en manos del mafioso , Emily escapó de una relación mala, cerro su corazón del amor, ahora estaba preparandose para su nuevo trabajo, sin saber lo que el destino le preparó
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Capitulo 15
El hombre de la capucha corrió entre la multitud, pero los guardaespaldas de Luca lo siguieron de cerca. Desde la ventanilla del coche, Emily alcanzó a verlo doblar por un callejón, con la cámara del teléfono aún en la mano. El pulso se le aceleró.
—¡Está escapando! —exclamó.
Luca, sentado a su lado, no apartaba la vista de la persecución. Sus ojos oscuros eran puro acero.
—No escapará —dijo con frialdad. Y tenía razón: a los pocos segundos, uno de sus hombres logró alcanzarlo, derribándolo contra el pavimento. Otro lo desarmó, quitándole el celular.
Emily observó con un nudo en el estómago. Parte de ella quería preguntar qué harían con él, pero otra parte ya temía la respuesta. Prefirió guardar silencio.
Dentro del coche, el ambiente estaba cargado. Emily tenía los brazos cruzados, mirando por la ventana; Sophia estaba tensa a su lado, y Luca, con el teléfono en la mano, revisaba el contenido que acababan de extraer del aparato incautado. Su expresión se oscureció aún más.
—¿Qué viste? —preguntó Emily con cautela.
Luca levantó la vista hacia ella.
—Fotos tuyas. De tu casa. De tu trabajo. Incluso de anoche… cuando entrabas a la mansión.
Emily palideció, sintiendo un escalofrío recorrerle la espalda. Sophia apretó su mano bajo la mesa del coche, dándole fuerza.
—Esto no es justo, Luca —dijo Emily con voz temblorosa—. Yo no pedí convertirme en parte de tu guerra.
Él suspiró, dejando el teléfono a un lado.
—Lo sé. Pero ya es demasiado tarde para pedir permiso, pequeña. Lo único que puedo hacer ahora es mantenerte viva.
Sophia lo interrumpió con dureza.
—¿Y yo qué? ¿Voy a vivir con miedo de que me sigan solo por ser su amiga?
Luca la miró directamente, sin rodeos.
—Te llevaré a tu casa. Tendrás dos hombres en la puerta las veinticuatro horas. Nadie te tocará, te lo garantizo.
Sophia apretó la mandíbula, incrédula.
—¿Y se supone que debo confiar en tu palabra?
Emily intervino, aún con la voz baja pero firme.
—Soph… es lo mejor. Lo que ellos quieren es a mí. Tú solo eres un blanco porque estás cerca. Si Luca aumenta tu seguridad, no podrán usarte para llegar a mí.
El coche se detuvo frente al edificio de Sophia. Dos hombres de confianza ya estaban apostados en la entrada, como si todo hubiera estado planeado.
—Vas a estar a salvo —aseguró Luca mientras Sophia bajaba.
Ella lo miró fijamente, luego se inclinó hacia Emily.
—Ten cuidado. Y no dejes que te enrede más de lo que ya lo hizo.
Emily asintió, con el corazón apretado, mientras veía a su amiga entrar en su edificio protegida por los guardias. El coche arrancó de nuevo, y en el interior quedó solo el silencio cargado entre ella y Luca.
—Ahora sí —dijo él en voz baja, mirando al frente—. Te llevo a casa.
Emily lo miró de reojo, con amargura.
—No es mi casa, Luca. Es tu mansión.
Él giró apenas el rostro, con una media sonrisa.
—Pronto cambiarás de opinión.
Emily bufó, mirando por la ventana, jurando para sí misma que no lo haría… aunque en el fondo, dudaba de su propia convicción.
la mansión estaba en silencio cuando Emily entró con Luca. Los guardias se mantuvieron discretos a la distancia, y el eco de sus pasos sobre el mármol resonaba en el amplio vestíbulo.
Luca se detuvo frente a ella, con las manos en los bolsillos.
—Uno de los cuartos de invitados ya está listo para ti. Tendrás privacidad, pero también seguridad. se que anoche no lo prepare bien.
Emily lo miró con desconfianza.
—No quiero guardias dentro de mi habitación.
Él arqueó una ceja.
—No habrá. Pero estarán cerca, en el pasillo.
Emily asintió con un suspiro cansado. Subió las escaleras, seguida por una ama de llaves que la condujo hasta una habitación enorme: cama con dosel, cortinas pesadas, un balcón con vista al jardín iluminado por faroles. Todo era lujoso, demasiado.
—Esto parece un hotel de cinco estrellas —murmuró, dejando su bolso sobre la cama.
—No. Es mi casa —replicó la voz grave de Luca desde la puerta.
Emily se giró, sobresaltada.
—¿Otra vez? ¿No sabes lo que significa privacidad?
Él sonrió apenas, apoyado en el marco de la puerta.
—Quería asegurarme de que estés cómoda. Y de que no intentes escaparte por la ventana.
Emily lo fulminó con la mirada.
—No soy una prisionera.
Luca inclinó la cabeza, con esa intensidad que le erizaba la piel.
—Nunca lo serás, mientras entiendas que este lugar es más seguro que la calle.
Ella lo ignoró, comenzando a sacar algunas cosas de su bolso. Luca permaneció en silencio unos segundos, observándola, hasta que finalmente habló con un tono distinto: más bajo, más humano.
—Emily… esta noche dormirás aquí tranquila. Nadie te tocará, nadie te vigilará más allá de lo necesario. Lo prometo.
Emily lo miró por un instante, sorprendida por la seriedad en su voz. Había algo distinto en él, como si la arrogancia hubiera cedido terreno a una extraña vulnerabilidad.
—Espero que cumplas tu promesa —dijo al fin, apagando la luz de la mesilla.
