Josh es un joven psicólogo que comienza su carrera en una prisión de máxima seguridad.
¿Su nuevo paciente? Murilo Lorenzo, el temido líder de la mafia italiana… y su primer amor de adolescencia.
Entre sesiones de terapia peligrosas, rosas dejadas misteriosamente en su habitación y un juego de obsesión y deseo, Josh descubre que Murilo nunca lo ha olvidado… y que esta vez no piensa dejarlo escapar.
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Capítulo 20
Josh golpeó la mesa de la cafetería con los dedos, el café enfriándose mientras miraba el portátil cerrado. La decisión sobre el empleo pesaba sobre sus hombros, pero algo más urgente lo consumía por dentro.
*Necesitaba hablar con Lucas.*
Abrió el laptop de nuevo e inició una videollamada.
Lucas respondió después de algunos toques, el rostro pixelado en la pantalla, el fondo ruidoso de una oficina detrás de él.
— **¡Qué pasa, psicólogo de bandido!** — gritó Lucas, intentando hacerse oír sobre el ruido alrededor.
Josh forzó una sonrisa.
— **¿Estás ocupado hoy?**
Lucas levantó una ceja, inmediatamente desconfiado.
— **¿Por qué? Tienes esa cara de quien va a pedir que nos desaparezcamos del país de nuevo.**
— **No es tan dramático así** — mintió Josh, tomando otro sorbo de café. **Solo quería salir. Dar una vuelta. Ya sabes... normal.**
Lucas miró a alguien fuera de la pantalla, después volvió la atención hacia Josh.
— **Tío, hoy está chungo en el trabajo. Pero mañana hablamos, ¿vale?**
Josh sintió el pecho oprimirse, pero asintió con la cabeza.
— **Vale. Mañana entonces.**
La pantalla se oscureció, dejándolo solo de nuevo con sus pensamientos.
*Normal.*
Qué broma.
Nada en su vida era normal desde que Murilo Lorenzo entró en ella.
Cerró el portátil con un clic seco, mirando por la ventana de la cafetería.
Allí fuera, un hombre de traje negro parado al otro lado de la calle miraba en su dirección.
Josh tragó saliva.
*Imaginación.*
Pero cuando parpadeó, el hombre desapareció.
El apartamento estaba silencioso cuando Josh volvió. El vacío de las paredes parecía hacer eco de su propia soledad. Se dejó caer en el sofá, mirando al techo.
*Nada que hacer. Nadie a quien llamar. Una vida tan vacía que hasta el terror de Murilo parecía llenarla a propósito.*
Con un suspiro, se levantó y fue hasta el armario, decidido a organizar algo — cualquier cosa para ocupar la mente.
Fue cuando la caja cayó.
Un golpe sordo en el suelo, la tapa soltándose. Y allí, entre fotos viejas y cartas amarillentas, estaba su diario de quince años.
El corazón se aceleró antes incluso de tocar la portada desgastada.
*No.*
Pero sus dedos ya la abrían, pasando páginas que no veía hacía una década.
Y allí estaban ellos.
**Carlos "Murilo" Lorenzo.**
Fotos pegadas con cuidado excesivo: los dos en el tejado de la escuela, en el cine, en la playa. Notas pasadas entre cuadernos:
*"¿Nos vemos después de clase? - C"*
*"Solo si prometes que hoy me besas de verdad. - J"*
Y entonces, la última entrada en el diario, escrita con letra temblorosa:
*"Él me mostró el arma hoy. Dijo que un día va a matar a alguien. Yo debería tener miedo. Pero solo consigo pensar en cómo quiero que él me toque de nuevo."*
Josh cerró el diario con fuerza, como si pudiera apagar las palabras.
*¿Cómo pude olvidar?*
*¿Cómo pude fingir que él era solo un paciente más?*
El móvil vibró en el bolsillo. Un mensaje:
**"Lo recordaste ahora, ¿verdad? Siempre supiste quién era yo. Incluso cuando te mentías a ti mismo sobre todo lo que está pasando josh ...te quiero de vuelta para mí.**