisa.
Letal.
—Estás trastornada... —murmuré—. Pero si quieres sufrir, sabré darte lo que mereces.
Mi silueta se desvaneció y reaparecí sobre ella, lista para continuar el ataque.
La batalla apenas comenzaba.
El cielo está cubierto por un velo oscuro, espeso como tinta derramada. Las nubes se acumulaban, pesadas y cargadas, negándose a llover, como si el mundo contuviera el aliento. A lo lejos, se oían los gritos de civiles liberados luchando desesperadamente por sus vidas, mezclados con los rugidos salvajes de los demonios. La batalla había estallado en aquel paraje, brutal y sin tregua. Acero, fuego y sangre se entrelazaban en una sinfonía de destrucción. Si quería rescatar a Kenja y liberar a los humanos, primero debía terminar con este enfrentamiento.
Velmora se alzó lentamente, sangre escurriendo por su labio. Aunque su ropa estaba rota y su cuerpo cubierto de cortes, su porte seguía siendo sensual, peligroso. Se pasó la lengua por los labios, saboreando el dolor con un placer perverso.
—¡Aaah, así es como se siente estar viva! —jadea, extasiada, su voz un susurro oscuro—. Eres deliciosa... ¡Voy a saborearte hasta el final!
Aterrizo suavemente frente a ella, la tensión palpable en el aire, mis ojos fijos en sus movimientos, anticipando lo que hará.
—¡Hablas demasiado, demonio!
Su risa se despliega como un eco maligno. Velmora agita sus alas y el veneno comienza a emanar de su cuerpo, cubriendo el aire con una niebla espesa y venenosa.
—¡BESO DE ALIENTO!
La niebla venenosa se expande a gran velocidad, pero ya no estoy allí. Desaparezco en un parpadeo y reaparezco sobre ella, mi maná canalizado en un círculo mágico flotante. Del círculo, surgen ¡JUICIO DE LAS BRUJAS! Estacas de luz que llueven sobre la demonio con una furia imparable.
Velmora, con sus garras extendidas, corta algunas estacas en su vuelo, pero una de ellas la roza, dejando una marca ardiente en su brazo.
—¡Sólo me haces desearte más! —grita, su voz mezclada con un placer salvaje y perverso.
Se lanza hacia mí con velocidad mortal, las garras bañadas en veneno. Apenas tengo tiempo para levantar un ¡ESCUDO DE MANÁ!, el impacto me empuja hacia atrás, rompiendo árboles como si fueran de papel. Me detengo en el aire, luchando por mantenerme firme.
—¡Rápida...! —murmuro, sintiendo cómo el desafío se enciende en mi interior.
En un parpadeo, Velmora reaparece frente a mí. Su patada giratoria, envuelta en su energía, corta el aire con un rugido ensordecedor. La esquivo por poco, pero no evito el latigazo del veneno que corta mi mejilla.
—¡Vamos, bruja! ¡Muéstrame ese poder del que tanto presumes!
Alzo mi mano derecha, y el cielo parece estremecerse. Mi maná se agita a mi alrededor, formando un símbolo complejo con mis dedos. La atmósfera se condensa, un sentimiento de poder abrumador se apodera de mí.
—¡DISPARO ETÉREO: ¡LANZAS DIVINAS!
Una lanza de pura energía se materializa sobre mi cabeza, brillando con una intensidad cegadora antes de ser lanzada a una velocidad vertiginosa. Velmora intenta esquivarla, pero la lanza se fragmenta en decenas de piezas, alcanzándola desde todos los ángulos. Un estallido de luz ilumina el bosque entero.
El humo se disipa, revelando a Velmora arrodillada, jadeante, su cuerpo humeando, pero su sonrisa no desaparece.
—¡Increíble...! ¡Eres perfecta para ser destruida por mí!
Con un movimiento fluido, se levanta, sacudiendo el polvo de su cuerpo. Su aura venenosa se intensifica, y sus ojos brillan con un r intenso.
—¡VISIÓN DEMONIACA!!!
La oscuridad me envuelve, distorsionando la visión de todo a mi alrededor. Como una sombra, Velmora aparece detrás de mí, sus garras desatando una serie de ataques rápidos y letales.
