Por miedo, Ana Clara Ferreira acepta una propuesta para ir a trabajar a Italia junto a su mejor amiga, Viviane Matoso. Pero, por accidente, termina convirtiéndose en la niñera de la hija del mafioso más temido de Italia.
Mateo Castelazzo, el Don de la mafia italiana, se divide entre atender sus negocios, la organización y cuidar de su traviesa hija Isabela.
Pero todo cambia después de un accidente…
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Capítulo 6
Mateo:
Realmente no puedo creer que una niña de cinco años logre volver mis propias palabras contra mí.
—Entonces, papá... dijiste que querías que una amiguita jugara conmigo, pero yo no lo permitía. La tía Ana es mi amiga. ¿Por qué ella no puede quedarse conmigo?
Su valentía... Dios mío.
—Es complicado, Bela. Ella tiene su familia, necesita irse.
—No hay nada de complicado, Mateo —interrumpe Paola, como siempre—. Querida, ¿usted trabaja?
Ana se pone roja al instante, mirando al suelo.
—Qué vergüenza, señora Paola... pero trabajo en la cafetería de su familia. Había terminado mi turno, estaba en la plaza cuando vi el accidente.
—Óptimo —Paola sonríe, como quien dicta una sentencia—. Mucho mejor así. Usted solo va a cambiar el lugar de trabajo. En vez de la cafetería, va a trabajar en la casa de mi hermano.
—Paola, tú no eres mi madre para imponer nada.
—Le debes esto a mi muñequita. Si me hubieras avisado que ella estaba enferma, habría dejado todo para ir a socorrerla. Pero tú crees que puedes controlar el mundo con la palma de tus manos.
—¿Vas a levantarme la voz delante de una extraña?
Ana intenta encogerse.
—No quiero causar trastornos... Princesa, la tita se va. Tú tienes a tu tía, tu padre... Es mejor así. ¿Ves? Ya se hizo más fácil. Tú sabes dónde me encuentras. Solo el papá tiene que llevarte y me ves.
Bela empieza a llorar bajito, tirando de mi camisa.
—No me dejes sola, tía Ana. El papá dijo que iba a quedarme sola... y por eso el auto volcó.
Esas palabras... me desgarran el pecho. Y aún tengo que tragar que esa mujer —Paola— va a acabar decidiendo todo por mí.
Respiro hondo.
—Está bien, Bela. Vamos a llevar a la tía Ana a trabajar a casa.
Sujeto la mano de Ana y prácticamente la arrastro fuera de la habitación. Cuando la puerta se cierra, mi paciencia se acaba.
—Necesito que me cuentes todo sobre ti —digo, cruzando los brazos—. Voy a hacer la transferencia del café a mi casa. Dime tu salario, con quién vives. Y sé que no eres italiana. Si lo fueras, me habrías reconocido al instante.
Ana respira hondo, derrotada.
—Soy brasileña. Recibí una propuesta de una agencia de modelos y vine a hacer algunos trabajos. Ya hacen cuatro meses. En dos meses tendría que volver, pero... necesito quedarme. No puedo volver a Brasil.
—¿Por qué? ¿Eres criminal?
Ella aprieta los labios, los ojos inmediatamente se humedecen.
—Mi padrastro está obsesionado conmigo. Él quiere... abusar de mí. De cualquier manera. Estoy huyendo de él.
Aquello me golpea como un golpe seco.
—¿Tu nombre completo?
—Ana Clara Ferreira. Tengo veinticuatro años.
—Cierto. ¿Cuánto estabas ganando en la cafetería?
—1200 euros, señor.
Yo río, indignado.
—Debes estar bromeando. En mis cafeterías, no pago menos de 3000 euros.
Ella frunce el ceño.
—No sé qué cafetería el señor paga ese salario... pero mi amiga y yo trabajamos ahí hace 30 días y recibimos 1200. Fue lo acordado.
La rabia crece dentro de mí, caliente. Le mando que se calle con un gesto y llamo a uno de mis otros gerentes. Él confirma: 3000 euros. Entonces llamo a Dante —gerente de la cafetería donde Ana trabaja—. Él tartamudea, tiembla por la voz y confirma los mismos 3000 euros.
Listo. La farsa cayó.
—Cierto, muchacha. Vas a recibir 12.000 euros para cuidar a mi hija. Tendrás día libre los sábados. Vas a vivir en mi casa y cuidar a Bela en período integral. Y quiero que sigas las reglas de disciplina que yo le impuse.
Ella abre los ojos como platos.
—Pero yo... necesito resolver algunas cuestiones antes.
—Habla.
—Mi amiga y yo dividimos los gastos. No puedo dejarla sola. Y nuestra visa es de trabajo. No podemos quedarnos ilegales en el país... y el señor no quiere problemas con inmigración.
—¿A la hora de entrar a trabajar en mi cafetería, la señorita no pensó en eso?
—En realidad... no pensamos en nada. Solo queríamos huir de mi padrastro.
Cierro los ojos. Esta muchacha es un imán de problemas... y aún así...
—Va a ser fácil mantenerte aquí. Mi hija se apegó a ti. No hay cómo sustituir eso. Pero dependientes... hay en cualquier lugar del mundo.
Ana levanta el mentón.
