Mi nombre es Isabel del Castillo y, a la edad de dieciocho años, mi vida experimentó un cambio radical. Me vi obligada a contraer matrimonio con Alejandro Williams , un hombre enigmático y de gran poder, lo que me llevó a quedar atrapada en una relación desprovista de amor, llena de secretos y sombras. Alejandro, quien quedó paralítico debido a un accidente automovilístico, es reconocido por su frialdad y su aguda inteligencia. Sin embargo, tras esa fachada aparentemente impenetrable, descubrí a un hombre que lucha con sus propios demonios.
NovelToon tiene autorización de Beatriz. MY para publicar esa obra, el contenido del mismo representa el punto de vista del autor, y no el de NovelToon.
Comprometidos
༺ Narra : Alejandro ༻
Decidí comunicarme con mi padre para informarle sobre la noticia.
Tomé mi teléfono y marqué su número. Después de varios tonos, escuché su voz al otro lado de la línea.
—¿Alejandro? —preguntó mi padre.
—Papá, he cumplido con lo que te prometí. Isabel ha aceptado casarse conmigo —anuncié, sintiendo una profunda satisfacción en mi corazón.
—¡Eso es maravilloso, hijo! —exclamó mi padre, mostrando una gran emoción en su rostro—. Tenía la certeza de que lo lograrías.
—La verdad es que fue más complicado de lo que había anticipado, pero al final, se decidió a aceptar —respondí, consciente del peso de la responsabilidad que ahora recaía sobre mis hombros.
—Entonces, no podemos perder más tiempo. Es imprescindible que vayamos a pedir la mano de Isabel de manera formal en su casa —dijo mi padre, contagioso en su entusiasmo.
—Está bien, podemos hacerlo mañana —comenté con una actitud relajada y sin prisa.
—No, no, no. ¿Por qué deberíamos esperar? Hoy mismo vamos a ir. Así que asegúrate de volver a casa temprano —me contestó, mostrando una firme determinación.
—De acuerdo, me encargaré de hacer los arreglos necesarios para que podamos salir hoy mismo —respondí, mientras asentía con la cabeza.
—¡Perfecto! Asegúrate de que todo esté en orden. Quiero que esta visita sea impecable —dijo con una gran emoción en su voz.
—Lo haré, padre. No te preocupes por nada —le respondí antes de colgar el teléfono.
Después de colgar el teléfono, sentí una oleada de prisa que me impulsó a organizar todo meticulosamente para la visita formal a la casa de Isabel. Sabía que mi padre no toleraría ningún tipo de error, así que era fundamental que me asegurara de que cada detalle estuviera en su lugar y perfecto.
—Oliver, necesito que te encargues de cancelar todas mis citas para hoy —le informé con determinación, mientras él escribía rápidamente lo que le decía con una concentración absoluta.
—Entendido, señor —respondió con un tono obediente, mostrando que estaba listo para cumplir con mis instrucciones.
—Además, asegúrate de preparar el auto. Tenemos que salir temprano —añadí, observando cómo se giraba para dirigirse rápidamente hacia la puerta y cumplir con mis órdenes.
—Sí, señor —contestó, sin titubear, mientras se marchaba con una actitud diligente.
—Espera un momento, Oliver —lo detuve justo antes de que pudiera salir por la puerta—. ¿Cómo va el avance de la investigación que te pedí?
—Pronto tendremos respuestas, señor —me contestó, proyectando una expresión de seriedad en su rostro.
—Excelente. Asegúrate de mantenerme al tanto de cualquier novedad —le dije, mientras asentía con la cabeza, mostrando mi aprobación.
Llegué a casa temprano, tal como mi padre me lo había solicitado. Al entrar, lo encontré en la sala, ataviado con su mejor traje, que resaltaba su figura elegante. Su rostro reflejaba una evidente satisfacción, como si estuviera viviendo un momento importante.
—¡Listo para irnos, hijo! —exclamó con entusiasmo, levantándose del sillón y dedicando un momento a ajustar cuidadosamente su corbata, asegurándose de que todo estuviera en su lugar.
—Sí, todo está preparado —le respondí, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo ante lo que nos esperaba.
Nos dirigimos hacia el coche. Durante el trayecto hacia la casa de Isabel, mi padre no cesó de hablar. Cada palabra que salía de su boca estaba cargada de emoción, y parecía que él mismo sería quien iba a casarse. Hablaba de los planes, de la ceremonia y de los momentos que habían anticipado, él parecía mucho más emocionado que yo por la boda.
Al llegar a la casa de Isabel, fuimos recibidos por una empleada, quien amablemente nos invitó a entrar y dirigirnos al salón principal. En ese acogedor espacio se encontraban el señor Leopoldo y su esposa Carmen, quienes nos aguardaban con una sonrisa.
—Buenas tardes, amigo... Carmen —saludé, esbozando una sonrisa que reflejaba mi gratitud por su hospitalidad.
—¡Ignacio! Por favor, siéntense —respondió Leopoldo, señalando el sofá con un gesto amable. —¿Qué te trae por aquí?
En ese momento, él se acomodó en su asiento y comenzó a hablar, explicando detenidamente el motivo de nuestra visita, mientras Carmen nos observaba con amabilidad y atención.
—Estamos aquí para solicitar formalmente la mano de Isabel en matrimonio para mi hijo, Alejandro —declaró, con una voz firme y respetuosa.— ¿ A todo esto y, Isabel?
—Ah... Cariño, ¿podrías traer a Isabel aquí? —pidió él, sorprendido.
Con rapidez, la señora Carmen se puso de pie y se dirigió sin dudar hacia el lugar donde se encontraba su hija, con la intención de traerla aquí.
— Pero, como te mencioné anteriormente, ya he conversado con ella, pero aún no ha tomado una decisión. No creo que sea conveniente apresurar las cosas. — dijo Leopoldo, lo que inmediatamente me llevó a tener que interrumpirlo.
— Créame, su hija está completamente de acuerdo con esto. Solo falta que usted y su esposa lo estén —dije sin más.
En ese momento exacto, la señora Carmen apareció de nuevo, acompañada de Isabel, quien rápidamente dirigió su mirada hacia mí, mostrando una expresión de confusión en su rostro.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Isabel, su tono reflejando sorpresa.
—Bueno, hija... Ignacio y Alejandro han venido a pedir tu mano —respondió Leopoldo, con una voz que combinaba seriedad y suavidad. Tras escuchar esto, Isabel centró su atención por completo en mí.
—No pensé que lo harías tan rápido —murmuró ella, sorprendida por la situación.
La señora Carmen, con preocupación en su expresión, se acercó un poco más y preguntó:
—Isabel, ¿estás de acuerdo con esto? —su voz llenándose de una mezcla de curiosidad y deseo de asegurarse de que su hija se sintiera tranquila y a gusto con lo que estaba sucediendo.
—Sí, mamá. Estoy de acuerdo —respondió Isabel con una voz serena pero firme. — En realidad, él ya me había comentado sobre esto y yo acepté... solo que no sabía cómo comunicarlo.
—Si ese es el caso... me complace aceptar esta propuesta —dijo el padre de Isabel, estrechando la mano de mi padre.
Luego de las formalidades, continuamos conversando sobre los detalles de la boda y los planes a futuro. Isabel y yo intercambiamos miradas, conscientes de que este era apenas el inicio de un extenso camino por recorrer.
Finalmente, nos despedimos y regresamos a casa. Mi padre lucía visiblemente satisfecho con el desarrollo de los acontecimientos.
—Has realizado un excelente trabajo, Alejandro. Estoy muy orgulloso de ti —comentó, dándome una palmada en la espalda.