Siento el ardor de dos cortes profundos en mi espalda, pero no cederé. Respiro hondo, dejando escapar una ¡EXPLOSIÓN DE MANÁ CONCENTRADO! que la empuja hacia atrás, el aire a mi alrededor vibrando con poder.
Mis ojos brillan con una intensidad nueva, un destello de furia contenida.
—¡Debo reconocerlo...! ¡Eres más molesta de lo que esperaba!
—¡Y tú más adictiva de lo que imaginé!
Nos lanzamos de nuevo la una contra la otra, la noche retumbando con el choque brutal de nuestras fuerzas. La batalla, lejos de terminar, apenas comenzaba. Y solo pensaba en que esperaba que Kenja estuviera a salvo.
Y en algún lugar, como si su alma respondiera al eco de ese pensamiento, algo despertó.
— Kenja.
(Mientras Synera lucha contra Velmora…)
Un latido.
Luego otro.
Mis ojos se abren como si emergieran de una oscuridad sofocante.
Un zumbido tenue retumba en mis oídos mientras mi respiración se acelera, irregular, como si hubiese olvidado cómo inhalar. Mis dedos tocan un suelo frío, húmedo… piedra. Piedra vieja. Me incorporo con dificultad, jadeando. Todo me resulta difuso, como un mal sueño que no termina de desvanecerse.
—¿D-dónde estoy…? —susurro, pero mi voz suena hueca, tragada por un silencio opresivo.
Miro alrededor, parpadeando. Estoy en una iglesia… o algo que alguna vez lo fue. Las paredes se alzan grises, agrietadas, cubiertas por un velo de humedad y musgo ennegrecido. La luz de la noche entra tamizada por vitrales rotos, tiñendo el aire de tonos carmesíes y púrpuras. Un púlpito olvidado se erige al fondo, cubierto de velas apagadas. Huele a incienso rancio… y a sangre seca.
Los recuerdos golpean mi mente como una ráfaga.
—Velmora… —gruño, retrocediendo mientras me paso el antebrazo por la boca con asco—. ¡Puaj! ¡Ese beso asqueroso…! Maldita sea… ¿qué fue eso?
Un escalofrío me recorre. Siento náuseas solo de recordarlo.
Con el corazón acelerado, me obligo a analizar el entorno con más claridad. Hay personas sentadas en los bancos de madera… inmóviles, en posición de rezo. Pero algo está mal.
Muy mal.
Me acerco a una con cautela, extendiendo la mano temblorosa.
La toco.
Y entonces lo veo.
Su rostro ha desaparecido. Solo queda una masa lisa de piel amoratada donde antes debieron estar los ojos, la boca… el alma. Su pecho está abierto, hendido como por garras invisibles, y el hueco donde debería latir un corazón está vacío.
Doy un paso atrás, tropezando, jadeando.
—¿Pero qué clase de locura es esta?
Me obligo a mirar a los demás. Mujeres, ancianos, niños… todos igual. Sin rostro. Sin corazón. Como si alguien hubiera drenado su existencia… sus memorias.
—¡Esto no puede ser real!
Corro hacia la puerta principal, desesperado. Mis manos se aferran al pomo, lo giro con fuerza… y en cuanto intento abrirla, una descarga brutal de energía oscura recorre mi cuerpo. Me lanza varios metros hacia atrás, como si me arrancaran el alma de un tirón.
Caigo al suelo de piedra, gimiendo de dolor, con el cuerpo entumecido.
—Tsk… ¿una barrera?
Me incorporo, jadeando. Voy a desenfundar mi Sharksoul… pero mi espalda está vacía.
—¿¡Qué…!? ¿Dónde…?
Y lo recuerdo. Aquel instante suspendido. La maldita demonio El beso… la manipulación.
—¡Mi arma! ¡Ella…! Me arrancó de ese lugar…
Mis ojos se abren de golpe.
—¡Synera! —grito en mi mente.
Una punzada de miedo me atraviesa el pecho como una lanza. ¿Dónde está? ¿Está bien? ¿Cómo llegue hasta aquí?
Me lanzo otra vez a la puerta. La toco de nuevo. Otro golpe. Otro relámpago. Caigo, mi cuerpo ardiendo, convulsionando.
—¡Maldita sea…! ¡Déjenme salir! ¡Tengo que salir!