—Discúlpeme, señor, pero no puedo dejar que mi amiga se vaya del país mientras yo me quedo.
—¿Tu padrastro está persiguiéndola a ella también?
—No... pero somos como hermanas. Donde una va, la otra va atrás.
Yo suspiro.
—Está bien. Vamos a la cafetería ahora. Vamos a resolver eso inmediatamente. Cuando entres a mi casa, no quiero más pendientes. Y necesitas recoger tus cosas.
Vuelvo a la habitación, aviso a Bela que solo vamos a buscar la ropa de la amiga de Ana. Paola sonríe de aquella forma burlona de ella. Mis ganas son de torcerle el cuello... ¿pero qué puedo hacer?
ANA CLARA
Sinceramente... no creo que la suerte haya tocado a mi puerta. ¿Será que es recompensa de Dios por haber salvado a aquella niñita?
Miro el reloj. Son las 18h30. Falta 1h30 para que el café cierre. Él dijo que iríamos directo para allá —y, en menos de veinte minutos, ya estamos en la puerta.
Sigo detrás de él. Él camina furioso. Así que entra, todo el mundo palidece. Un ruido resuena: ¡clang!
Una bandeja en el suelo.
Viviane.
Pobrecita de Vivi.
—Ayer no derribaste nada —Mateo gruñe—. Por lo visto no era malestar. Es incompetencia mismo.
—Discúlpeme, señor... —ella casi llora.
—No quiero incompetentes en mi cafetería.
Doy un paso adelante.
—Disculpe que me entrometa, señor Castelazzo... pero, si el señor no la quiere aquí, ni siquiera necesitamos continuar. Me quedo con mi amiga, y vamos a casa. El señor vuelve al hospital y le explica a su hija por qué no voy con el señor.
Él cierra los ojos, respira hondo... y se controla.
—¿Está diciendo que la incompetente es su amiga?
—Ella no es incompetente, señor. Ella está apenas nerviosa con su presencia.
Él pone los ojos en blanco.
—Voy a relevar. Recoja todo inmediatamente y después vaya a la sala de la gerencia.
Continuamos caminando hasta la puerta de la gerencia. Él golpea, entra sin pedir permiso.
—Señor Castelazzo —Dante palidece—. No imaginaba que el señor volvería hoy.
—Yo es que no imaginaba que tenía un ladrón gerenciando mi cafetería.
—¿Qué...? ¿Ladrón? Yo trabajo derechito...
—Trabaja derechito, sí. Tomando más de la mitad del salario de mis funcionarios. Sabe lo que le pasa a quien me traiciona, ¿no es cierto, Dante?
El hombre empieza a sudar.
—Quien dijo eso... está mintiendo... queriendo aprovecharse...
—Entonces diga. Aquí. En mi cara. ¿Cuál es el salario de las dependientes?
—3... 3000 euros, señor.
Quedo indignada. ¡Qué caradura!
Viviane entra pidiendo permiso, pálida.
Mateo cruza los brazos.
—Muy bien. Tenemos dos dependientes aquí. Digan cuánto reciben.
—1200 euros —respondemos, juntas.
Dante palidece aún más, tartamudeando, culpándonos.
Mateo no necesita oír nada más. Grita por los guardias de seguridad, que entran y arrastran a Dante para fuera. Vivi está temblando.
—Como percibieron —Mateo dice—, él estaba robando a todos aquí. Y como necesito legalizar su situación, señorita Viviane... preferiría a alguien más competente, pero no tengo elección. Usted será la nueva gerente.
Viviane abre los ojos como platos.
—Gerente es cargo de confianza. Va a ser fácil conseguir su permanencia en el país. Y como usted y Ana dividen gastos, voy a ofrecer un inmueble mío para que usted viva. Sin alquiler. Ya está amueblado. Mandaré a alguien a entrenarla.
Él me mira.
—Ahora sí. ¿Está satisfecha?
Casi salto al cuello de él para abrazarlo. Pero me contengo.
Él se despide, diciendo que va a volver al hospital, y pide que vaya a buscar mis cosas.
Viviane me tira para la esquina, jadeante.
—Amiga... ¿qué pasó aquí? Estoy pasada. ¡Crédito, débito, pix y todo lo demás!
—Así que salí del café, salvé a la hija de él. Ella casi murió en el accidente.
—¡Aaaah! —ella suspira—. ¿Él es casado? ¡No sabía que un Dios griego de esos tenía alianza en el dedo!
—¡Vivi! —le doy una palmada leve en el brazo—. La esposa de él falleció. La hija se apegó a mí. Quiere que yo sea la niñera de ella. Por eso voy para allá.
—Qué envidia, amiga. ¡Vas a ver a aquel hombre sin camisa todos los días!
—¡Para, Vivi! Estoy yendo para cuidar a Bela, y solo eso. Lo que este hombre tiene de bonito, tiene de arrogante. Y la niña sufre... ella es carente, sola. Necesita a alguien que cuide de ella. Las otras niñeras solo querían saber de él. Yo no voy a hacer lo mismo.
Vivi sonríe, emocionada.
—Lo sé. Tú tienes corazón, amiga.
Y respiro hondo, sintiendo que mi vida... acaba de cambiar para siempre.