Luca asintió.
—La cumpliré. Buenas noches, pequeña.
Se retiró despacio, cerrando la puerta tras de sí.
Emily se dejó caer sobre la cama, mirando el techo en penumbras. Estaba exhausta, pero el sueño no llegaba. Afuera, en el pasillo, alcanzaba a oír pasos de guardias que iban y venían, recordándole que su vida ya no era solo suya.
Y aun así, contra todo lo que quería sentir… se descubrió pensando en Luca, en sus ojos cuando se arrodilló, en la promesa que acababa de hacerle.
Suspiró con frustración, dándose la vuelta entre las sábanas.
—Estoy perdida… —susurró para sí misma.
En una sala apartada de la mansión, en el subsuelo, el ambiente era frío y áspero. Las paredes desnudas de cemento y una sola lámpara colgante iluminaban el centro, donde el hombre de la capucha estaba atado a una silla de metal. Sus manos esposadas temblaban, y gotas de sudor recorrían su frente.
Luca entró con pasos firmes, vestido aún con su traje impecable, aunque se había quitado la chaqueta. Sus ojos eran oscuros, intensos, y su sola presencia bastó para que el prisionero bajara la mirada. Detrás de él, dos de sus hombres custodiaban la puerta.
—¿Quién te envió? —preguntó Luca con calma, demasiado calma.
El hombre guardó silencio, apretando la mandíbula.
Luca ladeó la cabeza, una media sonrisa peligrosa en sus labios.
—No me hagas perder el tiempo. Tengo poca paciencia cuando alguien juega con lo que es mío.
El prisionero levantó la vista apenas, temblando.
—Yo… yo solo tomo fotos, me pagan por eso.
Luca se inclinó hacia él, apoyando una mano sobre el respaldo de la silla.
—¿Quién te paga?
El hombre tragó saliva, intentando mantenerse firme.
—Si hablo… me matan.
—Si no hablas… te mato yo —replicó Luca, con un tono tan frío que heló la sangre de todos los presentes.
El silencio se volvió insoportable. El hombre empezó a respirar rápido, sudando más.
—¡Está bien, está bien! —gritó finalmente—. Fue la familia Moretti. Me mandaron a seguirla, a vigilar cada movimiento de la chica… dijeron que si lograba acercarme, incluso secuestrarla, me pagarían una fortuna.
Los ojos de Luca se oscurecieron aún más, y un destello de furia brilló en ellos.
—La familia Moretti… —murmuró, enderezándose.
Uno de sus hombres dio un paso adelante.
—¿Qué hacemos con él, jefe?
Luca se giró lentamente hacia el prisionero, su mirada convertida en puro desprecio.
—Quiero todo lo que sepa. Contactos, números, lugares donde se reúne esa escoria. Sáquenle cada maldito detalle. Y cuando no sirva más… tírenlo donde ni las ratas lo encuentren.
El hombre comenzó a suplicar, pero ya no había compasión en los ojos de Luca.
Mientras tanto, en el piso superior, Emily despertó inquieta, sintiendo una incomodidad extraña en el ambiente. No lo sabía, pero en ese mismo momento, Luca estaba declarando una guerra silenciosa contra los Moretti… y ella estaba en el centro de todo.
El sol apenas se filtraba por las pesadas cortinas cuando un golpecito suave en la puerta interrumpió el sueño ligero de Emily. La puerta se abrió despacio y dos mujeres con uniformes impecables entraron con una sonrisa cordial.
—Señorita, el desayuno está listo —anunció una de ellas con voz amable.
Emily se incorporó en la cama, aún despeinada y con la ropa arrugada de la noche anterior. Frunció el ceño, frotándose los ojos.
—No soy señorita —murmuró con fastidio—. No estoy acostumbrada a que me llamen así.
Las dos sirvientas se miraron entre ellas, incómodas, antes de responder.
—Disculpe… es la manera en que nos pidieron dirigirnos a usted.
Emily suspiró y se levantó de la cama, caminando hacia el balcón. El aire fresco de la mañana entró en la habitación mientras ella apartaba las cortinas. Desde allí vio los jardines, a varios guardias patrullando con discreción, y más allá, la reja de hierro cerrada. Todo aquello le recordó de golpe que estaba en una jaula de oro.
—Díganle a Luca que iré en un rato —dijo sin volverse.
Las sirvientas hicieron una reverencia leve y se retiraron en silencio.
Emily se quedó sola, apoyada contra el marco de la ventana. Respiró hondo, intentando ordenar sus pensamientos. Todo parecía un sueño extraño: apenas unos días atrás estaba en su departamento sencillo, trabajando, riendo con Sophia… y ahora despertaba en la mansión de un mafioso que la trataba como algo valioso y frágil.
—No soy “señorita” —repitió para sí, con rabia contenida—. Soy Emily. Solo Emily.
Con pasos lentos, se vistió con ropa cómoda y decidió bajar al comedor. No sabía qué la esperaba, pero sí estaba segura de algo: no dejaría que Luca manejara su vida como si fuera una pieza más de su imperio.
Al entrar en el comedor, se encontró con una mesa larga cubierta de bandejas con frutas, pan recién horneado, jugos y café humeante. Luca estaba sentado en la cabecera, impecable en su camisa blanca, hojeando unos documentos como si el lujo del banquete fuera lo más normal del mundo.
Al verla, levantó la mirada y esbozó una sonrisa lenta.
—Buenos días, pequeña. Dormiste bien en tu nuevo hogar?
Emily se sentó frente a él con gesto serio.
—Deja de llamarme así. Y no es mi hogar, Luca.
Él soltó una leve risa, inclinándose hacia ella.
—Ya empezamos…