El ambiente a mi alrededor comienza a temblar, o quizás es mi mente desmoronándose. Las bancas, una tras otra, se desmoronan lentamente en sombras. Los cadáveres empiezan a susurrar… o eso creo. No puedo distinguir si son voces reales o mi conciencia quebrándose.
—¿Quién… quién hizo esto? ¿Qué clase de monstruo…?
Mi aliento se entrecorta. La desesperación me estrangula. Estoy atrapado en una pesadilla que no tiene lógica ni salida.
Y en el fondo de la iglesia… algo se mueve.
El aire se volvió más denso de repente. Un escalofrío me recorrió la espalda.
Un sonido seco y marcado rompió el silencio.
Clac… clac… clac…
Tacones.
Tacones que golpeaban el suelo con una cadencia hipnótica, casi ritual. Cada paso resonaba como un latido de una entidad que no debería existir. Provenían del fondo de la iglesia, más allá del altar, más allá de los vitrales rotos por donde se colaba la luz rojiza como sangre fresca.
Entre la penumbra y el polvo suspendido en el aire, una figura comenzó a emerger.
Camina con una elegancia imposible, como si desfilara por una pasarela infernal. Su cuerpo se mueve con lentitud, con dominio absoluto, y con una sensualidad que no pertenece a este mundo. Va dejando que sus dedos acaricien uno a uno los cadáveres sentados en las bancas… como si los bendijera. O los reclamara.
—Dime… —dijo, con voz melosa, baja, como un susurro envenenado—. ¿Qué te parece mi obra de arte?
¿No es… majestuosa?
Su tono es suave, casi maternal. Pero cada palabra es como un clavo en el alma.
—Todos ellos... tan débiles, tan insignificantes. Gracias a mi infinita bondad, todos fueron salvados.
Un festín de emociones, de fe corrompida, de corazones palpitantes.
Cuando salió completamente de la sombra, pude verla.
Y me congelé.
Estaba hipnotizado por el contraste entre su belleza celestial y el infierno a su alrededor.
—¿Acaso... es otra súcubo...? —murmuré para mí, tratando de comprender lo que estaba viendo.
No... no podía ser uno de ellos. Ella era diferente... Su piel, blanca y cálida, perfectamente cuidada, casi como porcelana. Delgada, alta, con el cuerpo de una diosa perversa, cuyas curvas desafiaban toda lógica.
Vestía una especie de hábito blanco… aunque llamarlo así sería una blasfemia. Era corto, ceñido, revelador. El encaje decoraba sus bordes como una burla a la pureza.
Llevaba pantimedias blancas de red, sostenidas por ligas decoradas con rosas ensangrentadas.
Tacones altos, afilados, tan blancos como el mármol, con plataformas rojas como vino derramado.
Un velo de monja le caía hasta los muslos, hecho de una tela tan traslúcida que parecía parte de su largo cabello rubio, que brillaba como oro marchito.
Y sus ojos… rojos.
No como los de un demonio común. Eran iguales a los de Synera.
Pero esta mujer… no parecía un demonio.
No había oscuridad en su aura. No desprendía llamas, ni escamas, ni cuernos.
Tenía color. Tenía forma.
Parecía más humana…
Y eso era aún más aterrador.
Me quedé inmóvil. Paralizado. Mi cuerpo no respondía, como si ella llevara consigo el peso de una presencia sagrada… corrompida.
—¿Acaso tú… eres la responsable de este escenario tan atroz? —pregunté con la voz quebrada, la garganta seca.
Una risa suave brotó de sus labios. Casi musical. Casi bella.
—¿Acaso no escuchaste nada de lo que dije, mi dulce pecador? —respondió con una sonrisa torcida.
Se detuvo justo en el centro del pasillo principal, sobre la alfombra roja que dividía el templo como una herida abierta.
Extendió los brazos, dejando que su pecho se elevara con un suspiro de éxtasis.
Y luego empezó a girar.
Giraba con gracia, como una bailarina de porcelana rota, alzando la vista al techo, cerrando los ojos, sonriendo mientras se reía…
Como si absorbiera la energía del lugar. Como si danzara en honor a su propia locura.
Cada vuelta era lenta, dramática. Su velo flotaba con cada giro, y sus dedos temblaban como hilos sueltos.
La risa se volvía más fuerte, más eufórica.
Y entonces se detuvo de golpe. Clavó sus ojos en mí.
—Bienvenido a mi santuario, forastero —dijo con voz oscura y melódica—. Aquí, donde los corazones no laten… pero los pecados sí.
—¿Los pecados? —pregunté con el ceño fruncido—. ¿Acaso eres una especie de monja vengadora o algo por el estilo? —dije con ironía, intentando ganar algo de tiempo con la conversación.
Ella soltó una risita suave, casi melancólica.
—Eres tan gracioso… tan apuesto… y tan puro —sus ojos se entrecerraron como si degustara esas palabras—. Qué lástima que seas el nuevo juguete de Velmora.
Sentí que la sangre me hervía.
—No soy el juguete de nadie… y mucho menos de ese monstruo —repliqué con rabia contenida.
—Vaya… —dijo entre risas suaves—. Se nota que la odias. No te culpo… tiene un carácter bastante peculiar.
Se acercó un paso más, ladeando la cabeza con una expresión de falsa ternura.
—Dime algo, humano… ¿cómo te llamas?
Entonces fingió sorpresa, llevándose la mano a la boca como si hubiera cometido una falta de etiqueta.
—Ay, qué mala anfitriona soy... ni siquiera me he presentado correctamente.
Con gracia perturbadora, tomó a uno de los cadáveres por la cintura y comenzó a girar con él, danzando lentamente por el pasillo cubierto de sangre seca. Al final del giro, inclinó la cabeza con elegancia y dijo con una sonrisa torcida:
—Donde muere la oración… allí reina el silencio; allí se recoge lo que las almas ya no se atreven a recordar.
Alzó la vista, y en ese instante, hasta el aire pareció contener el aliento.
—Soy Eirenys. La sacerdotisa del silencio.
Se detuvo frente a mí y me ofreció una reverencia teatral, mientras el cadáver caía a sus pies como una marioneta rota.
—Es un placer conocerte —dije con voz neutra, aunque cada fibra de mi ser gritaba por respuestas.
Mi mirada se mantenía clavada en ella. Necesitaba seguirle el juego si quería ganar algo de tiempo... y entender lo que estaba ocurriendo.
—Soy Kenja —añadí, apretando los dientes—. Y no, no tengo el placer de conocerte.
Eirenys se detuvo en seco. Sus labios se curvaron hacia abajo en una mueca melodramática. Luego, sin previo aviso, comenzó a sollozar, cubriéndose el rostro con ambas manos. Sus hombros se sacudían suavemente, como si su llanto fuese real… pero sabía que no lo era.
—Pensé… —dijo entre suspiros entrecortados— que lo había visto todo. Pero eres igual que los demás humanos… desagradable, egoísta, grosero… pecador.
Se persignó, aunque su gesto parecía una burla cruel más que una plegaria. Murmuró una súplica, como si pidiera perdón a una divinidad olvidada por mis ofensas.
—Deja de fingir, ¡esas lágrimas son tan falsas como esta maldita farsa! —espeté con rabia, apretando los puños—. ¡Nada de esto tiene sentido! ¿Qué es este lugar? ¿Por qué estoy aquí? ¿Dónde está Synera?
La sonrisa de Eirenys volvió, esta vez más amplia, casi maternal, como si yo fuera un niño insolente que acababa de romper una regla.
—Vaya… qué impaciente —suspiró—. ¿Ya no se puede tener una conversación civilizada? Ten más respeto… estás en la casa del Señor.
—¡Basta de hablar en acertijos! ¡Respóndeme de una vez!
Ella soltó una risita nasal, divertida por mi frustración.
—Uhm... supongo que ya no tiene sentido seguir ocultándolo. Synera, ¿dijiste? ¿Esa bruja? Hm... probablemente esté enfrentándose a Velmora en este momento. Aunque, sinceramente, dudo que tenga alguna oportunidad... o tal vez sí.
—¡Eso no es verdad! —grité, dando un paso al frente—. Synera no caería tan fácilmente.
—Ya veremos… —susurró con un brillo venenoso en los ojos—. Aunque debo admitir que me da un poco de envidia.
Ladeó la cabeza con picardía, mordiéndose el labio.
—Velmora se quedó con lo mejor. Y eso no me parece nada justo.
Entonces, como si algo dentro de ella se rompiera o fingiera romperse, se arrodilló repentinamente sobre la alfombra roja del pasillo, justo en medio de los cadáveres. Juntó las manos, miró al techo ennegrecido y empezó a rezar en voz baja, como si suplicara perdón por sus propias palabras.
—Perdóname, Señor… mis celos son tan indecentes…
El eco de sus palabras se perdió entre los bancos ocupados por los muertos, mientras el ambiente se hacía más denso, casi irrespirable. Yo la miraba, atrapado entre el horror y la incertidumbre, sin saber si estaba frente a una loca, una actriz... o un demonio con un plan más retorcido de lo que podía imaginar.
—¡Deja de una vez por todas este maldito drama! —exclamé con furia contenida, alzando la voz entre el hedor de la sangre seca y la atmósfera enfermiza de ese lugar profano—. Dime quiénes son ustedes… y qué rayos están haciendo aquí. ¿Por qué esta masacre?
Eirenys se detuvo. Su sonrisa se desdibujó por un segundo… luego, como si mi ira la excitara, volvió a sonreír con más fuerza. Dio una vuelta sobre sí misma, alzando los brazos con una teatralidad casi sagrada, como si todo esto fuese parte de una ópera macabra.
—Tantas preguntas... —murmuró en tono meloso—. Está bien, Kenja… te responderé. Me agradas, sabes. Es raro en mí... pero hay algo en ti que me resulta... fascinante.
Se acercó, lenta, felina, rodeándome como un depredador disfrutando del juego. Sus dedos cálidos y largos rozaron mi pecho, bajando por mi abdomen mientras giraba a mi alrededor, acariciándome con una mezcla de deseo y malicia.
—Es una verdadera lástima —susurró cerca de mi oído, su aliento era tibio, pero su presencia era gélida como la muerte— que no sea yo quien te arrebate la vida… y te libere de tus pecados.
Se detuvo frente a mí, con una mirada que oscilaba entre la lascivia y la pena. Como si verdaderamente deseara matarme… pero no tuviera permiso.
—Aunque si por mí fuera… —añadió, lamiéndose lentamente el dedo índice— ya estarías sangrando entre mis manos.
El asco en mi rostro era evidente ya no lo ocultaba y empezó a hablar.
—Verás… —susurró Eirenys mientras giraba su muñeca con elegancia, como si hablara de algo trivial— estamos aquí cumpliendo una misión. Un encargo muy... especial, ordenado directamente desde los altos círculos de Decathis.
El nombre resonó en mi mente como un eco, uno que creía haber oído mencionar por Synera… y, sin embargo, algo en mí se estremeció.
—No puedo decirte mucho… —continuó con una sonrisa ladina—. Ya sabes, el chisme es pecado. Pero... —se inclinó hacia mí, bajando la voz hasta convertirla en un susurro venenoso— estamos buscando una joya.
La Joya del Caos.
¿La conoces?
El aire se volvió más denso, como si esa frase hubiese invocado algo más allá de lo visible.
¿La Joya del Caos...?
Mi pulso se aceleró.
¿Se refería… a mí?
No… no podía ser. Pero mencionó el caos en relación con esa joya. Ella no sabe nada sobre mí. No tenía idea de lo que soy… ¿o sí?
—¿La joya del caos? —pregunté, fingiendo ignorancia, mientras intentaba mantener la compostura— No… ¿Y para qué sirve… o qué hace?
—Oh, querido… eso escapa por completo a tu entendimiento —respondió con una risa suave, tan dulce como venenosa—. Solo puedo decirte que se encuentra en este reino… o al menos, eso nos hicieron creer... Nuestro deber era simple: hallarla y llevarla ante el Rey Mago…
—El gran guardián de Veydrath, añadió casi en tono de burla, con una reverencia fingida.
El Rey Mago… Decathis… el caos… Synera me había hablado de ello con firmeza, aunque sin dar demasiados detalles. Pero ahora todo sonaba como parte de algo inmensamente macabro, una verdad del pasado que apenas comenzaba a revelarse ante mí.
—Nos dieron instrucciones claras —continuó—: encontrarla, sellarla, y entregarla en sus manos. Pero… todo lo demás... —extendió sus brazos señalando los cuerpos, las ruinas, la sangre— esta hermosa sinfonía de destrucción… fue mi inspiración divina.
Sonrió, con los ojos brillando de un fanatismo enfermizo.
—Escogí esta ciudad como punto de partida porque estaba enferma... corrompida hasta la médula por el pecado. ¿Y qué mejor lugar para comenzar la búsqueda? Su exterminio no fue crueldad, sino misericordia. Una purga necesaria. Yo solo... despejé el camino para que la joya pudiera emerger. Pero ahora temo —y por primera vez, su voz se quebró, cargada de una frustración densa— que todo haya sido en vano... o quizá no.
Me miró directo a los ojos.
—Creo que he encontrado algo mejor que esa estúpida joya... o al menos, algo que nos llevará hasta ella.
¿A qué o a quién se estará refiriendo...? Esa mujer oculta más de lo que sabe. Nada tiene sentido, pero eso no me importaba. La miré con odio, sin compasión; tenía ante mí a la culpable de la tragedia de este lugar.
—No me odies por lo que hago… —susurró Eirenys con una sonrisa torcida, recorriéndome con la mirada como si ya me perteneciera—. Pero esa expresión tuya... me encanta. Ahora entiendo por qué Velmora se interesó en ti.
Hizo una pausa, saboreando cada palabra.
—Aunque... dudo que le moleste si me divierto un poco contigo. No te mataré —añadió, relamiéndose los labios—, pero te prometo que lo vas a recordar.
Actué por instinto. Me elevé de un salto, impulsado por la energía que aún me quedaba, y me alejé de ella tan rápido como pude. Fui a parar sobre la mesa ceremonial al fondo del templo. Desde allí, la observé… pero ella ni siquiera volteó. En su lugar, chasqueó los dedos con elegancia, y algo grotesco emergió del rincón más oscuro.
De entre los restos, el demonio al que antes había herido —al que le había cortado el brazo— se alzó desde las tinieblas. Su sola presencia hacía que el aire se volviera denso.
—Velgorath, mi verdugo favorito… —dijo Eirenys con una dulzura perversa, acariciándole el rostro con ternura enferma—. Mira quién volvió a aparecer…
Finalmente, giró la cabeza hacia mí, su rostro transformado en una máscara de ira contenida.
—Velgorath me lo contó todo, pecador despreciable… ¡cómo te atreviste a herirlo! —su voz se quebró en una mezcla de rabia y dolor teatral—. ¡Es mi bebé!
Velgorath, a pesar de su aspecto infernal y tamaño imponente, se encogía bajo su toque como un cachorro apaleado. Aquella escena entre ambos era… repugnante. Una parodia de amor entre un monstruo y su ama, teñida de locura y sangre.
—Velgorath será quien se divierta esta noche —declaró Eirenys con una sonrisa retorcida—. Yo solo observaré… junto con nuestros distinguidos espectadores.
Alzó un brazo con gracia y chasqueó los dedos.
Uno a uno, todos los cadáveres que antes yacían sentados en las bancas comenzaron a elevarse en el aire. Flotaban inmóviles, como marionetas colgadas de hilos invisibles. No tenían rostros, ni alma, ni corazón. Eran globos humanos huecos, condenados a presenciar la pesadilla que estaba por comenzar.
Mi garganta se secó. La realidad era clara: me encontraba ante una entidad de clase AA o incluso superior. A diferencia de Velmora, ella no tenía apariencia demoníaca... y eso la hacía aún más aterradora. Se sentía demasiado humana. Demasiado perfecta.
Y no estaba sola.
Velgorath, con su brazo ya regenerado, respiraba con una furia contenida, como una bestia a punto de liberarse. Ambos eran letales. Y yo... yo estaba sin Sharksoul. No tenía mi vínculo, no tenía mi poder.
Pero aún tenía algo.
Mi voluntad.
Sabía que esta pelea no era solo física… era una prueba. Una en la que el menor error significaba el fin. No iba a rendirme. No si existía una mínima posibilidad de sobrevivir... no si Synera aún luchaba.
—Está bien… —murmuré entre dientes mientras me preparaba—. Si esta es mi última noche… haré que la recuerden por toda la eternidad.
Los cuerpos flotantes, carentes de rostro, parecían observarme desde el vacío. El verdugo dio un paso adelante. Y Eirenys, como si todo fuese una obra de teatro, tomó asiento en el aire, cruzó las piernas y sonrió con deleite.
—Empieza el espectáculo.